Leer la obra del poeta venezolano Armando Rojas Guardia significa adentrarse en un universo de permanente interlocución entre pensamiento filosófico, lírico y espiritual. Este diálogo siempre resultó un ejercicio natural en su expresión diáfana pues, así como el poeta obraba el oficio escritural poético, también deslizaba un ser y hacer tranquilos desde lo cotidiano del habla.
Lírica y filosofía, imagen y mística, fueron parte de los recursos propios de Rojas Guardia, donde podemos encontrar, más allá de lo intelectual, una verdadera comunión de vertientes y tradiciones del pensamiento que privilegian al mismo tiempo el sentir como expresión viva, no solo en su poesía sino también en sus investigaciones ensayísticas.
Sus escritos representan intersecciones del saber en zonas nutridas por cuerpos filosóficos y poéticas del pensamiento que, siendo en parte crítica literaria, no se conforman con el saber como único referente, sino trascienden en la búsqueda constante de un lugar abismado donde la palabra es sutil, casi una caricia, pero también profunda, infrecuente y en varios vértices con una marcada soledad autobiográfica.
Él siempre defendió el carácter reflexivo de la poesía, haciendo notar sus signos, su forma de conjugar y sistematizar profundidades del pensamiento en estructuras de diestra síntesis. En su artículo titulado: ¿Qué es la poesía?, nos dice:
La poesía es pensamiento analógico y simbólico estructurado rítmicamente. Siendo pensamiento, no constituye un acto irracional, ni una mera efusión sentimental, ni una simple expresión subjetiva. Es una manera específica de captar la realidad, de procesarla y de dar cuenta de ella; en ese sentido, de pensarla.
Su obra, también permeada de evocaciones místicas, dimensiona lo divino como una substancia semántica que cobra piel en el abismo, esgrimiendo las razones de la vida como escritura propuesta desde el inside, hurgando la propia naturaleza del ser hacia lo indecible. Ciertas inflexiones nos hacen transitar la noche en todos sus matices, algo que se derrama en la eterna pregunta del comienzo del mundo y lo humano en su condición existencial.
El poeta nos legó su ceremonia de vida, centella fugaz, que dejó huellas escritas para siempre en su obra. Entrar en la poesía de Armando Rojas Guardia es transformarse en lluvia que rompe los límites de la interioridad.
Hace unos pocos días, el 8 de septiembre, se celebraba su natalicio y aunque no está en este plano espiritual desde hace un poco más de un año, su llama sigue presente en su palabra. Rendimos este pequeño homenaje compartiendo algunos de sus poemas.
Amarú Vanegas
TÚ
I
Tú y yo
volvamos,
desandemos lo ansioso
y tristemente caminado
Volvamos, sí,
hacia la hora
en que subía un olor
de cosa nueva
hasta nosotros
Vengamos otra vez,
digamos las palabras
que hacían sonar
las cosas a tu lado
Ayúdame a quitar
tanta voz inútil,
tanto gesto ocioso
que te ocultan
II
Yo sé que Tú
vibras aquí
entre las ondas
como un presentimiento,
que brillas
vivamente
en el ardo
matutino
del mar calmo.
Yo sé que Tú
cantas en todas
esas olas.
Pero no
importa.
Quiero escucharte
hoy en el silencio
quieto
de la casa
profunda.
Sin luces de mar
roto en las rocas,
sin un solo
movimiento
de las cosas.
Solo Tú
exacto
en la penumbra.
De Sol joven [1967–1971]
1
llueve afuera y otra vez sin previo aviso los ratones, el miedo irreprimible al desamparo, una lástima lúgubre hacia todo, el triste olor de las paredes, esta pulcra sensación de que no importa, de que siempre será así, de que después de todo nunca se escuchará girar el picaporte y el ruido inconfundible de una puerta que se abre y entonces de repente solo el mar, la vasta exclamación de una llanura
De Fuera de tiesto (1971–1974)
5
Belleza… santa perra.
JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ
Los aprendo aquí, sobre estos cerros,
bajo estas nubes buenas: ahora existe
una fiesta celebrándose en la carne
de la intemperie triste de las cosas
(¿dónde duele ese picotazo de la luz,
cuándo vibra esa cadencia de las formas?)
Momentos al garete en que la yerta,
insultada materia se vuelve ceremonia,
liturgia móvil de líneas y volúmenes
incendiándote los ojos que no aguantan,
que no soportan ya tanto ladrido
de la perra feliz, incandescente,
llamando enamorada a su Señor,
a la ebria presencia de su Amo.
De Poemas de Quebrada de la Virgen [1985]
EL DISEÑO
Tiene que haber
un mapa,
la estructura,
aquella quieta forma
flotante en el vacío,
los arcos invisibles,
columnas camufladas,
las líneas presentidas
de un diseño.
Tiene que haber
alguna geometría por debajo.
Quizá un círculo,
quizá un cuadrado tácito
o una red de hexágonos iguales.
Quiero decir, dibujos
que sea posible ver
sobre lo blanco.
Quiero decir, figuras
cuyos límites,
fronteras
o finales,
no se puedan traspasar
impunemente.
Poema de Oficio de vísperas [1974–1975]
LA OBSCENIDAD DE LA MEMORIA
No dejo de asombrarme de que seas
una costumbre de mi carne:
esta vaga ternura que no cede,
este clima del sexo, unas palabras
aún ahítas de tu forma de decirlas,
el sobresalto al pasar por ciertas calles,
un olor demorado de la almohada
y la lección más reciente de tus hábitos: la atención
que ahora le presto al rock y la manera
de leer, desayunando,
la Página de Arte del periódico.
Me resigno en silencio a esta agonía
que te prolonga en mí cada mañana.
No bastaba un adiós —puntual, preciso—,
era necesario también arrepentirse
de la obscenidad de la memoria
cuya vergüenza irónica suplica
la absolución de un nuevo cuerpo
donde el olvido se reaprenda.
De Yo que supe de la vieja herida [1985]
ESPERAR LA HORA.
Esperar la epifanía de la superación coincidente. Síntesis. Paz redonda sobre una cresta repentina.
Esperar la armonización de las disonancias, de los sonidos inútiles (¡los ruidos!: su multitud larvaria, enervante). La articulación de lo fragmentario, desgarrado, irresueltamente discontinuo.
Esperar la asunción de lo que oculto (sin poder hacer otra cosa), de lo que callo, de lo que entierro en complicidad inconfesada, tácita (sobornándome): aquello que molesta, intimida, avergüenza, o que simplemente ignoro (como hay quien ignora que es desgraciado, como el enfermo desahuciado que celebra su cumpleaños).
Esperar la reconciliación sin desgaste. La reconciliación del deseo.
Esperar, al fondo, una Inmensa Compasión, una Ironía redentora, misericordiosa.
De El dios de la intemperie [1985]
Armando Rojas Guardia (Venezuela, 1949 – 2020) fue un reconocido poeta, ensayista y docente literario con una relevante obra relacionada con el pensamiento místico y filosófico latinoamericano. Fungió roles vitales en el Taller Calicanto de Antonia Palacios, y en la formación del Grupo Tráfico. Algunas de sus publicaciones en poesía: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), Antología poética (1993), La nada vigilante (1994), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros poemas (2008), Mapa del desalojo (2014). En ensayo: El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991), El principio de incertidumbre (1994), Crónica de la memoria (1999), La otra locura (2017), El deseo y el infinito (Diarios 2015-2017) (2017), El violín de Einstein (2018), Pequeña serenata amorosa (2019).