EL AMOR SIEMPRE ESTÁ POR DESPEDIRSE: LO QUE SE IRÁ, DE MANUEL IRIS
Por: Ana Corvera
Uno termina de leer el nuevo libro de Manuel Iris y durante horas persiste la sensación, incluso la certeza, de llevar una pluma entre las manos. Una pluma blanca, luminosa, grande pero ligera, recién rescatada del pavimento.
Desde la adultez, en esas no pocas noches donde el cansancio no le gana a la zozobra y nos descubrimos esencialmente solos, arrojados al mundo sin instrucciones, a uno le dan ganas de ponerse las manos en el pecho y acercarse esta promesa de pájaro libre, no para borrar el dolor —los horrores seguirán allá afuera—, sino para sentir esa brasa manchada como todos por el humo y las huellas de zapatos, capaz sin embargo de acompañarnos desde la aceptación y la ternura.
Lo que se irá asume dos riesgos sobre los cuales vale la pena reflexionar. El primero es la renuncia, desde una conciencia teórica y estética, a la idea de un libro como secuencia, compuesto por textos ceñidos a una sola línea temática.
En este caso, es claro que Manuel Iris escribió poemas guiado por una experiencia deliberadamente íntima, donde cupieron lo mismo los secretos de la naturaleza, la migración, el ejercicio de la escritura, las pérdidas familiares y las cicatrices perpetuadas gracias al silencio. Un suceso vital, profundo, tomó por asalto la ruta de esta voz lírica y contribuyó a unir las piezas con las que, finalmente, se consolidó este libro.
El segundo riesgo se relaciona precisamente con el acontecimiento que dio ancla y eje a Lo que se irá: la paternidad del autor. Si bien muchos de los textos del volumen giran en torno a este hecho, se distancian de los poemarios habituales sobre la cruda relación entre padres e hijos.
Iris rompe con ese discurso y se vulnera abiertamente ante la nueva vida que engendró. Amoroso, incondicional, se sabe incapaz de preservar la inocencia de su hija y no pretende ocultarle la realidad, sino presenciarla junto a ella en tanto no tome plena consciencia de las ventajas y desventajas a las que tarde o temprano se enfrentará. También quiere destacar, con dulzura, la belleza del instante aún por encima de cualquier obstáculo.
El tono y la perspectiva desde donde nos aborda el nuevo libro de Manuel Iris no sólo son novedosos, sino necesarios. Es importantísimo deconstruir y revalorar los discursos asociados a los roles de género, de eso no hay duda. Y aunque muchas veces los fenómenos sociales no contribuyen a entender de otra manera el amor o la presencia del padre, por ejemplo, el hecho de que la voz de este libro se sitúe ahí y nos lo encarne en plena humanidad sensible, enriquece una reconstrucción nuclear que va más allá de la literatura.
Aclaro: este no es un libro sobre ser padre. Es uno sobre la experiencia vital de una voz masculina que recibe la noticia y se prepara desde lo hondo para enfrentarse a la inocencia, carne de su carne. El milagro de la vida le lleva a reflexionar, entre otras cosas, sobre esa suerte de muro entre él y su mujer, próxima a ser atendida en la sala de partos. Aún desde el deseo de ser padre y con una profunda empatía hacia la futura madre, la voz lírica sabe que no puede hacer nada dentro del proceso, tan sólo facilitar el alumbramiento material y emocionalmente, como cuando dice “y en realidad estoy calmando a mi propio corazón/ que no sabe qué hacer con toda esta distancia/ entre su miedo y mi pecho, el corazón/y que ahora mismo late, solamente/ para que ella lo escuche”.
El futuro padre debe también prepararse para estar ahí después del nacimiento, cuando la hija empiece a sentir curiosidad hacia el mundo, pero no sea eficaz al comunicarse con él porque sólo conoce lenguajes cercanos a los de la naturaleza, el del agua o el del sol. Como guía, como humilde mentor, él extenderá los límites de sus propias palabras para mudarse juntos al orden de lo humano, con todo lo que eso implica.
Conmueve la manera en la que el autor habla de una pequeña niña saludando desde la ventana sin ser correspondida. Una niña morena cuyo color de piel podría ponerla en desventaja en un país extranjero, cuya idea de justicia coloca a infantes similares en jaulas sólo porque sus familias se atreven a cruzar el río para soñar.
Ante este panorama, lo único que puede ofrecer el padre es un origen al interior de su pecho, un amor capaz de persistir tangible hasta la muerte: “Me da miedo/que conozcas/la imposibilidad de pertenecer. /Pero te harás tu patria, como cualquiera./Si te preguntan de dónde eres/diles que has venido del corazón de tu padre,/de un corazón/que aprendería cualquier idioma/para hablar contigo.”
La voz lírica de Lo que se irá, no se decanta por un silencio cobarde frente a la hija. Quiere guiarla con delicadeza e indicarle el nombre de todas las cosas, pese a la incapacidad de definirlas en plenitud: lo real se expande y hiere; al fin el amor y la guerra viven dentro y se ejercen con mayor y menor atino frente a los otros. No estamos exentos de derribar o ser derribados por ellos. La obra de Manuel Iris acompasa un descubrimiento paulatino. No se debe temer a la pérdida, hay que atesorarla incluso mientras la vida se esfuma en la voz del padre, en la mano de la abuela.
En el libro hay poemas durísimos por certeros, como “Paternidad de los homo sapiens”, una declaración sin filtros sobre la continuidad de las generaciones, y otros textos acerca de lo efímero, caso de la palabra que se esfuma una vez escrita. Igual a un recién nacido, los seres y las cosas se encuentran en desamparo y hay un muro que nos impide colocarles una pluma blanca en el pecho para apaciguarles la certeza de la muerte.
Lo que se irá, de Manuel Iris es una respuesta a la incertidumbre de todo lo que está por irse o se ha ido de nosotros, incluso las promesas más sinceras. El padre se refugia en la inocencia de su hija para apaciguar el temor de perderla y de perderse para ella. Anticipa su propia ausencia y trata de ir develando poco a poco la crueldad para que no la tome por sorpresa. Él la ve y la sufre por su hija antes de tomarla de la mano y sacarla del balcón que ahora la protege.
Quien lea Lo que se irá, encontrará también textos como “Teología personal” y “Lo trillado”, poéticas en las cuales se defiende la lucha cotidiana por encima de la contemplación, sin renunciar al asecho estético de los misterios. También se salvaguarda la renovación, a través de la palabra, de lo que ya se ha dicho muchas veces, porque, al final “casi nada trillado es mentira. / Nuestra esperanza es el casi.”
Destaco el poema “Hacia una posible explicación del amor”, por su belleza. En él, la voz lírica desea pasar la barrera del tiempo para acompañar al ser amado desde la infancia, antes de que surjan las heridas e incertidumbres. El deseo es estar y proteger en el sentido más amplio posible, amar a su mujer desde entonces, antes de que la inocencia se le vaya, tal como sucederá, más adelante, con la de la hija: “El niño que yo fui/quiere salir al patio de la casa/en la que fuiste niña/y jugar en la lluvia contigo.”
Nada más humano que el dolor, el mismo que nos permite saborear después las alegrías. Como dice el autor en “Acordes”, somos fragmentos y del mundo sólo eso nos pertenece, así prometamos eternidad y heredemos al porvenir algunas de nuestras semillas. La lección más grande para un corazón nuevo es enterarlo de que todo habrá de irse y sólo podemos apropiarnos del presente, admirar su belleza y dejarnos sostener por ella hasta extinguirnos.
Este es un libro grande pero ligero que tiene, como las plumas, huellas indelebles del asfalto. Lo habitan, como a todos, el humo, los gritos no escuchados y las injusticias sin rumbo, pero elige contrastarse luminoso para que podamos ponérnoslo en el pecho ante la zozobra y el sabernos profundamente solos.
Venimos al mundo sin instrucciones, sí, pero cada vez estamos más ciertos de una eternidad que nos trasciende. Ese breve gesto de amor hacia el hermano, el amigo, el desconocido, es una manera de convertirnos en memoria, aunque un día, quién sabe cuándo, entendamos con amor y con calma que nada nos pertenece, que todo se irá.
Manuel Iris (México) Licenciado en literatura latinoamericana, maestro en literatura hispanoamericana y doctor en lenguas romances. Ganador del premio nacional de poesía Mérida (2010) y ganador del premio regional de poesía Rudolfo Figueroa (2014). Autor de: Cuaderno de los sueños (2009), coautor—junto con el poeta brasileño Floriano Martins— de Overnight Medley (2014), e igualmente autor de Los disfraces del fuego (2015). Fue compilador del libro En la orilla del silencio, ensayos sobre Alí Chumacero (2012). Su obra ha sido incluida en antologías nacionales e internacionales.
Ana Corvera (México). Maestra en Estudios de Literatura Mexicana y Licenciada en Letras, obtuvo el Premio Nacional para Proyectos Artísticos y Culturales en 2004 y el Premio Estatal de Ensayo Mauricio Magdaleno en 2006. Ha publicado en revistas de México, Venezuela, España y Colombia. También en los libros El viento y las palabras (La Zonámbula), Pensamiento Novohispano (UNAM), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP) y Ficcionario de Teoría Literaria (Texere). Su libro Nocturno corazón de los insectos (Taberna Libraria) es un híbrido entre narrativa y poesía.