Si mi memoria no tropieza, el primer libro que leí de Pascal Quignard fue en el año 2011. Mi recuerdo de esa lectura es una sensación. A pesar de la dificultad intelectual que representaba para un lector semiletrado como yo, que se acercaba por primera vez a este autor, en La barca silenciosa percibí una profunda corriente poética que recorre esas páginas. Este libro, sexto volumen de Dernier Royaume, aún inacabado (el título más reciente es L´Enfant d´Ingolstadt, 2018, vol. X), fue la puerta apenas entreabierta para acceder a la que considero una de las obras más importantes de este siglo. La grandeza de un escritor se mide por crear un lenguaje dentro de los límites de su propia lengua y con los recursos lingüísticos que ésta le proporciona. El lector que frecuenta a esta clase de escritores debe acostumbrarse, si es persistente y disciplinado, a ese lenguaje porque al final ese lenguaje impregna su ser y de algún modo lo transforma, sea o no consciente de ello. Hoy estoy seguro de afirmar lo siguiente: aquella primera y ya lejana lectura también me condujo al encuentro con Ouallet, quien ha estudiado y discutido a Quignard. Dicho de otro modo: mis lecturas en español de Pascal Quignard me permitieron el diálogo, ahora en francés, con el poeta Yves Ouallet.
La pensée errante (Phloème, 2019) es el libro más personal de Yves Ouallet, quiero decir el más creativo y el más libre. Está concebido como una convergencia de géneros: poemas, ensayo, cursos de un seminario, diario de viajes, cuaderno de notas. Ouallet utiliza el verbo errar en su etimología primera, errar quiere decir viajar y no equivocarse de camino. Esta idea ha llevado a Yves Ouallet a buscar las raíces de su pensamiento no sólo en la tradición francesa sino en las más antiguas y alejadas culturas: Grecia, Roma, Turquía, Irán, Japón, China, India. Pese a este interés genuino, en la visión del mundo de Yves Ouallet echo de menos la ausencia de las antiguas civilizaciones precortesianas, porque sin duda todo ese conjunto de mitos, ideas, imágenes, símbolos y ritos que conforman lo que fue la civilización Mesoamérica constituye un capitulo esencial en la historia espiritual del ser humano. La pregunta final de Heráclito es la pregunta que todos, en algún momento de nuestra vida, nos debemos hacer: “¿Qué camino tomarás?”. A esta interrogante, Yves Ouallet responde con la errancia, es decir la falta de caminos trazados o mejor dicho, todos los caminos por abrir.
El estilo fragmentario del libro es el que corresponde a esa errancia del pensamiento. Dicho de otro modo, en La pensée errante el fondo encuentra su forma natural en el fragmento, en lugar de construir el autor atomiza, hace estallar el pensamiento. Pero esa misma forma hace que Yves Ouallet pase por alto algunas intuiciones poéticas en las que habría valido la pena detenerse, profundizarlas y confrontarlas. Por ejemplo, la relación que encuentra entre los olores y la fotografía como metáforas de la memoria y el dolor. En la escritura la rapidez es enemiga de la reflexión. Ante la dispersión del mundo y su imagen esfumada, el fragmento ha asumido por completo la forma apropiada de la creación y la reflexión. No es casual que dos libros, cuya argumentación se sustenta en el pensamiento fragmentario, hayan sido publicados el mismo año, 1967: La société du spectacle y Corriente alterna. Sin embargo, el fragmento no es una manifestación formal exclusiva de nuestra época; el fragmento es un género creado por el tiempo, a veces en colaboración con el hombre. Hasta nosotros han llegado, como restos de un gran aerolito, las tablillas del Gilgamesh, la voz milenaria y actual del Tao Te Ching, algunos escasos párrafos de Heráclito, las meditaciones de Marco Aurelio y, por hablar solo de la cultura francesa, los pensamientos de Pascal y las máximas de La Rochefoucauld. Podría seguir con los ejemplos pero me bastará con decir que dos de los escritores más importantes de nuestro presente, el poeta Hugo Mujica y el novelista Pascal Quignard, han hecho del pensamiento fragmentario su estilo y su visión de la realidad.
Al nomadismo posmoderno teorizado por Michel Maffesoli, Yves Ouallet opone la errancia en el tiempo y en el espacio. La errancia es una decisión personal; el nomadismo, una situación mundial. El ser errante es el que errando abre caminos, no para llegar sino para mantenerlos abiertos; el nómada viaja con un sentido de orientación más o menos claro; el errante cambia de época como cambia de lengua; el nómada no se pregunta dónde está porque el mundo para él se ha vuelto uniforme; el errante defiende su espíritu y se siente uno con el Todo; el nómada pierde su individualismo dentro de la amorfa sociedad desalmada; perplejidad y asombro son los signos que guían los pasos del errante; la simpleza y la falta de relieves son las notas del nómada. Para Yves Ouallet, la rotación de la Tierra y la errancia del hombre son una errancia común, solitaria. Ouallet lo dice de forma muy bella en uno de sus poemas:
Basta cerrar los ojos
para sentir que la tierra gira
Basta caminar para comprender
que la Tierra es redonda
Se necesita abrir bien la mirada
para abarcarlo todo
ofrecer el oído
enlazar todos los ruidos
atravesar el silencio
para escuchar
la música de fondo del universo
El acto de caminar está ligado, en Ouallet, al acto de pensar: “Caminar es para mí el acto más importante. Un reaprendizaje del acto de pensar”. En este sentido, y sin proponérselo, Ouallet recorre el sendero descubierto por el Rousseau de las Rêveries y continuado enseguida por Senancour. La errancia exterior termina, o mejor dicho comienza en el encuentro interior con uno mismo, con ese oculto centro vital del que debemos reapropiarnos, ese núcleo en el que se concentran todos los poderes de que fue dotado el hombre y que no debemos entregar a ninguna ideología o condicionamiento social exterior. El origen, la fuente primera, el más allá intemporal o espacial no está del otro lado del río, lejos, sino aquí y ahora. Penetrar el presente es para Ouallet uno de los enigmas esenciales de este siglo. Lo que incomoda de su estilo es cuando habla como un moralista o un profeta. Por suerte esta actitud dura apenas unos renglones y el poeta Yves Ouallet termina por imponerse, aunque nos diga “je ne suis pas poète, je parle poétiquement; je ne suis pas philosophe, j´essaie de vivre philosophiquement”.
La pensée errante cierra con el capítulo “Journal d´Inde”. Todo lo visto, sentido, olido, gustado, escuchado, conversado, padecido y pensado por Ouallet durante su más reciente viaje a aquel país (ha viajado tantas veces) está en esas páginas. Si el lector es sensible no olvidará al enfermo de lepra que el escritor tiene al lado, en un destartalado autobús, al Sadú con sandalias de madera o al joven mutilado de la estación de trenes. Mirada empática, visión compasiva. Y si el lector también tiende hacia lo intelectual, se detendrá a reflexionar en las relaciones que Ouallet encuentra entre la India y la China, por lo demás muchas veces estudiadas por otros autores. Yves Ouallet no vacila al afirmar: “La India no puede ser dicha”. Es el mismo sentimiento de Octavio Paz confesado a Tomás Segovia en una de sus cartas.
Ouallet ha publicado Temps et Fiction, La vie et l´écriture I, II y III, el Petit traité des émotions. Actualmente trabaja en su siguiente libro, el Grand Traité des Cordes. En la vida y en la obra de Yves Ouallet conviven la poesía, la filosofía, el misticismo, la ciencia y la música. Hay algo griego y oriental en él. Hoy puede dar su seminario delante de sus alumnos en el jardín de la Facultad y mañana en algún acantilado de las playas de Normandía. Felizmente, Ouallet no se toma en serio como muchos pensadores franceses contemporáneos, que tienen por oficio público anunciar el Apocalipsis, y es un poeta que, como Han Shan o Ryokan, sabe sonreír y acepta la joie como parte de la creación. La creación, para Yves Ouallet, es una afirmación a la vida. Así nos lo dice la tierra todos los años cada vez que se regenera y vuelve a nacer. Así lo ve Yves Ouallet:
Nieve de primavera
Los últimos copos se funden en el aire
Los primeros pétalos de los cerezos rozan la tierra
Audomaro Hidalgo nació en Villahermosa, Tabasco, en 1983. Es poeta, ensayista y traductor mexicano. Ha publicado El fuego de las noches (2012). Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina, así como una maestría en Letras en la Universidad du Havre, en Francia, país en donde reside desde hace tres años. Poemas suyos han sido publicados al inglés y al francés.