PRIMERA CEREMONIA
primaverizo yaces,
deleital y ternúrico,
y nadie es como tú, cervatillo matutinal,
silvestrecido y leve.
Aparentas dormir
y una sonrisa esplende tus pupilas;
quedo sin mí.
Tú veranideces,
cuando mis manos desdoblan su pobreza
y tocan tus cabellos dóciles, como el agua
y me tiendo a tu lado.
Desnudo te descubres; desnudo estoy allí;
suspenso, trémulo,
desamparado como la noche del misérrimo;
ayuno y mórbido:
qué puedo hacer, enceguecido y mudo,
atado de estupor,
maravillado?
mantienes tu mirada fresca y feroz,
sedienta de antemano;
resplandeciendo en la devoradora oscuridad:
tu sexo,
húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,
con el recuerdo herido todavía
de la primera masturbación y el receloso orgasmo,
y tus labios suntuosos
temblando un hálito que ya no necesita
el niño aquel que eras,
y tu cuello miro que pulsa las cuerdas
del corazón, no sé si el tuyo, el mío,
y ninguna palabra pronunciamos,
ninguna a mi favor;
no hay gracia para mí.
Deja que diga no tu pecho núbil,
duro lugar de la salud,
marejada que nadie detendrá,
retén su amor, su odio;
tu modo de ser tú casi me lame,
calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;
me viene encima tu sazón,
la rotación novicia de tu ombligo,
tu almíbar de estar hecho
veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;
tiendo una mano: existes;
tus muslos, golpe a golpe, se separan,
se encuentran, se encajan, se unifican,
se hace una brecha ardiente en el revuelo
de la sábana;
no hay piedad para mí.
Tus dientes caen, degüellan,
rindo el sentido.
Tómame.
deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,
enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,
violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,
miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,
precipítate, aúlla.
De pronto, tú, el relámpago,
abierto, florecido, restallante,
arriba, abajo, encima, dónde?,
hiendes la oscuridad,
y adentro:
llueves.
CUERPO DEL DELEITE
si de nuevo pudiera
como si nada o nadie hubiese de amar más;
si me fuera otorgado un solo instante,
ahora que no estás, sino un espacio helado;
si se me concediera:
yo volvería a ti, sí, volvería,
suplicando tus dedos finos
como el primer día de las espigas,
rogándote beber
tu dulce y dura flor,
pidiéndote
aquel que fue contigo tu soldado de plomo,
tu primera mujer,
tu barco de papel,
tu cama;
ah, sí que volvería a tus jugos profundos
que fueron en mis labios la canción;
a tu alegría ociosa
de la que todavía haces ausencia;
a tu esbelta hermosura
que no me pertenece sino la cruz sin nadie;
a tus ojos navales
donde partí y no estoy;
yo volvería a ti,
junto a tu sombra,
sombra de ti, perdido.
pero no tengo, no, ya nunca,
tus palabras de mocedad,
tu breve piel trigueña
donde me puse a arar y me sembré
como una almendra atroz,
puesta en ti,
condenada a nacer y manar de tu costado;
pero no tengo, no, ya nunca,
riesgo mío,
la turbadora cercanía de tu mirada,
no tengo ya tu cuerpo, su labranza,
su cuenco de rocío, su quejumbre,
su equilibrado ruiseñor, su oleaje,
su tersura de orquídea entre mis labios,
no, ya nunca, nunca más.
yo llevé a tu cintura la turbia compañía,
yo acerqué a tu cadera
un acedo calor de lenocinio;
yo puse mis colmillos de solapado roedor
a morder tu amistad;
yo fui el mono borracho, tu asesino,
el corsario de tu pureza,
tu verdugo, todo, todo,
y volvería a hacerlo.
sólo
por volver
a mirarte.
REINCIDENCIA
dejó sus cabras el zagal y vino.
qué resplandor de vástago sonoro,
qué sabia oscuridad sus ojos mansos,
qué ligera y morena su estatura,
qué galanura enhiesta y turbadora,
qué esbelta desnudez túrgida y sola,
qué tamboril de niño sus pisadas.
dejó sus cabras el zagal y vino…
ah libertad amada dije
éste es mi cuerpo: laberinto, avena,
maduro grano que arderá en tus dientes,
esquila, choza, baladora oveja,
tecórbito y aceite, paja y lumbre;
baja a llamarme, a reprenderme, a herirme,
a serenar turbadas hendiduras;
baja, pupila de avellana, baja
rústico centelleo, ráfaga de rocío,
colibrí de ardimentos,
soy también tu ganado, ven, congrégame,
descíñete, descúbreme
asido a tu cintura, dulce ramo,
caramillo de azahares en mi boca.
y ante mis ojos,
como un tañido de frescura,
triunfal y apasionado desconcierto,
emergió de sus piernas trascendiendo
hacia todos mis dedos como galgos,
liebre espejeante, mórbida espesura,
la suntuosa epidermis respirando,
temblando, endureciéndose
en la gallarda péndola,
el orgulloso, endurecido bronce,
de su intocada parte de varón;
estallido, mordisco, ávida lengua, indómito pistilo,
dulzorosa penetración, pródigo arquero, novilúnido semen,
plenamar de su espasmo,
de su primer licor, abeja de oro,
se me quedó en el pecho, pecho a tierra,
un gemido de manso entre los árboles.
Luego estuvimos mucho tiempo mudos,
vencedores vencidos,
acribillados, cómplices sobre las pajas ásperas,
él junto a mí, sonando todavía,
y yo, mi cara sobre sus genitales de salvaje pureza.
Recordé que se olvida.
Que no se dijo nada más.
Dejó sus cabras el zagal y vino.
Qué blanco, qué copioso y dul
ce
vino.
DESAZÓN
Cuando ya hube roído pan familiar
untado de abstinencia,
y hube bebido agua de fosa séptica
donde orinan las bestias;
y robado a hurtadillas
tortilla y sal y huesos
de las cenadurías;
y caminado a pie calles y calles,
sin nómina,
levantando colillas de cigarros;
y hubime detenido en los destazaderos,
ladrando como perro sin dueño,
suelo al cielo, mirando a los abastecidos.
Cuando ya hube sentido
en pleno vientre el hueco
resquebrajado y yermo
del hontanar vacío,
y metido las manos a los bolsillos locos
y, aun así, levantando la frágil ayunanza
del alma en claro,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste, y espero.
Cuando ya hube saboreado
sexo y carne y entraña,
y vendido mi cuerpo en los subastaderos,
cuando hube paladeado
boca, lengua y pistilo,
y comprado el amor entre vendimiadores,
cuando hube devorado
ave y pez y rizoma
y cuadrúpedo y hoja
y sentado a la mesa alba y sofisticada
y dormido en recámara amurallada de oro,
y gustado y tactado y haber visto y oído,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y camino.
Cuando ya hube salido
de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,
confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,
elíxires, destierros, desprestigios, miseria,
extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y acato.
Por eso, ahora lejos
de lo que fue mi casa,
mi solar por treinta años,
mi heredad amantísima,
mis palomas, mis libros,
mis árboles, mi niño,
mis perras, mis volcanes,
mis quehaceres, la chofi,
sólo escribo a pesares:
Dios me asiste.
Y confío.
Y de repente, el Sida.
¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja
ya de sí moridero y desamores,
en esta costra antigua
a diario levantada y revivida,
en esta pobre hombruna
de suyo empobrecida y extenuada
por la raza baldía? Sida.
Qué palabra tan honda
que encoge el corazón
y nos lo aprieta.
Afuera, al sol,
juguetean los niños,
agrio viento,
con un barco menudo
en mar revuelto.
DUELO
Vengo a estarme de luto por aquellos
que han muerto a desabasto,
por los que rútilos o famélicos,
procurando saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa;
eran flores de arena, papirolas,
artificios de bubble gum, almas de azogue,
veletas de discotheque, aleteos, dispendio,
pero eran también un alma, una palabra,
un esqueleto de pan y sal,
con rincones amables
como el tuyo o el mío, compañero,
un pensamiento hermoso o ruin,
mas cosa como nosotros,
hechos un haz de sangre todavía
entre el verdor y el agua de la vida.
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles,
herrados, engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
Ah, caravana de las carcajadas,
carne desamparada de la arcaica matanza,
paredón de la pública befa,
arrimaditos, amontonaditos
en el muro del asco.
Vengo a estarme de luto
porque puedo.
Porque si no lo digo
yo
poeta de mi hora y de mi tiempo,
se me vendría abajo el alma, de vergüenza,
por haberme callado.
Qué natalicio nuevo de la ausencia,
qué grave el día,
qué turbio el sol
apenitas ayer abeja de oro,
qué viento de crueldad este domingo,
qué pena.
Pero está bien;
en este mundo todo está bien:
el hambre, la sequía, las moscas,
el appartheid, la guerra santa, el Sida,
mientras no se nos toque a Él;
Ese no cuenta,
simplemente está Allá,
loco de risa,
próspero de la muerte,
agusto.
POEMITA
a trago y trago de recuerdos
voy, muertoandando, el corazón,
el vino,
el duelo,
la ácida noche,
la hermandad oculta;
no siempre me contengo;
si pregunto por nadie llamo a todos;
salgo a pasear mi lividez,
mis ojos miserables,
mi tullida soberbia,
mi resplandor perdido.
pero es mentira que esté yo aquí;
eres tú este terror
y estoy a oscuras…
opresor.
niño de tibias maquinaciones,
oficiante de la perturbación,
petálico,
rincón más claro,
ahora que no estás:
desnudémonos.
húndete.
Abigael Bohórquez nació en Caborca, Sonora, el 12 de marzo de 1936. Desde niño mostró inquietud por la escritura, incitado por Esther Soto, su maestra de primaria. Después de concluir sus estudios de secundaria, se trasladó, junto con su madre, Sofía Bojórquez García, a San Luis Río Colorado, donde se graduó como secretario taquimecanógrafo en la Academia Pitman; estudió inglés y obtuvo un diplomado, por correspondencia, en dibujo comercial y publicitario en el Instituto de Arte de la Habana, Cuba. Su formación le permitió integrarse al mundo editorial a través de Azul, una revista local de literatura; además publicó poesía, por primera vez, en el diario La Voz de San Luis.
En 1954 se mudó a la ciudad de México y emprendió nuevos estudios en el Instituto Cinematográfico de Radio y Televisión de la Asociación Nacional de Actores (ANDA). De 1958 a 1962, realizó varios viajes a Sonora para trabajar en XECB, radio de San Luis Río Colorado, y en la Universidad de Sonora. En 1962 regresó a la ciudad de México y se instaló, de nueva cuenta, para quedarse 28 años ininterrumpidos. Hasta 1965 trabajó en el Departamento de Difusión del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y dirigió Éstos, revista literaria de poco alcance que patrocinaban Carlos Pellicer, Sergio Magaña y Leopoldo Estrada.
De 1965 a 1970 fue jefe del Departamento de Literatura y Ediciones del Organismo de Promoción Internacional de Cultura (OPIC) de la Secretaría de Relaciones Exteriores; al desaparecer tal organismo, en 1970, por el cambio de administración presidencial con la llegada de Luis Echeverría, Bohórquez llegó a Milpa Alta para cubrir su nuevo cargo como asesor de las actividades artísticas de la Jefatura de Prestaciones Sociales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
En 1975 se mudó a Chalco, Estado de México, y permaneció ahí hasta 1990, tiempo en que fungió como profesor de declamación y arte dramático en el Centro de Seguridad Social del IMSS. En este periodo, de 1970 a 1990, escribió gran parte de su obra poética y logró llamar la atención de la Universidad de Sonora, interesada en publicar parte de su producción literaria.
Al volver al norte, perdió su plaza del IMSS y se vio afectado por una crisis económica. En 1995, después de un homenaje que le realizaron en la Universidad de Sonora y a punto de recibir una beca vitalicia por el Estado, murió de un infarto el 28 de noviembre.