Curaduría: Sean Salas
DESIERTO ADENTRO
Recordarás el mar, el alba siempre
gris de sus espumas, aquel hipnótico
fulgor de la resaca. Has de olvidar
tus pasos en los círculos del agua
donde no asomará tu rostro niño,
ni el de aquella muchacha y una tarde
que hundió para siempre. Sin saberlo,
sabrás que el mar oxida lo que toca
y que sólo conoces de la arena
vestigios de su eterna retirada.
No emergerá la sal pegada al cuerpo
con la fresca sonrisa de otros días,
o el pensarte tan frágil, a merced
del hondo firmamento del oleaje.
Encima de tus párpados, la noche
será un aullido más de la jauría.
NADIE
Para Piedad Bonnett
Volví a Ítaca, a sus médanos
de bruma evanescente, al río
que la traspasa y a las calles
que mi memoria soñó hermosas.
Degusté el sexo de los higos,
la pulpa de un dátil, el cálido
resplandecer de la aceituna.
Fui un extranjero entre los míos.
Nadie advirtió que tras la máscara
tallada por la espuma, iba
yo, el heroico (ese mendigo
sin sombra que salió una noche
de lágrimas al mar) Ulises,
el pródigo en historias vuelto
del más allá de su leyenda.
Antes que el alba, regresé
a la costa y enfilé al sur.
No reconoceré los muelles
a donde vaya mi deliro.
Sólo sabré que estuve en Ítaca
para reinar sobre mi espectro.
RONDÓ
I
Una rosa de arena. Una ventana
al sur del horizonte y el vahído
del próximo edificio. Estoy dormido
y despierto en el alba tan lejana.
Pero el sueño es tenaz, su imagen vana
congrega en los cristales lo escindido:
el hallazgo en la piel de un sol erguido,
cierta ínsula del mar que la profana.
El tallo de la flor sube al instante
que vela en el umbral. Deshabitado
de mí, oigo el oleaje y su cambiante
vaivén de claridad. Su golpe alado
regresa de la espuma silenciosa
los pétalos de sal que urdió la rosa.
II
Lenta, pero deprisa, la ruptura
del tenso amanecer dobla una rama
y subraya el contorno de la cama
con sus dedos turgentes. No hay premura
en el ámbar del viento ni en la impura
forma de plenitud. Sólo derrama
su fragancia la flor que arde en la llama
cautiva de raíz por su hermosura.
Desde su vastedad, llevo mi mano
hacia el pubis rosáceo de la aurora.
Voy hacia el corazón que se demora
en dar a su cadencia el fruto humano
de la noche que al irse difumina
el cáliz natural de cada espina.
III
Frente al mar del peñón ha vuelto el día
a reinar en la rosa. Su lenguaje
crea en el ventanal otro paisaje
y un mástil contra el sol que se deslía.
Entra, cubre la página, vacía
el íntimo esplendor de su equipaje
en el vuelo rasante del follaje.
La corola escarlata en agonía
bosqueja su quietud, el fuego lento
del cielo estremecido, el pensamiento
fijo como el fluir de la distancia
que media entre el otoño y esa estancia
cerrada en su oquedad. Abro los ojos:
Aún están aquí tus labios rojos.
PORTBOU
Diciembre en un andén. De vuelta a casa,
aguardo la llegada y la salida
de un tren que ha de llenar el túnel de humo,
las bóvedas de hierro con estruendo.
No hay nadie, o casi nadie, salvo un hombre
taciturno sentado a pocos metros,
que pela una naranja con las uñas
y recita las «Coplas a la muerte
de su padre». Las dice en voz muy baja,
pero alcanzo a escuchar algunas líneas
endurecidas ya de tanto oírlas
en labios del temor, cuando era joven
el mundo y otra piel me levantaba
al tacto de un destello. A estas alturas
de la noche no soy distinto a él,
que viaja a una ciudad que desconoce
la oscura procedencia de mis pasos.
Subiremos al último convoy
que pasará o partió quién sabe cuándo.
Debe tener mi edad, o yo la suya,
y un mismo agotamiento compartido
por la luz fluorescente de las lámparas
y la sombra que somos. Las estrofas
salen de mi memoria hasta su boca
igual a una casida en las arenas
cambiantes de lugar y no de sitio.
El hombre se incorpora, mira el fondo
metálico del viento contra el frío
que corre paralelo y se interroga:
«otros tiempos pasados, ¿cómo se hubo?».
Con el sol diminuto entre las yemas
regresa hasta la banca, resignado
a morder las semillas de unos versos
y seguir en espera del que, acaso,
quedó en otra estación y en otra época
de cáscaras amargas por el suelo.
Jorge Valdés Díaz-Vélez (Coahuila, México, 24 de septiembre de 1955). Ha publicado diecisiete libros de poesía. Los más recientes son: Tiempo fuera (1988-2005) (México, UNAM, 2007), Los Alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007), Kilómetro cero (Saltillo, Universidad Autónoma de Coahuila, 2009), Qualcuno va (-edición bilingüe español-italiano) Foggia, Sentieri Meridiani Edizione, 2010), Otras horas (Santander, Quálea Editorial, 2010), Herida Sombra (Monterrey, Postdata, 2012), Nudista (Saltillo, Secretaría de Cultura de Coahuila, 2014) y Parque México (Sevilla, Renacimiento, 2018). Es miembro distinguido del Seminario de Cultura Mexicana y ha sido también miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Se le han otorgado el Premio Latinoamericano Plural (1985), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1998), el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007) y, con Mapa Mudo, el primer Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011). Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés. Parte de su obra está incluida en numerosas antologías de poesía mexicana e iberoamericana publicadas en México y en otros países de América Latina, así como en Argentina, Bélgica, España, Reino Unido, Italia, Grecia y Marruecos. Como Miembro de carrera del Servicio Exterior ha sido director del Centro Cultural de México en Costa Rica y del Instituto de México en España, países donde además fue Consejero cultural. También se desempeñó en las embajadas de México en Argentina, Cuba, Marruecos y Trinidad y Tobago, y en el Consulado General en Miami, Florida, Estados Unidos de América.