VVLNERANT OMNES, VLTIMA NECAT
Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.
Algunos se desbocan, te rompen las costillas
si aúlla la trompeta que puya sus caderas.
¡Y creíste que el Pienso les calmaría el trote!
Golpean sus ijares, duro, uno contra todos.
Tu piel resiste apenas la bulla de los cascos.
Algunos han piafado canciones suaves, lentas,
y han mordido tus venas y el aire de tu cuello
mientras sueña tu oído un azul sorprendido.
Patean tus costillas de nuevo cada día.
Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.
¿Ninguno quedará después del arrebato!
Uno tras otro, van desgranando tu espina.
Uno tras otro, pesan y caes contra el piso.
Uno tras otro, a diario regresan y te montan,
se asoman a tus hombros y te escupen los ojos
y drenan con sus lenguas los besos que no diste
alguna noche verde. ¡Aquella noche verde!
Los caballos dormían y la ciudad dormía…
Pasan, pesan y pisan, te rompen las costillas
si aúlla la trompeta que troncha sus caderas.
Uno tras otro, irán cayendo sobre el lodo
de besos y costillas. El último caballo,
abajo, te dirá que subas, que estás listo.
TODO VOS
Todo vos
Ya se sabe que todo vos a la sombra de mis muros
sólo vos bajo la piel de mis escombros
mientras gotean del techo las letras que te nombran.
Cruje la almohada al resonar el pulso
"Habla" me grita la penumbra
y temo poner las vocales a tu nombre
"Salta" me insiste la voz
"Sólo falta el salto del muro hacia el asfalto"
y yo, con vocación de piedra,
agito el lago de mi sábana en silencio.
Cuajan en mis labios consonantes nada más
que no se atreven a soltar el fuego que las quema
Soplo brasas en secreto
Me clavo relámpagos sin trueno
y yo, con vocación de niebla,
traspaso con mis dientes tus espaldas
Vuelta y vuelta
Carcoma el espanto del tic tac en las sienes
Vuelta y vuelta
"Rómpete el altar y lánzate"
Vuelta y vuelta
y todo vos en el puente con que sueño verde cruzando hacia la mesa
y todo vos en azul alucinándome las venas con sonrisa
Te imagino como un tsunami de letras grises
se graban en mi trepidar de carne abstracta y yo sonrío
por la mañana te diré que todo bien
qué los pájaros se burlan de mí cuando amanece
que las horas son camellos que esparcen saliva en mis pupilas.
Todo vos
ya se sabe que todo vos a la sombra de mis muros
todo vos a las tres treinta de la mañana
sólo vos en la agonía que me clavo
sólo vos completo en mis párpados en vilo
todo vos todo vos todo vos.
ODISEO
Pobre Odiseo,
finalmente en casa,
y no está,
las paredes se están volviendo viento
y el piso escarbando con sus raíces:
¿no es que eran de agua los desvelos de antes?
Tantos años para darse cuenta que su piel es como la tierra:
vulnerable,
como estar para ser usado públicamente,
y cuelga en las ventanas una fotografía de las manos,
aquellas manos de tejer y destejer.
Hoy navegan el océano,
y el pobre Odiseo es un espantapájaros de madera
que cae como grano en el cemento.
Y recuerda el encanto en Circe,
Calipso: el paraíso…
Pero Ítaca es esto:
una cama que espera,
vacía,
sin las manos que tejen y destejen:
como cualquier lugar de extraños y alas rotas,
con el sol quemándole las carnes,
esperando entre guijarros húmedos del mar que le lleva.
Pobre Odiseo,
está sangrando un lento lagrimeo eléctrico.
Ítaca es navajas de afeitar,
Ítaca es el ruido de las hojas secas rodando por el suelo seco,
Ítaca…
Y se aleja más y más por el mar…
y Odiseo plantado en las esquinas de Ítaca:
punto muerto,
prendiendo las farolas,
vagando en su propia tierra ajena,
coleccionando cantos con adioses,
pinchando la memoria con un catálogo pueril de recuerdos,
y un abierto y amplio camino de lágrimas como un tapiz de todo lo que falta.
Pobre Odiseo,
si por lo menos supiera tejer.
HELENA
No es Helena quien te está esperando
con dorados bucles en su alegre cara
cuando subas alto en los muros derrotados.
Verás la sombra de una idea,
el fantasma de un perro desquiciado que te ronda.
Te acercarás para sitiarlo
y sus dientes de niebla habrán de traspasarte.
No es Helena quien te espera.
Debió quedarse en Pafos, Tiro o Menfis.
Nunca estarás en Troya.
Sus murallas siempre han de caer bajo el látigo ciego de tus días triunfales.
No es Helena.
Tampoco te amará morbosamente. No es Helena.
Será la mordida de un recuerdo,
la ficción de un encuentro que tú planeaste,
una jauría de lobos sobre el tejado azul,
en su boca negra verás a Casandra por fin muda en su advertencia loca,
en su boca negra verás a Hécuba llorar amargamente por ti.
No es ella.
Un reflejo masticado,
el eco débil de un grito contra el muro,
el golpe sordo del caer los velos en el mármol,
un lejano tambor que se congela,
sombras que bailan cuando el aceite en la lámpara se está acabando.
No.
¿Y después de la caída?
Hormigas devoran tu equipaje nuevo.
Un brindis,
y un perro sonríe como un dios dormido que no acepta libaciones ni jactancias.
Cuando subas por las Puertas Esceas,
cuando corras los velos para ver hacia abajo la llanura,
cuando se queme la luz sobre tu cara
y admires la sombra opaca de la idea que esperabas encontrar después del triunfo,
sabrás entonces que no es Helena quien te está esperando.
EL DOMADOR DE CABALLOS
Estás oculta en un rincón aparte.
A medio punto tejes casi a ciegas
un manto grueso, púrpura y muy largo,
salpicado de flores de colores
que has bordado mecánica, hábilmente.
Hebra en tus dedos pálidos: derecho.
Máquina ansiosa y perfección: revés.
Ciñe tu talle el peplo de la boda.
Los trenzados adornos del tocado
apenas brillan al candil que lanza
su luz perdida… y alta la techumbre.
La sombra de tu velo casi inmóvil,
apenas sostenido en la diadema,
te enreda en la pared y te contiene.
¡Qué alegre te veías de su mano!
¡Qué bello lo obtuviste de la diosa!
¡Qué fuerte te abrazaba sobre el carro
mientras entrabas a vivir en Troya!
La médula del niño está en el plato.
Después se dormirá con la nodriza.
El ruido del fogón te reconforta.
El agua se calienta para el baño
cuando vuelva agotado de los golpes,
cuando tibio le laves las heridas,
cuando tibio lo mires a los ojos.
Ya bajo el fuego el trípode te anuncia
que dejes las agujas y tu manto,
y esperes destejerte entre sus brazos.
Apartas lento el velo de tu oreja,
pero no oyes las puertas que se empujan,
sólo un leve rumor que desde afuera
te va a romper el cráneo contra el muro.
La luz en el candil se descompone.
Ansiosas tiras todo contra el piso.
El agua hierve loca y pareciera
llamarte a voces no vayas afuera
mientras ya sin control se desparrama.
El fuego te ve ansiosa y descompuesta.
El fuego sabe que el feroz Aquiles…
El fuego bajo el trípode se calla.
PYRRA AQUILEA
Tetis teje piedras con la arena.
Los bordes le desgarran la piel blanda de los dedos.
El pálido rostro perdido en los ojos del vacío.
Y los pies de plata mastican olas de purpurina
y de su propia sangre.
Hallaron los cabellos cortados en el lodo,
rojo vellón a destajo trasquilado.
¿Tres disparos en el tórax no bastaron, Ménades?
Le rasgaron el vestido y la sandalia azafranada.
Las uñas le quebraron y los dedos.
¿No saciaron, Ménades, con sangre el odio?
¿No retuercen la calle y sangre escurre?
Tetis se levanta gris entre las olas.
Abraza a las nereidas que han llegado y que le cantan.
Abraza los recuerdos que la queman.
Camina sola en la caliente arena.
Ruidosa cae al reclamar a Zeus…
Un río se abre paso hacia el océano.
Hija de Tetis, pelirroja Aquilea de veloces pies,
más rápido corrieron los disparos,
más rápido caíste en la acera sorda.
Y tu sangre…
Tetis desgarró su largo peplo.
Peleo arrancó la tierra con sus dientes.
Patroclo desgarró su amante corazón en mil astillas.
Las Ménades dirán “Matan hombre disfrazado de mujer”.
Las Ménades cantarán a su dios de odio.
Aquilea de veloces pies, hermosa,
no sabrán desgarrar la lucha diaria que has dejado.
Verás que la sangre y purpurina generan más la lucha,
y con Peleo y Tetis llevamos tu mensaje.
Las manos diversas se levantan.
YA TENGO LA ILUSIÓN Y LA CAÍDA
XII
Arden todas mis células contigo
y tierra soy que canta fiel tu aliento,
y tan pequeño el corazón que tengo
para ofrecerte estancia y paraíso.
Ni tejados ni vítores ni puertas,
sólo canción de tartamudos bronces
que a cada aliento tocan tus canciones
como un jardín de abejas y alhucemas.
Como un reguero de pequeños soles,
te ofrezco mis luciérnagas, mi huerto,
una fiesta de nidos y panales,
lenguaje de cerezas, sin mis yoes,
telúricos latidos buscacielos.
Yo no te ofrezco miel: te ofrezco sangre.
Alberto López Serrano (El Salvador). Profesor de inglés y matemáticas. Miembro de la Fundación Cultural Alkimia, coordinador de la peña cultural Los Miércoles de Poesía, desde enero de 2008. Director de la Casa del Escritor - Museo Salarrué del Ministerio de Cultura de El Salvador. Director del Festival Internacional de Poesía “Amada Libertad”. Ha participado en festivales, encuentros y ferias en toda Centroamérica, México, Cuba, Perú, Bolivia y Colombia. Poemarios publicados: La nave que falta (2007), Cien sonetos de Alberto (2009), Y qué imposible no llamarte ingle (2009), Montaña y otros poemas (2010), El domador de caballos (2013) y Cantos para mis muchachos (2014).