ARENA
Miro el agua y las embarcaciones
en que no pude ir,
un río de arena se deshace en mis manos.
Absorta en su desierto –la pala y la cubeta–
escucho el viento que ya hizo volar la fortaleza
y espero el agua que recorrerá el foso.
–Mis pies lo pisaron al final,
se enterraron en su pantano,
después saltaron a la orilla,
los bañó el mar.
Continúo en la orilla
y no sé dónde estoy.
Sólo conozco la orfandad de mi madre,
la infancia casi olvidada de mi padre,
años de caminar con mis hermanos
absorta en los guijarros,
historias que contaban los abuelos.
Las raíces no arraigan,
mis hermanos se van,
no me despido,
finjo jugar.
De Fatigarse entre fantasmas, 1991
DE NIÑA NO SALÍA A JUGAR A LA CALLE,
no hubo parques ni aceras
donde poder crecer sin darme cuenta.
La acera era una vía que nos acompañaba
o nos salía al paso.
Nunca sentí cómo crecían los árboles,
los nuevos edificios.
A la ciudad siempre la vi de lejos,
al pasar,
al margen de los juegos y los amigos
con los que la haces tuya.
Los muros y el rebote de pelotas,
o los niños paseando en bicicleta,
eran islas lejanas, veranos por la tarde
que iba a visitar de vez en cuando.
A esa ciudad extraña llegó mi adolescencia,
yo la fui descubriendo con mi hermano y mis primos
recién llegados de Madrid.
Parecía un verano interminable
persiguiendo una infancia que se iba
junto con los lugares que nunca conocimos realmente.
La ciudad caminaba con nosotros al ritmo de los Beatles
y otras ciudades poblaron nuestras vidas.
Yendo a San Ángel desde la Condesa,
ya no mirábamos pues nos volvimos parte del paisaje.
La ciudad iba cambiando con nosotros,
íbamos rumbo a la universidad
y de pronto dejamos de seguir
esos últimos cabos de la infancia,
ya no nos importaban, fingíamos ser otros
que la ciudad había dejado atrás desde hacía tiempo.
De La anchura de la calle, 1996.
SE DESPIDE UNA MUJER QUE HE SIDO,
y que sin saberlo quería tener hijos.
Ella es ahora como la lluvia que cae
mientras escribo ahora que atardece,
un sonido inquietante,
un regocijo cerca y lejos de mí
que amaina poco a poco.
Le digo adiós desde esta página,
donde me han sorprendido sus fatigas,
y le pido perdón, y me perdono,
de no haber entendido cabalmente
ese deseo escrito
con la tinta invisible de mi cuerpo.
De Una naranja en medio de la tarde, 2005.
SIEMPRE DE ALGUNA FORMA UNO SIGUE EL ARRULLO DE SUS PADRES,
sus voces nos asientan, no permiten que se nos lleve el aire.
Aun luchando con ellas su sonido adormece y su ausencia despierta:
nos obliga a pensar lo ya pensado,
nos detiene en los muros y en las puertas.
No es lo mismo escucharlas desde adentro, como algo imaginado,
a saber que están fuera, todavía en tus padres;
ni sentir, cuando corres escaleras abajo tratando de olvidarlas,
lo duro del peldaño que sostiene tus pasos.
Somos el sedimento de ese arrullo, la arena que se queda siempre al ras
para decirnos que esto es un vaivén, que no avanzamos.
De Tramas, 2007
ESTOS DÍAS EN QUE SÓLO QUEDAN TUS CENIZAS,
tu ropa, tus objetos,
tus apuntes dispersos por la casa
como un incomprensible jeroglífico,
me embarga tu silencio.
Estos versos son puntos suspensivos
en todo lo que fluye indiferente
a la pena que siento:
antes se me pasaban los momentos,
ahora son gotas que tiemblan en el suelo
antes de evaporarse por completo.
Tengo que aceptar este aire lento
estos instantes frágiles e inmensos
así y ya,
sin que existan palabras de por medio
…y eso es lo más difícil.
Del Plaquette El libro de Carlos, 2009.
PAREJA A LA INTEMPERIE
Siguen dormidos en las bancas,
quizá estuvieron despiertos
una buena parte de la noche
cuando la plaza es suya
y la iglesia los cuida
con su sombra que ya no necesitan.
Al despertar se sientan con su equipaje
como si esperaran en alguna estación.
Después del mediodía se van a la otra plaza,
la que no tiene iglesia;
andan por ella como por su casa.
Se lavan, se peinan en la fuente;
los que pasamos fingimos que no están,
que su vida transcurre en otra parte,
en un tiempo cortado a su medida
que roza levemente el nuestro.
Son un día remoto
que ha llegado a instalarse;
una intemperie que ya muchos llevamos en el fondo.
De Ser y seguir siendo, 2013.
TODOS LOS DÍAS MI PERRO Y YO PASEAMOS
junto al viejo ahuehuete casi muerto,
se yergue entre las frondas de los fresnos
y su tenacidad de estar plantado
mostrando esas raíces
y ese tronco que se descascara,
me llena de piedad
porque sabe que la vida puede ser sólo esto.
Sin pasar caminando, sin ahondar en hechos
y sin una cabeza que se pierda rumiando,
el ahuehuete está siempre dispuesto
a ser lo que es sin disculparse por ya no tener hojas.
De Salto y sueño, libro inédito.
QUÉ SOMOS SIN EL CUERPO QUE A TODO DA SENTIDO;
no importa como esté, aunque cojee,
aunque una mano tenga que ayudar a la otra,
el cuerpo siempre sabe cómo seguir viviendo.
Pero ahora el tuyo se ha olvidado incluso de comer
y de pronto se queda sumido en el vacío.
Ahora necesitas al animal presente en tus poemas,
sus ganas de comer y ser comido,
esa naturaleza feroz que tú contemplas
con asombro, piedad y mucho miedo.
El ansia de vivir y ser contemplativo
en ti se contradicen.
Un latido y una culpa te dominan,
no te dejan dormir,
tienes que hallar los cables que los unen,
sueño que te ayudo a buscarlos
en un desván inmenso de tu mente.
De Canciones en voz baja, libro inédito.
Alicia García Bergua (México, 1954). Poeta y ensayista. Autora de los poemarios: Fatigarse entre fantasmas (1991), La anchura de la calle (1996), Una naranja en medio de la tarde (2005); Tramas (2007), El libro de Carlos (2007), Ser y seguir siendo (2013), Salto y sueño (inédito), Canciones en voz baja (que se publicará próximamente) y del libro de ensayos Inmersiones (2009). Trabajó como editora y escritora de textos de divulgación de la ciencia en la revista ¿Cómo ves? y es una de las coordinadoras en el portal-taller de escritura creativa en divulgación científica Cienciorama de la Dirección General de Divulgación Científica de la UNAM.