27 Dic 2024

2. MARIO CARLOS MARTÍNEZ ESPINOSA

-20 Jun 2020
Crítica

 

El Cocodrilo resurge: 106 años con Efraín Huerta

 

En el siglo pasado, muchos de los lectores y estudiosos de Efraín Huerta dieron preferencia al aspecto político de su obra. Esto es lógico si tenemos en cuenta que, en aquellos días, Latinoamérica estaba en manos de un puñado de dictadores militaristas: Fulgencio Batista comenzaba a destrozar la constitución cubana durante su primer periodo en la presidencia; Rafael Leónidas Trujillo, quien ya había hecho un genocidio de haitianos en República Dominicana, gobernaba desde las sombras utilizando títeres políticos; Gustavo Rojas, tras un golpe de estado, tomó el poder en Colombia e instauró la relección, la represión estudiantil y la censura a la prensa; y Alfredo Stroessner comenzaba su mandato en Paraguay, el cual duraría más de treinta años. Estos personajes eran la antesala política a lo que vendría después en el resto del continente: Hugo Suarez en Bolivia, Guillermo Rodríguez Lara en Ecuador, Juan Velazco en Perú, el priísmo mexicano, y un largo etcétera.

          La pluma de Efraín Huerta estuvo activa prácticamente durante toda la Guerra Fría, y claro, con el sistemático intervencionismo de Estados Unidos en nuestra región, era natural que sus lectores se sintieran estremecidos y estimulados al encontrarse con los versos de “Stalingrado en pie”: “¡Artilleros soviéticos! ¡Comandantes soviéticos!/ ¡Pilotos de la estrella del triunfo, aviadores, hermanos!/ ¡Stalingrado en pie!”.[1] En aquellos días, era un compromiso ético el utilizar, a la manera de Pablo Neruda, la poesía como un arma en contra de los genocidas. El asesinato de Federico García Lorca en España, y la defensa de la noción del intelectual comprometido de Jean-Paul Sartre en Francia, sembraron en los artistas latinoamericanos la disyuntiva de participar o no en el conflicto ideológico. El guanajuatense no dudó en poner su obra al servicio de la causa revolucionaria, aunque esto le costara perder amistades y ser amenazado por algunos gobiernos.

          Ahora bien, para los lectores actuales, aquel fervor y aquellas posturas han quedado relegadas a los libros de historia. El miedo a esos tiranos de derecha se ha atenuado porque sus atrocidades se han diluido en el olvido, y la ilusión revolucionaria se ha oxidado al salir a flote los horrores de la China, la Rumania, la Camboya y la Rusia de aquellos años. La “Oda a Stalin” y el “Canto a la paz soviética”, entre otros, son poemas de Huerta que han quedado bastante desprovistos del asombro que alguna vez causaron, pues estaban subordinados a la política, y su fin último no era la poesía. Sin negar el valor que pueda tener algún verso bien trabajado o alguna metáfora ingeniosa que en ellos se encuentren, su valor ahora es meramente histórico, y su subsistencia está más sustentada en el nombre de su autor que en su valor propio.

          No obstante, Huerta no sólo fue un revolucionario en el sentido socialista de la palabra, también cultivó un rubro de la trasgresión mucho menos limitado por el contexto geopolítico: el ámbito erótico. Si leemos de modo cronológico la obra poética del autor nos encontramos que el erotismo se hace más presente a medida que pasa el tiempo; en sus primeros poemarios, se percibe una ferviente inclinación por temas políticos (Poemas de guerra y esperanza) y una, menos apasionada pero igualmente frecuente, temática amorosa (Absoluto amor, Poemas prohibidos y de amor); después, se torna más incisivo en poemarios como Los eróticos y otros poemas, hasta desembocar en textos sicalípticos como su “Manifiesto nalgaísta” en Transa poética o muchos de sus poemínimos; de este modo, la vena política, si bien no desaparece, sí pierde terreno.

          Dicho aspecto de la obra poética del guanajuatense es el que ha superado de mejor manera el paso del tiempo. El erotismo es un fenómeno paradójico, de difícil caracterización, en él conviven la epifanía del misticismo junto con los instintos animales del hombre, el impulso de la vida y la seducción de la muerte, el egoísmo del placer personal y el altruismo del placer ajeno. La pornografía y la espiritualidad son sus fronteras, al igual que la sexualidad y el amor. Es también el misterio de lo oculto, de lo secreto, y es la transgresión de lo prohibido que se exhibe cínicamente. Este estado de perpetua paradoja es lo que hace del erotismo un material ideal para la poesía. Octavio Paz lo define así: “La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal”.[2]

          Efraín Huerta, polemista y rebelde nato, tomó la bandera de Eros para crear una poesía irreverente que desafiaba la moral del México puritano, pero también para expresar el más honesto proceso de introspección íntima a través de la metáfora. Muestra de esto son los siguientes versos del poema “Primer canto de abandono”, en los que el hablante lírico reflexiona sobre sí mismo a partir de la ausencia de la amada: “¿A dónde ir con ella, iluminada/ con fuego de gemidos y caricias/ y gérmenes de mustias esperanzas?”.[3] Del mismo modo, el erotismo lo llevó al ejercicio ecfrástico en su texto “Buenos días a Diana Cazadora”: “Olaguíbel te dio la perfección del vuelo y el inefable encanto de estar quieta,/ serena, rodilla al aire y senos hacia siempre, como pétalos/ que se hubiesen caído, mansamente, de la espléndida rosa de toda adolescencia”.[4] Una imagen similar se encuentra en el poema titulado “Puerto Ángel”, que también se adscribe a su veta de cronista poético de las ciudades mexicanas: “Ceñía sus todavía bien duras nalgas con una mezclilla vieja de muchos amaneceres/ y la rotundez de su pecho, eso sí, doraba la mañana de los laureles oaxaqueños”.[5]

          En la búsqueda de una poética erótica, Efraín Huerta acudió a los sectores marginales que tanto defendía desde la palestra ideológica, y el corolario de dicha exploración resultó ser la imagen idealizada de la prostituta. Georges Bataille afirma que “Al prostituirse, la mujer era consagrada a la transgresión. En ella, el aspecto sagrado, el aspecto prohibido de la actividad sexual, aparecía constantemente; su vida entera estaba dedicada a violar la prohibición”.[6] Ahora bien, si Bataille señala el sentido milenario de la prostituta como hierofante abominable, la prostituta moderna de Huerta encarna, además de eso, por un lado, a los desposeídos que no tienen lugar en el capitalismo moderno, y por el otro, a la figura romántica y lúbrica que concede la fantasía del coito fugaz. Es fuente de odio y de deseo, de lástima y de elogio.

          Con textos como “Confianza”, “La vieja carretera”, “Variante”, “Bequeriana”, “Monterroseana” y, principalmente, “La muchacha ebria”, el poeta de Guanajuato se va adscribir en una larga tradición literaria mexicana de honra a las sexoservidoras. Antes que él, Antonio Plaza había escrito “A una ramera”, y Manuel Acuña hizo lo propio con su poema “La ramera”. Por su parte, en la edición crítica de Los hombres del alba elaborada por Emiliano Delgadillo se mencionan como referentes previos a “La mujer tatuada” de José Juan Tablada y la canción popular mexicana que con frecuencia es dedicada a las prostitutas y libertinas.[7]

          Las imágenes que El Gran Cocodrilo consigue elaborar en “La muchacha ebria” son de una originalidad destacable, ya que en ellas se imprime la atmósfera tabernaria en la que transcurren los acontecimientos, las cualidades eróticas de la figura femenina, y el contexto de marginalidad social que denuncia el autor. Cito un fragmento:

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido 
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas, 
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba 
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza: 
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas, 
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre, 
de la muchacha que una noche —y era una santa noche— 
me entregara su corazón derretido, 
sus manos de agua caliente, césped, seda, 
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos, 
sus torpes arrebatos de ternura, 
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos, 
su pecho suave como una mejilla con fiebre, 
y sus brazos y piernas con tatuajes, 
y su naciente tuberculosis, 
y su dormido sexo de orquídea martirizada.[8]

El logro de Huerta, hablando de los procesos compositivos de la feminidad en este poema, es que no recurre al estereotipo; si bien no están ausentes los influjos estéticos de los poetas románticos (como por ejemplo en el detalle de la tuberculosis y la mejilla con fiebre), la prostituta que aquí aparece está muy lejos de Santa, María Magdalena o La Traviata. Aunque esté adscrito a una tradición mexicana de poetas que tocan el tema, Huerta lo hace de modo innovador y refrescante, asumiendo su tradición pero aportando un cinismo rebelde e irreverente.

          Pero lo verdaderamente relevante en las construcciones poéticas de Huerta en torno a la figura femenina es la piedad, la compasión. Para hablar en términos de Roland Barthes, al poeta le duele el otro: su erotismo, así como sus inclinaciones amorosas, están vinculadas inexorablemente a su piedad: “el sujeto experimenta un sentimiento de compasión violenta con respecto al objeto amado cada vez que lo ve, lo siente o lo sabe desdichado o amenazado por tal o cual razón, exterior a la relación amorosa misma”.[9] Esta es la articulación que unirá la ética de izquierda con el erotismo, una bisagra en la que la poesía no queda sobajada a la política, sino que la política funge de estímulo para el poeta, y se desenvuelve así en una erótica original. En la compasión por el otro convergen el deseo íntimo y el ideal de justicia.

          El México que Huerta capturó como poeta cronista, en gran medida, ha desaparecido hoy en día, y esas avenidas, esas calles, en la actualidad poco o nada tienen que ver con sus versos; su fervor y su compromiso socialista ya no inspiran demasiado en nuestra época, en la cual la ideología se ha prostituido y no es más que una moneda de cambio en la retórica de los políticos mediocres; pero el Huerta erótico, el amoroso, el pícaro, el que se nutrió de la ciudad y del ideal para construir textos llenos de rabia y excitación, ese sigue tan vigente como en el día de su publicación.

          Hoy, a 106 años del nacimiento de Efraín Huerta, es pertinente releer su obra con las instrucciones que él mismo nos legó:

No es suficiente con que un poema estimule nuestra imaginación. Es necesario también cobrarle verdadero amor, sentirse identificado con el autor, con sus palabras, con los espacios entre los versos, con el tipo de letra, con el papel en que los poemas están publicados, con el tiempo en que fueron escritos, con el ambiente en que los escribió, con todo eso, en fin, que hace el mundo palpitante del poeta: papeles, hombres, amigos y enemigos, tinta, pensamientos contemporáneos, ideas en circulación, sistema monetario, etc. Es necesario que quien lea poemas tenga el grado de humanidad requerido por los poetas y su obra.[10]

 

[1] Huerta, Efraín, “Stalingrado en pie” en Poesía completa, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 91

[2] Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, México, 2016, p. 10.

[3] Huerta, Efraín, “Primer canto de abandono” en op. cit., p. 124.

[4] Huerta, “Buenos días a Diana Cazadora” en op. cit., p. 235.

[5] Huerta, “Puerto Ángel” en op. cit., p. 435.

[6] Bataille, Georges, El erotismo, Tusquets, México, 2011, p.139.

[7] Huerta, Efraín, Los hombres del alba, El Colegio de San Luis, México, 2016, p. 378.

[8] Ibídem. p. 377.

[9] Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI, México, 2016, p. 74.

[10]  Huerta, Efraín, “La lectura del poema” en El otro Efraín. Antología prosística, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 96.

 

Bibliografía

Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI, México, 2016.

Bataille, Georges. El erotismo, Tusquets, México, 2011.

Huerta, Efraín, Los hombres del alba, (Edición crítica de Emiliano Delgadillo), El colegio de San Luis, México, 2016.

Huerta, Efraín, Poesía completa, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

Mata, Carlos (comp.), El otro Efraín, antología prosística, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

Paz, Octavio, La llama doble, Seix Barral, México, 2016.

 

Mario Carlos Martínez Espinosa nació en Ciudad de México en 1990. Es licenciado en Literatura y Creación Literaria por el Centro Cultural Casa Lamm y maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la Universidad Autónoma Metropolitana; actualmente imparte el Taller de Redacción para Matemáticas Aplicadas en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México.



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