26 Abr 2024

223. POESÍA MEXICANA. JESÚS BARTOLO BELLO

-02 May 2021

 

[…] saber dónde y cómo y por cuánto tiempo y precisamente en qué dirección caminar, y la voluntad de salir y caminar con la mayor frecuencia posible, aun cuando una esté cansada o no esté de humor, o ya haya caminado sin resultado alguno.

DIANE ACKERMAN
Una historia natural de los sentidos

 

 

YO ERA ESBELTO COMO LA SONRISA DE UNA NIÑA CHIMUELA

que tiene hambre y la panza llena de parásitos, pero es feliz.

 

Leve como la lluvia que no es lluvia ni tampoco viento, pero moja.

 

En el aljibe de mis innúmeros regocijos estaba el de comer.

Ir de un lugar a otro, aunque el sol estuviera entrado en carnes,

no había distancia que fuera lejos ni lejos que por pie no llegara.

 

Tenía la sonrisa de los enjambres en épocas de semillas.

Duros como el caparazón de los escarabajos eran mis pectorales.

El fuelle de un toro de lidia impulsaba mi corazón por el día.

Las palabras: dolor, enfermedad, angustia, preocupación,

sólo eran pájaros que volaban lejos y no hacían nido.

 

El ímpetu de las olas del mar en la borrasca era el mío, delfín

contra la marea mis ojos remontaban las horas del desvelo.

Corría como una ceiba hacia el cielo en tiempos de lluvia.

Mis brazos también eran lluvia y abrazaban

con eso de trueno y relámpago.

 

No tenía el musgo necesario para odiar a mis semejantes en el alma;

en cambio, sí:

un hijo que sólo se dormía oliendo en mis axilas el sexo de la muerte.

Una mujer con la claridad suficiente en los ojos para hacer verano.

Mis días metafísicos y exuberantes transcurrían hasta el invierno,

no había primavera que la libélula de mi destino no abarcara con su vuelo

ni cornisa, ni hoyo, ni puerta que en hojas arrastrara

el pulso de lo vivo por mis venas.

 

Amaba con polisemia y las hormigas me hermanaban con la naturaleza.

Conversaba con las piedras de igual a igual en una mineral lengua,

era entendido en geologías y mis interlocutoras en humanas flaquezas.

Escuchaba al río como a un viejo sabio que siempre tiene algo que contar.

 

Yo tenía la edad de los presagios y la imaginación de los peces de río.

Cuál peso en la espalda, todo era vesania y descubrimiento.

Un vendaval, la habilidad de mis pies y manos, alta su plusvalía;

qué altura, cuál imprevisto, zanja o cólera que no sorteara.

 

Sofocado por la edad y el peso en el último peldaño de la escalera

soso y lento globo de cantoya, inflado por la combustión del alcohol,

me recuerdo, yo era chupamirto flexible y rápido para libar la vida.

 

 

[…] la luz se apresura, y los pájaros comienzan ya sus canciones aplicadas, cuando el primer rayo amarillo flota como yema de huevo sobre el umbral del mundo.

DIANE ACKERMAN
Una historia natural de los sentidos

 

 

EN QUÉ PEÑASCOS PONDRÉ LAS PATAS DEL VUELO

a tocar el sistro de los pájaros su nocturno sueño.

 

El cuerpo avecido de la aurora en qué ojos

a exornar las voces de las pesadillas.

 

En cuáles árboles el pico carpintero del sol

a talar los cipreses de los gallos tempraneros.

 

La algalia de lo que se abre en qué cielo

a perfumar ladridos de campanas.

 

Un canto de botellas vacías en el suelo,

amanece amapola abierta en los labios

 

de la quietud. Señora con harnero,

cribadora de libélulas matutinas,

 

astral dama de los cortacircuitos del día:

albece el corazón de los apaciguados,

 

pinta el calor con el color de la luz

en la premonición de los músculos

del hombre sumergido en los escombros,

de luciérnaga rumba con que alumbró

 

la noche. Hálale el pelo.  Alece su rostro.

Al oído sin galimatías dile: resucita.

 

Sácalo del oscuro pasillo de Morfeo

con el perro guía del olfato. Que atisbe

 

la sangre que se fríe en el atanor de los vecinos.

Enfermera de dedos ruiseñores y quirúrgicos

 

desmodórrale al can que vive bajo la lengua,

ábrele el ojo del estómago. Afiébrale el lince

 

de los jugos intestinales.  Prosaica escríbele:

el crepúsculo ya es una golondrina migrante,

 

el mar una postdata en el zureo estival de las palomas

que madura en el árbol hircino del aire su glosolalia.

 

Empújale el hambre hasta el boquete de la boca

antes que la claridad encoja la uñas y el albor

 

se quite las botas y Febo ponga su ojo pervertido

en el horizonte donde el mediodía sea destino.

 

El destino: una máscara que te asusta y se divierte

cuando jala polifónico los hilos que te atan al día y a la vida.

 

 

EN QUÉ NOCHERO REFUGIO EL ARPEGIO DE LA MADRUGADA

desnuda sus pechos de matrona.  Dónde su sexo alelí;

 

el exordio de sus nalgas a quién le fermenta el deseo.

Qué sabe el que duerme de sus ínfulas de mujer.

 

El alba de piernas núbiles abre su estratagema:

como céfiro calmudo tiende sus trampas.

 

Una callada didáctica pastorea por los edificios,

y en los árboles pájaros ventrudos sus gorjeos.

 

Nictálope el fulgor contra los peces del ensoñado

desafina y remienda su costura de cometa viejo.

 

En el braille del viento lee su camino la lucífera

mañana que festeja con pelícanos su nacimiento

 

y hace malabares con espadas de pez vela

con las manos de un tunco y trucos de monedas

 

con espinas de erizos que entierra en su lengua,

que son la lengua de los moribundos que lamen

en los pezones del amanecer el calostro de una estrella

que por el balcón de la noche su vocación suicida, arrojó

 

sin tantos aquelarres ni tormentos en la entraña.

Respira el agonizante en el bebedero albo de las horas:

 

su sombra aún sombra, su luz que ojo mira,

su mirada: risa sin fatiga, su cuerpo que poro a poro

 

encuerpa al alba con la sal de la pregunta:

¿en qué rincón el rosicler de las primeras luces

 

se olvida del pudor y las postizas uñas?  Ahora lo sé,

en la espalda del incurable: el aruño de la aurora.

 

 

LOS PÍFANOS DE LO INÚTIL AL CLAREAR EL DÍA ENCOSTRAN LO COTIDIANO.

A nadie le importa el chancleteo del vecino ni el salto del gato

que trae ojos de luna y ansiedad de calma entre las patas.

 

Quién atiende el moquear del refrigerador que abrazado a su frío

se inventa sueños de legumbres y palabras de cárnicos dientes.

A quién le emociona el clic de los apagadores y su ladeo de cabeza,

nadie se detiene a mirar su quieta manía de besar el dedo que lo obtura

ni aprecia el perfecto balanceo de las sombras de los muebles

que se apresuran a acomodarse el vestido de las umbras.

 

El parloteo de los trastes en la mansedumbre de la madrugada

a cuántos les provoca un sentimiento de tristeza o alegría.

Quién dice: el crujido de las escaleras me evoca algo crocante

y hace que surja el deseo de saborear algo probado en la infancia.

 

Los pasos lejanos y el bostezo de los demás a quién complace.

 

A quién le importa la flama del gas que llora

mientras le besa los genitales al sartén que rumora su crujir de grasa.

El tajo del cuchillo que entra en la fruta a saborear su filo, quién admira.

Ese tatareo de la cuchara al mezclar la azúcar con el café, escuchan, acaso.

 

Nadie sabe en donde tiene el corazón el viento mañanero

ni el odio de las flores que bostezan al abrir sus pétalos.

 

Los pífanos de lo inútil abren al alba sus labios,

besan como ángeles que van de puntitas huyendo por una ventana.

 

 

DÍA UNO

 

Aún la luz no aparece por entre el marasmo de los árboles,

los pájaros iluminan cada rama y la madrugada

con las luciérnagas de su canto.

Aluciernagado, sentado en el borde de la cama,

los escucho encender cada resquicio de la estancia.

Mis ojos cerrados a un grito del pensamiento aletean.

El cuerpo enchufándose al despertar de los músculos, se despabila.

El día que se estira a un palmo de mi respiro,

bosteza como una flor de ojos mal encarados. La oscuridad

es un tumbo que pronto estallará en ola. La penumbra

de su labio leporino exhalará clarividentes racimos de luz.

El sol será una muela de leche que el día mudará al caer la tarde,

pero eso es mucho futuro en mi ojo que se aúpa;

en mi esqueleto que retorna a su carne y al calor de las cobijas;

mañana será un buen día para comenzar a correr, exhalo.

La alborada truena sus cohetes y los hombres se levantan

a erigir la efigie de la prisa con el latón de sus propósitos.

 

 

DÍA DOS

 

Ahí, donde termina el canto del gallo, nace el paisaje del amanecer.

Donde el trino de los pájaros, el odio de los árboles por volar.

 

Un pájaro extiende las ramas del árbol como la cola de un astro

y canta en lo alto y se precipita raíz del aire, savia de lo hosco,

pubertad de lo luminoso, calorífico venablo, refracción del gorjeo.

 

Gallo y pájaro son la extensión de mi penuria.

La costra de lo oscuro, tallo de los ojos.

¿Me levanto o no me levanto? es la hormiga

que cruza por la frente con la piedra de la pregunta,

la prolongación de mi deseo por reencaminar la vida;

los kilos de más son cosa seria, repito como un mantra.

 

Sobrepeso, obesidad, gordura, balumba de las carnes,

los duendes que instigan a dejar la cama.

Treinta minutos es lo que dura la claridad en ponerse el vestido,

los mismos, que dice mi rutina, debo caminar a buen paso.

 

Pero el amanecer no carga cuarenta kilos sobre la espalda

ni tiene la cintura de bule aguajero; mariposa sobre la flor

de la tierra, descansa sus patas, su cuerpo de luz flotante.

La hormiga de la pregunta hace hormiguero en mi pensamiento;

lleva de mis dedos entumidos los calambres al cerebro:

estás enfermo, estás enfermo, estás enfermo;

me repite obsesivo y criba como un segundero de reloj de cuerda.

Mis ojos en la viscosidad de la oscurana aun dudan:

el frío también es un motivo de linces ojos.

 

Flexiones, extensiones, torsiones,

circunvoluciones, agitan mi memoria.

La cueva de la cobija me resguarda del cansancio, pero,

los perdigones del recuerdo

hacen que ponga un pie en el resfriado piso.

 

Los resortes que me catapultan de la cama

para ponerme los tenis:

«Hace cuantos kilos que no nos saludamos»

«Te miras bien de mango petacón»

«Brillan tus cachetes de cuche polanchino».

 

El harnero del alba ha comenzado a limpiar los trigos del sol.

Donde termina la mañana debió comenzar mi cansancio,

pero, sólo me levanté a mirar por la ventana, no sé qué ausencia.

 

 

DÍA TRES

 

El alba nunca amanece con pájaros agoreros en el corazón.

El cuerpo con resacas de pesadillas clarea.

En el cardio del crepúsculo un sol cuadripléjico, hemático canta.

 

El esqueleto juega ajedrez con el silencio porque los músculos duermen.

 

: En una caverna un hombre hace sentadillas, el varón es obeso

y se esfuerza, una serie por dos de lagartijas; luego salta en escuadra.

El respiro del tipo es una bandada eufórica y extraviada: resopla, jadea,

siente la disnea como un bloque de mármol en el pecho.

 

Comer mal es un hábito que mata, el hombre obeso lo sabe.

 

La aurora: ciudad abajo, bisonte embiste todo lo que toca.

 

 

DÍA CUATRO

 

Las arritmias del crepúsculo son mis arritmias,

sus presagios, el sudor que perla mi frente.

Mi desánimo: el silencio de sus pájaros.

En lo lúdico del alba van mis pasos,

anémico es el braceo.

La franela del frío envuelve mis bronquios.

El día trae puesta la casaca de la neblina.

El as del sol, parchado el ojo.

Camino a voces del desencanto,

las sentencias del médico me apremian a dar la zancada;

mi árbol genealógico que no flaquea en este intento.

Fue difícil salir de la nuez de la desidia,

abortarme del vientre de la cama,

dejar la connivencia de la umbras.

 

Espero salir bien librado de esta machicuepa de la vida:

120 cm de cintura, 110 kilogramos cargando las rodillas,

los triglicéridos como esos pájaros en el cielo, alto, alto.

 

Como el bisonte de la aurora voy arremetiendo

contra los kilómetros que me hacen falta por andar.

 

 

DÍA CATORCE

 

A ritmo de yambos comenzar la marcha,

a ese compás permanecer en el trayecto.

La palabra: caminata, enciérrela en la jaula del corazón;

escuche en la cadencia de sus pasos

la circunvolución de la sangre.

Haga de sus pulsaciones un remanso de río,

fluya cantarino y esparza la neblina de su mirada por los árboles,

ilumine a los pájaros ocultos con una sonrisa,

sienta un claro de bosque en su pecho

abrir el ojo de sus hojas y sus piedras.

Siga estas consejas del manual poético para bajar de peso,

quizá funcione para usted: hombre de panza colosal,

mujer de abigarrado vientre y mirada de carpintero pájaro,

muchacha de carnes frondosas y telúricos movimientos,

zagal porcino de gestos amables y labios líricos.

 

: Frente al barranco de un plato de espinacas con queso panela:

                                                                                   olvide el paracaídas.

Sea el convidado de los cereales,

el anfitrión ventrílocuo de las berenjenas,

el masajista de los champiñones y los nopales;

cuente historias al oído de los jitomates,

su pena, a los frailes y monjas de un cóctel de frutas; espolvoree

sus dolores como si granola con un poco de miel, fueran.

Comer es cosa de imaginación,

de intuir que el verde morrón sabe a infancia,

que en la infancia sembrabas ramas de huauzontles en la lengua

y mascabas un bosque cotija con trazas de jitomate.

Cuál dieta, aquí todo se vale: un vasito de refresco

para que no se le rompa la hiel al hombre, un taquito de suadero

y no se enferme del estómago por comer sano.

Eso sí, mucha agua, poco pan y chucherías de vez en cuando.

 

 

DÍA QUINCE

 

Escribo este poema entre la obesidad y el colapso,

cada mañana en que lo azucarado del neón flota en lo oscuridad

y la molienda de los grillos se apacigua y voy en el paso imaginando:

que en una caverna un hombre hace suicidios

para quitarse la sarna de la vesania del cuerpo,

mientras el yo lírico fermenta la distancia con la muñeca de su corpulencia;

me digo: la obesidad deprime. Hace catorce días

el yo lírico y el hombre de la caverna eran tres kilos más tristes,

catorce días más enfermos, trecientas treinta seis horas a un grito de la muerte.

Ácima su credulidad y cruda el alba, los encontraba batallando

en el salterio del sueño y el pífano de las ganas obstinada en permanecer

en el bostezo obliterando el salto definitivo de la cama.

 

En la oquedad del lecho ahora duerme la hondura de la aurora,

el recuerdo del peso muerto del yo lírico, la cueva lobuna

del hombre que le acaricia la cabeza a su gato depresivo.

La zampoña de la muerte en su melodía de mango verde.

 

 

DÍA DIECISÉIS

 

: Qué hacer con el apetito sin decoro que truena en el estómago.

: Qué con la gallina biliar que llena su buche de piedritas.

: Qué con los topos que hacen represas en tus venas.

: Qué con las pirañas de la acidez que suben por el río de tu esófago.

: Qué con los ornitorrincos que construyeron sus nidos al final del colon.

: Con el cardumen úrico que desova en las coyunturas sus inflamados huevos.

: Con el pez globo que fosiliza en tus articulaciones su nombre venenoso.

: Con toda esa linfa que te abotarga los pies y las manos.

: Sencilla es la respuesta, ocuparse de una jodida vez y dejar de lamentarse.

 

 

DÍA DIECISIETE

 

Aquí no se necesita partera para que del hervor nazca

el olor de las coliflores.

Ni nadie dice: me sirve un plato de beta-carotenos con flavonoides.

Ni se es experto en hacerle cesáreas a las alcachofas

para sacar intactos los antioxidantes.

Uno no ordena de la carta de un restaurante:

quiero unas rodajas de fitonutrientes, aderezados con indol-3-carbinol o I3C,

y una salsa martajada de sulforafano con vitaminas k, c, a, b y d.

Los comensales somos neófitos en asuntos químicos y biológicos.

Se come lo que hay y para lo que alcanza. Se come

porque intuimos que comer es bueno y saciar el hambre una prioridad.

Empero un caldo de gallina con verduras fortalece al enfermo.

Un té de jengibre alivia la fiebre y ayuda al sistema inmunitario.

Remedios y potajes por alquimia empírica sabemos.

 

Poemas de Manual para bajar de peso. Premio Nacional de Poesía Germán List de Arzubide 2018

 

 

Jesús Bartolo (Atoyac de Álvarez, Guerrero, México), ha publicado los libros de poemas: Los árboles duermen de noche (1998), Poemas para besar una espalda (1999), Cachimbo (2000), El responso del gato (2000), No es el viento el que disfrazado viene (2004), Estar de vuelta (2005), Aviso de ocasión (2009); Diente de león (2009), En la cadencia de los pies, (2010); Basalto, (2011). La hoja murmurante. Iconografía de un duelo (2012), Calle Agustín Ramírez (2013), Una vaca tengo (2013), Lloverse mientras llueve (2014); Memoria de nuestro polvo (2015); En las lágrimas de la Abuela nunca retoñó un paquidermo (2015). Ha obtenido el premio estatal de poesía del Centro Toluqueño de Escritores en el 2000. El premio estatal de Poesía María Luisa Ocampo 2004, y la beca del FOCAEM. 2003. Y la del FOCAEG, 2006 Y 2008. Obtuvo el 3er. Lugar en el Premio Internacional de Poesía del Bicentenario, “Sor Juana Inés de la Cruz” (2009). Premio Nacional de Poesía, Mérida 2012. Segunda mención en el premio Internacional del Poesía Gilberto Owen 2015. Premio Nacional de Poesía Germán List Arzubide 2018, de poesía experimental. Premio Nacional de Poesía José Carlos Becerra 2020.

 

 



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