CHARLES SIMIC, EL FABULADOR DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA,
LA POESÍA EN LAS ESCOBAS Y EL HOTEL INSOMNIO
El desasosiego es una de las características de la poesía de Charles Simic, sin lugar a dudas uno de los grandes poetas de la actualidad y no solo eso, también la ironía, la agudeza en el escudriñar de las emociones, de los recuerdos, de las vivencias; donde los tiempos se contraponen, se alternan, aparecen juntos, se desdoblan como en un baile de máscaras o como diría T. S. Eliot:
"El tiempo presente y el tiempo pasado
están quizá presentes los dos en el tiempo futuro
y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.”
Quizás nada se salva en esta poesía donde hay un manejo lúdico de la luz y de la sombra. Leer a Simic, a sus cuidados poemas, es estar en una galería de claroscuros. Desde un paisaje de una carnicería donde hay mapas de sangre de los continentes, pasando por los dedos de su mano derecha, una funeraria, una fábrica, una calle, homenajes a poetas; hasta donde una cucaracha, las escobas, el tenedor, el cuchillo, la cuchara, los zapatos son parte de esos personajes inverosímiles que pueden habitar la poesía. a lo dijo Nicanor Parra en sus Cartas del poeta que duerme en una silla:
“escriban lo que quieran
en el estilo que les parezca mejor
ha pasado demasiada sangre bajo los puentes
para seguir creyendo –creo yo
que sólo se puede seguir un camino:
en poesía se permite todo.”
Charles Simic (nacido en Serbia) es un poeta que en su niñez fue marcado por la guerra. Viajó hacia Estados Unidos y no solo migró de lugar sino de una lengua a otra y como anécdota cuenta que empezó a escribir poemas para enseñarles a sus amigos de la escuela como se hacían poemas en inglés y la poesía lo ha hecho suyo en un trabajo de creación de varias décadas, obteniendo prestigiosos premios como el Pulitzer y estancias como la de ser poeta laureado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
En un conversatorio; Charles Simic, confesó su entusiasmo por haber leído en una antología que compró en Nueva York por dos dólares, los versos de Lorca, Neruda y Vallejo, extraordinarios poetas en el idioma español. Hoy, nos llega, gracias al sello de Valparaíso Ediciones su Poesía (1962-2020), obra maestra de lo poético y en la traducción al castellano, de la cual estuvo a cargo Nieves García Prados. El resultado es contar con un verbo resuelto a la herida, a la cicatriz, a quitar y poner vendajes, a la reminiscencia de las sensaciones, de las pieles, de los hechos, de la historia colectiva y de la historia personal ante la visión de lo sencillo y lo complejo, de lo cotidiano que se transforma en arte:
“Lo único que puedo hacer es dar otra vuelta al vecindario
con la esperanza de que alguien me enseñe el camino
y un lugar para dormir, puesto que no tengo billete de vuelta
adonde quiera que sea que yo haya acabado esta noche.”
Leamos pues al gran Charles Simic, hacedor del insomnio.
Javier Alvarado. Ocú, 13 de febrero de 2021
CHARLES SIMIC (SERBIA-ESTADOS UNIDOS). TRADUCCIÓN DE NIEVES GARCÍA PRADOS
CARNICERÍA
Algunas veces, cuando camino por la noche a altas horas,
me detengo frente a una carnicería cerrada.
Sólo hay luz en el mostrador,
como la luz con la que el prisionero excava el túnel.
Un delantal cuelga en la pared:
la sangre salpicada muestra un mapa
de los grandes continentes de sangre,
los grandes ríos y océanos de sangre.
Hay cuchillos que resplandecen como altares
en una iglesia oscura
cuando llevan a los tullidos y a los idiotas
para ser curados.
Hay un trozo de madera con huesos rotos,
limpiado minuciosamente
y un río seco de cuyo lecho me alimento
donde en la noche profunda escucho una voz.
EL INICIADO
San Juan de la Cruz llevaba gafas de sol
cuando nos cruzamos por la calle.
Santa Teresa de Ávila, bella y seria,
se me acercó con las alas abiertas
como una gaviota.
“Alma perdida, gritaron,
“¿dónde está tu casa?”
Yo era una de las pelotas de malabares de la muerte,
la ciudad era un circo místico
con todas las luces apagadas,
ya había empezado la función de noche.
En una avenida ancha y poco iluminada,
me esperaban los escaparates,
me veían llegar
y sabían qué pensamientos traía en la cabeza.
Me sentaba en un banco soplándome las manos
en una iglesia donde el asesino de niños,
según decían los periódicos
se había escondido una noche de frío.
Como un pensamiento olvidado
hasta que vuelve a aparecer
—la nieve nueva en la acera
carga con las pisadas recientes—
algún maestro desconocido
se ofrece a guiar mis pasos a partir de ahora.
En verdad no tenía ni idea de lo que me ocurría.
Cuatro chorizos jóvenes me cortaron el camino,
tres muy serios,
uno sonreía con cara de loco y me puso la mano encima.
Les dejé que se llevaran mi gabardina,
y me fui diciendo para mí
que era importante permanecer tranquilo
y seguir considerándose a uno mismo
como si fuese un completo extraño.
En la dirección que me dieron
había X blancas pintadas en las ventanas.
Llamé, pero nadie vino a abrir.
Al momento se me acercó una chica en las escaleras.
su nombre era Alma, una señal favorable.
Conocía a una señora
que resolvía los enigmas de la vida
con voz de reina sumeria.
Tuvimos una charla larga sobre el asunto
mientras nuestros pies saltaban de frío.
En el siglo XVI, me dijo,
los aficionados a las ciencias ocultas
eran asados en jaulas de hierro,
o bien, eran vestidos con andrajos
y colgados en patíbulos pintados de oro.
Una vez, en una habitación de un hotel de Chicago, confesé,
divisé en el espejo a alguien
con mi mismo rostro,
pero cuyos ojos eran irreconocibles para mí,
dos ojos sólidos y omniscientes.
El hambre, el frío y la falta de sueño
desataron una especie de éxtasis.
Caminé por las calles, como si estuviese
poseído por demonios,
intentando entrar en calor.
Estada el East River,
estaba el Hudson,
sus aguas brillaban a medianoche
como el aceite en las lámparas de los santuarios.
Estaba a punto de ocurrirme algo
para lo que nunca más habría palabras.
Me quedé paralizado
mirando cómo el cielo clareaba.
Había allí tanto silencio
que se podía oír el sonido de un alfiler al caer.
Creí que había oído caerse un alfiler
y me puse a buscarlo
por la ciudad desierta y oscura.
1986-2011
CHARLES SIMIC
Charles Simic es una oración
Una oración con principio y final.
¿Es una oración simple o compuesta?
Depende del tiempo que haga,
depende de las estrellas que haya encima.
¿Cuál es el sujeto de la oración?
El sujeto es tu querido Charles Simic.
¿Cuántos verbos hay en la oración?
Comer, dormir y follar son algunos de sus verbos.
¿Cuál es el objeto directo de la oración?
El objeto, mis pequeños
que aún no están a la vista.
¿Y quién está escribiendo esta oración incómoda?
Un chantajista, una chica enamorada
y un solicitante de empleo.
¿Terminarán con un punto o con un signo de interrogación?
Terminarán con un signo de exclamación
y una mancha de tinta.
De Poesía (1962-2020). Valparaíso Ediciones, 2020. Edición, prólogo y traducción de Nieves García Prados