LAS DEPRESIONES
Los motivos: resacas sin alcohol,
implosiones en el sistema,
cadenas que jamás terminan.
Las secuelas: dolor, regresos al vacío.
Aminorar la marcha, descomprimir,
soltar los cuervos, quedarse.
Estoy marcado.
Me escudo en la verdad,
agrio poema entre los músculos.
Algo me entristece
y produce llagas que signan mi paso.
Llevo meses sin respirar,
viajes a la infelicidad
como un transfigurado rostro.
Veo la prolongación del musgo en mi piel,
fecundo modo de caer
ante los ojos,
ante la vida incierta,
ante la palidez.
No dejaré más huella que mi nombre
entre los cuerpos de la resistencia y el desamor.
Solo quedarán cenizas de país,
frecuencias para el futuro
en ciudades que jamás soñé.
Hoy me duele el tiempo,
la soledad de escribir
y atrincherarme en imágenes
que se funden hasta morir.
Solo me queda resistir,
marcar los pasos hasta el infinito,
olvidar,
volver al nacimiento,
al vapor de las alcantarillas.
LA NACIÓN, EL BARRIO, LOS PERROS
El color de mi barrio ofrece a quien se acerca
una visión de puente.
Los niños persiguen pájaros que se dejan matar.
Se puede vivir si guardas silencio y cierras el corazón.
Los perros de la esquina odian a su dueño.
Los veo reposar ante las sobras y algo me dice, ignóralos.
Frente a mi casa deshechos que heredé y ahora se eternizan.
Suerte la de andar a ciegas
en calles diseñadas para vagabundos.
Ni Kafka,
ni todo el rencor me hacen querer más sangre que mi sangre,
más dolor que esta locura.
Mi soledad es crónica.
Mi nombre es un amargo espejo
cuya dureza no evita estos frutos del salitre.
Mi barrio es tranquilo, funciona como un país desierto.
LA ESTATUA DEL DOLOR
Mi ventana es un barco inmóvil
por donde observo los días que se van.
RAZONES PARA DEJAR EL CORAZÓN SIN MÚSICA
Residuos de volver
a este estricto pedazo de impureza,
de soñar la noche,
el cruce a la otra vida,
de estar solo
con los secretos pájaros del fuego.
Ciudad sin márgenes,
ni bocas,
ni espíritus que abracen la utopía.
Ciudad de aplausos tristes,
siento la espera en mis ojos,
el humo en mis ojos,
la muerte en mis ojos.
Siento la lluvia doblada sobre mí.
Residuos para ver la hierba,
para dejar el ruido
o la contemplación
que este lugar ofrece.
Residuos de comer
o simular los pasos,
de amanecer como una mosca
en un cadáver.
LA CAÍDA
Los colores se caen
y solo atino a mantenerme quieto
con la vista en el desgaste.
A pedazos caemos.
A pedazos andamos sintiendo un dolor no disimulable.
Unos lo asumen.
Otros se apartan y desconfían de todas las fuerzas,
neutralidad de isla en descenso.
El rumbo es más irregular.
Los cuerpos divididos
y un salitre cercándonos.
Los rostros sin color.
La vida entre espejos.
Caemos y no habrá rencor,
ni flores, ni discursos a la hora exacta.
Caemos y el otoño no deja de observarnos con tristeza.
Caemos y ya no nos importa.
JOSÉ MARTÍ ME ESCUCHA MIENTRAS LLUEVE
Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
JOSÉ MARTÍ
Difícil, José, arrojar el tiempo montaña abajo
y luego descender como si nada.
El mundo es la continuidad de una sorpresa.
Muere y resucita
y al final todos aplauden.
Tus sonoridades dolían.
Mis sonoridades molestan.
Difícil, José,
guardar la imagen de un corazón
que sólo existe
en nuestra sombra.
Difícil, este minuto de café frente al mar,
solos como islas,
solos y minúsculos.
Dos patrias,
dos rumbos,
dos silencios, José.
Hay que elegir entre el dolor y la obediencia,
entre las flores y el destierro.
Un hombre,
una verdad,
un canto,
un muro,
sentados frente al mar
con la lluvia infinita y la tristeza.
Difícil, José, mirar el horizonte mientras llueve.
LA SUERTE DEL OLVIDO
Mi padre fundó los altos sueños.
Entró a La Habana
cuando La Habana era imposible.
Nadie le advirtió sus calles duras,
el viento inevitable
y la mirada poco neutra del Che.
Eran tiempos difíciles
—según la prensa—,
tiempos de cervezas baratas
y corazones limpios y distantes.
Mi padre se quedó sobre la cuerda floja
y los disparos.
Quién mejor que él
para fundar los altos sueños
y descubrir los ojos de una vida remota
remota,
tristemente remota.
Los ojos de mi padre
son dos faroles olvidados,
fantasmas de la felicidad
que ya me desconocen.
Quiero sentir el aire
como una procesión de luces.
Quiero ver a La Habana,
dice,
en el camastro de los que van a morir.
Antes, mi mundo eran las fotos
en cualquier sitio de La Habana.
Recuerdo mi niñez,
el pálido dibujo
y la quietud,
la eterna quietud de su rostro.
Mi padre, que fundó los altos sueños,
y conoció a ministros
y pudo hablar con el Che en el 61
y se guardó dos balas en su brazo izquierdo
cuando el Escambray,
ahora se muere solo y pobre
mientras la vida cruza la calle
como un perro.
MUTIS PAÍS
Paso los días con la boca cerrada.
No soy más el ser al que mi madre alimentó
entre palabras limpias.
Llevo la vida con la premura de un insecto.
Me escondo y salgo a descubrir lo que duele.
La boca cerrada no es una obligación, es una metáfora.
Frank Castell (Cuba) Poeta, narrador y dramaturgo. Publicaciones en poesía: El suave ruido de las sombras (2000), Confesiones a la eternidad (2002), Corazón de Barco (2006), Final del Día (2012), Salmos oscuros (2013), Fragmentos de Isla (2015), El solitario oficio de la resistencia (2018), Como un país desierto (2019) y La maquinaria (Novela, 2020). Ha obtenido más de cincuenta premios y menciones en concursos nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, (El Salvador), 2018; XLVIII Premio Internacional de Poesía Pastora Marcela, (España), 2019; Librería Mediática, (Venezuela), 2009; Herencia, (España), 2008; Julia Sierra, (España), 2016; Toda la Poesía, 2001 y 2004; Décima Joven de Cuba, 1997; Beca de Creación Poesía del Sur, 1999 y 2001.