ADORMECIDAS PALABRAS
SUEÑAN DESPERTAR
1
Este es un poema de bajo presupuesto
o quizá es un sueño que ha pasado de moda
aunque tiene sus misterios igualmente:
advertimos que a falta de metáforas
le hemos puesto vidrios de colores,
un espejo algo viejo, deslucido,
una nube muy blanca
y un pequeño cacto casi seco.
A falta de un buen ritmo
repetimos una y otra y otra vez
la palabra silencio
y a cada rato usamos el qué,
muchos artículos, la “i” griega.
El libro del que forma parte
no llegará a tener la cantidad
de cuartillas que exigen en los premios.
Por otro lado, importa poco:
quién sabe cuáles
sean realmente los criterios
para asignarle esos dineros a uno sólo.
Igualmente es poca la poesía
para gastarla así,
por algunas monedas de plata.
Ya se dan cuenta
que recurrimos sin temor hasta a la prosa.
Lo importante es que el poema
tendrá en algunos lados agujeros suficientes,
no para admitir por ellos
el flujo de la luz o la belleza
sino para que permita ver
cómo hasta la palabra más reseca
es capaz de mostrarnos el mundo.
De Sueños de bajo presupuesto
(Antinomia, 2008; La trucha y la tarántula, 2010)
NADA REGRESA
Los dos maestros de levita,
cobrizo el uno, mestizado el otro,
van por el camino recordando versos,
caminando a veces, deteniéndose,
hasta que el de Tixtla
juguetonamente inquiere:
¿qué piensa hoy, maestro Ignacio,
de su discurso tan temido
que aquel día en la academia de Letrán
provocara tanto escándalo:
“No hay Dios, los seres de la naturaleza
se sostienen por sí mismos”?
¿No duda ahora, aquí,
mirándonos mirar tantas palabras
entretejiendo corredores, patios, fuentes,
mientras alguien va leyéndonos?
¿No será ese que nos nombra
de algún modo creador nuestro?
Pero, ¿qué dices, querido tocayo?,
responde el otro y se detiene:
si no supiera ya que es sólo un juego,
tal vez para tu próxima novela,
me enojaría contigo.
Recuerda qué tanto hemos luchado
para volver la educación
gratuita, obligatoria, y sobre todo laica.
Sabes bien cierto lo que esa vez expuse:
por eso ahora aquellos árboles frondosos,
los corredores recubiertos con tejados
y las personas que debajo nos esperan
sentadas a una mesa frugal pero exquisita,
sólo pudieron haber salido de tus textos
(por cierto: bajo aquella sombra reconozco
al señor Martí, a Riva Palacio
y al pensador Fernández de Lizardi).
Esas imágenes, antes que en la mente
de quien ha escrito esto,
estuvieron en la tuya.
Es decir: tú has puesto la raíz de este paisaje.
Y los dos andamos por aquí
no porque
“todo un Dios nos ha vuelto a la vida”,
como alguna vez ya puse en un soneto,
sino debido a que quien ahora nos percibe,
reflexiona y refleja
aquellas ideas que entre los dos
logramos hacer más perdurables.
¿Qué sería del apellido Altamirano
si no lo hubieras vuelto tú tan firme
aunque no fuera el de tus ancestros?
Quien te menciona te ha leído
o al menos algo de ti habrá escuchado,
y tú utilizas ahora, junto con él (o ella),
su pensamiento para estar aquí otra vez,
caminando y cavilando, riéndote.
¿Y quién se acordaría de que Ramírez
era apelativo de quien soy
y que algunos recuerdan nada más
como el despreciado “Nigromante”?
Casi nadie, por supuesto, si no fuera
porque nosotros, los seres
de esta casa hecha de ideas,
sin necesidad de creadores, laicamente,
nos hemos sustentado
a nosotros mismos.
Afortunadamente, quien nos lee
también lo sabe ya
y difícilmente va a olvidarlo.
De Casa de páginas abiertas
(Versodestierro, 2013)
MIGRACIONES 15
Estas palabras
ya usado
en parecidas.
No problema quienes
comprenden sonríen;
incluso piensan
nada nuevo
aquí,
dejarán
entrar país,
trate con mudez
pretendo.
Pero los suponen
dueños lenguaje,
otras cosas
pedirán,
tratarán cobrar
intento.
Igual pongo:
tú
comprenderás.
De Migraciones
(Sna vun, 2003; Editorial La Boruca, edición digital, 2020)
DEJAR QUE TOQUE, QUE TREMOLE
la longitud de la desidia,
acabe de rondar la rueda un ruido nuevo
aproximándose al decir.
Que desdoble la ciencia la conciencia entristecida,
se decida al fin la filigrana del amor a ser más densa;
dance la memoria en un frugal
y pacífico lugar donde algo fue iniciado,
el lado más mojado por la noche
esté en penumbra todo el día,
la fantasía ardiendo bajo el sol.
Dejar el soliloquio y acercarse hasta rozar
la tan deseada densidad de ella.
Entonces intentar hacer del mar algo tangible,
algo que no se extienda ni se entienda mal
aunque la sombra se le cuelgue. Y repetir:
hacerlo cada vez que algo se rompa.
Apartar del medio el miedo,
la desesperanza, el polvo viejo.
Y regresar, darse a la simpleza:
hallar detrás de cada causa un cauce nuevo:
caos aglutinado, más espeso que el espacio.
Hallar que nada se ha extinguido,
que todo sigue aquí,
en transmigrante tentaleo que nos acerca
cada vez que al regresar nos volvemos algo más:
algo menos gris.
De Para no más
(Canapé ediciones, 2013; Editorial La Boruca, 2017)
CASI CANTO IX
Yo estaba viendo el aire pápago,
vi la luz zulú volando libremente
hasta mi cara yanomami.
Pawnee, dakota, maorí,
pawnee, dakota, maorí.
Me dieron ganas de bailar, de canto guaraní,
de compañía ñu savi, de árbol náhuatl, de mapuche.
Yanomami, pápago, zulú,
yanomami, pápago, zulú.
Pero yo estaba me’phaa solo, innuit sin sombra,
así que me quedé viendo, wirrárika, una nube.
Tzotzil, tzeltal, tojolabal,
tzotzil, tzeltal, tojolabal.
Hasta que tú viniste maorí, hasta que todos
llegaron a cantar dakota, cantar conmigo pawnee.
Haida, kwakiutl, guaraní,
haida, kwakiutl, guaraní.
Entonces me callé, puse atención tojolabal
y oí que el sol tzeltal también tzotzil cantaba.
Innuit, wirrárika, me’phaa
innuit, wirrárika, me’phaa.
De Canción del bárbaro
(Ediciones Trinchera y Editorial La Boruca, 2018)
SUPONGO LARGAS TUS OCUPACIONES MÁS URGENTES;
así no voy a componer ningún conjuro.
Para colmo esta tarde
va a perpetrarse la misma temida irrealidad en tantos sitios
que el ruido ambiente ha comenzado a hacerse turbio.
La apatía es la corriente que sin moverse arrastra
las demás perspectivas al mutismo.
La derecha de la mentira es cada vez más obvio anuncio televisado, eléctrico.
El lado izquierdo de mis sentidos se encuentra magullado.
Energía falaz, la quietud del lenguaje: lo que quieren es lo nuestro sin nosotros.
Este país está por debajo de mensajes medios.
Es eco grave una idea del momento.
Llegan cada vez menos noticias tuyas.
De Exposición a la ausencia
(Ediciones Tarántula Dormida, 2010; Editorial La Boruca, 2017)
AGUAS BLANCAS 5
La tarde es una nube, un sol pesado y lento,
un perro atravesando la calle, un espejismo
del que emerge un automóvil.
Y es un grupo de palmeras,
un pájaro posado en una sombra,
un charco en el fondo de una zanja.
Es la tarde un silbido que se pierde en el campo,
un enjambre de instantes zumbando entre las hojas.
Y es un calor antiguo, cansado de estar húmedo,
un cerdo entre lo verde buscándose a sí mismo.
La tarde es un recuerdo que sopla desde el mar,
una fecha reseca, una brisa caliente.
La tarde es el veintiocho de un junio agujerado,
el final de un camino, una bala en la voz,
es un alarido que nunca va a alejarse,
es un sueño talado para tirar sus frutos.
La tarde es una bota sobre un cuerpo sangrante,
una hemorragia nueva en la tierra agrietada,
es la camisa abierta de un cadáver reciente,
un féretro en que caben diecisiete silencios.
La tarde no es blancura, no es piedad ni caricia;
es la emboscada impune, el dolor que no cesa.
Y podría parecer que la tarde es la noche,
pero algo se detiene al borde del olvido:
es un tiro de gracia que no ha dado en el blanco.
De Aguas Blancas
(Revista La Guillotina, 1998)
RU-WA (LLUVIA)
Niña de noche y agua, estrella sola,
voy con todos los hombres a la guerra;
¿recordarás mi nombre
si un águila me lleva o si me ahogo?
Si el señor Akuniya está conmigo,
¿qué podemos temer?
Voy a medirme el hueso para que no estés triste:
verás que nuestra patria es fuerte.
¿Soy llanto por defender mi tierra?
Mariposa tornasol, si muero algo florece.
Es diestro el enemigo, pero yo también soy sangre,
soy un cauce de fuego, soy un río de espinas.
Cuando vuelva traeré una piel de tigre;
pero si muero o si me llevan cautivo al sacrificio,
¿recordarás mi nombre en la tormenta,
o cuando en la montaña cruja el filo de la tarde?
•
Ya suena el atabal del atacante,
los aullidos de un coyote en medio de la niebla
me recuerdan el llanto de los niños.
¡Que no sean esclavos los fuertes tlapanecas!
Señor del fuego como tigre en la montaña,
no permitas que tus hijos se conviertan en sirvientes,
no se vuelvan meretrices tus princesas.
Mi brazo no se canse y sepa hallar mi mano
el camino hasta la piel del invasor.
Que sea mi corazón un dardo hecho de lumbre.
Pero si no es posible que venzamos,
si caemos en batalla,
tú, señor del manantial y de la sombra como flor,
toca al enemigo:
en su pensamiento pon frescura
para que no deshonre el corazón de las mujeres,
hazle sentir los niños como suyos, no los mate;
y ella, la dueña de mi carne hecha pedazos,
sepa reconocerme en cada nube.
••
Vi caer, atravesados por un rayo de frialdad,
a los hijos de estas tierras,
vi morir a mis amigos
como si el día se derrumbara hasta aplastarlos.
No he de negar que son valientes los aztecas
(son diestros manejando sus macanas,
sus dardos son filosos como el miedo),
pero sólo quien vio la guerra en tierra propia
puede saber el peso exacto de las manos.
¿De qué manera puedo hacerte comprender
que yo también quedé entre los cadáveres
y que ahora estoy como si fuera sólo mi corteza?
Allá, en la arruinada Tlapa, quedaron nuestros ojos,
nuestra sangre llenó de moscas las calzadas,
y la luz se ha vuelto más oscura que la noche.
¿Qué lluvia ha de borrar
el eco de las voces?
¿Dónde podré esconderme del silencio,
dónde hallaré mi sombra
para que el alma no se seque?
•••
Son cinco mil los casi muertos, los cautivos,
pero parecen
una sola sombra, una misma lágrima
bajando de los montes
para llegar casi seca al sacrificio.
Han de llevar amarrados los brazos del espíritu
a la espalda.
Hermanos de este sueño que se rompe,
¿qué podré hacer para no sentirme desgraciado
cuando en mis venas queda sangre todavía?
La de trenzas como estrellas amarradas,
me dice que la ayude,
que importa más salvar los niños y llevarlos al futuro.
Asegura que alguien debe hablar por siempre
nuestra lengua de sollozos.
Aunque voy hacia otras tierras,
hermanos, primos, tíos de mi nombre y de mi carne,
mi corazón va con ustedes
como un pájaro apedreado
que no sabe cómo rescatarlos de este día,
y sólo pía y llora y vuela
hasta que las plumas comienzan a caérsele.
—
Han pasado muchas lluvias
desde que en Tlapa murió nuestra grandeza;
un río de meses
arrastró poco a poco los colores de mi cuerpo.
Aquí, en estos montes fríos y lejanos,
es el horizonte el filo de un cuchillo
con que se corta el cuerpo de la tarde.
Pero tú, mujer de agua despierta,
parece que aún tuvieras esperanza
de no se sabe qué mundo distinto,
como si la leña de otro tiempo
continuara quemándose en tus noches.
Los niños han crecido y no recuerdan
la sangre derramada de sus padres.
¿Qué podemos decir
para que no sean en vano aquellas muertes?
Ayúdame:
sobre mi voz llueve tu risa
y, antes del sueño,
ponme tu canción como una almohada.
.
—
¡Han sido derrotados los aztecas!
Que no se alegre nadie porque muera el enemigo,
que nadie injurie a los caídos en batalla.
Los más fieros capitanes
se defendieron hasta con los filos de sus sombras.
Los que de Tlapa fueron a ayudarlos
dicen que hombres, niños y mujeres
eran bravos guerreros, tigres acosados.
Señora, colibrí de alas soñadas,
¿qué será de los hijos y los nietos
ahora que murió de parto la crueldad
para que naciera su hija la perfidia?
..
—
Cuando vengan estaremos preparados
para darles batalla;
en el monte, en la cañada, en los sueños
estaremos armados de paciencia,
nuestro atabal de guerra sonará
hasta que se vayan o nos maten.
Ya lo sabes, si somos derrotados,
tomaremos a los niños para llevarlos a otro día.
Y cantaremos como lluvia nuestra historia
para que no se olviden de los nombres,
de los nuestros y los suyos,
que aunque sigan siendo los mismos serán nuevos.
Y si los esclavizan,
tampoco temas, ya sabemos que todo es pasajero;
algunos, señora de mis manos,
han de tener valor para romper la oscuridad
como a un espejo de obsidiana
y harán flechas para agujerar cualquier prisión.
Algunos también sabrán juntar las gentes
para que vayan de una vez por todas
a mandar a la injusticia a la chingada.
De Caminar el miedo
(Casa vieja, 2001)
Ángel Carlos Sánchez (Acapulco, Gro., 1967). Poeta, narrador y pintor. Figuran entre sus poemarios publicados El fin del silencio (Antinomia, 1995), Luz ultraviolenta (2001), Sueños de bajo presupuesto (Antinomia, 2008; La trucha y la tarántula, 2010), Pasión por la indiferencia (Instituto Mexiquense de Cultura, 2012), Casa de páginas abiertas (Versodestierro, 2013) y Canción del bárbaro (Ediciones Trinchera y Editorial La Boruca, 2018). De narrativa tiene cuatro libros editados: Hidrofilia (Antinomia, 1997), Emboscada (Casa vieja, 2001), 101 (Siento uno) (Editorial Ábrara, 2005) y Parvadas (Fridaura, 2012). Textos suyos han sido traducidos al francés y al inglés. Como artista plástico ha realizado algunas exposiciones individuales y ha participado en varias colectivas. Imágenes de su autoría han sido utilizadas para ilustrar libros y plaquettes. Se ha desempeñado también como corrector de estilo, editor y coordinador de talleres de poesía.