21 Nov 2024

43. JÁIBER LADINO GUAPACHA. CAMILO RESTREPO MONSALVE

-11 Jul 2021
Crítica

 

RESTREPO MONSALVE Y LA ANATOMÍA DE LOS RELOJES

 

Por Jáiber Ladino Guapacha

 

Camilo Restrepo Monsalve. El hueso de los días. Nueva York Poetry Press, 2020

 

En sociedades cada vez más fragmentadas, el cuerpo del animal humano exige también, para comprenderse mejor, considerar el tiempo como un factor para aprender sobre el dolor y la soledad. Quizá si la risa y el color poblaran los días del individuo, no se hablaría de las huellas que dejan los años. El escalpelo del verso puede ayudarnos en esa visión de la herida, facilitando la cicatriz con la palabra que nombra y que, por tanto, limita el avance del miedo.

Esta analogía la propicia el saboreo del paladar después de leer el poemario El hueso de los días, un camino en el que Restrepo Monsalve interioriza los versos de Blanca Varela propuestos en el epígrafe: “Hundo la mano en la arena y encuentro la vértebra perdida. / La extravío al instante. Sombra de marfil, desangrada”, y que se convierten en auscultación de la cotidianidad. Hemos fraccionado al máximo la existencia, dividiéndola en secuencias cuyos nombres, segundos, minutos, siglos, taladran la conciencia del sujeto por la vida misma: “La maleza de los días / crece sobre el cuerpo / diluyendo el olor marino / de tu sexo de muchacho/” (Adolescencia, p. 30), de ahí que consideremos entonces el tiempo como un tejido más, entre los músculos y en la profundidad de los propios huesos.

Lejos de la contemplación de la arruga o la pintura carcomida como evidencias del paso del tiempo, Restrepo apuesta por una celebración del cuerpo en la que la cartografía humana, más que el referente biológico, es albergue del universo: “Y mientras adoras a la muerte / en tu sacro se acumula / polvo de los astros” (Oda al hueso sacro, p. 55). Una suerte de afirmación que justifica la trampa erótica: “Las serpientes ascienden por sus cavernas / profanando los espacios ocultos / cavidades que resguardan / el veneno más dulce” (Oda al hueso coxal, p. 57). No hay privilegios para las pieles, celebradas de continuo por los poetas como una invitación al deleite sensual: Restrepo está hablando del sabor que esconde la envoltura.

El tiempo, presente en lo profundo del cuerpo, moviliza el vuelo de las palabras hacia lo desconocido: “Lanzamos las espadas de la duda / y lo oculto se revela / como un leve resplandor: / las palabras son el nervio / en la carne abierta” (El hueso de los días, p. 25). De esta manera enciende, en la vida cotidiana, el pequeño botín robado al azar: “Tal vez la nada / sea eterna penumbra /y vengamos a este lado / solo para hurtar el fuego” (Ladrones del fuego, p. 33). Pero dicho movimiento ascendente no es producto de la contracción por el dolor, no es grito, ni súplica.

El poema evade la invocación a cualquier deidad en espera de una buena nueva que calme los vientos de zozobra. Al contrario, su lúcida melancolía participa del juego, de la picardía: “podríamos decir lo obvio: / que se trata de dios / pero él no tiene tiempo / para esas cosas / todos sabemos / que prefiere dormir / mientras nosotros / quemamos el paraíso” (Constelaciones, p. 48), o como bien lo ha propuesto en otro poema: “Apostar contra los dioses / fue tu pasatiempo” (Días como huesos, p. 27). El poemario es una reivindicación de la poesía misma ante lo desconocido que acarrea el oleaje de la vida.

De ahí que el poema “Parir” sea tan profundo cuando describe ese sueño sobre la concepción y el parto de un yo poeta que, como un niño “salta en el revés del pecho / abriéndolo con uñas negras”. Las imágenes inquietantes precipitan el fin de la visión, despertar parece liberación, pero en la habitación está la evidencia de un genio liberado: “y los vidrios de mi ventana / amanecen rotos” (Parir, p. 39). Y aunque su destino sea la muerte, la opción de resucitar no le está negada: “En la tercera mañana / volverán tus dedos / a arañar el mundo” (Resucitar, p. 41), como héroe solar que cambia de avatar.

Hace ya un buen tiempo, cuando reseñé el primer poemario de Camilo Restrepo, Felonías (2015), aseguré que nos habituaríamos a encontrar su nombre con mayor frecuencia por ese compromiso que tiene con su oficio creativo y las pesquisas que realiza para visibilizar el trabajo poético en el que se sumergen otros, palpable en las antologías que ha preparado, en el trabajo mancomunado con el colectivo Nuevas Voces, y la dirección de la revista Telúrica. Mi confianza en el autor nacido en Medellín no merma. De Felonías a El hueso de los días, pasando por Las rutas de la sangre (2016), más sus publicaciones en distantes revistas avivan la admiración.

El V Premio Nacional de Poesía Tomás Vargas Osorio 2020, convocado por la Corporación Solaris, recae en una galería de imágenes, grabadas por un finísimo artesano que conoce bien lo que el tiempo acostumbra a esculpir en los huesos.

 

 

AQUÍ Y AHORA

Los años

se vuelven heridas

y nos pesan

laceran la carne

labran un surco

para el nuevo sufrimiento

 

El polvo de los días

se acumula en nuestra espalda

 

¿Cuánto podrá un hombre

cargar sobre sí tanta arena

sin ser al fin sepultado?

 

 

Jáiber Ladino Guapacha (Quinchía, Risaralda, Colombia) es Magíster en literatura (Universidad Tecnológica de Pereira). Docente y novelista, colabora como reseñista para el portal web La Cola de Rata. Ha publicado Andago. La línea K (2014), Mapa con abejas y tambor (2016) Trocha y telaraña (2018). Se desempeña como docente en la Institución Educativa Miracampos, área rural del municipio de Quinchía, Rissaralda. Fue Incluido en la antología Asedios verbales, panorama actual del cuento colombiano (Pijao Editores).



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