22 Nov 2024

135. POESÍA MEXICANA. EDUARDO LANGAGNE

-09 Ene 2021
Poesía

 

CELEBRACIÓN POR EL TIEMPO FELIZ DE SIDNEY WEST

 

para Juan Gelman

 

Un día de sol con mucha luz

iluminado el aire que Eduardo respiraba

claro inmenso el espacio

aire libre de esos veinte años

Para ser más luminosamente exacto

ese día de sol

Eduardo tuvo entre las manos

los poemas de Sidney

los poemas de West entre las manos

mismas que acariciaban una hija

que Eduardo tuvo en esos esplendentes años

cuando venía una tristeza acaso

o dos a lo sumo cada mes

solo eso

y fulgurante sol metía el entrecejo

en el libro de Sidney del amigo Sidney

y las manos que pasaban dulcemente

sus palmas por la nuca de la hija

sostenían el Sidney

y los dedos que podían entretejerse en los cabellos de la hija

pasaban las páginas del West una por una

siguiendo con los ojos los lamentos las muertes

mientras la hija feliz y muy pequeña lucía radiante en el jardín corriendo tras los soles de

ese día

todas las hijas

los hijos

niños

niñas del universo

tengan los Soles

todos los días

totales

tengan la luz

y Eduardo repetía las voces del Sidney las de West

de Juan del Sur

de Juan de oriente

del Gelman de todos los puntos cardinales

y ese libro se quedó en una casa

cerrada para siempre a Sidney West a Eduardo

con la hija sin soles sin soles sin soles

Hacia los veintisiete Eduardo caminó

las calles de Madrid

y en un lugar exacto llamado

Fernando VI número 17

compró una obra poética de Juan

la librería Antonio Machado iba soñando caminos y Eduardo entonces habló suavemente

con Sidney

y lamentó lamentablemente alguna ausencia pero sonriente

porque es exacta la palabra porque es exacta

y en la puerta del Museo Del Prado

luego de ver el perro semihundido en la arena de Francisco de Goya lloró por los

muchachos que no estarían ya nunca

por la hija sin los soles que él le procuraba

y junto a Don West Don Sidney el compadre Sid

aguantó varias cañas y coñacs y aullidos

en la noche ya fría de Francisco Quevedo

Ya los treinta venían con un pie en el estribo

y la hija no estaba

pero Sidney el viejo el amistoso

contemplaba los cielos subir hacia los hombres

y estrechar los abrazos

Ahora corren los perros persiguiendo las risas de los niños

y Sidney West impávido como el Zenzontle de Ramón López Velarde

repite sus músicas

Nacen los niños crecen como ramas de un poderoso y líquido ahuehuete

y el abuelo Sidney el abuelo que vino del oeste

cabalga en su neblina para cruzar los humos avanzar entre el polvo y detenerse al claro

porque cuando aparece el viejo Sidney viene el joven West

irrumpen los hijos

los niños con sus soles

y la hija que vendrá

que volverá con su calor entero

y nuevamente vienen los rigores del tiempo

pero la luz la luz la luz

y este compadre Sidney este compadre West

y el Juan que compuso melodías con la muerte

y el Juan que detuvo a la muerte por los hombros

y este Gelman que nos da sus palabras sus soles

su compañero Sidney su compañero West

sus niños

numerosas edades en una sola mano

las manos que acarician el tiempo con ternura

y Sidney West de nuevo cantando con nosotros

tal vez una tristeza o dos ya en el extremo

pero vivo vivísimo

en voces numerosas de todos los pájaros que supo inventar

Vuelen gorriones pobres y desnudos

palomas y zenzontles lleven a Sidney al aire refulgente

al cielo clarísimo que existe más arriba del humo y de las nubes

al espacio de más alto

al universo y al cielo más alto del más alto universo

lleven a Sidney West para que cante.

 

 

COPLAS PARA RAFAEL ALBERTI

 

(a la manera de Juan Panadero)

 

Alberti, cuánto has tardado:

Te demoraste una vida

En regresar a lo amado.

Eres marinero en tierra, Que viajaste con el viento

Empujado por la guerra.

Con el corazón exploras,

Porque aún en el exilio

Está abierto a todas horas.

También canta el ángel mudo:

Buenos o desengañados,

¿Los ángeles son escudo?

La juventud pasa pronto

Y lo que el poeta ha visto

¿Lo hace convenirse en tonto?

El viento trae un aroma

De la arboleda perdida:

¿Se equivocó la paloma?

¿Tantos exilios había

Para volver a tu cuna?

Ya estás en Santa María.

Beberé un vaso de vino

Con todos los exiliados

Que caminan su destino.

Y, celebrando a Picasso, Los colores de la guerra

No van a ensuciar mi vaso.

Alberti, te invito un vino:

Bebámoslo con los ángeles

Que te indican el camino.

Junto con Juan Panadero, Déjame cantar contigo:

Hoy quiero ser tu escudero.

 

 

PARA ERNESTO GUTIERREZ

 

Cuando Ernesto Gutiérrez me habló de Mallarmé

caminando Reforma, me gustó Mallarmé,

los adioses, las iras de los dioses antiguos.

Nos despedimos luego y Ernesto me decía

que uno no sabe nunca si ha de volver a verse. En Managua comimos gallo pinto, en su

casa.

Más tarde yo me fui y Ernesto me decía

que uno no sabe nunca si ha de volver a verse.

Años después, no muchos, en Brasilia busqué

a mi Ernesto Gutiérrez. Y no he de verlo más. La tierra ya lo tiene igual que a las

semillas. Uno no sabe nunca si ha de volver a verse.

 

 

UN POEMA PARA EFRAÍN HUERTA

 

Irresponsablemente

felices, Efraín, fuimos nosotros.

Solíamos al sol salir desnudos,

irrumpir en la tarde y enredarnos en ella,

romper tu intimidad.

Cuando lean estos versos los muchachos,

recordarán momentos:

Un cocodrilo que dormía en la orilla

junto a un árbol austero,

con las fauces abiertas, mantenía una parvada

en alborozo intenso.

Un pájaro comía de sus dientes,

otro más picoteaba en su piel de corteza.

Algunos intentaban ejercer, indecisos,

sus trinos confundidos.

Irresponsablemente

felices, Efraín, fuimos nosotros.

 

 

BIBLIOTECA DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ

 

Aquí no hay muertos.

Ramón, a la mitad del foro,

lee un poema con sabor a chía y ajonjolí.

Rulfo vino a buscar a Juan:

un instante de luz en las palabras.

Gorostiza envuelve en llamas

la soledad de los pasillos

por donde José Luis Martínez,

bibliófilo celeste,

coloca libros detenido en el espacio,

suspendido en el tiempo.

El alma se hace enorme,

el hombre empequeñece.

 

 

RAMÓN LÓPEZ VELARDE

 

Una gitana sabe que el futuro

tiene una asfixia agónica en tu mano

y danzando te irás, siguiendo un piano, hacia el melódico horizonte oscuro.

Con el gélido aliento de la calle

se hiela tu esqueleto atribulado;

a la mujer de negro has contemplado

en la letal atmósfera del valle.

Un lacónico caballo de ajedrez

a la grupa te lleva hasta Jerez.

El diplomático ataúd aguarda

a tu escuálido ángel de la guarda.

Y en una tumba atroz del cementerio

ejecutas tu danza y tu adulterio.

 

 

MUERTE DE RILKE

 

¿Dónde leí que Rainer María Rilke murió

por la infección que le produjo pincharse la mano

con la espina de una rosa?

La rosa no viene a mi poema,

viene la espina de la rosa.

Pero no llega hasta el papel la espina,

se clava en la palma de la mano

de Rainer María Rilke.

De ahí brota una gota de sangre

y se escurre a mi poema

una mínima rosa.

 

 

FRAY LUIS DE LEÓN

 

Fray Luis de León

desde la celda oscura

mazmorra miserable del rencor

piensa los versos luminosos

que traen hasta sus ojos un íntimo paisaje

El carcelero se asombra

pues la noche

cubre su tedio y su cansancio

y en la obstinada oscuridad

la celda irradia luz

 

 

LA MESA DEL ESCRIBANO

 

“No soy un escritor,

soy un escritorio”,

habría trazado Pessoa

con un íntimo ritmo marítimo

en el papel amarillento como un mapa

sobre la mesa hostil

donde escribía

las cartas comerciales

de su supervivencia.

Y Álvaro de Campos habría pensado:

“no soy una persona,

soy un personaje”,

mientras Fernando escribía

en su escritorio múltiple

las voces más expresivas del convulso siglo.

“No soy un viaje,

soy un viajero”,

habría dicho Ricardo Reis

cuando marchábase al Brasil

con su Fernando Pessoa en el corazón

para perderse

en un continente de rostros misteriosos,

aparentes y vagos.

Y Caeiro, el maestro,

habría reflexionado:

“no soy auténtico,

soy idéntico”,

en su afán de diluirse

en la naturaleza

mientras Fernando abría los sobres mercantiles

y preparaba respuestas lógicas, triviales.

Pero en la mesa comercial del escribano,

mientras un barco de carga sorteando la tormenta

traía su salario

para el oporto y la tinta,

aparecían más nombres de hombres verdaderos. “No soy este instante”, habría escrito

Pessoa,

“soy el tiempo”.

 

 

PERSONA, PERSONAE

 

Disculpe usted Fernando, su Persona de múltiples poetas,

Simulación, amaño, sin duda es fingimiento literario.

Usted pensaba, creo, que al tener en la sombra la poesía

Que hicieron acuciosos heterónimos, podría aclararse entonces

Muchos rasgos de sí, de su lirismo congénito, locura

Heredada, por cierto, de la abuela paterna y encubierta.

Bendito sea el que tiene la locura a flor de piel, herencia

De una abuela sencilla, tejedora, cantora de voz blanca,

Siempre afinada y dulce, de ojos maravillados en azules.

Secreto sotto voce de la casa, de la familia lúcida.

En fin, Fernando Esquivo, hombre sin rostro que decían los críticos,

Confesado y agudo indagador de signos y apariencias,

Degustador de moscatel y oporto, ridículo, frenético:

Su rostro inexistente, disculpe usted, Fernálvaro, Alricardo,

Se convierte en la mueca que se burla de este mundo aparente

Igual que un niño retraído a bordo de un barco imaginario.

Por la ciudad anónima y silente, ven pasar las personas

A un poeta que lleva cuatro sombras con él cuando camina

Dirigida una a una, al Occidente, al Norte, al Sur, al Este;

Los circunspectos puntos cardinales... Un sombrero y su sombra.

 

 

EL INGENIOSO HIDALGO

 

Don Miguel de Cervantes,

anciano ya

y manco y desdentado,

inicia la lección mayor

de nuestra vida:

un octosílabo

que todos repetimos

En un lugar de La Mancha.

Agrega un endecasílabo

clásico y formal

de cuyo nombre no quiero acordarme,

acaso más culto y refinado.

El primero es popular,

ibérico,

castellano,

manchego,

el otro

importado

por Boscán y Garcilaso

desde la bota

que los mapas calzan

con orgullo milenario.

¿Es la mala memoria voluntaria

de cuyo nombre no quiero acordarme,

-- //--

o es el culto lirismo

del mester de clerecía?

El primero lo cantan

los juglares

acompañados

de un laúd que tañe

agudo

como un refrán

sentencioso.

Es la voz popular

la que da inicio

a la más portentosa

lección de nuestro idioma.

 

 

Eduardo Langagne (México, 1952) Poeta y traductor, maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de su país. Fue reconocido en 2016 con el premio especial José Lezama Lima, de Casa de las Américas, por su libro Verdad posible, que se publicó ese año en Cuba. Entre sus más recientes publicaciones, en 2017 apareció en la UNAM su traducción de los Primeros Cuentos de Joaquim Maria Machado de Assis. En 2016 apareció Tiempo ganado en Voz viva de México, de la UNAM y No todas las cosas, Antología personal 1980-2015, en el programa editorial del Estado de México. En 2015 se publicaron en Argentina su antología y prólogo de Tarumba y otros poemas de Jaime Sabines; la Universidad del Externado de Colombia publicó su Antología de Sor Juana Inés de la Cruz Poner bellezas en mi entendimiento. Su obra aparece en numerosas Antologías poéticas de México y otros países. Actualmente dirige la Fundación para las Letras Mexicanas.

 



Compartir