PROLONGACIÓN DE LA LUZ ENTRE LAS ZARZAS
Una vez más queremos comprobar
lo que brota entre las zarzas:
junto al ínfimo hilo de agua,
la polvareda de un caballo,
el batir de los juncos,
lo que somos para esas franjas
que se tiñen de color y ruido
y dan ritmo al silencio soterrado,
lo que damos al camino
para que la luz se abra,
duplicando el sol que vemos.
Aunque gastada,
la piel es el cuenco de tambor
donde resuena el último latido,
y se proyecta,
como si no tuviera fin,
todo el vigor de las maderas.
Aunque roto,
el espejo aún sirve
y nada evita que lo que nace
se mire en nosotros,
para encontrar el agua semejante
de los cuerpos que crecen.
Nadie puede negar que somos,
por un instante,
la prolongación de la luz
entre las zarzas.
EN LA GRACIA DE TU SILENCIO
Años después diría:
“gracias por tu dolor”,
me ha perseguido
como una niebla
contra la que he tenido que soplar
con insistencia,
haciendo anchos mis pulmones
de montaña en montaña.
Me detengo ahora
como un punto perdido
al borde de la cordillera,
solo para recordar
lo diminuto de nuestros tratos,
lo efímero de esa obligación
de rendirnos cuentas
por los excesos del pasado.
También para encontrarte
seguí tus pájaros salvajes,
el canto de tu cisne blanco:
cuanto más quise torcer su cuello
más aprecié el hielo quebradizo
que me sostuvo en la mitad del lago
ante el fulgor de su plumaje.
Para qué luchar, dije,
tratándose de dos extranjeros
en tierra congelada.
Tiempo después,
hallaría gracia en la niebla que nos envolvía,
sólo por volver a la luz,
gracia y piedad
en la dificultad de compartir la misma vida.
CIPRESES DE VAN GOGH
Por los bordes del marco
crecen los cipreses
como si el mundo se fuera a acabar mañana.
Tal vez algo los llama hacia arriba
a las últimas horas de la noche,
atraídos por la gota amarilla de una estrella,
sus ramas inclinadas, torcidas,
subiendo por el humo de los techos
como la oración que sale por la ventana
o el canto que da giros
y se pierde
en un viento desigual.
Allí el que mira con detenimiento
nota cómo tiembla la superficie,
y las hojas,
y los pájaros sobre las cercas,
al unísono,
en una espesura de color.
Allí el que escucha
descubre cómo suenan las espigas
abriendo la tierra
y cómo tienden hacia arriba,
piedad y miseria,
buscando la manera de desaparecer.
AL OTRO LADO DEL HIELO
No es nada nuevo esperar
el alimento que se esconde
al otro lado del hielo:
asimilamos la forma del invierno
sólo por sentir
cómo el sol derrite la barrera.
No es nada nuevo
saber que nos quebramos
cantando mentalmente
los nombres del verano.
En el límite de nuestra resistencia
hemos esperado
el viento que desate
la fuerza de una hoguera.
Por qué no creer
que de esta escarcha interminable
brotará una llanura
de robles luminosos.
Por qué no creer
que antes de que anochezca
el pico de una paloma
romperá la cáscara de lo que vive
al otro lado del hielo.
EL LOCO
Prestemos atención a lo que ve el loco
en el rojo descarnado de las amapolas:
también nosotros somos lo que huye
insaciable,
tras algo más intenso,
también nosotros,
por momentos,
reclamamos un lugar
en el vértigo del cielo.
Que nada nos impida desbrozar
el camino abandonado
y en la sierpe ruda
coronar el juzgado delirio.
Que nada impida destazar el muro de la pasmosa realidad,
y lanzarnos un día
como el loco tras la quemante amapola
o el águila en la altura.
Algo dentro de nosotros conduce a ciegas
por el escarpado camino.
Algo no resiste la gravedad
y al filo del agua
deja ir lo que vive contenido.
MEMORIA DE LA DISOLUCIÓN
Entre todas las maneras de permanecer en el mundo
los organismos prefieren
aquello que los disuelve:
espera la tierra
la lima del agua que borre
la quietud del borde.
Espera el flautista
que la flauta y el aire,
disuelvan sus notas en el espacio.
Nada es igual que ayer
y de lo inmóvil algo es impelido
a rodar entre las cosas.
La piedra y su invisible deseo de pulverizarse
pesa menos cada día,
nuestra secreta manera de partir
nos lleva a intensos momentos de luz.
¿Qué sería del olor que perseguimos
sin el desgaste de la flor y el cuerpo?
El pájaro rasga sus alas
en el aire de la selva,
el cielo también se torna leve
con el paso de una bandada.
LA ROCA Y EL VENADO
Cerca del refugio
el viento advierte:
quien no goce de la niebla que borra
la punta de los zapatos,
no abrirá un camino entre la nube.
Solo allí la luz
y una cordada de pájaros.
Quien no goce de la niebla
no hallará plenitud en el último hálito:
nada garantiza
que no seamos tragados
por la inocente garganta de la montaña.
En el caprichoso clima
de este lado de la tierra:
es arriba,
donde pocas cosas crecen,
que se desprende el águila
hasta olvidarse de sí misma
habiendo arrojado ya
sus hijos al vacío.
Es arriba,
entre la roca y el venado,
que se parte en dos la tierra
para estas almas divididas
incapaces de renunciar
a la huidiza cumbre.
En el camino
no tenemos más que completarnos
en una burbuja de pájaros
que reviente
dentro de nosotros.
Poemas del libro En el oído azul de la espesura, ganador del VI Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador
Víctor Rivera (Colombia). Músico de la Universidad del Cauca, Magíster en Literatura. En el 2011 publica su libro de poemas La Montaña sumergida. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Editorial Praxis 2016 en la Ciudad de México, por su poemario Libro del origen. Obtuvo la segunda mención en el concurso de la Casa Silva “Poesía, pintura que habla” con su poema La siega. En el 2019 publicó su libro titulado Desmesura. En el 2021 ganó el VI Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador con su libro En el oído azul de la espesura.