26 Abr 2024

160. POESÍA COSTARRICENSE. DANIEL ARAYA TORTOS. NUEVA YORK POETRY PRESS. COLECCIÓN LABIOS EN LLAMAS

-06 Feb 2021

 

 

SOLOS

 

Amargo como esos minerales amargos

que en las noches de exacta soledad

—maldita y arruinada soledad

sin uno mismo—

trepan a la garganta

y, costras de silencio,

asfixian, matan, resucitan.

 JAIME SABINES

 

Entre un segundo cae una estrella sobre un campo desierto y explota para volverse girasol; diez gotas de sangre son el pago para un día más y mil personas se reconocen solas.

 

La soledad ha hecho lo que ningún dios en la historia —Salvo la Madre Lluvia, y ni ella en ciertos casos—: caer sobre todos, mojarnos a todos. Todas las horas estamos a solas, unas más que otras. Estamos indefensos ante ella.

 

De pronto somos de aquellos que corren, rugen y siguen corriendo. Las horas se vuelven ominosas, fieras, depredadoras y se nos hace tarde para huir, para mantener nuestros trajes, nuestras sonrisas.

 

La soledad es el espejo ante el que todos caminamos desnudos, nos sacamos el dedo corazón, nos golpeamos y nos desconocemos. Con ella participamos en nuestra propia muerte: causa, velatorio y difunto.

 

Una muerte que no llega pronto y sigue sin llegar. Mientras tanto, hacemos una caminata en medio del cosmos. Oscuridad, oxígeno acabándose. Nos da el tiempo para una estrella y otra, meros refugios a miles de kilómetros de nuestro hogar. Amistades, drogas, olvidos. Tocamos una estrella; pero seguimos flotando. Sigue el aire huyendo, la soledad.

 

Entre dos horas caminamos desnudos, de las mismas manos con las que iremos a la muerte: la nuestra, la de algún dios que nos azota la memoria y la de la propia soledad. El animal más cobarde ante su propia naturaleza es el propio hombre. Nos hundimos en una hora, en una gota que se hace nuestro mar. Si le tememos a la soledad, nos tememos a nosotros mismos. Si nos tememos, ya estamos muertos.

 

 

SACO ROTO

 

El hombre cae al pozo;

deja en la acerca un saco

de pesadillas, de cuentas

sin pagar y un par de sueños

que la edad le prohibirá cumplir.

 

Los ciclistas bajan a ayudar,

el chofer de bus llama una ambulancia,

el vendedor de electrodomésticos

—más rápido que los que venden la salvación—

graba el intento de rescate.

Todos sobre el hombre, nadie sobre el saco.

 

El poeta, al final, escribe un pozo.

Convierte las papas en pesadillas,

crea cuatro ciclistas, un chofer de bus,

un vendedor de electrodomésticos —y salvaciones—

mientras nadie observa ese saco en el suelo.

Escribe esta historia

con la única seguridad de que está cayendo

y nadie verá el maldito saco que le hizo caer.

El deseo de sentir que alguien busca salvarlo

y el que alguien vea qué le tiró al suelo.

Algún día verán, a los ojos, el saco que le hizo caer.

 

 

NADIE

 

 

En una parada de tren

—una noche sin trenes,

a la espera de nadie—.

Un hijo sin padres

aún se pregunta qué hizo

mal esa tarde del 2007.

Sigue creyéndose culpable

el más inocente de los seres,

como si hubiese parido

ese tren que lo dejó huérfano.

 

La posición fetal y el llanto son

los sellos que lo marcan entre los transeúntes.

"El Nadie", lo llaman. Ya es figura del panorama.

 

Sin cédula, sin apellidos, sin apoyo, ni siquiera

patria o sílabas con las cuales ser llamado.

"El Nadie" ha sido el único nombre de su vida.

 

Nada entre las fatalidades le ha privado

de una zancada de atleta olímpico.

En una parada de tren, una noche sin trenes,

a las 8:44 p.m. Nadie corre.

El humo de un cigarrillo fantasmal fue su

línea de partida.

Cien, doscientos... quinientos metros.

Los prejuiciosos le creyeron caribeño

u africano cuando lo vieron correr.

Nadie es imparable, ni siquiera Nadie.

El destino tomó forma de tren para él.

El tren de un paro cardíaco.

 

Nadie murió a las 9:04 p.m.

Sin quién lo vele, le llore, le reconozca

o entierre su cuerpo.

Nadie es ahora un fantasma que corre

sobre las alas de los desafortunados.

 

 

PURGA

  

Pensar a veces es plantarse en la esquina y encender un cigarrillo con el fuego de la presencia propia (a veces somos suficiente incendio). Callarnos al mismo tiempo que los gatos, pensar que la muerte es meter el dedo en la llaga, que el reloj ha pasado en vano y seguimos heridos y temerosos.

 

En el plan de dios no estaba ponernos en este plano de la existencia. Nos quería poner al lado de los árboles y de las galaxias que no nos dará tiempo de hallar; pero él no pone ahí sus bocetos fallidos. Nos dejó en el lugar donde un día se clavó una piedra en su pie descalzo. Al final, somos un poco de polvo y sombra que se volvió un dibujo mal hecho. Su grave error fue darnos la consciencia, ya no somos dibujos sino pies con piernas, huesos con huéspedes. Él no quería que sus trazos anduvieran, hicieran el amor, pensaran y dudaran. Su gran castigo no fue el pecado, fue la herida.

 

Quizás somos heridas con cuerpo, al fin y al cabo.

 

Sigue el silencio y un grito en la hora donde se espera a la nada me llega como un papel arrugado que lanzaron sobre la cama, no entendí lo que decía en medio del ruido. El silencio aparece en la necesidad y es estúpido buscarlo, es necesario como el violín y el canto, el único estado donde se oye la mente en un registro medianamente comprensible y podemos hacer recuento de los daños. Hay un hueco en el tiempo donde las cigarras, la luz y los humanos nos metemos el dedo en el cuerpo; buscamos las heridas nuevas y sentimos, al fin, el dolor de esa pequeña cortada que nos hicimos y no nos importó antes.

 

Despreciar una herida vieja puede ser peor que partirnos el brazo.

 

A veces no basta el dedo, hay que hundir la mano. Purgar con fuerza, dejar que los gatos caminen sobre nuestro techo y que gritemos todos al mismo tiempo; arrancar la pus, los silencios, las lágrimas y el pánico. Embriagarnos mil veces en el dolor viejo y sentir el vacío de un balazo en la nuca mientras el aliento huye y no nos queda más que vapor en cada orificio del cuerpo y un bucle continuo nos posee hasta que la respuesta es un desafío, es la nueva pregunta de cómo pasamos de un boceto a heridos a heridas y si habrá más allá, pues la sanación aún es un estado desconocido.

 

Purgar es darnos el saludo de paz

mientras nos apuñalamos el miedo

para comulgar el cuerpo nuevo, el alma libre.

 

 

SOBRE UNA PRÓXIMA CAMINATA EN EL MAR

  

Una de las escenas más corrientes en las playas

es la del niño que corre hacia la sombra porque

la arena le derrite los pies —el sueño, en ciertos casos—.

Ese calor no es un poema, una metáfora;

ni siquiera da para describirlo en un verso:

en los pies albergamos la imagen que buscan algunos.

Dejar de correr sobre el fuego nos dice

que ya sabemos vivir en llamas.

 

Dicen las últimas noticias que la espuma

albergada por la resaca no es más que el grito

de quienes se fundieron junto con la muerte

sin un amparo, sin el abrazo que les atara a la vida

—sí, a veces vivir es encontrarse atado—.

 

Caminar hasta hallar el punto de ahogamiento

dejó de ser considerado una maniobra suicida.

Ahogarse nos fuerza a buscar el aire,

es un recordatorio de que hay, en algún lugar

un motivo para buscar el mar cada ciertas mañanas.

 

El poema está en los pies, en el cuerpo que se ahoga,

en la espuma que son nuestros muertos, nuestras muertes.

El poema no lo escriben los pies, el ahogamiento

ni la conciencia de que al final seremos menos que la espuma.

En las huellas dactilares dejamos nuestras palabras

de la forma en que solo nosotros sabremos hacerlo.

Caminar al mar, hacer que arda.

Dejar un poema en la arena

quemando los pies del niño

que tuvo el privilegio de conocer

qué se siente quemarse los pies,

ahogarse, rozar su verso con otros millones

que cantarán junto al grito de nuestras muertes.

 

No sabemos cuándo nos ahogaremos una última vez.

El mar tampoco es un reloj con la hora

en que nos sumará a la espuma de los desolados.

 

Antes de morir es una buena idea hundirse en el oleaje;

ahogarnos, regresar y respirar.

Se recomienda leer el poema que dejaron

nuestras huellas, las palabras de quienes olvidamos

y la asfixia como un acto de batalla.

 

No hay vida más sabrosa en el mar;

solo poetas que no saben lo que han escrito

ni lo que han andado.

En el mar la vida aprende a escribirse sola.

 

 

ÁGUILA NEGRA

 

El águila negra volará

sobre las blancas cabezas.

 

Caza otras perspectivas,

el hambre y sed del alma,

el miedo a soñar o sacudir

las alas para buscar el mar

y las heridas que implique el proceso.

Habla tres o cuatro noches al año

con el sol y aprende sobre las

formas infinitas en que ha intentado

hablarnos a lo largo de los tiempos.

Se nutre de cada lenguaje que oye

cuando aprende el vuelo

y los usa para componer su propio grito.

 

Es la única lágrima que cae

por los muertos que nadie ha llorado;

la sal con que se cocina el primer deseo

y los labios que perforan el alma

cuando besan;

la semilla de esa idea a la que todos temen

pero guarda las respuestas que buscan los seres.

 

La verán sucia, sobrevolando las noches

y, en pocas ocasiones, buscando

el alimento entre las vibraciones

de un grito de rendición,

capaces de matar la última fibra de una sonrisa.

La verán sucia, negra, porque ha vivido

y no teme al canto de la muerte que ronda su nuca.

 

Ha conocido el desasosiego,

el ojo privilegiado verá su tristeza a mitad del día;

el músico virtuoso reproduce su canto de soledad

cuando vuela entre multitudes de otras águilas negras.

Conoce el milisegundo exacto en que el colapso

es irreversible y sus alas chocan con la pared de los finales:

en ese instante le verán sonreír,

agradecido por el tiempo en que su cuerpo

siguió lo que pidió su mente.

 

Las blancas cabezas cantan al ciego unísono

la canción más alegre y tonta que conoce el mundo.

Son las mentes de las respuestas fáciles, de los

sueños blandos y el sentimiento a medio pie.

Tienen las manos cargadas de la sonrisa boba

que solo ven en el muerto que nunca se preocupó

por vivir un solo segundo en un desperdicio de vida.

Creen en la felicidad sin el dolor y que las heridas

son innecesarias, un tiempo perdido.

 

El águila negra no caza blancas cabezas,

aunque a veces se aparea, ama y vive entre ellas.

Hace llamadas encriptadas a mitad de la noche:

les pide romper la última barrera,

desgarrar las telarañas que les impide mover

sus alas de mosca a sitios donde se le enseña

cómo morir al miedo.

Parecen hablar en distintos idiomas;

hay incomprensiones que son la encriptación que

no se ha podido romper y nos separa siempre.

 

El águila negra volará;

la blanca cabeza cantará

hasta que sus corazones lo aguanten.

Una agradecerá los segundos que vivió,

volverá con la primera lluvia del año siguiente

y será millones de gotas hasta el infinito;

la otra llorará el tiempo perdido

y se quedará quieta como aperitivo

para las cucarachas y las voces del castigo.

 

El águila negra, junto a esas nubes que nos tapan la luna,

volará sobre las blancas cabezas.

 

 

Daniel Araya Tortós nació en Pejibaye, Costa Rica, el 22 de agosto de 1998. Estudiante de Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Integrante actual de Otro Taller Literario en Costa Rica. Varios de sus textos han sido publicados en revistas como Altazor, Norte/Sur, Campos de plumas y La libélula vaga. Además de aparecer en las antologías Y2K (Editorial Estudiantil de la Universidad de Costa Rica, 2019), Nueva Poesía Costarricense (Ministerio de Cultura y Juventud, 2020) y el fanzine de Otro Taller Literario (2020). Actualmente, es parte del equipo editorial de Nueva York Poetry Press, editorial con la cual publicó Reposo entre agujas, su ópera prima, en el 2019.

 



Compartir