26 Abr 2024

32. POESÍA ESPAÑOLA. TRINIDAD GAN

-12 Sep 2021

 

CARRETERA 50 

                                                       

Perteneces —lo sabes— a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.

                                                                                   ÁNGELES MORA

 

Sé que tiene sus riesgos iniciar este viaje,

y seguir conduciendo, en el atardecer.

La carretera inhóspita se abre ante mis ojos

con su asfalto teñido de confusos violetas

y en el arcén las copas de los árboles

forman quebrados márgenes que pretenden un bosque.

Pronto me envuelven los sonidos

de esa canción antigua, sus golpes de memoria

Knock, Knock, Knockin´ On Heaven´s Door—                                      -

y mi mirada busca el espejismo

de un cuerpo, de otra risa que salve mi viaje

pero el retrovisor, en su bruma, devuelve

tan sólo el balanceo de un león de mentira

sobre un fondo de asientos vacíos y arañados.

 

Los faros iluminan por trechos el camino

—negro que funde a verde, verde que torna en negro—.

sin apenas vislumbre de horizonte.

Me vigilan los ojos de una fiera,

su cuerpo es una ráfaga de fuego

que se adivina entre los raudos árboles

y finge acompañarme silenciosa.

Se abren las sombras como heridas, luego,

por el brillo animal de esas pupilas

y una silueta larga se dibuja

allí donde relumbran, al oeste,

raíles paralelos a mi huida.

Oigo ya muy cercanos los jadeos de un tren

—ese enjambre de luces parpadeando en mis gafas-—

que marcha acompasado con mi propio rugido.

 

En el cristal de una ventanilla

reconozco las letras que dejaron los dedos

de una niña al jugar con pizarras de vaho.

Sobre el primer pescante pone su huella el pie

que con temblor llegaba, tarde, al amor primero.

Y en los vagones encendidos, rostros

de mujer, raramente familiares:

esa que ordena su maleta —ropa pulcra a diario,

doble fondo de noche con poesía—,

la que lee a deshoras su libertad de insomnio

o duerme soledad en el compartimento,

aquella que recuerda la risa de su hija

mientras contempla el mar, mudo detrás del vidrio.

 

El coche avanza casi a oscuras,

intermitentemente traspasado

por la grieta de luz del tren en la arboleda.

Mas de pronto da un giro, alcanza un puente,

hunde su voz de flecha en la distancia.

Detengo el automóvil y trato de escuchar

los pasos ya veloces de este animal nocturno

que sigue inexorable buscando su destino,

sin darme tiempo apenas de cruzar la mirada

con la mujer que espera en el vagón de cola.

 

Y vuelvo a conducir en la noche cerrada,

fiando en cortas luces, rastreando el horizonte

hasta que el tren y yo tan sólo somos

puntos de luz perdidos, tiempo en fuga.

 

 

PERSPECTIVAS

 

A veces el poema es un espejo

y su fondo delata.

 

Allí contemplo ahora

la imagen invertida de mis manos,

su arbórea arquitectura

de venas, de cartílagos, de uñas.

Las manchas diminutas donde traza

su oscuridad fugaz lo ya vivido.

El reverso de líneas incompletas,

de huellas diferentes que tantean el mundo.

Esa cóncava hondura con que esperan

la caricia del agua.

 

Son mis manos, las mismas manos

que con cuidado intentan

romper la cáscara de cada día,

sostener solamente su centro luminoso.

Las que tratan, al escribir palabras,

de despojar sus dedos de la sombra

como si fuese un guante ya gastado.

 

Pero detrás de ellas, en el punto de fuga

trazado en el azogue del cristal,

se dibuja un paisaje con patíbulo:

la escalera, los postes, la trampilla

y el balanceo rojo de una soga.

 

Me estremezco al pensar si muchas veces,

mis propias, inconscientes, viejas manos,

aunque no hayan movido la palanca,

han apretado el nudo.

 

 

CAZA NOCTURNA

 

En el suelo mojado de la página

piso los bordes alargados

de una luz derramada que persigo.

Es difícil, pues camino en la noche:

la hilera interminable del recuerdo

tachándome las calles de costumbre,

sucesivas pupilas de palabras

cayendo en vertical sobre este asfalto.

Desoigo el verso que, vacío,

cantan los rótulos en la avenida

y el súbito destello de los coches

que se cruzan como una estrofa en fuga.

Mi cuerpo, vehemente, se aprieta

contra los muros y sus sombras.

Llego a casa.

Un zarpazo, un golpe oscuro,

que no sabe siquiera ser preciso,

me derriba,

casi a tientas enciende

la orilla nueva de un poema.

 

 

DESCONOCIDA

 

La observo, es tan joven

tras esa cristalera iluminada

en el café de la estación:

casi un cuadro de Hopper.

Una taza blanca sobre la mesa

y en sus labios ese brillo mojado,

quizá el sabor amargo

de la fugacidad.

Su cabello castaño roza

los bordes de un libro,

pero alza la vista y su mirada

parece ir en busca

de la columna del reloj.

Allí unos engranajes nos confunden,

hacen girar el eje de sus horas

en el de mis minutos.

 

—Apenas se distingue, mas, de fondo,

suena el entrechocar de agujas:

una mujer mayor está tejiendo

hilos de dos colores

y, con ellos, trama esta tarde—.

 

La chica con mis ojos

vuelve a las páginas que lee

mientras un tren que parte cruza,

súbito fulgor, el cristal.

 

—Unas agujas lentas 

acuchillan el tiempo

y pronuncian mi nombre—.

 

 

Esa brizna de fuego es el deseo, esa marea de oro,

ese botón de niebla

que aprietas tú, yo pulso, con sólo una mirada.

 

 

Un acorde en el aire

contra todos los muros disonando. Algo cumplido de humedades como la caracola en que el oído

un son de vida y muerte reconoce.

 

Quizá una piel que arrastra aún hebras perdidas

de labios en la luz.

 

Algo que anoto y, en la página, es puro tacto entre mis dedos, como una concha y sus volutas, como la música y la noche,

como el rayo de un cuerpo fugitivo.

 

 

MI MIRADA ENCENDIDA

 

contempla abarrotados anaqueles

 

—limón, vasos volcados, perfiles de botellas— donde ofrece la noche su piel de desenfreno. Casi tocan mis manos

los párpados mecánicos de una luz cambiante en que ciudades, cuerpos, desafiantes rostros salen de la pantalla fingiendo ser relámpago. Pero ocurre la música,

su red de telaraña, su textura innegable de color y de pliegue.

Pero avanzan las voces y, lejano. el huracán avienta su ceniza. Lejos sucede el trueno,

—sus manos ya en mi cuerpo, cercano terremoto, convocan la nostalgia de otros brazos—.

 

Se vuelve íntima la noche

 

y yo busco en una boca urgente la saliva del caos.

En la acera, entre sombras, amor y soledad van pactando su herida.

 

 

EL FARO

 

El luminoso haz del faro

recorre, lentamente, este paisaje oscuro.

Desaparece rápido, mas deja

reverberando en mis pupilas

sombras en que la roca se vuelve acantilado,

la amenaza de olas encrespadas,

una lejanía con barcos:

esa alargada franja horizontal

con imágenes rotas y fugaces

que siempre es el poema.

 

No sé si en sueños o despierta

cada noche espero el latido

de luz intermitente de este faro.

Como si fuera un puzle

manejo lo vivido, anoto la mirada.

Trato de iluminar por un instante

la niebla de una página.

 

 

NIEVE SOBRE CAMPO DE ATLETISMO

 

Esta página, que hace 36 letras estaba en blanco, no puede ser un puente de suicida.

No puede tener la mordedura, el tachón de los dientes de esos perros insomnes que siguen acechándonos.

El acento oscuro de las palabras no dichas a tiempo la sobrevuela. Pero no hay que dejar que su sombra caiga en picado sobre este folio, que su graznido culpable picotee las entrelíneas. Ni que trace el acantilado herido de la memoria sobre lo ya escrito.

En la piel de esta página, la araña de la tinta ha dibujado ahora una ventana.

Al otro lado, espera un campo de atletismo cubierto por la nieve.

Caía sin cesar la nieve durante la noche y ha cuajado en mi voz.

Pero aún se transparenta algo de tierra roja. Está allí, en el susurro de las líneas encarnadas que pugnan por emerger bajo el manto de copos. En esa enredadera que forman las palabras como pasos de sangre contra lo blanco.

Allí -sospecho- aún late, sonámbulo, el poema.

 

 

Trinidad Gan nació en Granada, en 1960. Sus primeros textos fueron incluidos en las antologías Antología (1996) y Nuevas voces de la literatura en Granada (1998). Publicaciones: Las señas del pirata, poemario-plaquette (1999), Fin de Fuga, XX Premio de Poesía Ciudad de Cáceres (2008), Caja de fotos, XII Premio Surcos de poesía (2009), Receta para el fuego (2014), El tiempo es un león de montaña (2017), XX Premio de poesía Generación del 27 y La nave roja (2020). Ha sido incluida en diversas antologías internacionales y ha participado en Eventos literarios universales representado a su país.

 



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