EL AMOR SIEMPRE FUE UNA BICICLETA
Cuando era niño me encantaba
andar en bicicleta.
Suponer que estaba en mis torpes manos
hallar cualquier desperfecto
y arreglarlo.
Recuerdo la noble alegría de pasear,
de rodar, por horas, sobre el patio de mi casa
y pensar que,
de tanto deslizarme,
podría alcanzar mis sueños y volar…
Ser uno solo con ella.
También cavilaba las maravillas que toda tentativa
me tenía preparadas.
Rumiaba en el futuro
e ideaba falsa expectativa
a la vez que mis pies pedaleaban más
y cada vez más rápido.
Un día salí a la calle con ella.
Mi propósito era ver qué tan rápido podía
acelerar
y sentir el vértigo en mi panza.
No contaba con el hecho de que en el camino
se cruzara un perro, y yo,
al querer esquivarlo
fuera el que saliera volando por los aires…
cayendo aún más raudo de lo esperado.
Con el paso del tiempo mi bicicleta fue perdiendo
impulso o ímpetu, no lo sé;
permití que le faltara aceite a su cadena
y una basta dosis de aire a sus pulmones.
Se oxidaron algunas de sus partes.
La dejé sola, sin latido en la intemperie;
arrumbada siempre en algún lugar
donde no estorbara
o fastidiara el paso firme de mis días.
Hoy echo tanto de menos mi bicicleta.
Pienso mucho en ella y me oxido de amor,
siempre, como algunas de sus partes.
DESDE TU SUEÑO
A Kathia Dimas,
por despertarme.
Justo en este momento
sueño despierto contigo,
y si puedes escucharme
ahora mismo entre tus sueños
tal vez, con fortuna, puedas
verme ahí,
donde las cosas suelen ser más hermosas
y llevaderas que la cruda
y hostil realidad que hoy vivimos.
Ojalá sepas que mi sueño te llama
como la costa jala
con su magnetismo a las olas,
como la lluvia pinta al arco iris
cuando la luz se desvanece
y permea con esperanza el basto cielo.
Ojalá sepas
que en algún sitio
desde tu sueño mi sueño te llama.
AMOR A OCHO MANOS
Hay amores de una sola mano
que buscan siempre lo incierto
y en su perpetuidad logran
ser eternos.
Hay amores a cuatro manos
que exprimen caricias, deseos,
desmenuzan insomnios
y una que otra batalla
en tiempos de invierno.
Hay amores de seis manos
que no pierden tiempo,
que obteniendo lo que esperan,
olvidan todo lo que vale.
Los hay también de diez,
de doce y catorce;
depende el grado de soledad
y placer en cada involucrado.
Los hay de ocho manos,
de pulpo furioso que esparce
su tinta.
Amores de cama ancha
y de manada.
De vagón sobre vagón.
De fila larga en el pan
y de hambre atrasada.
Hay amores que sin amor
pueden pasar el rato.
Amores que sin mostrar interés
a lo que digan,
podrán siempre hacer lo que quieran.
Amores compartidos,
sin ardor de garganta.
Amores de apache.
Amores de pensarse.
Amores lengua de perro
y de dolida gatita en celo.
Amores que valgan sin trato…
Los que al final comprenden
que cuatro,
no siempre, será mejor que dos.
A DOS HORAS LUZ DE TI
A Mariel Damián,
por la amistad
y tu poesía.
Traigo una felicidad ingrávida
que no la soporta nadie.
Una satisfacción de objeto volador,
no identificado,
que nadie acierta a ver
o a querer entender.
Todo esto, desde que vi pasar la estela
de un cometa
y pedí el deseo palpable de hallarte;
de escuchar en viva voz
el lúdico lenguaje
con el que hablan los astros
y la dulzura encarnada que irradian
tus poemas
como quien deja caer del firmamento
un racimo de estrellas fugaces.
Vi en tus ojos la seducción atemperada
de un par de soles
que iluminan todo rastro de sombra
y dejan, en mí, la osadía de explorar
nuevos mundos;
de encontrar, quizá, la semilla que dé origen
a prolíficos versos
—líneas enraizadas en mi piel—
que logren amparar el destello
enceguecedor
de tu ya hermosa e inmensa
sonrisa de luna menguante.
Veo a la chica que se ha quedado sola.
La joven que envía cartas a su yo del futuro
para reafirmar
toda certeza inconsistente del pasado.
Una chica que disuelve toda distancia,
y sabe que dos horas luz,
ahora, ya no es tanto para volver
y conseguir dar un tórrido e inquietante
abrazo.
Una niña que da a luz nuevas constelaciones,
con sólo unir sus lunares, y así, sólo así,
dar un nuevo tinte al Universo…
Veo a la chica de larga cabellera,
deseando que le regalen un cielo
encuadernado,
en vez de calcetines.
POESÍA
Y todo fue como tenía que haber sido.
Ella era lo que habían sido todas.
A decir verdad;
todas habían sido lo que ya era Ella.
Era como si su presencia
formara parte de una mágica
y antigua historia.
La luz de su luna había permanecido
fija e intacta.
Había mostrado esa otra forma
en la que las noches de insomnio
se vuelven un tanto más llevaderas,
más satisfactorias.
Un tanto con la inquietud
de voltear al cielo y ver
las infinitas posibilidades
que nos obsequia una lluvia de estrellas.
Había sido como si la caja de Pandora
hubiera desatado todas sus tempestades;
las más terribles, las más arriesgadas.
Las que, sin duda alguna,
ponían en constante riesgo al corazón
y, sin embargo,
lo mantenían en un estado
de claridad
y esperanza absoluta.
Y fue así como la gloriosa
inclemencia de sus labios
arribó sobre las pedregosas
ruinas de mi pecho.
Dándoles la bienvenida
como quien espera a alguien
después de no haberlo visto
en tanto tiempo.
Sus manos de agua
tanteaban mi espalda
como el tímido
y terso oleaje
que acaricia sutilmente a la playa.
Y su mirada, un tanto piadosa,
me decía:
¡Ya basta!
Quiero quedarme ciega
para poder enmudecer desde tus ojos.
Quiero encontrarme con la parte
más profunda y no explorada de los mares.
Quiero ser la monda voz
que aflora atemperada
en el lecho más oscuro
de tu alma.
Ángel Pérez Escorza (México). Poeta, actor, dramaturgo, gestor cultural y músico hidalguense. Recibió en 2017 la beca a nivel nacional del Festival Cultural Interfaz para jóvenes escritores “Los signos de Rotación”. Es autor del poemario Motivos para desmenuzar el insomnio, 2018. Parte de su obra ha sido divulgada en medios impresos y electrónicos. Sus poemas han incursionado en la creación de obras dancísticas, obras de teatro y composiciones de piezas musicales para guitarra clásica.