IV
Como se debe leer a una mujer
Las lecturas de tus desnudeces me llevan a un saber hondo e inédito. Empiezo por observar tu acendrada actitud entregada a Morfeo, después tu piel de musgo adolescente, luego de tu portada, me adentro en tus partes hojeándote con lentitud y con cuidado, para poder atrapar todo el saber que tienes escrito por tu cuerpo. Y a continuación, en lectura profunda, navego en tus entrañas, para desentrañar los sórdidos secretos de tu alma no leída de mujer. (O releída, no importa: pues tú como toda mujer eres como un buen libro, que en cada lectura me dices cosas nuevas para mi ánima de amante y lector no apresurado.)
Leerte y releerte con mis dedos, con mi piel, con mis manos, con mis caderas, con todos mis apéndices de hombre... leerte como el ciego que soy, rozando con mi yo todo tu yo.
Por eso me place releerte, como libro abierto, y aprenderme segmentos de ti que repaso en mi contemplativa soledad de bardo. Declamar los pasajes de memoria y alucinar que estás, aún en ausencia, e imaginar que en la ficción que vivo, como lector de ti, permanente y perpetuo, nadie te lee como yo, en silencio de gemidos y de cantos, en éxtasis profundo y subyugante hasta alcanzar tu alma de mujer amante. Te leo, mujer y te releo, en voz alta o silencio, sin tocarte, o rozante a tu soma con mi soma, en mi lecho o mi mente; te leo comprensivamente, como se debe leer a una mujer.
IX
... sus pechos eran ágiles, en el camino,
al igual que su boca para el beso.
Su piel era tan franca, que no ocultaba sus ganas y deseos;
su pelo frágil, como sus propias lágrimas,
su clímax fácil,
cual si flotara junto a sus gemidos.
¿Cómo voy a olvidarla?
¿Cómo puedo olvidarla, luego de todo aquello?
Todavía entre sombras veo su despertar
dispuesta para el placer y el roce pleno.
Todavía, a distancia, alucino con ella.
X
En su piel hallé bandada de pájaros volantes, bajo un chorro de luz de libertad. En su piel había un universo, un nuevo mundo para mis ojos y mis manos. En los contornos de su piel no hallé linderos, ni empalizadas para quedarme en ella. En su piel haré ni nido, mi lar, mi tálamo, para este otro canto.
Por sus ojos, vi pasar todo un río interminable de belleza, vi fluir mi vida hacia un futuro, a un más allá, lejano adonde estoy. Todo fluyendo por sus ojos, guiado por su boca, allende de su rostro. Eso es poder viajar a través de una mujer.
Pues dos lunas vacías eran sus ojos, dos cuencas fluyentes hacia un destino incierto, inacabado. Dos túneles de luz abiertos que me trasportaban debajo de un puente al infinito.
Por sus ojos, lo vi todo. Todo lo que se puede ver a través de una mujer.
XI
Cuando habito tu piel, accedo a recónditos espacios que solo el silencio toca. Cuando habito tu piel me aboco al túnel, al portal de sombras que me allega a tu ánima de hembra. Cuando habito tu piel me habitas todo, y caigo en un trance de pasión profunda, por los embates del látigo que forman tus caderas para mi soma en turgencia. Y tus urgencias son vórtices en el que mis vértices se amputan al alcanzar el culmen del amar en gemidos.
Cuando habito tu piel, soy tuyo como jamás de otra mujer he sido.
XII
Pensar tu desnudez, en solitario, acercándome a los misterios que resguarda tu ombligo, me hace reformularte una propuesta para tu fértil imaginación de narradora nocturna y desquiciada, exquisita manera de alcanzar un relato novedoso y auténtico, como tu piel de pájaro: Volar sueltos de alas, ser amigos invertidos por un tiempo, sublime, fugaz e inexplicable, aunque luego hablen los demás de lo demás. Vivir unos largos instantes sin premura sin metas sin tapujos. En la mudez que encierran los gemidos sinceros. En la elocuencia que adquiere mi boca, sobre una boca de mujer dispuesta. En la embriaguez que me desata, y te desata, un cuerpo desnudo a la vera del nuestro.
Abrir la puerta de tu desnudez es adentrarse a un espacio de luz inusitado; es acceder a otro mundo enteramente tuyo, es compartir tu esencia con la entrega. Abrir la puerta de tu desnudez es penetrar desde las sombras a tu luz.
XIII
Rompe la ola en éxtasis sobre tu soma, mientras la luz dibuja las espumas: Azul verdeciendo a blanco, mestiza piel de mar que irrumpe en tus encantos de mujer marina. Tus algas mojadas por la ola, abatidas por su golpe de mar, por las manos del viento. Tu fondo, profundo y diáfano, colmado de ese salobre aroma que me desquicia. El remolino de tu vientre, que en torbellino me lanza a las honduras de tu cuerpo de trigo, salado, misterioso, ancestral como el piélago que te envuelve y te hace diosa.
Soy hombre de mar, y tú lo sabes. Forjado entre los vientos he llegado a tus orillas, desde las profundidades de tu fondo, y al vaivén de tu existir sirénico, por eso, como Tritón, me quedaré en tus dominios para reinar contigo entre la sal y sol.
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XVII
Mitigarte, labrada por mis manos.
Recoger tus penurias como jobos maduros,
luego de tus lloviznas.
Con lasciva paciencia exhorbitarte, mujer,
como mujer.
Es que prefiero el pezón al crack,
besar o chupar tus cuellos que oprimirlos.
Los gemidos a los gritos, el venir que el morir.
Así puedo disfrutar mil veces:
el que voltees los ojos,
jadees y te corras sin morir.
Petit morte, sí,
la grande morte, jamás.
XVIII
Solo tus pechos, amor, solo tus pechos, me salvan de esta vorágine traviesa de la Vida. Solo tus pechos, me evitan el caer en el abismo. Su alegría, su silente calma me dominan; doblegan el agobio de los días, y colman estas manos vacías, tan listas para el vuelo, a diario. Solo tus pechos, reflejos de todo lo perdido, consuelo terrenal del otro cielo, que me espera al morir, si en ellos muero.
XIX
Ese delirio cortante de tu sexo.
Ese metal sagrado,
incrustado en el dogma de un placer: cotidiano,
húmedo, profundo y engullente.
Esa agónica certeza de tu yo,
desnudo y combatiente,
acequivo a mis espasmódicas
tribulaciones de hombre,
por tus gemidos de diosa
en ascenso a la gloria.
Ese placer que me das al morir.
Ese vivir que te doy al ser tuyo,
desquiciado, loco y perdurante.
XXIII
Te propongo Charlie que la toquemos juntos. Con la delicadeza que se toca un crisantemo, como la mar toca la balsa, apenas roces, como la balsa a la mar, sin penetrarla. Tócala Charlie, para que experimente la agonía de nuestro juego, a distancia. Lo haremos alternando los delirios: tú con la maestría de un esteta, yo, con el ímpetu caribeño de un poeta. Seremos amantes compartidos: dos locos en busca de su esencia.
Tócala, sin miedo, sin tabúes, sin prurito: como se debe tocar la piel desnuda. Que yo, amigo mío: la tocaré como se toca una mujer deseosa.
Tócala Charlie, que ya está a punto de venirse y será tuyo todo aquel privilegio. Tócala otra vez, Charlie, que así es el juego.
Poemas de Sublime incompletud
Eduardo Gautreau. Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y articulista. Miembro de la Academia dominicana de la lengua. Publicaciones: Susurros de la lux, poemario, 2011, 2016 y transcrito al braile en español 2017. Relatos de un silbo, narrativa corta, 2018. Los poemarios digitales Sublime incompletud, 2016 y Traducido soy Otro, en Italiano, 2018. El poema escénico Martirio de una Rosa, 2019, y Los linderos del fuego, cuentos, 2020. Ha escrito artículos de interés nacional para la prensa digital e impresa, así como más de 170 ensayos literarios sobre poesía y narrativa. Cuentos, poemas y ensayos suyos han sido incluidos en más de cinco antologías, nacionales y latinoamericanas y en obras de otros autores. Es coordinador de "Intelectuales por la República Dominicana". Por siete y medio (7 1/2) años organizó una tertulia poética que se convirtió en un referente sobre poesía dominicana y por la que pasaron más de 90 de los más importantes poetas y escritores dominicanos.