04 Dic 2024

7. AUDOMARO HIDALGO. CERVANTES, POETA

-01 Ago 2020
Crítica

 

Cervantes, poeta

 

Hay autores cuyo nombre está asociado, en la memoria de los lectores, al título de uno de sus libros. Tal es el caso de Bolaño y Los detectives salvajes, Güiraldes y Don Segundo Sombra, García Márquez y Cien años de soledad, etcétera. El caso contrario también es cierto, el de los escritores que no pueden ser reducidos a uno solo de sus libros, porque la obra constituye por sí misma una vasta literatura. No podríamos hablar de Alfonso Reyes únicamente como el autor de Visión de Anáhuac sin echar de menos Reloj de Sol, Ancorajes, Junta de Sombras o Ifigenia cruel, lo mismo puede decirse de Borges y Paz. Esto sólo por hablar del ámbito de las letras hispanoamericanas.

Asociamos y asociaremos para siempre el nombre de Cervantes con el destino de nuestro amigo Alonso Quijano, que jugó a ser Don Quijote y muchas veces lo fue. La importancia de Cervantes es doble: por una parte es el iniciador de la novela moderna; por el otro, Cervantes es quien asienta y modela la lengua castellana. Si la empresa del prosista Francisco de Quevedo es volver deliberadamente a la sintaxis intrincada del latín, la de Cervantes se proyecta al futuro, que para nosotros es hoy este presente. Cervantes, como Lope y como Quevedo, es un escritor caudaloso que “concordó lo diferente”: la novela, el tratado, el teatro y la poesía.

La relectura, más o menos reciente de El Levante de Cartarescu, me hizo pensar en una obra del autor de Don Quijote. En el libro del escritor rumano un grupo singular de personajes hace un viaje en globo por distintos territorios, incluido el más vasto y más variado, el más rico: el mundo de los sueños. Tras varias peripecias, Manolin y compañía arriban a Bucarest, deambulan por la ciudad, trastornan el tráfico y llegan al departamento del escritor, tocan la puerta y el creador, es decir el autor Mircea Cartarescu, recibe a sus creaturas. El Levante me recordó el Viaje del Parnaso, pero antes de hablar de esa obra quiero detenerme a comentar la poesía de Cervantes.

El poeta Cervantes escribió sonetos, redondillas, romances, canciones y décimas. Su comercio con la lírica, comparado con su obra en prosa o su teatro, es más bien escaso. La poesía de Cervantes no tiene la complejidad verbal de Góngora, la dimensión amorosa de Lope ni la gravedad existencial de Quevedo. Su modelo es Garcilaso. Éste fue para los Barrocos españoles lo que Darío sería para los Modernistas latinoamericanos: un precursor, un Adán que crea un lenguaje nuevo y que entrega una música no oída antes. En Don Quijote encontramos estrofas de algunos sonetos de Garcilaso, por ejemplo uno de los más conocidos, el soneto X: “¡Oh dulces prendas por mi mal halladas!”, y lo que sigue. Casi todos los poemas escritos por Cervantes, cuya retórica es una especie de “vocabulario patrimonial”, son alabanzas y retratos de personajes españoles de su tiempo. Dos notas resaltan en su poesía: el destino divino y político de España:

 

Madre de los valientes de la guerra,

archivo de católicos soldados,

crisol donde el amor de Dios se apura,

tierra donde se ve que el cielo entierra

los que han de ser al cielo trasladados

por defensores de la fe más pura

 

y la creencia en la inmortalidad del alma, de evidente raíz platónica pero que en la España católica del Siglo XVII estaba referida no ya a un cielo de Ideas sino a un Dios omnipresente. Así, la poesía de Cervantes oscila entre dos polos: los avatares de la historia y “la voluntad del cielo”. Esto es: entre el destino y el libre albedrío. La visión que tiene Cervantes de la poesía es la de su tiempo, es decir la de España como centro del mundo, la de un Imperio en equilibrio relativo. Por esta razón, las composiciones poéticas de Cervantes, como la de todos los poetas españoles del XVI y XVII, son “cerradas” ya que traducen una realidad más o menos estable. Cervantes está seguro del orden divino del mundo:

 

Si fuera un caos, una materia unida

sin forma vuestro cielo, no espantara

de que del alma vuestra entristecida

las continuas querellas no escuchara;

pero, estando ya en partes esparcida

que un fondo forman de virtud tan rara,

es maravilla tenga los oídos

sordos a vuestros tristes alaridos.

 

Cervantes cree en la empresa política e histórica de España; en cambio, para Quevedo el destino es individual y angustiante. Francisco de Quevedo ocasiona la grieta que corroe toda la arquitectura verbal de la poesía española del mal llamado Siglo de Oro, porque no es de oro, tampoco de plata y mucho menos de bronce. La poesía española del siglo XVI y XVII es un momento muy alto y único en la conciencia de la poesía europea.

En la poesía de Cervantes hay un puente entre la tierra y el cielo por el que transitan los cuerpos y las almas; en Quevedo, en los mejores momentos del poeta estoico Quevedo, hay un túnel oscuro, una conciencia escindida que desemboca del otro lado de la vida, en el anverso de la realidad. La esperanza de Cervantes se transforma en escepticismo en Quevedo: la sonrisa cervantina se vuelve rictus quevedesco. Quizá Cervantes, como escritor y como hombre, tiene más simpatizantes; es muy difícil sentirse amigo de Quevedo, hay algo en él que nos atrae y nos repele, sin que esto sea un juicio contra su poesía, más variada y más honda que la de Cervantes y menos intocada por el tiempo.

El Viaje del Parnaso es la obra poética más ambiciosa de Cervantes. A su manera, pretende ser lo que Don Quijote es a la novela: una obra total. Se trata de un poema extenso, dividido en ocho cantos y escrito en tercetos endecasílabos encadenados. En este sentido, el modelo inmediato del poema cervantino es la “Elegía II” de Garcilaso. Entre los barrocos españoles, el endecasílabo era una novedad, los poetas exploraban las posibilidades rítmicas y semánticas de este verso. Así, no es sorprendente que el endecasílabo haya desplazado (que no desaparecido) al octosílabo y, sobre todo, a la versificación irregular, basada no en el número de sílabas sino en la repartición de los acentos. La versificación acentual es la raíz de la poesía escrita en lengua española, el manantial que debemos reencontrar y recobrar.  

Para la composición de su ambicioso poema, Cervantes no pudo no sentir la gravitación de la Comedia, obra que había entregado la imagen total de la época inmediatamente anterior, y de la que Cervantes se inspira usándola no como visión (no podía serlo porque su mundo y su sensibilidad eran ya otros), sino como ejemplo estilístico y literario: el dios Mercurio es el Virgilio alado que acompaña al poeta Cervantes en esta odisea. Finalmente, es seguro que Cervantes haya oído hablar de La nave de los locos, el poema satírico de Sebastián Brant publicado en Alemania en 1494. Casi al día siguiente de su aparición, esta obra se tradujo al latín y así fue conocida y comentada en Francia y España, convirtiéndose de inmediato en una especie de “best-seller” de su época.

Algunos elementos en el poema de Cervantes están ya presentes en la obra de Brant. Primero, la autoreferencialidad del autor, un rasgo por lo demás muy moderno recogido más tarde entre nosotros por Borges y copiado después por Bolaño; segundo, el tema del viaje; por último, la índole de los personajes: en La nave de los locos (el título alude a un cuadro de “El Bosco”) se embarcan nobles, campesinos, clérigos, magistrados, universitarios, etc.; en la nave de Cervantes la tripulación es una “apretada enjambre” de poetas. En el Viaje del Parnaso Apolo ordena a Mercurio buscar a los mejores vates y reunirlos. Mercurio recorre Italia, Francia y finalmente llega a España. En ese momento Cervantes se encuentra en Cádiz, el puerto “a quien los de Cartago dieron nombre”. Ante sus ojos aparece una “galera hermosa”. Cervantes vislumbra una presencia divina:

 

Vile, y apenas puso las aladas

plantas en las arenas/venturosas

por verse de divinos pies tocadas”

 

Ante la mirada inocente de Cervantes, Mercurio, en un acto de legitimación, lo saluda: 

 

Oh Adán de los poetas, oh Cervantes,

Bien sé que en la naval dura palestra

perdiste el movimiento de la mano

izquierda, para gloria de la diestra.

Tus obras los rincones de la tierra,

llevándolas  en grupa Rocinante,

descubren y a la envidia mueven guerra.

 

Mercurio lo invita a subir y en ese momento, Cervantes se detiene en la descripción de esta singular nave, fabricada no de maderos sino de formas poéticas: sonetos, tercetos, elegías, glosas, redondillas y romances, “pues a todas las acciones se acomoda”. La nave descrita por Cervantes recuerda al barco que fue construido con uñas de los muertos del mito escandinavo. Un barco, construido con las uñas de los muertos, es visualmente más aterrador que una nave fabricada de letras y formas poéticas armoniosas.  

Ya a bordo, Mercurio entrega a Cervantes una lista de nombres. Éste lee la nómina larguísima de poetas y le sugiere al dios cuáles son los que deben ser llevados a Parnaso y quiénes no lo merecen. Entre los seleccionados aparecen de inmediato Góngora y Lope, pero también Villamediana y Francisco de Rioja. Casi a punto de partir, y luego de caérsele de las manos la lista, Cervantes recuerda a Quevedo:

 

Mal podrá don Francisco de Quevedo

venir… 

En este punto Mercurio no vacila:

Pues partirme sin él de aquí no puedo.

Ése es hijo de Apolo, ése es hijo

de Calíope musa; no podemos

irnos sin él, y en esto estaré fijo

 

De pronto, como si se tratara del día del Juicio final, los elementos se turban, el cielo se colma de nubarrones, se oscurece de golpe la tierra, crecen los vientos, los relámpagos florecen y estallan los truenos, se agita el mar y, en un acto de prestidigitación, de las nubes comienzan a llover en ese momento los poetas convocados. Ahora sí están todos a bordo. No falta nadie. Pueden iniciar el viaje decisivo. Con este gesto casi inocente, Cervantes funda el primer “canon” de la poesía española y crea los indeseables festivales de poetas.

Viaje del Parnaso retoma motivos de la mitología grecorromana, pero Cervantes le agrega su nota de fantasía. Así, no es sorprendente que a lo largo del poema, lírico y narrativo a la vez, se invoque el nombre de algunos héroes como Ulises, “el prudente peregrino”, o que los dioses se inmiscuyan en los asuntos de los hombres: Neptuno hace naufragar un bajel lleno de poetas; interviene Venus, quien los transfigura en calabazas y Bóreas los aleja de la ira del “señor del húmido tridente”. La pluma del poeta Cervantes es barroca: hay ninfas, musas, sirenas, delfines, etc., pero su espíritu es renacentista, en correspondencia con el mundo que ha extendido sus límites:

 

Desde el indio apartado del remoto

mundo, llegó mi amigo Montesdoca.

  

Del mismo modo que las expediciones y las conquistas ultramarinas estaban referidas a Dios y al Rey, “a quien los negros indios con sus dones/reconoscen honesto vasallaje”, el viaje al Parnaso es una empresa divina ordenada por “el rubio dios” Apolo. Así es comprensible el elogio detenido que hace “el parlero” Mercurio de “la Poesía verdadera/la grave, la discreta, la elegante”. Dos siglos y medio después, esta mirada armónica la va a echar por la borda el furioso Rimbaud, al sentar en sus rodillas a la Belleza y encontrarla amarga e injuriarla.  

En un breve texto, redactado por uno de los escribientes del Rey y en el que se da licencia para que el poema sea impreso, se señala que: “Por cuanto parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha relación que habíades compuesto un libro intitulado Viaje del Parnaso, de que hacíades presentación, y porque os había costado algún trabajo y ser curioso y deleitable…”. Es evidente todo el empeño puesto por Cervantes en esta obra, por eso, antes de iniciarla, el autor no invoca los dudosos poderes incantatorios de la Musa sino el rigor de su pluma:

 

Venid vos, pluma mía mal cortada,

(…)

Y dadme vos que este Viaje tenga

de sal un panecillo por lo menos

 

En cuanto a composición estilística, quiero decir como construcción verbal, Viaje del Parnaso es más que las Soledades. Pese a ello, no tiene la trascendencia ni la vigencia, en la historia de la poesía escrita en lengua castellana, de la Razón de amor, la Epístola Moral, el Primero Sueño, Muerte sin fin o Piedra de sol. El poema de Cervantes fue publicado en 1614, dos años antes de su muerte: “en tus canas tu pereza veo”, le dice Mercurio en algún momento. Viaje del Parnaso es también un poema autobiográfico, un examen de su vida y un juicio de su obra:

 

Yo he dado en Don Quijote pasatiempo

al pecho melancólico y mohíno

(…)

Yo soy aquel que en la invención excede

a muchos

(…)

Desde mis tiernos años amé el arte

dulce de la agradable poesía…

(…)

Nunca voló la pluma humilde mía

por la región satírica: bajeza

que a infames premios y desgracias guía.

(…)

Tuve, tengo y tendré los pensamientos,

merced al cielo que a tal bien me inclina,

de toda adulación libres y esentos. 

Nunca pongo los pies por do camina

la mentira, el fraude y el engaño,

de la santa virtud total rüina.

 

Al final del canto segundo, antes de que la nave dé “remos al agua” y “velas al viento”, Mercurio hace el filtro definitivo de los poetas que emprenderán el viaje, beneficiados por las bondades del Estado divino. Así se creó, en la poesía española, la dicotomía entre eso que se llama poesía culta y poesía popular, es decir entre el soneto y el romance, el salón y la cantina, la copa de whisky y la botella de cerveza. Finalmente, los poetas expulsados de la galera son arrojados al mar, no sin antes dirigir una retahíla de insultos e improperios contra el dios Mercurio por el acto injusto que ha cometido, porque les ha negado la posibilidad de alcanzar el paraíso prometido, la fingida gloria, el Parnaso. Entre ese “escuadrón nadante” que se aleja de la embarcación inexorablemente, hay un personaje anónimo que no insulta ni se exalta, sino que funda la conciencia del poeta que sabe que no pertenece a ningún grupo ni secta, porque habita a la intemperie y errando abre un camino, porque estando al margen crea su obra:

 

…yo me atrevo

a profanar del monte la grandeza

con libros nuevos y en estilo nuevo.

 

La voz de ese poeta anónimo es la de aquellos que han dicho No: Baudelaire, Segalen, Michaux, Enrique Molina, Remedios Varo, etc.

 

 

Audomaro Hidalgo nació en Villahermosa, Tabasco, en 1983. Es poeta, ensayista y traductor mexicano. Ha publicado El fuego de las noches (2012). Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina, así como una maestría en Letras en la Universidad du Havre, en Francia, país en donde reside desde hace tres años. Poemas suyos han sido publicados al inglés y al francés. 

    



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