CERTEZA
Si tan solo
tuviésemos
la certeza de
la luz
para los desheredados
y no su ceniza
como piedra
muda
del castigo.
Si tuviésemos
un bosque donde alojarlos;
extenderíamos
su ansia, un
mástil clarísimo
contra las hogueras.
Si no existieran
los campos de concentración,
los dominantes
sabrían
que el fracaso
del confinamiento
aviva la
fogosa luz de
la libertad.
Si tuviésemos
la paz como herramienta,
con ausencia de guerras,
luchas difíciles,
insurrecciones,
enfrentamientos.
Si tan solo eso
fuese posible,
las magnolias
agrandarían
su fragancia,
la luz se acercaría.
Seríamos Nosotros.
el Nuevo Mundo desde América.
NINGÚN TIEMPO SE RECUPERA
El ausente rompe la distancia.
No hay espacio para resurrecciones.
El tiempo marcha con memoria detenida.
El ausente cree vivir en el recuerdo,
a pesar de la indiferencia.
Ningún tiempo se recupera de la nada.
Hay que ver a la altura del mar.
Hay pesadillas y renuncias despiadadas.
El tiempo del ausente
acumula banderas sin horizontes.
La vida exige entrega,
compañía,
presencia:
no pretextos ni excusas indexadas.
Hay terraplenes en el vacío.
El ausente dictó su sentencia,
en la lejanía del jamás
como bandera.
El ser humano no debió ser encerrado
en campos de exterminio.
Hemos nacidos para ser libres.
La libertad no se vende.
Nunca más esa condición.
Jamás debemos permitirlo.
Nunca nos rindamos
de luchar por la libertad plenaria.
Aún resuena la consigna
“No tengáis miedo”, de Juan Pablo II.
UNA NOCHE PERSEGUÍA LAS ESTRELLAS
Rompemos la fuente para inventar
el miedo, la crueldad labrada
en el llanto de la nostalgia.
Una noche perseguí a las estrellas.
Al final del arcoíris había muros,
salvajes alambradas creciendo hacia el infinito.
Nos destierran, me destierro,
somos inmigrantes en espacios globales
que nos han dado la espalda.
Ningún gesto humano
enterneció a los verdugos.
Vivir es una osadía,
una habitación sin estrellas en la montaña
arrinconada por el viento del monólogo.
Camino en la sombra que mira sin disculpa.
Tu tragedia nunca será contada,
pues la repetición anula los dolores.
Estás fatigado, el peregrinaje
es cal viva en la pérdida de los atajos,
de mariposas mirando al cielo.
Hay trampas en los tablones
de los barcos abandonados.
Cada poder es un exceso a la renuncia,
a las conversaciones sin distancia.
No te rindás:
hay utopías transfronterizas,
un pasaporte o un salvoconducto,
con el destino final de la esperanza.
TIENEN UN CIELO EXTENUADO
La balsa es una conquista
en las armaduras de la sobrevivencia.
Una legión que se desploma
en el gran mar de los migrantes,
donde las jornadas
miran hacia las maletas de Auschwitz:
campo de exterminio contra todos.
Te detienen en los acantilados,
acaso las guardarrayas
cercan un cielo extenuado
en la insolencia de cualquier sistema.
Hay réquiem en la certeza,
porque los fingimientos
son iguales en la memoria
del toque de queda,
cuando deambulamos
en el centro del equívoco,
en las banderías sin límite
de reinos prohibidos,
en los laberintos del tiempo.
La espuma parpadea en la inmensidad
del naufragio y las hogueras.
Los prisioneros galopan
en el piélago de la ausencia.
Los mendigos golpean las compuertas
de manera irresistible.
Vas encaneciendo la espera
en el crepúsculo inicial de la libertad.
LAS LLAVES DE LA TIERRA
En los labios de la ceniza
el delirio es una lluvia,
el destino del latido,
a la deriva,
la soledad del olvido,
la sílaba del follaje.
Llegas con el puño
del presagio
a los muros resquebrajados
por la fuerza migratoria
ante los registros policiales
de la libertad en fuga.
El vacío enciende
las llaves de la tierra,
el propio mar
dentro de las olas
en mi cuerpo.
Los oficios del aire
avasallan los pedazos
del azar en plena oscuridad.
El encierro perfecto
será dejar la huella
que borrará el mar
cuando huyan de sus captores.
En el templo de arena,
revuelto en la voluntad apátrida.
el silencio grita, en altamar,
palabras reconquistadas en la libertad.
LAS BANDERAS SE ABREN
La sombra como la lluvia
es una espada extraña.
Bastaría el abatimiento de la tierra,
la figura del dragón no convocado,
el mar de alguien,
donde los náufragos
encienden el desierto de la luz
contra las alforjas de la violencia.
La llama borrada en la oscuridad
de las puertas,
el descubrimiento del sueño
de Martin Luther King o Nelson Mandela.
Vivís en el lugar donde la lluvia se devuelve.
La guitarra es un destino de lágrimas
en el silencio carcomido por la agresión.
Envejecemos.
Las banderas se abren como muñones
que reconocimos debajo de la locura.
La inicial presume devorarlos,
atrapados en el vacío
de las murmuraciones.
La sombra es el muro
sorprendido por las vidas
que desafían otras oportunidades,
sin el miedo a la muerte,
pintada en el desprecio
de sistemas deshumanizados.
La cruz también se lleva con nosotros
UNIVERSO TRANSFRONTERIZO
Cortábamos los sueños
en las ventanas de la oscuridad;
en el círculo vicioso de las persecuciones,
antes de abrir la huelenoche,
el bosque o el océano,
el mar, sin hijos en el techo;
el arcoíris, al inicio de las olas,
cuando viene la ternura
que acuna en la corriente
o desplazará nuestros pies,
delante del mundo
de los turistas en verano.
El agua del océano estalla en silencio;
es la de todos los mares sigilosos.
Abre la boca llena de espuma,
y visita, demasiado viva,
cada sílaba consagrada
a la protección de los refugiados,
en medio de la tormenta,
sin espíritu de aventura,
con la plena consigna
del abrazo de vuelta
en la desgracia;
ante el cinismo de quienes
los “cazan”, como animales perdidos,
en el universo
transfronterizo de la incomprensión.
Nada más ajeno a los DD. HH.
TODA ESPERANZA ES DIGNIDAD
Escondidos, no respondan
las preguntas de los necios;
son los verdugos
que devoran los sembradíos
de la convivencia.
El delito del migrante
es su pobreza horizontal,
que les extiende de los Otros,
tentáculos xenófobos y racistas.
Seres humanos vistos como piltrafas
en la sombra dividida de la luz,
en la puerta distinta del abandono.
No deben responder
las obsesivas insanias
de quienes atestiguan
contra los hijos del mundo,
sin canciones de cuna,
en medio de la tristeza.
Los arrinconan, y exigen confesiones;
los hacen mentir en los formularios de la maldad
que no se lleva el viento de Ayotzinapa,
porque les han enterrado
la más alta dignidad
detrás de su martirio.
Sin la luz, la carencia se agranda.
Somos moribundos.
A pesar de los disparos,
encienden la oscuridad, detrás de los caminos.
Un abrazo de vuelta no vendría mal.
Queda el desbordamiento del olvido
un día gris en los crucigramas incompletos.
Las campanas anuncian la deportación.
Un ritual poco comprensible
en los universos apabullados.
El ojo vencido se arrodilla en la tristeza,
en la huida hacia otras fronteras.
Los escombros escuchan el estertor
de la lejanía encarcelada.
La medianoche es el cronotopo
para imaginar el abandono
de tu casa-país, de tu luna festiva
para seguir escondidos,
con edad desangelada, encorvados,
sin saber de la descomposición social
de los sobornos públicos transnacionales
que carcomen a casi todos los gobiernos.
Buscás otra patria…
A la fuerza te la imponen.
Toda esperanza es un martirio.
Nunca se comprende desde lejos:
Comienza la palabra.
La denuncia frontal contra tanta insania.
Poemas de Las llaves de la tierra
Miguel Fajardo Korea. Costa Rica en 1956. Licenciado en español, Lingüística y Literatura. Vicepresidente del Centro Literario de Guanacaste (1974-2021). Ha editado 28 libros. Premios: Joven Creación, Alfonsina Storni, Jorge Volio, Premio Universidad Nacional Omar Dengo, Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural, Premio Nacional de Educación Mauro Fernández y La Gran Nicoya. Ha publicado 800 artículos (1976-2021) en medios nacionales, internacionales e Internet. Columnista mensual en el periódico ANEXIÓN desde 1992. Entre sus libros de poesía sobresalen: Estación del asedio, Extensión del agua, Las puertas del sol, Margen del sueño, Ausencias, Travesías, Nadie es dueño, La sombra distinta, Comienza la palabra y Nunca como ahora (los dos últimos sobre los migrantes).