EXHUMACIÓN DE LA MADRE
Tu cadáver aún sabe a beso.
Tu vientre es una llaga en llamas
que alumbra cuando Dios
se apaga.
No, Madre, no estás en el fondo de los perros.
No cupo tu nombre en las fosas que dejó el olvido.
Aún hay saliva de la luna en tu cadera.
Aún hay ceniza de tu hueso cada viernes.
He visto tu evangelio carcomido por la culpa.
He visto la luz a rastras en los templos del castigo.
Urge, Madre Nuestra, que regrese tu regazo,
que nos salves del humo,
y del aliento que madura con el trueno.
Urge que nos laves la duda con la duda misma
que nos quites del ojo estos buitres del noveno mandamiento.
Voy a rogarle al hambre que llore
hasta que vuelvas.
Voy a exhumar tu vulva, Madre,
hasta que estallen los candados del Infierno.
DIANA
No. No fue la primera oscuridad de Dios.
No fue la herida que llamó a la muerte.
Diana fue la primera luz de los profetas,
la primera sed que da la sal cuando amanece.
No fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.
No fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.
Lucifer, su hermano, lo supo demasiado tarde.
Quiso matarla con las misas de la culpa,
pero Diana fue siempre más astuta.
Ahora ella es el ojo de un felino,
el caldo de las ollas,
y la yema de las llamas.
Es ella la que corta yerbas para amar.
Es ella la que sube por los montes en busca de la llaga.
Los hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,
pero Diana es siempre más astuta.
Los barcos de los mares puritanos
prefieren la deriva que los puertos donde duerme Diana.
Los curas de los templos ebrios
la buscan con los perros más borrachos.
Pero Diana es siempre más astuta.
De su lengua de partera es hija Aradia.
La niña también sabe cocinar
las uñas de la noche,
también sabe vestirse de sueño
cuando llegan los que duermen.
Madre e hija son la misma abeja
y el mismo hilo de las ruecas.
Son las hojas de un árbol que lo sabe todo:
El evangelio de las brujas.
IXQUIC
Esto que está aquí es el semen de un árbol muerto.
Aquí cuelga la cabeza del sol oscuro.
Miras el cráneo que se pudre como una brasa.
Ahora es un fantasma de saliva que sueña con la luna.
Esta jícara es su corazón
y este liquen es la boca que se estira para besarte.
Lo llaman Hunahpú:
el niño de maíz que será un guerrero.
Con tus manos de amasar la llama
le arrancas el ojo a penumbra.
Hunahpú se asoma por el hueco de la sed que crece.
Dejas que te escupa cuentos en tu vientre.
Dejas, bella Ixquic, que un nuevo sol
grite el alba en tu regazo.
LAS COSTURAS DEL SUEÑO
A las costureras
Ella enhebra la saliva.
Ella mide y traza con la tiza un pájaro en la tela.
Su ojo cruza el ojo de la aguja.
y ata el viento a la bobina.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
La tijera es un baile de muchacha sobre el hielo.
La tijera es un reptil hambriento que corre por el llano.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
Su Singer de pedal anda por la tela
con los labios apretados.
Su Singer gime a todo grito su trabajo.
Su Singer gime a toda máquina
las ganas de un abrigo.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
Ella sabe la puntada que lleva la costura de los sueños.
Ella sabe remendar el alma
cuando se hiere con las púas de la tarde.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
Ella cose guiños y recatos.
Cose el silencio y las palabras.
Ella cose el ruedo de un suspiro.
Ella cose los ojales de un secreto.
Ella cose las sisas que ajustan unas manos a la piel.
Luego corta. Luego une. Luego pega.
EL ESPEJO OCULTO
Por aquí pasan dos veces: lunes de fijo
y jueves salvo la Semana Santa.
Yo les dejo el asco, mi carroña
y toda la verdad de todo
en paquetes de silencio.
Ellos vienen, no preguntan,
y recogen este rastro de mi sombra.
Ellos vienen y se llevan
todo el polvo que le arranco
a lo que pienso.
Ellos vienen y tiran al camión
de la basura
las huellas que vomito por el alma.
Ellos vienen y recogen
uno a uno mis pecados.
Pasan por aquí temprano,
no preguntan
y se llevan mis olores,
los avisos de la muerte
y todas las palabras
que le sobran al poema.
Ellos vienen y se llevan
este espejo que ocultamos.
ARS CURANDERA
Para sembrar esta luz
hay que abrir los ojales de la sombra
y coser con la palabra.
Para alumbrar esta semilla
hay que aruñar adentro
y aporcar el ama
con los arados de la metáfora.
No se nace sin la tijera
que corta los cordones
ni se vuelve a nacer de otro modo.
Nadie es héroe sino se sale victorioso del infierno.
No hay vuelo sin que duela la caída
Este antiguo y sanador este ritual.
Pero hay que entrar descalzo
y alumbrarse con la jaula de la herida.
Carlos Manuel Villalobos, Costa Rica, 1968. Ganador del premio nacional UNA-Palabra (2019) en el género de cuento, Premio Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica (2014), Premio Editorial de la Universidad de Costa Rica (1999) y el Arturo Agüero Chaves (1993). Publicaciones: Curación de la locura (2020, cuento) Altares de ceniza (España 2019, poesía); El cantar de los oficios (2015, poesía); Trances de la herida (México 2015, poesía); El ritual de los Atriles (2014, disertaciones); Insectidumbres (2009, poesía); Tribulaciones (Guatemala 2003, cuento), El primer tren que pase (2001, poesía); El libro de los gozos (novela, 1era. ed. 2001, 2da. ed. 2019); Ceremonias desde la lluvia (1995, poesía) y Los trayectos y la sangre (1992, poesía).