26 Abr 2024

11. POESÍA ESPAÑOLA. JULIA UCEDA

-14 Nov 2020

 

RESPUESTA A LAS BRUJAS

 

Comadres de mi pueblo,

brujas de cara, nidos de susurros,

echad agua bendita

en mi almohada. Sueño

que cada hueso mío reverdece

y se pone derecho y en su sitio

-con los ojos muy bien abiertos sueño,

oscuras brujas mías-,

junto a otro cuerpo que me da sentido,

y que algo como un soplo

-Dios no se enfada, brujas,

pero rezad por mí; por tanta dicha,

me sube de los pies a la cabeza

quebrando mi cintura

en un nudo de llanto que no es llanto.

Hay algo que se para en no sé dónde,

tal vez en un paisaje

de quietos horizontes, y unos ojos

en silencio me miran.

Y es de dos todo el mundo.

Y esta naranja donde nos morimos

se sabrá someter a nuestra espalda.

 

Sonoras brujas mías,

alas negras en torno de los cielos,

piernas, labios de niños

rugen en vuestras venas.

Yo rezaré un responso por vosotras

-me contempláis en grupos de cadáveres

Y os santiguáis…-.Mantengo

algo de la raíz y de la espuma,

de la nave y el viento que os reúne,

como a viejos papeles, en el polvo

de esquinas sin sentido.

Vuestro diablo está por los estómagos.

Yo me miro en el agua de unos ojos

y me mido en un brazo

que me señala siempre hacia la vida.

 

 

A EDITH PIAF

 

Te han condenado.

Una oración,

como limosna insuficiente,

ha caído

sobre la tapa de tu féretro.

Te han condenado, Edith,

por no querer ser

la excepción que confirma

la regla. Porque

querías,

tú, gorrión

de la calle, ser

la regla. Porque

intentabas salirte de la calle.

Te han condenado como

si Dios no fuese amor. El dedo

ejemplar

-una uña sucia, como

si lo viera- se alzó

sobre tu frente

y mostró al mundo

que sólo esa limosna- por sí acaso...-

merecías.

 

De nuevo a la intemperie.

Esta vez " a la calle"

te han dicho.

A la calle amarilla

de los muertos, sin Senas,

sin flores, sin guitarras.

 

Pero tú, Edith, sonreirás.

Tuviste ya tu infierno

al borde de la cuna: sabes

lo que un niño criado con alcohol.

Edith, mystère Piaf, rezabas

no al morir, al cantar;

y sin saber por qué,

por quién acaso. Ahora

es cuando cantas en la inmensa calle

de Dios, alegremente,

Edith, mystére Piaf.

 

 

RAÍCES

 

Si ya soy una vela estremecida

colmada por tu viento. Si has llegado

al último escalón. Si me has tomado

por la raíz más honda y más henchida.

 

Si yo soy ya tu colmo y tu medida

y estás dentro de mí, secreto, hallado.

Si ya sobre la frente me has soplado

para hacerme vivir, ciega y ardida,

 

antes de irte rompe mis raíces.

Quiero que las arranques, que las trices

al alba con tu mano firme y fuerte.

 

De no hincarse en tu tierra poderosa

no quiere mi raíz ninguna cosa

si no es andar hacia la muerte.

 

 

SECRETO

 

No pesa. No se toca, no se mueve. Nacido

del hueco, del silencio: un hoyo grave,

un monte, un abandono.

¿Se querían?

Silencio.

Vuelan hacia el oeste

lejanos se querían.

Vuelan con llanto y miedo,

con frío y desventaja.

Los labios, despoblados de verbos en desuso,

la palabra, en harapos que los aires esparcen.

No responden las sombras ni los días plegados.

No contesta el espejo ni el almario vacío.

La razón de los pasos se ha borrado en el aire.

 

 

DECÍA HIELO

 

¿Qué dijo?

¿Qué decía? Palabras, eso sí,

palabras eran, pero ¿qué palabras?

Caían sobre una mesa. Y había luz.

Una luz muy oscura.

Ahora las manos se agrietaron

buscando los sonidos, revolviendo

agujeros, bolsillos falsos, nidos

abandonados, hojitas de musgo

y hojas secas: todo lo quieto. Sacude

los recursos para encubrir, por si cayeran,

las palabras, al suelo, con un sonido comprensible.

 

                                                        Pregunta

a los árboles del más allá, de vez en cuando,

si se acuerda, al llanto de los helechos y a la nuez

en que la luz, copo de fe, se encierra.

                                                               Porque asegura

que las oyó y eran como rastrojos, nudos

de alambre, manzanas podridas y un rostro

volcando todo eso, echando todo eso, tan frío,

en la nuca inocente. Y helaba la dulzura.

¿Dónde se han escondido? ¿Desde dónde

la miran, las palabras, agazapadas, riéndose

de que no las encuentre, tan torpe?

Que se muera buscándolas, dirán.

Tal vez al otro lado...

 

 

PORTAS FAXEIRAS

 

Perdida en un café de esta ciudad de niebla

y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde

oí, respondo a esa canción, a ese olvidado

lugar, que no envolvieron, respondo, no,

que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré

quienes fueron llegando por la senda

de los últimos pasos: sembrador de ceniza,

pasó primero el tiempo: la ciudad de la nieve,

la del helecho ensangrentado, la de la piedra temblorosa.

(Una bombilla

cuelga de su cordón. Nunca

vestida,

es siempre la señal para salir.)

      

Vinieron los anuncios, las voces divergentes,

más pares de zapatos cada año,

más blusas, más abrigos: la montaña

difusa que me hizo y destruí.

Dejé mi taza a un lado,

mis sombras, mis cepillos, todo eso

que se fue amontonando a mis espaldas

y quedarme en la luz bajo la luz

-esa que cuelga del cordón desnudo-,

del sitio en que no cae la ceniza

y se reparte

lo igual, que luego iría a repetirse

y a ser gemelo en todos los reflejos:

cajas y cajas con lo mismo, dentro

una de otra hasta el color menudo

que no se puede abrir y queda en montoncito

sin misterio, del lado en que no cae ni se vierte

el agua. Besa el arco

bilabial del cristal y su sonido

lo mismo que la lluvia besa el borde

y el liquen de estas piedras en que ahora

los que vienen de paso...

Sobre estas piedras que rezuman agua,

en estos campos que rezuman

agua: agua que de ellos viene

y sube al agua

del cielo en el que el agua llueve.

Dejé mi taza a un lado:

de la casa los sitios que no usé

-sillas, ángulos, huecos

vertidos a la luz, a la ondulada

mansedumbre del verde y su cautela;

piedad de las esquinas, ausencia de los pasos

que nunca di por el paciente suelo.

La casa y su silencio con el sol de otra parte

rasgando esta penumbra; los dragones

dormidos en los signos de las páginas;

la ausencia de los ojos

que el tiempo ha desprendido de las cosas, vigilia

serena de la luna en el cristal. La casa

y su lenta ascensión- vienen en ahora,

con las blusas que fui y sus roces pretéritos

que no envolvieron, no, respondo ahora,

las sombras, sino el tiempo

y su lento capullo de certeza.

Sí, rezuman agua

las ventanas de mis dedos.

 

 

SEMANAS

 

Cuántos lunes y martes

en el polvo, detrás, por los caminos.

Serían diferentes entre sí, pero todos

parecían el mismo.

Busco las sillas, las ventanas, los lechos

de la fiebre o el llanto, del diente dolorido,

a esos lunes o martes, y ya todos

están fuera de sitio.

Forman montón de cosas, horas,

piedras, palabras, lápices, destinos,

pero fueron cruzando la puerta de hacia adentro

con mucho frío.

A veces los despierta una canción

antigua, una esquina, un amigo,

y me hace gracia de que todos entonces

me parezcan domingos.

 

 

EL TIEMPO ME RECUERDA

 

Recordar no es siempre regresar a lo que ha sido.

En la memoria hay algas que arrastran extrañas maravillas;

objetos que no nos pertenecen o que nunca flotaron.

La luz que recorre los abismos

ilumina años anteriores a mí, que no he vivido

pero recuerdo como ocurrido ayer.

Hacia mil novecientos

paseé por un parque que está en París -estaba-

envuelto por la bruma.

Mi traje tenía el mismo color de la niebla.

La luz era la misma de hoy

-setenta años después-

cuando la breve tormenta ha pasado

y a través de los cristales veo pasar la gente,

desde esta ventana tan cerca de las nubes.

En mis ojos parece llover

un tiempo que no es mío.

 

 

HABLO DE LA INFANCIA

 

Escalera crujiente,

trozo de bosque organizado

por el que ir hasta la cumbre

de aquel desván lleno de sueños,

pájaros silenciosos

que viajan sin ruido.

Sobre ti estaba el premio

cubierto por el polvo

y lo muerto vivía

para mí, en mis ensueños.

Hogar sin sótanos,

todo aquello era hermoso

porque estaba creando su recuerdo;

viviéndote, sentía

que de algún modo ya te recordaba.

Y siempre que te acercas

entre la niebla, oigo

cómo se queja suavemente,

enmohecido por las lluvias,

el pesado cerrojo de una verja.

La del jardín acaso.

 

 

MARGARITA

 

A un muchacho que murió en primavera

 

Yo no te conocí,

pero te ofrezco, sobre tu tumba abierta en primavera,

este pequeño sol para tus huesos.

Yo no te conocí. Oí tu nombre

cuando la luz del surtidor te dejaba quebrándose

y morían en tu oído, como cirios, las últimas palabras,

cuando rompías el hilo que te unía a nosotros

y escuchabas las flautas extrañas de la muerte.

Los lirios te buscaban la boca palpitante,

inmóvil te inundaba el sudor de la lucha,

tu cuerpo se quedaba parado en los relojes

y caían tus párpados sin querer mirar nada.

Los años te brillaban como auroras la tarde de la huida

y una mano apretaba tu corazón de niño

donde no tuvo tiempo de entrar una muchacha;

esa mano de hielo, en un giro fantástico,

como un robo inaudito desgajó tus raíces

y te lanzó a lo eterno, completamente solo.

-Arlequín en la danza sacramental del tiempo-.

Nada se había movido: aún estaba

con el último gesto que hiciste sin saberlo.

Ahora ya estás dormido en brazos de la tierra,

ante la primavera calzada de amapolas.

Yo no te conocí,

pero tu lecho abierto en primavera tendrá una margarita

porque todos ignoran que bajo el sol descansas,

que veintitantos años se han quebrado en tu frente

y que una niña mira tus balcones vacíos;

sobre tu lecho mullido en primavera habrá una margarita

porque todos dejaron a un lado tu recuerdo;

porque la calle gritaba como siempre esta mañana

y la gente reía sobre tus huesos rotos.

 

 

CARTA

 

La página inundada de silencio.

¿La entiende alguien?       

 

Escribiría: "Oigo

voces de muchos pájaros", o

"Se murió en el olvido", pero       

¿lo entiende alguien?

 

Hábito de silencio,

de voces fragmentadas.       

 

No, probablemente:

mejor ¿informaciones puntuales?,

que se dice.       

 

Y la firma, sin fecha.

 

El resto del papel, meditando en silencio,       

recorrido por la pluma sin tinta,

por la voz de una muda,

se dejará mirar.       

 

Quizá se entienda.

 

Julia Uceda Valiente nació en Sevilla, España, el 22 de octubre de 1925. Se licenció y doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense. Fue profesora en la Ejerce en la Universidad de Cádiz hasta 1965, cuando se trasladó a Estados Unidos para trabajar en la Universidad Estatal de Míchigan, desde 1973 a 1976 vivió en Irlanda y retornó a España en 1976. Ha sido nombrada hija adoptiva de la ciudad de Ferrol e hija predilecta de Andalucía en 2005. Es miembro de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras y de la Asociación Internacional de Hispanistas. Su obra ha sido reconocida con numerosos premios, entre los que destacan el Premio de Crítica de Poesía Castellana (2006), el Premio Nacional de Poesía de España (2003), y obtuvo un accésit del Premio Adonais de poesía con el poemario Extraña juventud. En el viento, hacia el mar es la antología de sus obras completas. En el año 2019, gana el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca en su XVI Versión.

 



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