ALFRED CORN, ROCINANTE, CUERPO Y MÁS CABALLOS, MÁS VALLES DE DESEOS
Leo la fina caligrafía de sus líneas,
poemas desde las trincheras
del tiempo: te has encontrado con el pasado y es
el presente. La contienda no termina todavía,
y no terminará. El significado es solo un refrenado
momento; pero la forma es legión. A.C.
El viajar a México no sólo me trae la gran satisfacción de reencontrarme con entrañables amistades y de participar de fabulosos Encuentros de Poesía o en homenajes a grandes creadores, sino que también me lleva a realizar una de las aventuras que más disfruto y es la de visitar librerías de viejo. Es fabuloso el recorrer las calles de la Colonia Roma, para sumergirme en la búsqueda de libros que cuentan historias, versifican en el tiempo y que emprenderán un viaje conmigo a Panamá. En el año 2019, descubrí también una librería de estas características al lado de la Fundación de las Letras Mexicanas, visitando al admirado poeta, Eduardo Langagne. En esas sumergidas fascinantes entre anaqueles y pilas de libros pude encontrar un tomo de color amarillo titulado San Antonio en el Desierto de Alfred Corn, traducido por Guillermo Arreola y publicado por un sello independiente con un catálogo muy bien cuidado, El Tucán de Virginia, donde uno de sus editores es el poeta Víctor Manuel Mendiola.
Leer a Alfred Corn, nacido en Georgia, Estados Unidos en 1943, es una experiencia extrasensorial, ya que confluyen no sólo las experiencias corporales, sino las espirituales, las eróticas, las existenciales donde las imágenes pareciesen desprenderse de un gran vitral desde la lengua inglesa. En esa escritura, incisiva, descriptiva y metafórica florecen acentos en un desierto, en una fría primavera, en un paisaje citadino, en el mar o a sus orillas y en diálogos con el tiempo y referentes culturales y personales.
Quise conocer más sobre la poesía de Alfred Corn y eso me llevó a descubrir que existía otra antología de su trabajo publicada en España por Chamán Ediciones en la colección Chamán ante el fuego, también con textos traducidos por Guillermo Arreola y al conocer sus páginas aunada a la ya existente lectura realizada antes, nos percatamos que estamos ante un magnánimo creador:
Una metáfora humana se irguió para escuchar su sentencia
En una de sus entrevistas, Alfred Corn sustenta:
Una de las características fundamentales de su obra poética es el uso de rima interna y el cuidado del ritmo estrófico ¿Cuáles son sus referentes poéticos?
Tengo la sensación de que me han influido todos y cada uno de los escritores que he leído. Incluso los malos, en la medida en que suponen un ejemplo de lo que no funciona en la composición literaria. Ciertos críticos han observado semejanzas con Elizabeth Bishop, John Ashbery y Hart Crane, lo que es posible, puesto que los he leído a todos ellos con atención y admiración. De hecho, he escrito ensayos críticos sobre dichos autores.
De él, ha dicho Carolyn Forché: “La poesía de Corn no sólo muestra sus considerables habilidades poéticas, sino que se convierte en un modo de pensamiento, una investigación sobre el arte y la pasión, los límites del dominio, la mortalidad, la divinidad y el posible destino del alma humana.”
Por su parte, el egregio crítico Harold Bloom nos dice: “Alfred Corn es una extensión extraordinaria e inevitable de la tradición de Nueva York y de los grandes poetas visionarios, que van desde Poe y Whitman a Ashbery. Corn logra una autoridad y una resonancia dignas de sus precursores. Él ha tenido la habilidad y el coraje de enfrentar, absorber y renovar nuestra tradición poética estadounidense. Sus perspectivas estéticas son notables.”
En esa vertiente de “enfrentar” sobresale el hermoso poema A un amante seropositivo, en donde despliegan el coraje y la esperanza sus nuevos brotes ante el virus que no refrena los sentimientos:
Hasta que pueda verte en ellos,
amor, sigue mirándome a los ojos.
El aeda estadounidense utiliza una frase de Cervantes que aparece en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que reza: “…él supo obrar y yo escribir.” Rocinante está allí, cabalgando tras cada locura, tras cada episodio, tras cada aventura. Además de admirador del gran prosista español, ha hecho suya nuestra lengua castellana, escribiendo poemas en ella. Y así sigue la hermosa, vibrante y gran poesía de Alfred Corn, testimoniando sus circunstancias y emociones; heredera y seguidora de la mejor tradición de la poesía en lengua inglesa, mirando a nuestros ojos fijamente, como quien mira pastar y correr a esos míticos caballos de todas las culturas sobre un valle-cuerpo de maíz y de sol.
Javier Alvarado
Ocú, 10 de marzo de 2021
ALFRED CORN
A UN AMANTE SEROPOSITIVO
Preguntas qué siento.
Pesar; y esperanza
que nace de tu intento
para continuar proyectos, tan decisivos
o perdurables como pueda la carne soportarlos.
Amor, y miedo
de que la hasta ahora implacable
astucia de un virus pueda desaparecer
la calidez, la cara, la respuesta
que nos dice quién somos y quién podríamos ser.
Culpa; y perplejidad
pues, sin mediar virtud de mi parte
o defecto tuyo, una ensombrecida aflicción
a mí me excluyó y en ti se instaló. Como si
todos, siempre, recibieran lo que fuera suyo.
Ira; y el saber
que nuestra aventura no se acoplará
a cabal prevención. Aun así, mejor apostar
que correr el riesgo de no sentir nada.
Hasta que puedas verte en ellos,
amor, sigue mirándome a los ojos.
ECLIPSE EN LA HABITACIÓN DE UN HOTEL
I
El vidrio que cubre la estampa bíblica
se ha vuelto pálido y reflexivo; el espejo mate.
Una habitación rectangular, oscurecidas molduras de sus puertas,
ventanas grises; la mente misma enrevesando esquinas
desde el sueño hasta la conciencia, la atención,
las ideas, las fantasías. De arriba abajo las puertas del pasillo
se abren para cerrarse de golpe. Y siempre con escasa luz.
La lámpara de porcelana existe sólo como un contorno
Plateado, trazado con solemnes curvaturas
como las del recortado capitel de la columna
de afuera. Noventa inviernos esta habitación ha alojado
a otras tantas versiones del ser- muchachas en vestidos largos,
hombres cual barbadas morsas. Biblias, prendas de crochet,
pomadas. Se reunían para procurarse calor
alrededor de la chimenea que ahora no se ocupa,
negra, gélida. Otros conciliaban el sueño a esta hora,
en la ornamentada columna la última imagen
cobraba forma, al cerrar los ojos, al bajar la cortina.
II
Algo entre el sueño y el no sueño que retrocede
treinta años y mil millas de distancia:
casi la veo a ella, de pie,
en el fregadero, lleva puesta... una blusa de algodón,
pantalones; está un poco delgada por el racionamiento,
tiene un marido en el Pacífico, tres hijos.
Echa un vistazo a los lirios turcos y a la lantana de afuera.
-No, eso fue en una casa posterior.
La luz vespertina modela su rostro
con fatiga, con bondad, una arruga de preocupación
entre las oscuras cejas. El cabello rizado,
corto y no muy arreglado. En otra habitación
alguien erra en una nota de la escala;
y ella se inclina hacia mí, un túmulo
ni más ni menos que del ser. Sonríe,
mueve la cabeza hacia uno y otro lado...
Claro que esto es posible, aunque no es real,
a menos que cada imagen que en silencio
retiene el pensamiento lo sea.
Un raro esplendor, como el de una vea,
se acopla a la tensión y al parpadeo de la memoria,
pequeña incandescencia, halo nocturno.
Surge como un regalo, un don de clarividencia
con el poder de trasladarnos, protegidos,
a casas perdidas, cuartos prohibidos,
en donde está ella, inmóvil. Pero no puede ser
la memoria. Nada recuerdo. Ausencia.
Qué llegó grotescamente, con juguetes
y pastel de cumpleaños, después me dijeron.
Al acercarse confiada la mano,
hacia los huesudos y hábiles brazos, sólo ausencia
encontró. Y la sigue habiendo
como un duelo, prosigue de modo ficticio.
El ascetismo de toda una vida.
Como si se pudiera elegir previsión
y cautela, a fin de sobrevivir.
¡Sobrevivir! El burdo deseo de durar,
imaginando lo que pudiese ser restaurado.
No me acuerdo, no obstante ver
la luz, el atardecer, cómo ella se inclina
y su silueta se ensancha, cual nube que se acerca.
III
El hombre envuelto en la oscuridad es libre de soñar:
las personas que invito pueden conformar este espacio,
mi compañía ser hasta que la habitación a oscuras
surja a la superficie –de regreso,
como en la biografía de alguien, que recuerda todo
para ser revivido y casi entendido.
El hombre de barba otro tanto habrá hecho,
al acercarse con brusquedad a la joven
que yace a su lado en la suelta trenza del sueño.
En lo más profundo de la noche él divide
Y enumera consuelos. Ella se arrebuja, bosteza,
sin entender ni oponerse al tosco abrazo de él.
Pero no te despertaré. Que el sueño, el amor y estas habitaciones
nos protejan, ¿por cuánto tiempo? La velocidad de la noche,
del pensamiento. Más ancianos que mis abuelos…
En mundos más adelante, una luz grisácea restaura una imagen
del Señor que enseña a sus discípulos,
indiferente, ignorándonos.
PORCELANAS CHINAS EN EL METROPOLITAN
Fue como si hubiera dado
con una carencia no reconocida,
un generoso bochorno… Y por vez primera las observé,
tras el cristal que las tenía en resguardo.
Mi estado primigenio, mis intuiciones de qué
(Fuente-
redimidos, acordes
con la fluidez y prominencia de sus formas,
magníficas en inimaginables
esmaltes: claro de luna, espejo negro, polvo de té,
celadón, sangre de buey, familia negra, flor de durazno,
amarillo imperial, café con leche,
craqueladas huevas de pez, y azul y blanco.
Este último era un país por sí mismo.
Sedosas columnas de leche destilada
con un azulado jarabe que descendía por las ásperas
y blancas laderas, adoptando de modo inverosímil
auténticas figuraciones: una rama, devastada con flores de ciruelo,
una casa, un hombre, o un dragón asustado.
Así pues con la familia negra: me desorienté
al buscarme momentáneamente
en un sueño ajeno, cual peonía
que estalla al caer; la primavera vista con gafas de sol,
cielos de ónix, la amenaza de un ala rayada.
Aquello era la abundancia. Retrocedí
hacia un jarrón color verde claro:
semejante a una pera o a una lágrima perfecta.
Parecía alzarse contra su peso, sólido
ímpetu, reflejando el delicado movimiento
del torno con que el alfarero recubría un quieto zumbido
en el ascendido giro de la forma.
Diseño y color, ancestrales raptores del ahora,
que dictando a la arcilla una estructura
pueden delinear la curvatura de los más variados temas, rebosantes
sin desbordamientos en una versión completa
del ser… Leo la fina caligrafía de sus líneas,
poemas desde las trincheras
del tiempo: te has encontrado con el pasado y es
el presente. La contienda no termina todavía,
y no terminará. El significado es solo un refrenado
momento; pero la forma es legión. Las rayas del arcoíris
prosiguen cual recientes invasiones que se alzan desde el sueño,.
Aún queda todo por hacer.
Traducción de Guillermo Arreola
Alfred Corn (Georgia, 1943). Es autor de más de una docena de poemarios entre los que se cuentan Tables (2013), Contradictions (2002) y Stake: Selected Poems, 1972–1992 (1999). Corn ha merecido distinciones como el Levinson Prize de la revista Poetry así como el Premio en Literatura de la American Academy and Institute of Arts and Letters.