03 Dic 2024

38. JAVIER ALVARADO. DEMETRIO HERRERA SEVILLANO

-30 May 2021
Crítica

DEMETRIO HERRERA SEVILLANO, POETA DE LA POBREZA Y DEL FROTAR QUE RIELA

 

Es el niño pobre.  Ambición de luces,

sus irradiaciones persiguiendo va.

EL NIÑO POBRE, DEMETRIO HERRERA SEVILLANO

 

Panamá cuenta con un novelista, el que ya pocos recuerdan, o que, si acaso se tiene alguna referencia a través de lecturas obligadas en los colegios, llamado Julio B. Sosa, a quien hay que rescatar del daguerrotipo del olvido en algún momento. Su novela Tú sola en mi vida, nos mantiene con la respiración suspendida en las conspiraciones políticas en el istmo y los amores de la época romántica entre Daniel Montenegro y Gabriela Ocampo.  Uno de los méritos de Sosa es ofrecernos con precisos detalles, lugares que distinguían a nuestro Casco Viejo.  Hoy día busco el Edificio del Cabildo, la Prefectura, imagino dónde pudo estar el casón de los Urriola, de los Del Valle, de los Lasso de la Vega; y siempre dejo escapar algún respiro de asombro al encontrar la iglesia de San Felipe Neri donde iban a escuchar misa estas heroínas de mi patria.  Era la ciudad de entonces.  Fue el tiempo transcurriendo y fueron apareciendo los poetas y muchos de ellos por pertenecer a estratos bajos y por vivir en la parte de los trabajadores, obreros y gente humilde: se les llamó los poetas del arrabal, entre esos estuvieron Gaspar Octavio Hernández y Demetrio Herrera Sevillano.

 

Fiedrich Nietzche cuenta con una máxima que resulta contundente y poco asimilable para el sentir humano:La esperanza es el peor de los males porque prolonga el tormento del hombre.” Recordemos pues, que la esperanza también yacía en el fondo de la caja de Pandora. A veces suelo preguntarme en qué consiste la esperanza: un periodo de gran incertidumbre: la esperanza de un trabajo, la esperanza de ser amado, la esperanza del ansiado si bajo un sol o bajo la lluvia, en un centro comercial o en la banca afiebrada de un parque, la esperanza de ser valorado en lo que se hace, la esperanza de una sociedad con una gama de epítetos que al final nos damos cuenta que son pequeñas y grandes utopías las que nos fraguamos. En uno de sus más sentidos y emotivos poemas, César Vallejo confiesa su deseo de hablar de la esperanza:

 

“Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos”

Hoy sufro solamente.”

 

Ya hemos escuchado hablar de la esperanza.   ¿Pero quién no puede dejar de lado o no mencionar a la pobreza?  En su discurso de aceptación del Premio Cervantes 2006, el magnífico poeta español, Antonio Gamoneda, declara:

“Pronto se me depara la evidencia de algo que, más que cualquiera otra circunstancia o razón, ha condicionado a una y a otra, a mi vida y a mi escritura. Hablo de la pobreza

“Yo quiero decir algo sobre la obra creativa de Cervantes considerando que fue hecha, precisamente, desde la pobreza. En modo general, se ha considerado la presencia de esta pobreza en su vida, pero quizá no se ha estimado como causa de peculiaridad en su obra.”

La pobreza no sólo es una cualidad de ser solamente pobre de dinero o de estatus social; radica en un completo estado donde el olvido, el abandono, la incomprensión encuentran uno de sus mayores asideros.  Volviendo a Gamoneda, éste dedicó todo su discurso haciendo énfasis en el Cervantes creador en medio de la precariedad, producto de una llamada “cultura de la pobreza”. 

 

Desde mi época escolar hasta ahora he podido recoger testimonios de muchos escritores y artistas panameños que crearon en medio de paupérrimas situaciones.   Cierta vez escuché que el pintor Isaac Benítez pedía un peso para costearse una sopa y que ofrecía sus dibujos por poco dinero y que muy pocas personas apreciaron su arte y el final de sus días se vio envuelto en el abandono y en la tuberculosis y hoy día es el Van Gogh panameño y sus obras se cotizan en miles de dólares. En varias ocasiones en recepciones de libros o eventos culturales me tocó ver a una pianista, Anita Webstern, ya amortajada por el tiempo, sumida en su inocencia de niña adulta, envuelta en la precariedad, comiendo de las mesas y viandas de dichos actos y a quien luego me tocó ver en varios periódicos sensacionalistas donde pedían donaciones para amortiguar su estado de abandono total. La poesía no escapa de este estado y son muchos los testimonios de testigos ya fenecidos y sobrevivientes del estado de pobreza y de duras penurias que le tocó vivir al gran poeta Demetrio Herrera Sevillano. ¿Condicionó entonces la pobreza la escritura poética de Sevillano?  ¿Es su poesía un testimonio o un producto de la cultura de la pobreza?

 

Caminar hoy día por la Avenida Central es como entrar en un collage donde los tiempos pululan con su presencia acechante. Las construcciones antiguas gravitan en medio de los horrorosos vallados publicitarios de los almacenes. La arquitectura nos revela ese pasado y ese presente por donde se contemplan las imágenes de esa ciudad que es y fue.   Las palomas siguen picoteando los granos de los visitantes y poco a poco se llega al Parque de Santa Ana, al que alguna vez nuestro poeta denominó: “el carrousel”.  Nacido en 1902 y muerto en 1950, Demetrio Herrera Sevillano es una de nuestros grandes poetas que permanecen en la memoria de algunos cuantos y que del cual podríamos jactarnos en cuanto al ingenio de sus metáforas e increíbles prosopopeyas en lengua española.

 

El libro más recordado de Demetrio Herrera Sevillano es Kodak, aparecido en 1937.  Aquí las prosopopeyas resultan ser de gran originalidad:

 

En el poema Con mi Kodak obsérvese:

 

Un chico cruza corriendo.

Y

El sol

—que se va cayendo—

Se agarra de un edificio.

 

Son imágenes de la naturaleza y efervescencia citadinas grabadas por el poeta, en su cámara escritural.  El poema Domingo nos recrea con el ingenio de estas poderosas imágenes:

 

El sol tiene una mano

Metida en la cantina

Y hay un danzón travieso

Que me hace cosquillas.

Un auto duerme la siesta

Y desde los balcones

Saludan las banderas.

En la esquina

Un poste se entretiene

Viendo en ropa interior

A unas naranjas.

 

El poeta cuenta además con La fiesta de San Cristóbal, un largo poema dedicado a Chepo y a sus patronales, donde el poeta desentraña el sentir y lo autóctono del panameño en estas festividades místico-paganas.   En la Canción del Pueblo, aparece uno de los poemas más antologados, estudiados y citados por su originalidad y por contener una cualidad, que nos endilgan siempre a los panameños y el cual, al parecer, no pierde vigencia, Tú siempre dices sí:

 

¡Por favor!

Que no se diga

Que tú no tienes conciencia.

¡no, no, no!

Ni que solo dices sí

Aunque necesites no.

Paisano mío

Panameño

Tú siempre respondes sí

Pero no para luchar

Y menos para ultrajar

Cuando te ultrajan a ti,

Paisano mío

Panameño

Tu siempre respondes sí.

De este mismo libro forma parte el gran poema, Cuartos, el cual retrata vivamente la vida en las casas de inquilinato y multifamiliares:

Zonzos

de calor y noche,

pasan cuartos,

cuartos ...

cuartos ...

--

Cuartos de la gente pobre

con sus chiquillos descalzos

Cuartos donde no entra el sol,

que el sol es aristocrático.

 

Dentro de esta poesía, que desborda en su originalidad y en el gran uso de la adjetivación y la metáfora, hay una gran preocupación y sentimiento de denuncia social.   Nuestro poeta pobre, pero rico en espíritu y en poesía, se hizo la voz de y desde la pobreza.   Su libro La canción del esclavo sigue por la misma ruta de mostrarnos escenarios duros y su libro Ventana es un muestrario de figuras simples que se vuelven complejas y maravillosas a punto de una gran intuición y perspicacia.  Cito dos poemas breves:

 

PALMERA

¿Qué sirviente clavaría

Enfurecido, el plumero,

Por el mango en la llanura?

Hoy lo utilizan los vientos

Para limpiar las alturas.

 

CIGARRILLO

Pedazo de tiza,

Colgar de las puntas

Se ve de mis dedos.

¿Habré retornado

Feliz a las aulas

Y voy al tablero?

 

El reiterado uso de las prosopopeyas resulta ser, una de las grandes habilidades del poeta del arrabal.  Según testimonio de su hijo Demetrio, éste en ese entonces de nueve años, encontró a su padre muerto en aquel cuarto triste, oscuro, donde el sol no entraba porque era aristocrático en el barrio de Santa Ana.  Se fue el poeta al muelle a cuchichear con las nubes.  Hoy día nos queda ahondar en el abrevadero de vivencias y testimonial de este poeta que nos deja un discurso reflexivo sobre las vicisitudes del ser humano y como un artista, sobrepasando estas barreras de los estratos y las clases sociales, es capaz de crear un universo ubérrimo y significativo.   En Panamá es muy conocido el juicio de que la cultura panameña ha sido dada en casi su 80 y 85 % por la masa popular.   Esto es solo un acercamiento a este gran poeta que aún permanece tertuliando con Sinán en el Coca-Cola, encontrándose con Elsie Alvarado de Ricord, quien en las últimas conversaciones que sostuve con ella vía telefónica recitaba sus versos con una memoria que ni el cáncer pudo apagar;  leyendo el Altazor de Huidobro en el Parque de Santa Ana, con su apariencia de tierrerita,  buscando comida en el fogón materno de la madre, viendo como su ciudad ha cambiado y como  su antigua Kodak ahora en una era digital sigue con extrañas y memorables capturas de imagen.   Siempre estará allí, dedicando estrofas partidas desde la pobreza, pero rielando con la luz más intensa de la creación, a su arrabal:

¡Arrabal!... en tus entrañas

Me subyugó la pobreza

Pero me duele, ¡profundo!

Tu abandonada existencia.

Tus extremidades frígidas

Ronda nacarada estrella.

¡Búscala! … Y verás su imagen

¡Frótala!...  y verás que riela.

 

Panamá, 2011

 

 

SELECCIÓN DE POEMAS DE DEMETRIO HERRERA SEVILLANO

 

 

TÚ SIEMPRE DICES QUE SÍ

 

Paisano mío,

panameño;

tú siempre respondes: «sí».

Pero no para luchar.

Que no para protestar

cuando te ultrajan a ti.

 

Paisano mío,

panameño:

tú siempre respondes «sí».

 

Si te dan un peso diario,

«Sí, sí, sí.»

Si te gobierna un tirano,

«sí, sí, sí.»

 

Paisano mío,

panameño:

tú siempre respondes «sí».

 

Aprende a decirle «no»,

aprende a decirle «no»

a lo que le dices «sí».

 

Pero no, que dices «no»

cuando necesitas «sí».

Y al decir «sí» cuando «no»

y «no» cuando debes «sí»,

resulta que tu «sí» es «no»,

lo mismo que tu «no» «sí».

 

¡por favor!

Que no se diga

Que tú no tienes conciencia.

¡No, no, no!

Ni que sólo dices «sí»

aunque necesites «no».

Ni que te gusta el ultraje.

¡No, no, no!

Ni vagar en la miseria...

 

Pero no, que dices «no»

cuando necesitas «sí».

Y al decir «sí» cuando «no»

y «no» cuando debes «sí»,

resulta que tu «sí» es «no»,

lo mismo que tu «no» «sí».

 

Tú siempre respondes: «sí»,

paisano mío,

panameño;

tú siempre respondes: «sí».

Pero no para luchar.

Y menos para ultrajar

cuando te ultrajan a tí,

paisano mío,

panameño;

tú siempre respondes: «sí».

 

 

CUARTOS

 

Zonzos

de calor y noche,

pasan cuartos

            Cuartos...

            Cuartos...

Cuartos de la gente pobre

con sus chiquillos descalzos.

Cuartos donde no entra el sol,

que el sol es aristocrático.

 

Mujeres semidesnudas

están lavando en el patio,

y pregonando los fogones

un silencio

            cuadrilátero.

Cuartos donde necia da

la tos, funeral silbato.

Cuartos con sus caras mustias,

con su exposición de harapos.

 

La enferma se asoma y llama...,

la enferma se asoma y llama

al viento, que no hace caso.

Aprieta el zaguán oscuro.

Abofetea el tinaco.

 

y

zonzos,

            de calor y noche,

pasan cuartos.

            Cuartos...

            Cuartos...

Cuartos de la gente pobre

con sus chiquillos descalzos.

Cuartos donde no entra el sol,

que el sol es aristocrático.

 

 

VIDA POBRE

 

He vuelto triste a mi tugurio. Triste.

Mi madre, perspicaz, ha comprendido

que nada he conseguido...

nada contra el dolor que nos asiste.

 

Está el fogón cual lo dejé: dormido.

Pero la pobre en ocultarme insiste

el hambre que su rostro ha deprimido,

y, "mañana,—me alienta— tú persiste".

 

Dúlcidas expresiones que comprendo!

No quiere —madre al fin— mirar conmigo, ...

conmigo el mal, sobre mi mal creciendo.

 

Y así marchamos, tras la misma estrella:

hoy ella riendo, y yo, porque consigo;

mañana sin reír, ni yo, ni ella.

 

 

CALIDONIA

 

Los automóviles gritan.

El tranvía pide permiso

y el viento me cae encima

atropellado por los autobuses.

 

Súbito, ¡zas!,

un jamaicano salta,

del brazo de la vía,

al heroico pescante de una chiva

que se come —¡golosa!— la distancia.

 

La calle respira por sus callejones.

y

—carbón de mangle en bruto—,

en soso monorritmo,

las sólidas cabezas.

 

—What are you doing, my brother?

—Nothing, nothing.

 

Por aquí a las cantinas

pariéronlas juntitas

como a las hermanas Dionne,

y hay un hedor travieso

que insiste en molestarme.

 

Negros. Más negros. Más negros.

—What are you doing, my brother?

—Nothing, nothing.

 

Terquedad de las casas

en atajar la calle,

que intenta liberarse

—¡delicioso!—

del trato siempre injusto

que danle los vehículos.

 

¡Calidonia!

Algunos cruzan corriendo...

Las chivas se persiguen

y ríos abigarrados de gente que va y viene

inunda las aceras.

 

En el ombligo férvido

el policía del tránsito

abofetea el ambiente.

 

 

PARQUE DE SANTA ANA

 

¡Parque “Santa Ana”! Carrosel antiguo,

deliciosa rueda de la distracción.

Te recuerdo tanto ¡tanto! que atestiguo

que soy una rama, de tu ramazón.

 

Tu figura, necio, maltraté irritado

sin que te inmutases por mi proceder.

Estoicismo santo que ha vigorizado

esta tolerancia de mi padecer.

 

Parque Santa Ana! Lírica bandeja

donde exhibe el pobre su penalidad.

Cromo de tertulias donde se festeja,

donde se moteja, sin perplejidad.

 

En las noches danza sobre tu corona,

visitante, el viento, con nervioso son.

Y un susurro grave, como de persona,

va surgiendo entonces de tu floración.

 

Empaparon lobos tu sencilla frente

en la sangre núbil de Ferdín Jaén.

Les miró la torre, resignadamente,

resignado, el cielo, les miró también.

 

Parque Santa Ana. Circular y craso,

eres fuerte abrazo de mi Panamá.

En sus calles —cintas de potente lazo—

la ciudad tu imagen ostentando está.

 

Te venero mucho! No hay en la mañana

—que madruga a verte— mi veneración.

Es que soy tu amigo, Parque Santa Ana.

Más que amigo: rama, de tu ramazón.

 

 

 

Demetrio Herrera Sevillano. Poeta panameño, nacido el 27 de noviembre de 1902. Sólo hizo estudios primarios y su formación literaria se debe a las lecturas y al trato con los intelectuales de la época. Fue encuadernador de oficio y vivió las angustias de la pobreza extrema. Escribió poesía con los patrones de la vanguardia y con ello expresó temas del arrabal y pobreza, tan sentidos por él. Retrata líricamente el barrio más popular de Panamá, Santa Ana. En sus versos encontramos ironía, con la que pretende hacer denuncia social. Es considerado como el verdadero poeta del pueblo. Su obra poética consta de los siguientes títulos: Mis primeros trinos, 1924; Kodak, 1937; La fiesta de San Cristóbal, 1937; Los poemas del pueblo, 1938; La canción del esclavo, 1947. Murió el 9 de octubre de 1950.

 

 



Compartir