EN LA SUERTE DE LA ISLA
Tú que amas esta ciudad de nadie, de fugas…
tú que navegas en la suerte de la isla
donde una señora en el centro del Hudson
con aires de reina —Por cierto francesa—
te recibe, te da la bienvenida y te seduce
regalándote el miedo por adelantado
la libertad condicionada a unas palabras entre paréntesis
donde todo, todo es diariamente perfecto
Tú que te quedas en este péndulo de sueños
que viajas en la amplia maleta del tren
con la dosis exacta para ignorarlo todo
viviendo las horas de minuto y medio
escamoteándole a la suerte
la verde y enigmática sonrisa de Roosevelt
en una constelación de egos por no perderlo todo
En esta ciudad que yo también habito
el centauro en Wall Street
se coloca la mitra o el bicornio
bendice las monedas que saciadas de veneno
recorren las calles de Manhattan
donde no se cuentan los naufragios
ni las veces que la nostalgia discreta
se cuelga en las alas de los pájaros
que ciegos se suicidan
en las fauces de las luces de Broadway
Tú que habitas esta ciudad de todos
de paredes vomitando apellidos
como el tuyo, como el mío
nombres huecos y lejanos
de muertos en refriegas ajenas
espiados por los ojos de los edificios
transitando atado al cinturón del miedo
que nos engulle en una fosa común
sudando la sangre que se queda en el filo de la navaja.
TODOS LOS COLORES DE HARLEM
Es negra la danza del negro de Harlem. Negra la raíz, sus santos y la comida. También negros los labios que tocan el saxo, la trompeta y el trombón. Son negras la manos que golpean el cuero del Tambor Mayor, la jícara que resuena como un lamento que se
pierde en las caderas de los negros en el Apolo Theatre. El contrabajo se derrite en el contoneo de un Swing y el Jazz, casi profano, se mese indomable en el corazón del barrio que pretenden blanquear.
La mirada del negro no es la misma en el espejo
rompiéndose en nostalgias en el Harlem River
en la presencia sorda
de su huella digital en las tabernas
Harlem pieza de museo de interés para turistas
repoblándose de blancos madrugadores
paseando sus perros
vestidos a la última moda canina
Repleto de un canto que tanto pesa
Charlie Parker se descompone en el tiempo
con un jazz en la punta de la lengua
en las notas de un saxo rebelde y subversivo
Gospel, Swwing, Charleston y Calipso
y la negra Jomes perdida en dos o tres compases de un blues
en la fuga de un blues
talla los versos con su cante hondo en las tardes de Manhattan
embotellando la manzana de rumores abstractos
con historias que aún no se han contado
reventando la bandera llena de viento
queriendo huir, huir. . .
sacarse del pecho viejas heridas
Davis se ahonda en el portón de su negrura
ébano, tiempo
voz, lengua sin temor alguno
orgullo atezado, pluma
En su negra, amarilla, blancura sombra
Harlem con sus brazos quebrados
sigue aquí junto al River
deformándose en su geografía.
PURA DESNUDEZ
Desnuda sobre tu arruga gris, tu frío me resbala como los labios de un amante complacido.
Te doy mi desnudez
en el instante de tu obscena mirada
en tu delirio jadeante, en plenas calles
remolino agónico que ata y estremece
es juego tu fuego adyacente a mi cintura
Te doy mi desnudez
que es larga y duele
habitando tu contradictorio ombligo
gangrenado, furtivo y blasfemo
Te doy mi desnudez
en tu incestuoso paisaje
en los colores y estrellas que te nombran
en la brizna del llanto que escondes como un delito
Te doy mi desnudez como una sombra retorcida
esparcida en toda tu extensión
y tengo. . .
tengo frío.
SÁBADO EN WEST 4 STREET
A plena noche se precipitan las miradas. Los ojos bien abiertos se posan desnudos sobre
un sexo rosado, de seda y terciopelo. Los amantes permanecen sumidos en su humedad, en la noche inquieta. Hay entre ellos y la ciudad una secreta convivencia que los provoca. Ellos gritan que se aman hasta en el aliento de sus cuerpos repetidos. Se aman, ebrios de deseos, desenmascarados, con un goce que se esparce y se filtra en el acero.
Sábado, su insomnio convoca en el Village
Los destellos de luces hieren como dagas
cuando el milagro de una mano
salva la caricia
la rosa que crece entre los senos
la cabellera alimentada de invisible brisa
el látex tibio, el gemido del semen
que en la sed de los ojos
se siente en la boca
Una moneda
observa desde un tranvía
algo anuncia su aleteo procaz
sobre los rosados personajes
en la epidermis de su sexo
y el maquillaje derramado
sobre un orgasmo desahuciado y suicida
Un humo sale de la boca
de una vagina huérfana y mendiga
y es nupcias la respiración, el gemido de los amantes
sortija que recorre sin parar un costado de Manhattan.
LA PALABRA QUE CALLO
La palabra se niega a sí misma. Es otro el rumor en su voz muerta. Punzo su cuerpo inútilmente. Horizontal sobre mí resbala, viscosa se transfigura, penetra mi boca y me ahoga.
Del equipaje del silencio extraigo la palabra
miles acuden rebelándose culpables en mi boca
derramada en mitad del tráfago de las calles
en los escaparates que alucinan
y el oropel de las fuentes incrédulas
La fosa abierta de la ciudad
se traga montones de lenguas
a través del día
solo mis huellas delatan mi presencia
extraviada en cualquier mirada
sofocada en el olor de lana vieja
en el sudor de miedo demorado en mi cuerpo
viajando hacia adentro
ahogándome en la palabra que callo.
ENTRE OTRAS COSAS
Entre otras cosas
da lo mismo si hay cellisca o llueve
si es el amor o los amantes
en la ciudad que transitó el poeta
el mismo poeta en Nueva York
el que levantó su voz junto a Whitman en los trenes
y le escribió estos versos como quien pare a un hijo:
"Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas".
El que libó la manzana de la boca de un pez en Central Park
y danzó con los negros entre edificios y palmeras en Cuba y NuevaYork
Entre otras cosas
nosotros también mordimos la manzana
deshojamos en las esquinas
la hora sorda que golpea
y amarga cualquier Karenina en la calle
junto a un hombre que naufraga en su corbata roja
ella de verde y violeta
resignación de plomo en su cartera
bajo el muérgano sutil de la tarde que transitó el poeta.
ALGO QUE DUELE
El cielo es un mar suspendido
que lentamente se vacía sobre la ciudad
a goterones infinitos y dolientes.
La lluvia es un telón que cae
desgarrado por su bóveda agrietada
y va rompiendo las cosas en su caída.
Esta noche llueve como nunca
mi corazón de búho y amapola
tiene aires de noviembre
de la arcilla que viaja en la pupila rosa de la tarde.
Llueve tanto que hay algo quebrado por la lluvia
algo que duele en Nueva York.
INMIGRANDO HACIA WHITMAN
El tren es un trozo de la ciudad que aleja.
VICENTE HUIDOBRO
Una luna de ilusión
mengua en cada rostro.
Un bostezo soñoliento
cuajado de tristeza
permea la nostalgia.
Un café urgente pacta con el sueño
filtrado por las venas
cual metáfora muda
despierta.
A mi diestra
un salmo
gozoso o doloroso
¡Qué importa!
Roncan los trenes
surge de su vientre un lamento visceral
millones de apellidos y acentos
inmigrando hacia Whitman
negándose al olvido.
En cada estación
una andanada de música
desflora el pensamiento.
Un triste bandoneón
suspende en el aire un tango de Gardel
perezosa una guitarra
acompaña la nostalgia
de un corrido mejicano
y no importa la flauta andina
o una bachata inquieta
un rap asalta mis oídos,
mientras, unos ojos lujuriosos me desvisten.
Toques de tambores ponen otro acento
sangre negra-africana
caribe-blanco-americano
proclaman un grito
roto, desierto
más que otra orilla.
Yo, despedazo un cuento de Rulfo
me deshago en conjeturas
en nostalgias quizás
y asombrosamente sumisa
espero el otro tren.
EN TU PIEL QUEDÓ LA ESPERA
Mujer
no serás más
náufraga que se ahoga en los brazos del absurdo.
Cuando en las noches de insomnios, decidas explorar tu cuerpo
saber por qué mereces ser amada como a nadie todavía
y combatir ese infame absurdo de la espera
y te escapes con las luces del poniente
fugitiva en lugar de prisionera
y regreses nueva
y te enteres que cerraron todas las lavanderías
que las modelos no están más en las revistas
con sus rostros hermosamente tontos
y hay en su lugar unicornios resucitados.
Cuando ya no creas lo que definen los diccionarios
ni en las imágenes de propaganda
del calendario en la pared de tu cocina
ni en el azar de desojar las margaritas
te meterás al bolsillo toda la doctrina de Freud
te mirarás al espejo, eco del tiempo
y desnuda tocarás tus pechos como a los 15 todavía
y reirás de los pliegues de tu boca y de tu frente
y no acallarás más, la larga espera de tu cuerpo.
Cuando redimas el verbo en tu carne
gritarás cientos de cosas hasta entonces innombradas
porque sabes muy bien, que no es tu imagen la del Discovery Channel
y serás tan feliz, que trocarás los faros por estrellas
dejando recorrer sobre tu cuerpo la violenta lluvia de marzo
ebria gota lunar, transparente.
Osiris Mosquea nació en San Francisco de Macorís, República Dominicana. Realizó sus estudios universitarios en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde obtuvo su título de Licenciada en Contabilidad. Posee un Master of Spanish Language and Literature, The City College of New York. Estudió cuentos y arte español del siglo XX en la Universidad de la Rioja, España. Es poeta y narradora. Fundadora de Trazarte Huellas Creativas en la ciudad de Nueva York y coeditora de la revista Trazos. Sus trabajos han sido publicados en revistas, periódicos y antologías en los Estados Unidos y otras partes del mundo. Tiene publicado: Raga del Tiempo 2009 (poesías). Viandante en Nueva York, Artepoetíca Press. New York, 2013, (poesía). Una mujer: todas las mujeres, miCielo ediciones. México, 2015 (poesía). De segunda mano, Books & Smith. New York ,2018, (narrativa). Desde la soledad de los puertos, Proyecto Editorial La Chifurnia (Colección Hypatia). El Salvador, 2019.