27 Dic 2024

2. HÉCTOR CARRETO. ECHARLE A PERDER LA FIESTA AL FESTEJADO

-25 Jul 2020
Entrevista

Echarle a perder la fiesta al festejado:

el aculeus en la poesía de Héctor Carreto

 

Por Francisco Trejo

 

 

I

 

En Héctor Carreto, la poesía mexicana cuenta con un discurso que se distingue por el manejo de diferentes formas del humor, además del lenguaje directo y la actualización de formas antiguas de la poesía. ¿De dónde nace, en ti, esta intención de llegar al otro, no por el lado lamentatorio de la vida, sino por la risa? 

 

Cuando escribo no pienso en el lector, sino en el poema mismo. Si el resultado tiene humor, qué bueno. Pero puede darse lo contrario, un texto melancólico. Tal vez dependa del estado de mi ánimo en ese momento.

 

 

Eres un autor que, además de cultivar el epigrama como ningún otro poeta mexicano, también ha reflexionado sobre éste. Recuerdo un par de trabajos tuyos alrededor de este tema. El primero es tu tesis de licenciatura, del que se desprende el segundo, la antología Vigencia del epigrama (Ediciones Fósforo, 2006). ¿Qué hace vigente a la epigramática, en la actualidad que cuestiona diferentes discursos de los que se ha nutrido el género, desde sus primeras manifestaciones latinas?

 

El epigrama es directo, sin lirismo, desde los autores romanos. La epigramática griega era más filosófica, más reflexiva, resultado de un mundo concebido como armónico. En el universo romano, en cambio, donde los valores eran diferentes, el epigrama expresa, por ejemplo, la indignación ante el poder. Es un imperio más físico que el griego, lo que además del asunto político, están el erotismo, el sarcasmo hacia el prójimo, pero también se da el epicureísmo, como en Horacio.

 

       En los tiempos actuales, abundantes en contrastes sociales muy marcados y en grandes abusos del poder, el epigrama viene a modo. Su espíritu sigue vigente.

 

 

A propósito de esta vigencia, el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes que ganaste en 2002, ¿consideras que fue una manera muy afortunada de reivindicar un género un tanto menospreciados, como lo es la epigramática?

 

No lo considero un género menospreciado. En Ladera Este, publicado en 1968, Octavio Paz incluye epigramas. De la misma edad que Paz, Efraín Huerta, en Los eróticos y otros poemas, dio inicio a otra variante epigramática con sus poemínimos. Los nacidos en los años treinta (José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, Raymundo Ramos y Hugo Gutiérrez Vega) incluyen muchos epigramas. Mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez es autor de memorables epigramas, que se incluyen en su Recolección a medio día. Otros dos merecedores del premio Aguascalientes, incluyen epigramas en sus libros ganadores: Eduardo Lizalde, con La zorra enferma, en 1974, y Dana Gelinas, con Boxers, en 2006. Ambos libros con humor en algunos casos, e ironía en la mayoría de las ocasiones. Gelinas, además, incorpora un nuevo tema —la alienación sentimental de los consumidores, prefabricada por la publicidad— en la poesía mexicana. Todo el libro es una pasarela entre espejos y escaparates, ensoñaciones de los consumidores que contemplan los productos como si se tratara de objetos de arte que pueden embellecer sus vidas. Y, para concluir, diré que Dana Gelinas, con su libro Los trajes nuevos del emperador, que continúa la línea trazada por Edgar Lee Masters en su Spoon River Anthology, es un libro de epigramas largos, llamados elegías por los romanos, y, como en el libro de Masters, describe biografías, aunque no de muertos, sino de los grandes tiranos vivos.

 

 

La influencia de tu obra es muy evidente en las recientes promociones de poetas. ¿Cuál consideras que es la razón de este fenómeno de influencia?

 

No sé qué tanto haya influido en generaciones posteriores. Tal vez sea una coincidencia. El caso es que, afortunadamente, los jóvenes se están inclinando por expresiones más directas, a veces críticas, a veces con humor, a veces experimentales; expresiones más cercanas a sus visiones del mundo. El cine y la música moderna (el Rock en sus diferentes derivaciones) están influyendo más en su poesía que la poesía que manifiesta los sentimientos del siglo XIX.

 

 

¿Cómo entiendes el humor? ¿Cuál es su esencia en el campo de la poesía?

 

Es una manera de ver el mundo más directa, más crítica, y también autocrítica, sin lirismos, ornamentos ni idealizaciones. Contraria a la Tragedia, la Comedia habla del hombre común, pero, en vez de abordarlo en forma dramática, se le toca con las diversas caras de la ironía (humor, sarcasmo, autosarcasmo, ironía misma); resulta más saludable reírse de uno mismo, que autolamentarse.

 

 

Juan de Iriarte, en una suerte de poética, compara al epigrama con la abeja. Asimismo, habla del aculeus, el aguijón del escorpión, en la epigramática de los romanos. En tu caso ¿a qué se parece el epigrama?

 

Al aculeus del que atinadamente habla Iriarte. Es echarle a perder la fiesta al festejado. Por ejemplo, en el festejo que Trump celebra por su triunfo en las elecciones para presidente, me acerco y le digo “Muchas felicidades, señor Trump. A propósito, le comento que hace un rato vi salir a su esposa de un hotel en compañía de un senador. Pero lo que creo más grave es que era un senador de la oposición”.

 

 

La denostación, muy propia de la epigramática, ¿tiene alguna función particular en la cultura mexicana?

 

Como ya lo señalé anteriormente, tiene una vocación abiertamente crítica en lo social y en lo político. En el epigrama amoroso, el que escribe prefiere dedicarle sus palabras a una persona con nombre y apellido que a una musa abstracta de tan lejana.

 

 

Se te conoce por tus libros de epigramas, pero tienes otros con una naturaleza diferente. Pienso en Incubus o en Habitante de los parques públicos, un par de ejemplos muy claros de propuestas que contrastan con el epigrama. ¿A qué responden estas búsquedas, en términos de meditación sobre el conjunto de tu obra?

 

El tono. El tono depende del tema del que esté escribiendo. Si el tema del poema es un sueño, donde surjan recuerdos del pasado, la naturaleza del tono seguramente tendrá matices melancólicos. El tono epigramático no sería bienvenido en un espacio interior. Esto no significa que mis poemarios “serios” no tengan ironía.

 

 

¿Cuál consideras que es tu libro más importante?

 

La respuesta sería muy relativa, porque todos los he trabajado a fondo y cada uno ha tenido su logro particular. En el proceso de escritura de cada libro he aprendido a aplicar cosas diferentes, de modo que todos tienen la misma importancia para mí.

 

 

II

 

Pocos conocen tu faceta como traductor. Una de tus traducciones más interesantes que recuerdo haber leído es una que hiciste de la poesía de Lêdo Ivo. ¿Cómo entiendes la labor del traductor? ¿Qué le da al poeta la traducción de la poesía?

 

Sí, además de a Lêdo Ivo, he traducido a Pessoa, Saramago, Bandeira, Ferreira de Loanda, a poetas portugueses y angoleños, artículos para revistas. Es una labor intensa, y que requiere mucha dedicación. Uno tiene que saber el idioma del que traduce y meterse en la esencia del autor, para poder expresar, en lo posible, su poesía, sin que pierda, lo menos que se pueda, su ritmo, su intención. Estoy de acuerdo con el criterio de que en la traducción parezca que el poeta de otro idioma lo haya hecho en el idioma traducido.

 

       ¿Qué le da al poeta la traducción de la poesía? Al entrar en el alma del autor al que se traduce, uno puede llegar a conocer sus secretos y aprender de ellos. Es otra forma de aprendizaje.

 

 

El campo de la edición también ha sido muy importante en tu vida profesional. ¿Cómo defines al libro? ¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta un editor en la época actual?

 

No me siento con ganas de definir el libro, eso es para otro tipo de charla, pero sí te diré que el mayor problema editorial es la distribución. Incluso más que el monetario.

 

 

III

 

Háblanos un poco de los poetas nacidos en la década de los 50. ¿Quiénes fueron algunos de tus compañeros de talleres, quiénes eran sus maestros, qué leían, qué lugares frecuentaban, cuál consideras que era la mayor preocupación al momento de la composición?

 

Los años 70 se dio el boom de los talleres literarios, de las revistas y de las lecturas y presentaciones de libros.

 

       Los talleres. Había talleres en la UNAM, en el INBA, en Tierra Adentro, con coordinadores como Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Óscar Oliva, Juan Bañuelos, Carlos Illescas, Salvador Elizondo, Hernán Lavín Cerda y otros escritores reconocidos. Yo participé en los talleres de Arreola, Oliva, Illescas, Elizondo y de Lavín Cerda. Tanto sus consejos, como las opiniones de mis compañeros fueron muy gratificantes en mi formación. Y en dichos talleres también leíamos a analizábamos a poetas significativos. En el taller de Lavín Cerda, de la UNAM, por citar un ejemplo, vimos las obras de Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Oliverio Girondo, Cortázar.

 

       En 1978 fui becario del INBA-FONAPAS, y mis compañeros eran Coral Bracho, Vicente Quirarte y Eduardo Langagne, y nuestro coordinador era el maestro Carlos Illescas. En ese taller trabajé ¿Volver a Ítaca?

 

       Las revistas. En esa época todos estábamos haciendo revistas literarias independientes. Cito algunas: El Telar, El Zaguán, Sitios, Cuadernos de literatura, El ciervo herido, Manifiesto Infra, Versus, El nuevo mal del siglo. Nosotros, mis amigos de la FFyL de la UNAM (Virgilio Torres, Carlos Santibáñez (+), Carlos Oliva (+), Alfredo Maqueda, Sergio Gamero, Fernando Santiago Nario y un servidor) hicimos Zona, como homenaje al poema de Apollinaire. En el primer número fuimos los primeros en publicar en México a Gonzalo Rojas, con una selección que le pidió Lavín Cerda. Para ese número, mi compañero en la Facultad, el poeta nicaragüense Julio Valle Castillo nos dio una selección de epigramas de Catulo traducidos por él mismo. Para el siguiente número, Julio nos obsequió una selección de Marcial, con traducciones también suyas.

 

       ¿Nuestras lecturas? Además de las recomendaciones de los instructores de los talleres, leíamos a Enrique Lihn, a José Carlos Becerra, a Ezra Pound, cuyos Cantares completos, traducidos por Vázquez Amaral, acababa de publicar Joaquín Mortiz, y también a los compañeros de nuestra generación.

 

       No teníamos la facilidad que hay ahora con Internet, y nos costaba trabajo conseguir poemas de autores extranjeros. En Avenida Hidalgo, frente a la Alameda Central, había una librería, Libros escogidos, cuyo dueño era don Polo Duarte, muy conocedor de literatura, y a él le encargué Los himnos tardíos de Hölderlin, y una antología de Pessoa, libros que los mandó traer desde Argentina.

 

       Otros medios para leer novedades y literatura difícil de conseguir, eran las publicaciones periódicas, como la Revista de la Universidad, Plural y los suplementos culturales La cultura en México, de la revista Siempre!, y el Diorama de la cultura, de Excélsior. Por cierto, mis primeras publicaciones fueron reseñas de libros en La cultura en México, que me pedía Evodio Escalante, jefe de redacción. El director era carlos Monsiváis.

 

       Además, comprábamos y leíamos los libros que iban saliendo de Efraín Huerta, Octavio Paz, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Zaid, Lizalde, Borges…

 

       En su departamento de Lope de Vega, Efraín Huerta me mostró los originales de Circuito interior, listos para enviarlos a Joaquín Mortiz.

 

       Lecturas y presentaciones de libros y revistas. Había muchas lecturas y presentaciones de libros, que se daban en recintos universitarios, museos, galerías, auditorios. Fue memorable el primer maratón de poesía, que se dio en el Museo Carrillo Gil en octubre de 1977. Los autores reconocidos (Efraín Huerta, Hugo Gutiérrez Vega, Tomás Segovia, Marco Antonio Montes de Oca, Thelma Nava), alternaban con los jóvenes, que nos presentábamos como grupo de la revista que hacíamos. Nos presentábamos como revista tal o cual.

 

 

En sus años de estudiante, ¿a qué poetas quería parecerse Héctor Carreto?

 

Nunca se me ocurrió pensar en parecerme a algún poeta en particular, así como nunca pensé ser original ni en conseguir un estilo propio. Con la lectura misma se aprende de la escritura de otro autor, sin pensar en eso. Supongo que cuando estaba leyendo a Catulo, lo que yo escribía recibía esa influencia.

 

 

¿Qué es lo que hace un poeta como profesor? ¿La poesía, en el otro, se enseña o se descubre?

 

Son dos cosas distintas: ser poeta es una forma de ser. Querer ser profesor es una vocación. Con respecto a la enseñanza de la poesía, y de la literatura y del arte en general, el profesor o coordinador de un taller sólo es un facilitador, alguien que debe encaminar, dar consejos y guías de lectura para que el escritor en formación los tome y vaya aprendiendo apoyado por eso.

 

 

¿Cuál consideras que es el consejo más grande que puedes darle a un poeta en formación?

 

Que lea mucho. No sólo poesía sino también narrativa, especialmente cuento, género que, por su precisión, se parece más a la poesía que a la novela. Que lea también ensayo literario y crítica, y que escriba y talleree, y se abra a las sugerencias de los demás; que también cuestione su propia obra. Es decir, si sus poemas empiezan a tener cierto éxito, no debe dejarse caer en la zona de confort. Uno siempre está aprendiendo; siempre debe ser humilde con el oficio. Otra cosa: jamás debe escribir pensando en el público ni en el éxito.

 

 

IV

 

¿Cuál es el único elemento del que no puede prescindir un texto poético?

 

De la gracia, del encanto, de la chispa que siempre debe tener un texto literario. Un poema que no la tiene es un poema muerto, por muy bien hecho que esté. El poema debe tener alma, vida propia. Hernán Lavín Cerda decía que el poema debe ser un animal con pelo.

 

 

Si hay algo en el poema que se parezca al poeta que lo escribe, ¿qué cosa es?

 

Eso es algo que yo quisiera saber.

 

 

Héctor Carreto nació en la Ciudad de México en 1953. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas (UNAM).  Ha publicado los siguientes libros de poesía: ¿Volver a Ítaca? (1979), Naturaleza muerta (1980), La espada de san Jorge (1982), Habitante de los parques públicos (1992), Incubus (1993), Antología desordenada (1996), Coliseo (2002), El poeta regañado por la musa, antología personal (2006), Poesía portátil 1979-2006 (2009), Clase turista (2012), Testamento de Clark Kent (2015), Picnic (2017) y Todo tiempo pasado fue mejor (2019).

       Ha obtenido los premios nacionales “Efraín Huerta”, “Raúl Garduño”, “Carlos Pellicer para obra publicada” y el “Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002”. También mereció el “X Premio de Poesía Luis Cernuda 1990”, en Sevilla, España.

       Sus poemas se han traducido al inglés, francés, italiano, portugués y húngaro. Además ha traducido y divulgado la obra de autores de lengua portuguesa, así como es autores de diversas antologías de escritores mexicanos y extranjeros.

       Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (periodos 2001-2003, 2004-2007, 2012-2015, 2016-2019), es profesor-investigador de la Academia de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. También escribe microrrelato y ha sido incluido en antologías de México y España.

       Ha recibido varios homenajes tanto en México como en Estados Unidos.

 



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