FIRST SERIES
DON
Casi todo es gracias a una mano que no es tuya,
a otro brazo que no sabe para quién se esfuerza
cuando desmiga tu sombra y te abre la cama.
Esa mano cocina tu pan cuando olvidas que el hambre no cesa
para que puedas comer sin sudar mientras sudas regando la fruta del otro
que te cuida y no sabe quién eres y no necesita ni quiere entenderlo.
Hay patrullas ahora mismo que te guardan con desvelo el desayuno
para que tú te desvistas y ames y duermas a espaldas del músculo ajeno.
Los mezquinos llaman suerte a esa energía, y deidad los perezosos.
No comprenden que es amor y que sucede así
cuando encuentras a un extraño que te entrega hasta los huesos
sin saber cómo te llamas, ni quién eres, ni si existes.
Inédito (2019).
DIOS
Cuando me muera, no quiero vestirme
ni con la estrella, la cruz, o la luna,
ni con el cisne y el collar de pétalos de loto,
ni con el negro, ni con el blanco, ni con su hélice.
Cuando esté ante dios,
si es que hay alguno que espera,
quiero que me vea así,
desnudo,
tiritando.
Inédito (2020).
Mordiste una granada y en tus dientes
quedó la sangre presa para esculpir anillos
sobre estas piedras suaves de mis hombros.
Maceraste un limón entre tus labios
para empapar mi piel con su pulpa de estrella
y así apurar el jugo azul del poro.
Hundiste tus encías en las ascuas
de un gajo de naranja que en el panal de lenguas
me incendió el paladar hasta el rescoldo.
Y cuando abandonaba la viña incandescente de tu cuerpo
se me quedó la carne enfrutecida.
De La orilla libre (2013).
Yo aprendí en tu cintura una danza abisal
como quien localiza bajo el mar el paradero de las ánforas.
No encubras la evidencia carmesí del oscuro picotazo
y llévame a dormir donde pernocta el vientre de la abeja.
De La orilla libre (2013).
El lunar no se incrusta en tu carne.
Tu carne bordea el abismo.
Así una tarántula la tranquilidad.
De La orilla libre (2013).
TIEMPO
Para Bernard Nöel
Qué tienes por propio.
¿Acaso las piernas,
las ingles?
Ni el árbol
puede sostener
su fruta.
Desde cuándo has estado
buscando un labio
tuyo
tuyo ahora
en el después te tumbarás
desnudo
rumiando piedras
con dientes
de agua.
De La orilla libre (2013).
GENEALOGÍA
No se olvida la casa persistente.
De mi abuelo paterno no me queda nada.
De mi abuela paterna que por mí durmiera en una silla
y la traición.
De mi abuelo materno los ojos de psicópata
y el miedo a perder el pasaporte. También un botón de ternura.
De mi abuela materna el veneno, la desvergüenza,
el no poder dormirme hasta las tres de la mañana,
el escándalo.
De mi padre el tabaco, la cantina,
el sur y un sol corrupto, la roturación de los nervios,
la mala sangre. El doble. El margen. El mal.
De mi madre
no lo digo
porque no hablo aquí de amor.
Luego, claro, mis hermanos, mis parientes.
Apenas volvían de la Antártida.
No fui feliz en mi familia y tuve que marcharme.
A veces pienso en ellos
a cien mil páginas de distancia.
De La tribu y la llama (2015).
NO DEBERÍAN ARDER LAS CIUDADES
No deberían arder las ciudades
sino los hornos de pan y las farolas,
el combustible de los repartidores de gardenias
y las baldosas naranjas del paseo con sol reciente.
No deberían arder las ciudades
porque una ciudad es una cebra fogosa,
una ofrenda necesaria de sombra y luz
para aplacar la mandíbula del león humano.
No deberían arder las ciudades,
ni la que tiene piscina de leche para baño de unicornios
ni la poblada por escorpiones y tentáculos que los devorarían.
No deberían arder ni la torre ni la madriguera.
Deberían arder la muerte y su geometría.
Debería moldearse un cuerpo nuevo que recordara por sí mismo
cómo llegar al pantano en que se oculta la salamandra de la respiración.
Deberían arder las corazas. Deberían arder los rectángulos.
Pero no deberían arder las ciudades.
De Manuscrito del hechicero (2016).
SOY MÁS VIEJO
Soy más viejo que mi cuerpo
como el cedro es más viejo que sus hojas actuales.
Hiberno como el cedro, y despierto cuando la batuta de las horas
golpea el atril del espacio. Por mí han pasado corcheas
como por el cedro macillos de colibríes.
Soy el que fui con la corteza de lo que seré sin estrenar.
Soy más joven que mi espíritu.
Mi casa es un cráter que creó una roca de otro mundo
antes del invierno nuclear y de la primera glaciación.
No comprendo que ninguna pirámide sea más antigua que el más joven de mis olivos,
ni entiendo la trompeta frigia y el arpa persa que a veces toco por intuición.
Me confunde ser testigo del nacimiento de una galaxia.
Cómo puedo ser viejo cuando soy joven y joven cuando soy viejo.
Cómo puede no existir una edad única que me dé sentido,
que justifique mi presencia en el pasado y el presente
y que imponga paz al bramido bélico del estar siendo y del ser estando.
Cuándo poseeré un rostro definitivo para todos los espejos.
Cuándo podré decir éste soy yo sin equivocarme demasiado.
Soy joven pero conozco los secretos de la cartografía.
Soy viejo pero tengo agilidad para boxear contra mí mismo.
Soy lo que falta antes de ser y lo que queda después de estar.
A quién odiaré más que al palimpsesto de mi carne.
A quién tendré por cómplice en el soborno de mi espíritu.
A quién daré los labios de quien me habita sucesivamente en soledad.
De Manuscrito del hechicero (2016).
CUANDO MUEVES LAS MANOS
Cuando mueves las manos me enseñas a blandir tulipanes.
Esa dosis de armisticio que propagan tus uñas
es una escuela de cómo domar dromedarios.
Quiero dibujar tus dedos pero ya están trazados por delfines
o por la lluvia que espolvorea semilla de yuca
sobre el jardín salvaje de un llanto incomprendido.
Cuando mueves las manos combates el hambre
y te reconozco en tu postura de ninja durmiente,
de húsar que ofrece su espada a un sintecho.
Eres una valkiria que toca una tuba oxidada
en la terraza de un sórdido rascacielos.
Aunque alimentan, nadie sabe entender tus yemas todavía.
Cuando mueves las manos entran en ritmo
las sonrisas de toda una ciudad en donde importan.
Tienes algo indescriptible en los nudillos,
algo así como bongos olvidados en la jungla
pero más profundo: quizá el cuero de una darbuca abisal.
Hay artefactos que no comprendo sin que tú los hagas música.
De pronto tus manos no se mueven. Sé que descansas,
que ahora no vas a crear más dulces conflictos
y que después atenderás a los quiromantes.
Mientras, yo vigilo tus guantes y difundo tu sueño.
Cuando no mueves las manos petrificas koalas.
Te esperaré batiendo palmas y forjando anillos.
De Manuscrito del hechicero (2016).
Pedro Larrea (Madrid, 1981) es autor de tres libros de poemas: La orilla libre (Ártese, 2013; Nueva York Poetry Press, 2019); La tribu y la llama (Amargord, 2015); y Manuscrito del hechicero (Valparaíso Ediciones, 2016; Valparaíso USA, 2017). Como ensayista, es autor del estudio Federico García Lorca en Buenos Aires (Renacimiento, 2015). Como traductor, ha publicado la edición en español de Book of Hours de Kevin Young (Libro de horas, Valparaíso, 2018); Una defensa de la poesía de P.B. Shelley, acompañada de Las cuatro edades de la poesía, de T.L. Peacock (Poéticas, 2019); y Sonata Mulattica, de Rita Dove (Valparaíso Ediciones, 2021). En la actualidad es profesor en la Universidad de Lynchburg, en Virginia.