EL GRILLO
A la hora del silencio el grillo
dice: Nazca en mi mano su lenguaje
con vino y penumbras.
Su voz que se meta
en el corazón de mis hijos
y me deje nostálgico,
cuando el tiempo les coloque
bajos los pies un barrio y mi vida.
El grillo no oculta su canto.
Lo escucho en los Beatles
o los pisos musicales
que golpean los dedos de Beethoven.
Mis hijos han crecido,
hasta entonces,
con dos grillos secretos en sus bolsillos
y los sacan, únicamente,
para dedicarme sus pensamientos
o el retrato de mis recuerdos.
Cuando ellos van alejándose,
de lo que estuvo en la sala y la nostalgia,
el grillo los ve grandes en la distancia,
y me narra cómo han pasado los años
con una ventana y los adioses
que no son para siempre,
o indica el peso amoroso
de esos hijos en mis hombros.
El grillo yace en la mesa blanca.
He construido una diminuta estatua de aire
para que cuando despierte,
en un acetato de Pavarotti,
crea que todavía canta, canta y canta.
EL MIGRANTE UNA ESPECIE DE MAR
El mar, si lo quiere,
en cada sílaba, emigra como una isla.
Su lenguaje mueve
un péndulo de ciudades,
autos, trenes en cada estación de arena.
Quiero conocer por qué no cesan
las fronteras con otras pieles
cuando emigran y gritan
cargamos al sepulcro del mundo,
y cuanto más caminamos nos regresan.
A los migrantes se les compara con los pájaros,
se les define como raya rota,
se les odia, se les teme,
y no dejan de heredar heridas y nostalgias
que el mar arrastra
y saca los muertos de su vientre,
con el que engendra otros migrantes,
que reclaman su ola para soñar
en los territorios del gran océano
que los ahoga o imanta,
sin haber puesto un pie en los puertos.
El mar "entrega en el día
lo que la noche arrebata".
El migrante sabe que su oleaje
tiene hambre no solo de úteros y pobreza.
El migrante no siempre conoce su destino
en las fronteras donde trafican con su sepultura.
Sabe, el migrante, que su destierro
sepulta raíces en el viento
y, extrañamente, llega a pensar
que otros migrantes avanzan
con su propio tiempo hacia patrias inhóspitas.
El mar continúa,
reparte naciones ajenas
y llama a otro, tras otro mar
a pesar del miedo a morir por quienes
perdieron el rastro de sus sombras.
LA ABUELA Y EL COLOR BLANCO
La abuela se ha adueñado de la casa del mundo.
Qué hacemos con esta anciana
de la sombra y cementerios blancos,
de los anteojos antiguos
y rosario pintados de color blanco.
La abuela habla de una ciudad rodeada de mar
y barcos lentos, aves marinas
semejantes a pedazos de colchas
deshilachadas por las espaldas
de las mujeres blancas venidas a retozar
dentro de las proas con sueños blancos.
La abuela mira que la bahía se pone blanca
y la sueña eternamente blanca.
Muchos años y ya están los nietos
reunidos para calcular
las posesiones blancas de la herencia.
Uno ha viajado desde la ciudad
de cúpulas y plazas con palomas blancas,
otro abandonó algo
que había empezado para que fuera su finca
en que los volcanes y retumbos
mataban del susto a los rumiantes blancos;
el tercero se había casado
hasta perder lo feliz de su memoria blanca;
un cuarto nunca salió de esa casa
donde moraba la abuela blanca
entre paredes, una cocina artesana,
camas, armarios lacados,
puertas rayadas por la incertidumbre,
un pequeño jardín de nostalgias,
amapolas y claveles blancos,
y el perico blanco sagaz que repetía cada vez
cuando la abuela abandonaba
la casa blanca para dirigirse al mercado:
blanco,
blanco,
blanco,
hijueputa color de la vida y la ciudad,
blanco.
Un hombre adulto y blanco,
con síndrome de Down, procuró atraparlo.
Igualmente, una mariposa blanca,
con sus dedos de hojalata, lo intenta, lo intenta.
LA LENTE DEL TELESCOPIO
La
lente del telescopio espacial Hubble,
esa mañana de marzo, no apuntó al fondo
hasta donde su ojo alcanza el universo.
No. Estaba sobre Managua.
Estaba como una paloma de piedra sobre la Catedral.
Estaba sobre el féretro donde el hijo
de la poesía, el hermano de la historia,
el alquimista de la biología nuclear
y el amor a Dios por y para los hombres,
se dice, reposaba, pero en verdad
movía el lenguaje de un planeta o una estrella
en los talleres de los neutrones y protones,
hasta la simbiosis perfecta de transmutarse,
otra vez, y retornar al Cosmos, a la partícula
del origen y su viaje al presente
como perdiz, como lago, como remo,
como salmo en Solentiname,
como Nicaragua de llantos,
como un campesino que soñaba armado
en los caminos y telégrafos del amor
y una idea de libertad desde Niquinohomo.
La mano del Creador movió ese telescopio.
Movió la memoria de sus hijos, movió a un pueblo
saltando sobre su aro de fuego y guirnaldas,
movió a los corazones y la voz amenazada
por los zombis fanatizados y la policía.
El telescopio comprobó que los dictadores
temen a los poetas. Temen a la legión de las palabras.
Esa mañana el telescopio y los ojos del mundo vieron,
corroboraron, escribieron en el cuaderno de la memoria
la barbarie, el insulto, el agravio, el salvajismo
contra el hijo de las galaxias, el hijo de la justicia,
el hijo amante del misterio de la belleza
desde Merton, desde Whitman, Emerson, Eastein,
desde la piel y los ritos de los navajos, de los siux,
desde los estanques y lirios japoneses,
desde Kavafis y su sorbo de sal y redes en el Ponto
y las barcas victoriosas y diezmadas desde Troya.
El telescopio de la memoria precisó la imagen de Ernesto
y la sonrisa breve, de boina y barba sabia y blanca,
de los ojos de garza contemplativa,
de su nariz de isla que sueña, que canta, que huele
los pasos de un país recobrado, distinto y libre,
encachimbado nos diría;
de sus dedos y manos con plumas primitivas
donde el agua, los peces, una canoa, un tepezcuintle
pesan y alumbran como estrellas nova
hacia lo perfecto y lo mutable.
El telescopio de sus noches descubre la ruta
por donde va Ernesto, por donde lo vamos siguiendo,
por donde el recuerdo levanta una mano
y la posa sobre su féretro y le dice hermano,
andate tranquilo, andá satisfecho,
andate profeta, andate maestro, andate, andate,
esa luz en la selva, aún, somos nosotros.
BURBUJAS EN LA ORINA
Entre las delicadas burbujas,
casi perlas y trozos de bauxita,
el rostro antiguo del universo
donde un reino es lo corrosivo,
lo que se desecha,
donde el poder no tiene sentido
y la voluntad es resistirse a la nada
o no sobrepasar la libertad del otro.
El escape fecal de un inodoro
condensa la leve oscuridad,
similar a un rostro beduino
o de escultura femenina
de lo antiguo en América.
Veo como un fantasma sosegado
la cabellera de burbujas en la orina
y me extraña oír un susurro
de mujer que emerge de un conjuro,
abandona la pelambre maligna
y te besa sin que te ahogue
su aliento de ángel repentino.
PALABRAS
I
El oficio más viejo del mundo no está en escribir las palabras, sino el cómo olvidarlas.
II
Con este olvido retornan, no sé cómo ni el cuándo pero retornan.
III
Será que olvidamos la boca que por todos habla, y nos quedamos sin asombros.
IV
Por qué escribir para recordar los secretos si nacimos para olvidarlos.
V
El oficio más viejo del mundo no está en escribir más palabras, sino el cómo olvidarlas.
Carlos Calero nace en Nicaragua. Se naturaliza costarricense. Fue docente de secundaria y nivel universitario. Ha sido gestor cultural, organiza lecturas, encuentros de poesía, y ha sido colaborador del Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Ha publicado varios libros de poesía: El humano oficio, La costumbre del reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas del asombro, Geometrías del cangrejo y otros poemas, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense, en coautoría con el poeta nicaragüense Carlos Castro Jo. El poeta Carlos Pacheco realizó una tesis sobre su poesía, acerca de la influencia del exteriorismo y lo erótico en el poeta Calero. Ha publicado artículos sobre otros poetas. Ha sido publicado en varias antologías de Nicaragua y Costa Rica. Lo han invitado a festivales y encuentros de poesía, tanto en Costa Rica, como Guatemala, El Salvador y Nicaragua.