FIRST SERIES
MARIPOSAS EN LA NOCHE
22° grados de calor
dejo la ventana de mi escritorio abierta;
en una de esas entra una mariposa nocturna
buscando la luz de la lámpara,
pensando atravesar esa luz en busca de su hábitat,
la sombra:
y por querer pasar de la luz a la sombra
se calcina,
y el polvo de sus alas se desparrama sobre
los libros que tengo en la mesa;
por piedad y por amor recogeré esas cenizas
con mis dedos y las dejaré entre las páginas
del libro más a mano: ¿cuál?
Están en desorden, entonces no hay uno
más a mano,
la mariposa nocturna negra
que se calcinó buscando la oscuridad,
tendrá su tumba luminosa entre las páginas
del libro que por ahora leo, o quizá solo hojeo;
su tumba será entonces
la buena o la mala costumbre entre leer
y hojear un libro, siempre que esté cercano
a la ventana abierta por el calor,
a la ventana abierta donde, mágicas, entran
a mi escritorio, algunas mariposas nocturnas
atraídas por la luz de mi lámpara fatal.
Inédito
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La vida a veces toma la forma de los muros.
EFRAÍN BARQUERO
BAJO LA SOMBRA DE UN MURO ENCALADO
Bajo la sombra de un muro encalado,
entre las consignas eróticas, apenas nos
rozábamos los cuerpos. No sé si previo a todo
ya estábamos condenados. Había más cuerpos
entre nosotros, no sé si muchedumbres,
Pero no estábamos solos. (Yo entonces recordé
que Genet quería que la representación teatral
de Las sirvientas fuera personificada por
adolescentes pero en un cartel que permanecería
clavado en algún vértice del escenario se le
advertiría al público la investidura y la ficción)
pero no estábamos en el teatro: yo quise tomarte
el cuerpo en la oscuridad; había más cuerpos
entre nosotros, no sé si muchedumbres; los cuerpos
tenían ojos los cuerpos no tenían ojos: jamás sabré
si había ventanas o si estábamos a la intemperie;
es una barraca como las de Treblinka dijo alguien,
pero yo escuchaba como en onda corta los sonidos
de la ciudad. Nunca sabré si hubo una ventana,
pero se filtraba sobre el muro blanco el fulgor
verde de un aviso luminoso y en el delirio que
acompaña al amor, en el delirio impune en que
terminábamos todos, comenzamos a imaginarnos cosas:
yo, en la penumbra, te abrazaba el cuerpo pensando
que te abrazaba el cuerpo en la claridad: el letrero
luminoso verde del Hotel King sobre el muro
era el único sol.
FRENTE A UN ESCENARIO VACÍO
Estábamos en el teatro. No estábamos en el teatro.
El teatro era la ciudad y la ciudad era el Mundo.
Pero el mundo era una barraca como las de Treblinka.
Esas sirvientas que nos traen la comida
son adolescentes rubios
disfrazados de carceleras dijo alguien, entre la muchedumbre,
porque estábamos en el teatro; pero no estábamos en el teatro:
estábamos en la ciudad y
el letrero luminoso verde del hotel King
era el único sol. Igual yo escuchaba los sonidos de la ciudad
como en onda corta, en la lejanía, tras los
muros blancos. La vida tomaba la forma de los muros
y el letrero luminoso verde refractaba
sobre la forma de los muros, como único sol.
A veces, por las noches, desaparecían aquellas refracciones
enrarecidas, porque llovía. Pero siempre llueve
en Concepción. Entonces todos somos prisioneros lívidos, empapados,
porque Chacabuco 70 está llena de goteras
y todo el edificio se llena de agua, tanta agua.
Pero no estábamos en Chacabuco 70.
Nuestro Mundo es una barraca, como las de Treblinka
dijo alguien entre la muchedumbre empapada;
pero no estábamos en Treblinka. Estábamos en el teatro:
en Chacabuco 70:
un cartel que permanecería clavado
en un vértice del escenario vacío
se lo advertía al público.
EL LUGAR DE LA TRAGEDIA
Inscribíamos en los muros, como primitivos cristianos
mensajes de dolor, peces agónicos como éramos en la lluvia
que se filtraba por los techos agrietados de Chacabuco 70
como los desgarrones de cada desgarradura abierta en
cada cuerpo que deseaba y no podría saciar
esos deseos, porque el tiempo, porque la lluvia, porque los muros, porque la amenaza, pan ácimo
de cada día, líbranos señor de los subsuelos te rogamos
de los subsuelos de los hoteles clandestinos,
líbranos por un día una noche o un instante
como el del orgasmo tan ansiado y que se demora,
como la libertad como un hilo de luz;
líbranos de estos muchachos rubios rapados investidos
de carceleras que nos conducen como en Treblinka
no sabemos bien adónde, porque los murmullos de las muchedumbres
no nos dejan dar con la verdad si hay verdad si hay
piedad, si existes, señor de los subsuelos de nuestras mentes
ya tan ateridas y los sueños, sobre todo los sueños
o no son sueños,
son representaciones teatrales donde San Genet
es el Dios y las carceleras esos muchachos rubios rapados
investidos de Las sirvientas que sirven al poder indecoroso
de las luces, las tablas y la representación,
aunque nos lo hayan advertido 7 veces 7
que son solo impostura y representación: porque estamos en Tebas
porque estamos en el teatro de la ciudad de la Tragedia y sus márgenes anegadas
aunque la ciudad y sus márgenes y la lluvia
sea nuestra única realidad, solo representación:
arte y más arte, pero un arte fétido,
el arte de estos años crucificados, el arte
de este tiempo de comediantes y mártires
bajo la lluvia inclemente que no cesa de empaparnos
esa cosa inexacta que algunos por acá, en la barraca, susurran
dicen, alma.
BALDÍO
Son siempre cargados de imágenes reiteradas
los crepúsculos en los baldíos. Sin forma humana
en pura tierra modelados, en pura lluvia desmoronados,
extendidos en puro barro y en desechos vegetales
desprendiéndose de las laderas donde no baña esta
porción de mundo el sol, donde refracta la pura
agonía del sol, la pura fala de forma humana
en los lugares señalados.
La Historia termina en los baldíos. Nuestras pupilas
ensanchaban la agrimensura del espacio y la boca
balbucía un deseo entrecortado, a lo más la mente
imaginaba un cuerpo imposible en la disociación
roja del sol y la tierra.
Son siempre cargados de imágenes repetidas
los crepúsculos sobre los baldíos. Nuestros cuerpos
se densificaban con la sombra advenida, se hacían
vegetal con los vegetales podridos, se mineralizaban
en el instante vacío de la noche, adherían a la
dispersión del humus en guedejas blancas hacia el
agujero de la noche; o aguardaban, como si de los
zócalos de la noche se derramaría esa agua final
de la que no hablaban las imágenes, esa agua final de los
mitos y de los sueños que restañaba con la limpidez
de una nueva forma humana los lamparones morados
de nuestros cuerpos.
De Muros blancos.
Tomás Harris (La Serena, Chile, 1956). Su obra podría caracterizarse a partir de tres rasgos fundamentales: su marcada visualidad, su carácter intertextual y el ser una indagación literaria en el horror cotidiano. Considerado como uno de los autores más destacados de la generación de poetas de los años ochenta, ha desarrollado una obra abundante y coherente, reconocible en su propia concepción de la poesía. Desde sus inicios, la obra poética de Harris abordó la ciudad como tema principal. Por ello su primera obra se ha vinculado con Concepción, donde en 1981. Fundó la revista literaria universitaria Postdata. En 1982, publicó su primer poemario La vida a veces toma la forma de los muros y tres años más tarde comenzó a concitar la atención de la crítica por la publicación de su obra Zonas de peligro, que la especialista Soledad Bianchi ha considerado como "una de las construcciones poéticas más interesantes y novedosas de la literatura producida con posterioridad al golpe de estado" (Bianchi, Soledad. "Tomás Harris: Abordar la Forma de lo inasible", Mapocho, (41):224-228, primer semestre 1997). La positiva recepción de la crítica para la obra de Tomás Harris se consolidó en 1992, cuando recibió el Premio Municipal de Poesía de Santiago por su trabajo Cipango. A partir de este título, su poesía continuó desarrollando el tema del viaje e inició un diálogo textual con las crónicas de Indias y otros relatos, construyendo así una "antiépica" latinoamericana, marcada por su carácter narrativo y por el uso de monólogos dramáticos. En 1998 obtuvo en Premio Casa de las Américas de Cuba por su libro “Crónicas Maravillosas”.