26 Dic 2024

34. POESÍA COLOMBIANA. JUAN MANUEL ROCA

-09 Ago 2020
Poesía

 

CANCIÓN DEL QUE FABRICA LOS ESPEJOS

 

Fabrico espejos:

Al horror agrego más horror,

Más belleza a la belleza.

Llevo por la calle la luna de azogue:

El cielo se refleja en el espejo

Y los tejados bailan

Como un cuadro de Chagall.

Cuando el espejo entre en otra casa

Borrará los rostros conocidos,

Pues los espejos no narran su pasado,

No delatan antiguos moradores.

Algunos construyen cárceles,

Barrotes para jaulas.

Yo fabrico espejos:

Al horror agrego más horror,

Más belleza a la belleza.

 

 

POEMA CON TIGRES

 

El tigre lleva en la piel los barrotes de su jaula

EDUARDO UMAÑA BERNAL

 

Siempre, entre el tigre y mi precaria humanidad, hubo una jaula.

A veces nos separaban los barrotes del zoo,

A veces las rejas que traman las palabras.

Ni el tigre de Blake,

Ni el tigre al que Valery llamó

Campo listado o cosa parecida, rugieron en mi tienda.

Ni siquiera el tigre de Borges

Cuyo lazarillo es la noche.

Menos aún el tigre de la Malasia,

El temido de Ishnapur,

El tigre de la aldea que se escondía en la niebla.

 

Mi tigre siempre fue tigre de papel.

 

Yo iba por las junglas del lenguaje,

Un pobre cazador dormido entre fogatas,

Alguien que seguía las huellas dactilares de la fábula.

 

De safari por la lengua esparcía trampas

Para atrapar la palabra tigre y amansarla.

A duras penas apresaba una dulce jaguaresa

En la floresta de letras de Horacio Quiroga.

 

Pero hoy vi tus pasos sigilosos,

Los vi en la algaraza de los tucanes y los monos

 

Que señalaban en su alarma la dirección de tus garras.

Te vi junto al río y ya no hubo más jaula que mi miedo,

Tigre en libertad,

Flama en la noche de los sentidos. 

 

 

CÉSAR VALLEJO INVITA A UNA CENA

 

César Vallejo

Invita a sus amigos a una cena.

Se pide ser puntual, traer pan y no usar collares

de granizo.

Hay suficiente frío en la alacena.

La voz anuncia que empieza a caer en París

un aguacero.

No le importe venir:

Los pronósticos del tiempo

No son los de la muerte.

Al fondo está el salón

Donde el tiempo raído del invierno,

O quizás los imprevistos, dejan ver

Tan sólo una pareja de silenciosos

Comensales: el poeta y su sombra.

Viste mejor la sombra que el poeta,

No se le ven los pliegues que han dejado en

el traje de su amigo,

París, los húmeros mal puestos, la lluvia,

El remoto viaje de Trujillo hasta Lima.

César Vallejo

Invita a sus amigos a una cena.

Se pide ser puntual, traer vino

Y no olvidar en casa su nómina de huesos.

Hay suficiente espacio, suficiente espacio en

su silencio.

La voz se hace más meliflua en la radio,

La voz que invita a los amantes a cubrir

De otra piel su desnudez.

Al otro lado de la noche

César Vallejo dibuja en los restos del café,

En su oscuro sedimento,

Al diluido hermano de juegos

Que tiene en el fondo del pocillo

los rasgos de la muerte.

Es otro juego al que regresa con su hermano

Miguel:

La muerte, como los niños, escamotea cuerpos

Cuando juega al escondite. Por algún recodo de la noche,

Vallejo busca a su hermano

En salones y zaguanes de otro mundo.

Ya no se oye la voz de la cantante

Y hay quien dice que la muerte toca el sol, toca la quena.

César Vallejo

Invita a sus amigos a una cena.

Se pide ser puntual,

Traer también al desconocido y su señora.

 

 

ARENGA DE UNO QUE NO FUE A LA GUERRA

 

Nunca vi en las barandas de un puente

A la dulce mujer con ojos de asiria

Enhebrando una aguja

Como si fuera a remendar el río.

Ni mujeres solas esperando en las aldeas

A que pase la guerra como si fuera otra

estación.

Nunca fui a la guerra, ni falta que me hace,

Porque de niño

Siempre pregunté cómo ir a la guerra

Y una enfermera bella como un albatros,

Una enfermera que corría por lagos pasillos

Gritó con graznido de ave sin mirarme:

Ya estás en ella, muchacho, estás en ella.

Nunca he ido al país de los hangares,

Nunca he sido abanderado, húsar, mujik de

alguna estepa.

Nunca viajé en globo por erizados países

Poblados de tropa y de cerveza.

No he escrito como Ungaretti cartas de amor

en las trincheras.

No he visto el sol de la muerte ardiendo en

el Japón

Ni he visto hombres de largo cuello

Repartiéndose la tierra en un juego de barajas.

Nunca fui a la guerra, ni falta que me hace,

Para ver la soldadesca lavando los blancos

estandartes,

Y luego oírlos hablar de la paz

Al pie de la legión de las estatuas.

 

 

PENÉLOPE Y EL OLVIDO

 

Mi nombre es Nadie, y Nadie me

llaman mi madre, mi padre y mis

compañeros todos.

 Ulises

 

Llegó Nadie.

Desde un mapa de la nada, llegó Nadie.

Se agitaron las ramas, los rastrojos,

Y una luna de nácar

Brilló sobre el país de los lotófagos.

De la noche o la lluvia, llegó Nadie.

Y abrió oscuros folios

Que hablaban de Odiseo el gran embaucador,

De Ulises, fundador de los regresos.

De los móviles mapas

Que reflejan en la hierba los caobos,

Llegó Nadie.

Y si engullendo lotos se entra al olvido

Y entre ebrios lotófagos

Se olvida ese olvido,

Penélope quisiera entrar en esos predios

 

 

LAS ENFERMEDADES DEL ALMA

 

Me da luna

Verte cruzar por una esquina

Cuando se enciende el faro de la isla

Y se apagan los barcos del contrabando.

 

Me da río

Ver los muertos en los trenes desbocados

Que viajan hacia el mar de las Antillas.

 

Me da nube

Mirar cómo trepan por el aire

Las calladas catedrales.

 

Me da barca

Cuando cruzas, sonámbula,

Como si empujaras al viento.

 

Me da libro

El tren que parece la cremallera de la noche,

La poderosa maquinaria

Que rebana dos tajos de oscuridad.

 

Me dan buitres

Las noches góticas

Que se pueblan de cirios y cilicios.

 

Me da puerto

Cuando el río sestea al mediodía

Entre bosques de pimienta

O bajo los brazos de un samán.

 

Me da Sur,

Mucho Sur, oír tu silencio

Que acompasa la música

Con su discreta percusión.

 

Me da aguja

La sombra cimbreante

Que vive cosida a tu belleza.

 

Me da bar

Cuando escucho en la madrugada

El taladro de la lluvia.

 

Me da nieve

El llanto de una niña

Que rompe el silencio del vecindario.

 

Me da cafetal

El nombre de mi país

Pronunciado en el exilio.

 

Me da lunes

Pensar en la molienda

De caña o de maíz.

 

Me da arcángel

El viento que llena de hojas secas

Los patios de la aurora.

 

Me da nardo

Tu aliento que florece

En la penumbra del cuarto.

 

Me da noche

La tinta derramada por descuido

En el mantel de la tarde.

 

 

LA ESTATUA DE BRONCE

 

A la manera de Ossip Brodski

 

Primero haremos, si el Cabildo de la ciudad lo permite, el caballo.

Un alazán en bronce con sus patas delanteras levantadas

como ejemplo para cruzar obstáculos y abismos.

Luego fundiremos el hombre,

pues un caballo sin jinete no es digno de una plaza

y ni siquiera puede llamarse monumento.

Que todo el burgo aporte llaves, aldabones, candelabros,

monedas, candados, espuelas, medallas y cubiertos

para fundir el hombre a su caballo.

Después discutiremos el lugar para la estatua y la forma de su pedestal.

¿Un recodo cercano a las montañas

entre bosques de sauces y eucaliptos?

No estaría mal construir en el sitio elegido

un pequeño parque que permita a las mucamas

citarse con sus novios al pie de la escultura.

Debe amoblarse el espacio con bancas de madera:

los oficinistas comerían emparedados a la hora del receso.

Bella será la sombra al mediodía

de caballo y jinete sobre la grava y el asfalto.

Las hojas caídas de los árboles

tejerán un tapiz crujiente al paso de los estudiantes.

Los viejos fotógrafos

sacarán los domingos sus cámaras de cajón

y harán que los enamorados prolonguen el tiempo de los besos.

Todo concertado con autoridades eclesiásticas, civiles y militares.

Luego vendrá la discusión.

¿Quién debe ser el hombre encima del corcel?

Sabios hay pocos. Guerreros y héroes son dudosos.

Un filósofo a caballo

no puede replegar su pensamiento.

Los poetas viven recostados en la hierba.

Los campesinos no montan caballos de viento.

Los directores de orquesta no pueden dirigir

desde una montura de bronce y el lomo inclinado de un caballo.

Los jubilados prefieren cabalgar nubes

y permanecer sentados en los bancos.

Los pintores trazan caballos, pero no se atreven a montarlos.

Los arquitectos pierden la perspectiva.

Los almirantes prefieren las crines de las olas.

Las bailarinas no necesitan pedestal para su vocación de aire.

Los astrólogos son una franca minoría.

¿Quién podría ser el jinete de bronce

sobre el imponente y brioso caballo de bronce?

Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren,

un hombre que sea su propio mentor,

que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna.

Ya está. Erijamos una estatua al asesino.

 

 

POEMA INVADIDO POR ROMANOS

 

Los romanos eran maliciosos.

 

Llenaron Europa de ruinas

confabulados con el tiempo.

 

Les interesaba el futuro,

las huellas más que las pisadas.

 

Los romanos, Casandra, eran mañosos.

 

No fraguaron el Acueducto de Segovia

como un ducto de agua y de luz.

Lo pensaron como vestigio,

como un absorto pasado.

 

Sembraron de edificios roñosos Europa,

de estatuas acéfalas

engullidas por la gloria de Roma.

 

No hicieron el Coliseo

para que los tigres devoraran

a su antojo a los cristianos,

tan poco apetecibles,

ni para ver ensartadas

como entremeses del infierno

a las huestes de Espartaco.

 

Pensaron su ruina, una ruina proporcional

a la sombra mordida del sol que agoniza.

 

Mi amigo Dino Campana

pudo haber saltado a la yugular

de uno de sus dioses de mármol.

 

Los romanos dan mucho en qué pensar.

 

Por ejemplo,

en un caballo de bronce

de la Piazza Bianca.

al momento de restaurarlo,

al asomarse a su boca abierta,

encontraron en el vientre

esqueletos de palomas.

 

Como tu amor,

que se vuelve ruina

mientras más lo construyo.

 

El tiempo es romano

 

 

Juan Manuel Roca nació en Medellín, Colombia, en (1946). Es poeta ensayista y periodista cultural. Algunas de sus obras son Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, (1976), Los ladrones nocturnos (1977), Cartas desde el sueño (1978), Fabulario real (1980), Ciudadanos de la noche (1989), Pavana con el diablo (1990), Monólogos (1994), Memoria de encuentros y La farmacia del ángel (1995). Su obra en prosa se reunió en (1994) bajo el título Prosa reunida. En colaboración con artistas colombianos ha publicado: Mester de caballería, con Augusto Rendón (1979), El pianista del país de las aguas, con Patricia Duran, Cartas desde el sueño, con Darío Villegas, Tríptico de Comala, con Antonio Samudio y Del lunario circense, con Fabián Rendón. Entre los muchos galardones que ha recibido figuran el Premio de la Cámara Colombiana del Libro (1992) y el Premio de Periodismo Simón Bolívar (1993). En (1997) publicó Antología de poesía amorosa y en (2001) la antología Los cinco entierros de Pessoa.  .En (1997) recibió el doctorado honoris causa en literatura, otorgado por la Universidad del Valle. Ha obtenido el segundo Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, en (1975). El Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en (1979). El Premio Mejor Comentarista de Libros Cámara Colombiana del Libro, en (1992). El Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en (1993). El Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia, (2000) y el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura, (2004). Algunos de sus libros de poemas publicados: Memoria del agua (1973) ; Luna de ciegos (1975) ; Ciudadano de la noche (1989) ; La farmacia del ángel (1995) y Las hipótesis de Nadie (2005). En narrativa: Las plagas secretas y otros cuentos (2001) ; Esa maldita costumbre de morir novela, (2003) . Libros de ensayos: Museo de encuentros (1995) y Cartógrafa memoria (2003). Entre las antologías de su poesía se destacan Luna de ciegos Ed. Joaquín Mortiz, México, (1994), Los cinco entierros de Pessoa Ed. Igitur, España, (2001) y Cantar de lejanía Fondo de Cultura Económica, Bogotá, (2005.  Premio de Poesía Casa de América en 2009 por su libro Biblia de Pobres. 

 



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