MAMÁ UN DÍA PREPARÓ LENGUA ACARAMELADA.
Nunca pensó que al esparcirse la panela
se regarían los deseos por las venas del jardín
tan lleno, entonces, de dolor y bichos muertos.
Un vapor súbito
de sangre y de melaza
nubló su vista y agitó
la ubre enterrada del placer.
Jamás creí que iba a dejarme en este miedo pegajoso
la lengua fría
costra pura de la muerte
tan llena ahora de dolor e insectos vivos.
LA VOZ DE MI MADRE SE ESPARCE EN LA CASA.
Me pregunta si voy a comer
si he lavado la ropa
si esta noche bebí demasiado.
Yo la escucho llegar sin caderas ni espalda
sin los párpados en hilachas protegiéndola de la luz.
A veces me espía por el cerrojo
esa extraña manera de comprobar
que la muerte no es una derrota
y que estar aún con vida no es triunfo.
Sé que un día echaré sus cenizas al lago
cuando pueda arrojarlas sin culpa
cuando en vez de quebrarme en su imagen
logre ver el abismo
y huir.
A MAMÁ NO SÉ LO QUE LE OCURRE
cuando se asoma a la ventana y no consigue ver
lo que mis ojos, aun cerrados, adivinan.
Ha perdido el escalón
tal vez, la llave.
Será por eso que no vuelve y que me arrastra
sin saberlo
hasta su fondo.
Los amores de mi madre no comprenden lo que busca.
Se extravían en su belleza.
No imaginan que sus ojos, clavados en el dintel,
sólo deseaban escaparse de las llamas.
Los que se atreven a pasar
a veces llegan hasta mí.
Con manos grandes me descifran y me muerden
mientras mi madre, al otro lado,
no se entera.
SEA MI CUERPO EL ALIMENTO DE LOS PECES
cuando no pueda verme más en tu regazo
muy lejos ya del graderío que ocultaba mi secreto
donde mi amor no podrá redimirte.
UNA PREGUNTA SE ME ESCAPA POR LA BELLA
que daba tumbos de obsesión en obsesión
a punto siempre de salvarse del infierno
aunque incubando un día más para el suicidio.
Ya ven, mamá, llora en mi pecho.
La soledad algunas veces nos traiciona
pero no hay tanto más allá.
Sabes muy bien que entre el infierno y el descanso
está la hendija.
Aprenderás cómo se puede armar un ojo
recuperar un par de piernas
tal vez nada:
ese lunar
el estrabismo
la ceguera.
Ya ven, mamá, llora en mis brazos.
Intuiré cómo es la muerte.
Recordarás cuánto el hastío.
Quizá podamos estrecharnos un segundo.
Recuperar un par de piernas
tal vez todo.
CANSADA DE BATALLAR
me tenderé junto al agua
para sentir cómo hundes tus manos por el orificio de mi garganta
en busca de algún tesoro.
Pero amenaza no serás
sino espejismo.
Cuando regreses, quedarán sólo las ruinas.
Habré conseguido, innecesariamente,
salvarme.
Inéditos
Marialuz Albuja Bayas. Quito, 1972. Magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado los poemarios Las naranjas y el mar (1997), Llevo de la luna un rayo (1999), Paisaje de sal (2004), La pendiente imposible (2008), obra premiada y publicada por el Ministerio de Cultura del Ecuador, Detrás de la brisa (2013), mención de honor premio César Dávila Andrade, Cristales invisibles (2014) antología personal, y El último peldaño (2015). En novela ha publicado En caso emergencia (no) rompa el vidrio (2017), premio Darío Guevara Mayorga en categoría novela 2017, y Maura (2019), premio Darío Guevara Mayorga en categoría novela 2019. En 2016, la trayectoria de su obra obtuvo el premio Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras en la categoría de creación literaria.