ROOSEVELT ISLAND
Demasiado arriba: el cielo
sospechosamente blanco.
El día se resiste, la luz huye, se repliega
ocultando lo que halla. Todo busca
su pretexto en la memoria de la sangre,
las rodillas desconocen
la cadencia de una isla
sin espacio para el polvo.
Nada calza
con el hábito del ojo, pero siempre
la faena es una sola:
la apatía demorada en los cristales,
la insidiosa claridad
de un eterno mediodía que desciende
sobre un mundo saturado
de señales
sin misterio.
EL PESO DE OTRA ISLA
Los cuerpos, dominados por la luz,
se repliegan ante el asesinato de la piel.
VIRGILIO PIÑERA
Ojalá pudiera hablar de la maldita circunstancia
más allá de la epidermis
enumerar las formas exteriores de la miseria
su proliferación convertida en fuego
testar el barro que penetra en los oídos
describir cómo se revientan córneas e incineran cuerpos
en una isla real y su horrorosa circunstancia.
Palpar el tiempo en los escombros de la carne
no tener más el derecho a imaginar
las circunstancias mientras sostengo todo el peso
de una isla inexistente en la cabeza.
EN LONGISLAND EL ALBA
Esta es el alba.
Para decirlo de otro modo
habría que tener las sílabas del bosque
su rojo triste en las papilas su amargor
acoplado a la lengua.
Aquí no hay madre
que nos enseñe a amar los nombres
y nos guarde el silencio.
No sé decirlo de otro modo:
aquí amanece.
OFRENDA
Sitiado en la penumbra surge el canto
de lo que no alcanzó a saberse día,
cuando tus manos huérfanas de tiempo
trazaron la estatura de la muerte
y urdieron en la entraña de la piedra
la voz de lo que no merece un nombre.
Las horas no distinguen si sus nombres
nacen o desembocan en tu canto,
si el cielo es padre o hijo de la piedra:
cosechan el olvido, alzan el día,
y añoran la promesa de la muerte,
pero alimentan con su hambre al tiempo.
De ti conservo la palabra tiempo
y cargo su cadáver como el nombre
que arrastra el condenado hasta su muerte
con la esperanza de volverse canto
sin verbo, para al fin nacer al día
que transfigure el llanto de la piedra.
Aúlla entre mis sienes una piedra,
la misma que desdobla sobre el tiempo
la estampa diluida de los días:
imagen que en tus aguas busca nombre
sin otra voluntad que la del canto
forjado a semejanza de la muerte.
Si pudiera abrazar toda la muerte
imitando el olvido de las piedras,
entregarme al sonido de su canto,
redimir el instante, ser el tiempo
sin edad, liberado de sus nombres,
y acallar esta sed que ahoga el día,
no diría palabra y cada día
cedería sereno ante la muerte
y por fin el silencio, único nombre,
despojado del peso de la piedra
volvería a ser uno con el tiempo:
voz callada, raíz antes del canto.
Sea el día anticipo de la muerte
en que vuelvan a unirse piedra y canto
y descansen del tiempo nuestros nombres.
CEREMONIAS DE INTERIOR
Hay algo permanente en la distancia
entre objeto y recuerdo, aquí o allá,
ayer, hoy y mañana.
Repetido y diferente en la memoria
todo queda circunscrito a ese lugar
en que un día nos fue dado amar al mundo.
Perduran sus imágenes: la angustia
del rito los domingos, las migajas del pan
y el desamor
que negamos una vez tras la ventana.
Cambiamos de ciudad, contamos sitios,
pero allí y solo allí fuimos y somos
para siempre condenados al abrazo,
al secreto de la luz que nos recuerda por las noches
nuestra ruina originaria.
MILONGA SOLITARIA
Volver a habitar las melodías
que no reconocen su eco
cuando suenan aquí, donde los muebles,
las veredas, la humedad acumulada,
todavía no conversan con el pulso.
Milonga solitaria vía uptown,
odisea Prospect Park - Long Island City:
mirando los horizontes
no quiero cruces ni aprontes
ni encargos para el eterno
solo volver a ser un cuerpo que responda
al estímulo de estas presencias
demasiado sordas
para llorarlas en el canto.
CIENTO CINCO AÑOS DESPUÉS
Y una hoja de arce roja
marca el Cantar de los Cantares en mi Biblia
ANNA AKHMATOVA
Bajo el techo congelado de una casa ajena
me pierdo en el recuerdo de días terribles
que tampoco fueron míos.
Leo a Akhmatova leyendo a Salomón.
Su oración se hace silencio entre las páginas
del Cantar de los Cantares
que le habla todavía de milagros.
Ciento cinco años después
al azar abro una Biblia, imitando su gesto:
Job abre su boca vanamente
y multiplica palabras
sin sabiduría.
HACIA DÓNDE
Pero Ítaca está dentro, o no se alcanza.
FRANCISCA AGUIRRE
No alcanzarán las islas que contaste
y aproximaste en sueños, tras la niebla de la infancia,
a extinguir el rencor que hoy incendia
y consume todos tus barcos.
Henchidos de silencio entre la luz
del recuerdo y la noche del presente,
su madera enronquecida se alimenta todavía
del anhelo de que Ítaca no sea
sino el sitio que separa
tu vida de la vida,
o de la muerte, que es lo mismo;
el rincón que te espera
sin promesas
cuando ya no haya palabra
ni deseo de ella
y acaricien tus huesos
las raíces invariables de la tierra.
Micaela Paredes Barraza (Santiago de Chile, 1993). Licenciada en Letras Hispánicas. Ha publicado los libros de poemas Nocturnal (2017), Ceremonias de Interior (2019), ambos por la editorial chilena Cerrojo, y la antología Adiós a Ítaca (2020) por El Taller Blanco Ediciones, Colombia. Es editora Awayu, proyecto editorial independiente en Chile, y coeditora de la revista de poesía América Invertida, publicada en Nueva York. Actualmente cursa el Máster de Escritura Creativa en NYU.