UNA MUJER QUE CONOZCO VUELVE A SU PATRIA
Ella, después de muchos años,
vuelve a su patria.
Regresa a lo que ya no conoce.
Y en seguida,
al ver aquello que la recibe
siente, en alguna parte de lo que aún es suyo,
que lo amado mudó de lugar.
Detrás de la artificial frontera,
tras el muro hace poco caído,
no ve campos arrasados ni cadáveres,
sólo odio en las copas levantadas
para festejar el regreso de los valientes.
Lauren Mendieta
CANCIÓN PARA ESPANTAR EL FRÍO
Te cansaste del aire congelado entre las fosas nasales
y le perdiste el gusto a respirar
La calma se sale de tus bolsillos
y tú
con manos tan rasgadas para contenerla
La calma se esparce por el piso
y tú
con pies tan ineptos para arrastrarla
Entre mis manos acuné tus nudillos
No sé cómo burlaron el temor de romper la membrana invisible de un hombre
Adónde huiste niño mío
en esta alborada de sangre
Tú
tan proclive a los designios de las estrellas rotas
Barbas de vagabundo te descosen los dedos
Sobre lunas apagadas pendulan tus ojos
Ven
Te cantaré mientras lavo la sangre de tu ropa
yo sé canciones que espantan la muerte de las fosas nasales
Tu pobre sangre fría debe extrañar mi abrazo.
Alejandro Cortés González
EL ENEMIGO
Hubo un día en que el pan
fue piedra entre las manos descarnadas
y brillante la llaga
en la boca de los perros.
No hay revolución más cierta
que separar los sesos de las tripas;
a un lado la lengua
esa espina magra
que hace frente a la voz
y la mano que escarba y va sumando a uno y otro lado:
mucha gente es desasosiego,
poca es templanza, mesura
y la mano mezcla y revuelve
estira las tripas,
pesa el hígado por donde corren
los odios más roñosos
y tantea la serenidad con la que se vigila el mal ajeno.
A uno y otro lado se batalla,
se resiste con furia animal.
Vuelvo a nombrar los días más amados
y es poco lo que queda:
las manos descarnadas,
los hocicos lacerados,
la quietud del humo a lo lejos.
Camila Charry Noriega
HISTORIA DE LA SED
Un día, así como llegó,
el río detuvo
su floración de agua tempestuosa.
No se volvió a escuchar
el rumor aletargado contra las piedras
ni el murmullo creciente
desbordando las orillas.
De repente, cual dios aniquilado,
su cuerpo trasparente
se transfiguró con la noche
en un silencio atroz.
A la mañana, nos acercamos al puente
y solo vimos pasar un turbio cantar
de lodo enardecido.
El lecho desnudaba su hondura
de graba y sed milenaria.
Entonces, los hombres fueron en busca
del río extraviado, pero regresaron
con la boca hecha ceniza
y el alma tatuada de polvo.
Desde ese día, la muerte pastorea
su rebaño de esqueletos por las calles
y nadie habla ya de la lluvia.
El río va sobre afluentes subterráneos
o quizás nunca existió,
quizás nunca estuvo allí, quizás solo fue,
para un pueblo en sequía,
nada más
que agua imaginada.
Danny Yecid León Moncada
BATALLA DE PALONEGRO
-¡Deponga las armas!
(silencio) Deponga las armas!
(silencio)
Y más silencio
conjugado en todos los tiempos
para el recuerdo de los generales
que mandan izar banderas con astas de huesos
Y cómo se aplaca la ira de los clavos engastados en las rótulas
si apenas se escucha un Empujen para que se acabe esto
cuando se ven hostigados los invictos de Palonegro
Invictos, sí. Porque si nadie gana nadie pierde
y siguen peleando las vísceras en las afueras de la vida
a donde llevaron a los heridos aunque aleguen buen trato
Invictos todos, sí. Porque si nadie gana nadie debe doblar de nuevo las rodillas
Pero me temo que las aves aquí se cargan con horrores
y habrá catres esperando con hambre el día 9
el día 15 de la batalla
cuando recoge la muerte sus despojos
y se desliza por el cafetal
hasta el Hospital de Campo Hermoso
Convéncete, mi amigo, de que jamás tendremos patria
la gastamos toda en ruinas
un solo escenario de siete leguas basta
para reducir su épica de huracanes a una hélice marchita
Siete leguas de rifles que se descuelgan a la muerte
Ya duérmete en la tierra que pasan los siglos de fiebres y viruelas
no llega la comida en mulas ni el agua
y sólo queda ya esta agua que se tiñe con nuestra sangre
y la lepra esperándonos camino a casa
Angye Gaona
ÉXODO
Rodeamos el olvido
Para llegar al otro límite
debemos caminar por muchos días
ruinas laderas estrellas de mar
una huella tras otra
haciendo un mapa al precipicio
Tropezamos con los huesos del ferrocarril
que serpea la montaña
como un cadáver condenado al tiempo
donde su canto se devora
Antes de perdido el sol
los niños corrían a alcanzar el tren
que se fundía en la espesura
cantaban con las bocas que extendía el humo
todos los amaneceres secretos
elevaban sus esquirlas
Ahora evitamos el rumbo
ponemos la historia en dirección al viento
y cambiamos el caudal trocamos catalejos
en el cruce de un abismo a otro
de una estación a otra devolvemos las agujas
enterramos el carril
Nos vuelve la piedad con un respiro
volvemos
mejor terminar pronto
El abandono es esta sed que queremos sepultar
Jorge Valbuena
CALLE
Crecí entre lomas y bullicio.
Conozco estas calles como a las venas
que atraviesan mis hemisferios.
No elegí crecer en este barrio encendido,
lleno de nudos y misterios.
No era de nadie cuando llegaron
los que venían del campo
con los sueños y los pies descalzos
a querer vivir la ciudad
sin que la ciudad quisiera.
De niña pensaba que las calles empinadas
conducían al cielo
y me enamoré de las cometas enredadas
en los alambrados,
de los niños jugando sin camisa en la calle,
del mango con sal afuera de la escuela.
Me enamoré del sol
que acariciaba las terrazas en la tarde
cuando vivir la ciudad
era un viento de estallidos
atiborrado de sueños.
No elegí estas calles roncas
llenas de voces y de perros ladrando a su sombra,
pero he llorado cada uno de sus dolores
y he amado cada centímetro de su tierra.
Ana María Bustamante
POESÍA HUMANA
Desde hace siglos
el hombre
se ha empeñado en llamar
“canto de aves”
a la poesía.
Y estoy harto
de ese mote tan irreal y cursi
sobre mi profesión
-la que no me da
ni horarios ni dinero-.
Y digo irreal porque
hay que tener una imaginación algo deformada
para escuchar de las aves
un “canto”:
los animalitos, frágiles y diminutos, que recorren
en la tarde el cielo como chispas
de una hoguera invisible
no cantan –¡por dios!- sino que apenas
hacen ruiditos. Y digo
esto sin demeritar ni en un punto
su belleza.
Canto el del lobo bajo
la luna inmensa y clara
creciendo
tras las montañas. O el de
la cigarra que explota antes
de haber encontrado el tono de su canción.
En cambio,
los pájaros hacen ruiditos, apenas,
pero incomprensibles y hermosos –como
incansablemente
nos lo recuerda la tradición
de la lírica española.
Ruiditos que si se escuchan con atención
no recuerdan ningún canto
sino tal vez gotas de agua cayendo en una cueva oscura,
complejos circuitos emitiendo un código sonoro,
un ataque extraterrestre, el burbujear
del lodo primigenio en el calor del volcán,
el golpeteo insistente sobre una superficie hueca.
Ruiditos como
Clac clac clac cluuac clac clac clac cluuuac
Fiup fiup fiup fiup fiup fiup
Prrr prrr prrr prrr prrrr prrr
Tuuooc tuuoooc tuuuooc tuuoooc
Ruiditos que no nos interesa interpretar
pero señalan sin lugar a dudas
la presencia de otro,
y eso es suficiente misterio y suficiente belleza.
Así, quiero que mi poesía no sea otra cosa
que estos ruiditos que pronuncio ahora
adentro de tu cabeza,
y que no son, y no quieren ser, cantos de aves.
Sea canto tal vez la palabra del campesino
que como un ave tuvo que migrar, pero a la fuerza.
Canto tal vez la palabra de la mujer
a la que trataron como gallina ponedora y la obligaron
a preñarse o parir.
Canto tal vez la palabra del indio
a quien quisieron cazar como a un pato.
Por eso, mi poesía no quiere ser canto.
Quiere ser apenas un ruidito
para recodar que estamos juntos.
Una poesía humana.
Juan Camilo Lee Penagos