Carlos Gustavo Vargas
(Nueva York Poetry Press, 2023)
LA CALLE, UN POEMA EN CONSTRUCCIÓN
Al inicio,
cuando el poema era una calle en desarrollo,
el niño sembraba heridas al borde de sus juegos
para luego cosechar versos sueltos
que alimentaran la casa donde cada día
se apagaban sus padres que, sin saberlo,
también eran poesía atrapada en piedra,
igual que el vecindario
que esculpía con sus amigos de goles y bicicletas,
mientras rompía los tejidos endebles de la inocencia
y cerraba los estantes de juguetes que caían en pedazos
fulminados por un dios que mudaba de voz y de universo,
transmutable bestia de soledad,
que asomaba como un silencio de aviones lejanos,
prolongando una huella encima de su cabeza.
Ahora,
el niño es un náufrago llagado por la lluvia
que le teme a los cuadernos que carga
-¿o lo cargan?-
desconfía de sus líneas imperfectas
de sus tramposas hojas en blanco
afiladas como guillotinas del miedo
que empañan de dudas
la ventana que mira a esa calle
que es un poema en construcción.
POR LA VENTANA SE VE EL MUNDO GIRAR
Volveré tantas veces,
incluso las que no sean necesarias
porque al abrir las cortinas todo sigue intacto,
y hasta escucho la voz de los ausentes,
el eco de las llagas y el crujir de los caminos culminados.
Las casas disfrazadas
parecen no ser las mismas
pero sus ojos desnudos
no pueden engañarme
Aquí todos nos matamos
y todos hemos resucitado
Aquí todos ardimos
y todos supimos apagarnos
Y por las noches,
el niño en cautiverio
envejece pegado a la ventana de la memoria,
con la certeza de que siempre es tarde
para ver girar el mundo de bicicletas,
de los hijos de aquellos que saben
que siempre será temprano.
UN SILENCIO DE VERSOS Y LECTURAS
Despertarán temprano.
Antes de que abran los cuadernos
donde duerme el poema.
Ojalá hoy no hubiera escuela,
que llamara el jefe a suspender el trabajo
que la lluvia evaporara en poesía
y cayera en granizos sobre el patio
donde otra vez padre e hijo
llenan la pared de balonazos.
Pero no.
Dentro de poco el hijo
se atará a un viejo pupitre
y olvidará al padre
que para entonces estará
pensando en el pago de la quincena,
en el balón nuevo que comprará
porque el de su hijo ya no da para más.
Hoy el patio es un silencio de versos y lecturas.
El padre no puede concentrase en la oficina
y desvanece asomado a estaciones etéreas
que el hijo apenas aprende a construir.
ESTACIÓN DEL ASOMBRO
La infancia se ha perdido.
La juventud se ha perdido.
Pero la vida aún no se ha perdido.
Carlos Drummond de Andrade
El niño es un diestro creador de estaciones
a las que luego regresará para encontrarse solo.
Volverá al viejo autobús
una y otra vez.
Recorrerá patios ajenos
y dejará salas en desorden.
Asomará por la ventana y lo verá todo:
el mar, las sombras de la selva, los grandes edificios,
los dioses inventados,
esos seres de los que nadie le habló,
hechos con barro del que no fue moldeado,
dioses que pronto los olvidará
y arrojará al camino
para que otros los descubran.
El niño es un perpetuo viajero sin temor al viento,
capaz de inundarlo todo
y a la vez ese todo poder salvarlo.
DE LA JUSTICIA Y LA POESÍA
Poesía que me permite salir de mí y tener la
experiencia de otra experiencia.
José Emilio Pacheco
No se hacían versos en aquella bodega abandonada
Los niños nunca hablábamos de poesía
Nuestros padres jamás recitaban poesía.
En la escuela no entendían de poesía.
Por eso terminamos convirtiendo las viejas
cortinas en capas
y creyéndonos dioses de trajes ajustados.
En lugar de decir cosas como
“Poesía que me permite salir de mí”
Decíamos
“¡a luchar contra los villanos!”
Y ahí iba yo:
tela roja en la espalda, botas de hule y un colocho ensalivado en la frente.
Mi pasión era volar sobre un vecindario transmutable
y volver triunfante al salón de la justicia
donde el viejo comedor de la casa
servía de mesa para reuniones que salvarían a barrio.
Como decía:
no hacíamos versos,
pero aquel salón sí que era la poesía.
Nos permitía ser otros.
PASOS DE BAILE
La lluvia trajo compañía.
Una que bailaba por los pasillos de la casa triste.
Que le gustaba el llanto ajeno y las cartas de despedida.
El niño le huía con Los Cadillacs a todo volumen
y las canciones que ella nunca cantaría,
pero sus intentos de fuga fracasaban
y siempre volvía al confuso tablado
que se elevaba con su presencia.
Bailaba en el jardín y rompía las hojas secas
que desprendía su madre.
Bailaba y bailaba
con la fuerza de un árbol que ofrece frescura
pero que acabará abrigando cadáveres.
Ya no había más que hacer
-decían los entendidos-
nada.
Y mientras ella bailaba
los ojos de la casa
oscurecían.
Un día no se escuchó más
y el niño volvió a la calle
donde todos juegan a esperar
la melodía del baile final.
Carlos Gustavo Vargas (Turrialba, 1981). Poeta, periodista y emprendedor turístico. Ha laborado en diferentes medios de comunicación escritos y radiofónicos, desde donde difunde temas culturales. En el 2015 y 2016 fue miembro del taller literario Nuevo Paradigma, de Turrialba Literaria, impartido por el poeta Juan Carlos Olivas. Ha participado en diferentes festivales de poesía organizados por Turrialba Literaria. Peatón de tempestad (NYPP, 2023) es su primer poemario.