Con inmenso orgullo y alegría, compartimos desde nuestra casa Nueva York Poetry Review, esta maravillosa noticia. Francisco Trejo, cofundador / codirector de este proyecto, ha resultado merecedor del prestigioso Premio de Poesía Editorial Praxis, certamen internacional, organizado por una editorial con 40 años de tradición. Ya Francisco nos viene acostumbrando a sus reconocimientos literarios, que sabemos seguirán multiplicándose como es meritorio en él. Quienes conocemos su poesía, sabemos de primera mano, que es un trabajo comprometido y honesto, siempre buscando en el corazón de la palabra poética el lugar-tiempo-imagen necesarios para honrar este oficio vital. Izamos banderas de júbilo, que siga la poesía obrando milagros en tu pluma, querido Francisco. La premiación se llevará a cabo en el Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México, durante última semana de octubre.
Compartimos una muestra de la poesía de Francisco Trejo
DISERTACIÓN DEL RECOSTADO
Cuando se tiene cerca, la cama es un mueble más del resto,
como decir un taburete o una mesa;
incluso un macetero sin planta
o un cajón con botones de repuesto para las viejas camisas.
Pero la cama, a distancia —lo sabe el trashumante—,
es una casa entera,
un piélago que busca el espinazo
para no abandonar su estructura en el camino,
como abandonaría su dolor
el que avanza quejándose, canción adentro.
Busca la carne su forma en el colchón,
en la ternura
donde transcurre la noche
sin prisa, sin frío,
sin el sueño afuera de su vaso
para que no lo roben los sedientos
que nunca han vivido
en su garganta
y no se reconocen después de la sed y de la sed,
más allá, siempre hacia allá
del polvo
y las paredes diarias.
Y en la metáfora, la cama es animal,
se convierte en tlacuache,
marsupio de cobijas,
de donde resurge la luz,
porque recién nacidos despertamos,
con los ojos envueltos en su pupa:
más de dos veces
venimos al mundo a intentar
la vida que se amarra a la sombra
y se estira, y se quiebra,
y se vuelve a unir,
porque es nudo de bronce
condenado a reventarse
un día que.
Pero también busca la cama a su durmiente,
sabe que le sabe su cuerpo,
y le sabe en verdad a sal y a polen,
a cabello de aceites diurnos,
a piel de enfermo
que cubre con una telaraña,
previo a la tumba;
porque el colchón es hermano de la muerte
y no descansa
hasta hacer de la carne disección,
estatua para los corredores
de todo lo perdido.
Busca la cama a su durmiente —se dice—,
como busca un río
sus primeras piedras desplazadas,
porque ya son arenas,
porque son la forma de su angustia,
porque ya.
CASA, CORAZÓN Y HORNO
El corazón de una casa
es una mujer que enciende el horno
y mete a sus hijos en el fuego
para que de la arcilla
le renazcan pájaros
con el don de trinar
sobre los árboles heridos.
Mi madre soñó mucho la casa que tiene
y vio cuatro niños en su sueño:
uno sin vida,
sepultado en la misma tumba
del abuelo Julio,
y tres en el aire,
sobrevolando el televisor y los cajones
como mosquitos enfermos
por mirar el polvo de las cosas.
Mi madre, en su casa,
es en verdad un corazón
con las arterias saturadas de ternura;
y es tanto su tiempo
en el mismo espacio
que ya es el lugar un hueco amoroso
donde cabe su ser
—alto de felicidad
y de inocencia—,
como un durazno protegido por la rama,
pero abierto al porvenir de dientes,
porque todo recomienza en la semilla.
A veces miro a mi madre,
a la mil veces Teresa de mis huesos,
dormir con la paz
que perdí
afuera del refugio de sus brazos,
y temo tanto despertarla
para decirle:
Madre, hoy me siento libre
pero me queda grande el mundo.
¿Cómo hacen los pájaros
para sentirse en casa
en cualquier punto del aire?
POEMA DEL HAMBRE Y DE LA SED
Aquel rosal, padre,
que sembraste en la orilla del patio
creció más que cualquier niño de la casa.
Eran majestuosas sus flores de sangre:
la tuya misma, en brote
por las estaciones de plomo
que nos despetalaron con indiferencia.
Pero mamá fue astuta:
fue, frente a sus hijos,
el Ladón rebelde de su cobardía.
Ella cortó, una mañana de pájaros dormidos,
cada tallo espinoso, cada suspiro amargo,
y desenterró la madeja de raíces.
En el hueco de la tierra, en esa herida
fértil del rosal,
trasplantó los pies de sus tres niños.
Tiempo después, los que fuimos estacas
cambiamos con premura:
crecieron nuestros cabellos y nuestras ideas,
nuestras manos y nuestras voces
en palabras
como una nueva raíz expandida por el aire.
Armando, el más pequeño,
se fue a la guerra
porque siempre tuvo las armas
en el nombre.
Marisol, con el mayor de los tres cuerpos
que soy, como Gerión de las Gadeiras,
siguió a Armando por las aguas:
tiene un ancla en el corazón
que ha de lanzar al mar
cuando termine de encontrarte,
más allá de los vientos y los cantos de sirenas.
—En el fondo, ambos hermanos te buscan
impacientes, cansados de no dormir
por ser los primeros en ver
las crestas de tus barcos a lo lejos—.
Y en medio de ellos, yo,
del brazo de mi madre
con quien sigo esperando tu retorno
y abonando el hueco del rosal
(la pureza de la infancia),
para que siembres el amor
como semillas de amaranto y de café,
porque tanta hambre
y sed de ti
tendremos hasta que el mar se detenga
frente a la montaña
y sea éste
el que se parta en dos
para drenar
las espumas del silencio.
Será posible gritar, hasta entonces,
nuestro vuelo de pelícanos
contenido por años
en un gesto de estatuas
con las alas abiertas y los ojos en el cielo.
DISFRAZ DEL EXTRANJERO
El nombre que tengo
jamás ha sido mío,
porque siempre fue
de mi hermano mayor
que nació sin vida
a los cinco meses
y creció, desde entonces,
como mata de ajenjo
en el corazón de mi madre.
Con su muerte
reconozco mi vacío
en todos los retratos:
a media luz, mi cara
con los rasgos
misteriosos de mi padre.
Mis amigos me observan
y piensan que este cuerpo,
como una olla
llena de melancolía,
soy yo, en la hora
de las discretas mutaciones:
«Es Francisco», dicen,
mientras ven
los marcados lunares
como aspecto distintivo
de mi rostro.
Y como esas máculas
sobre la piel
hay otras manchas
que oscurecen de mí
lo más profundo.
Son mi carne
y mi epidermis
el disfraz desajustado
de mi alma:
estoy detrás de él,
como detrás
de la muerte de mi hermano.
MAMBO DE CARMEN
Te escribo enfermo, mal de mí, abuela Carmen,
porque no hay otra forma de llegar a la poesía
con la que intento tocar tu corazón
rodeado de colibríes, como una fruta a punto de caerse.
Y de la enfermedad es la música,
en cualquiera de sus formas,
porque la carne, su amargura,
es tambor para llorar las cosas de este mundo.
Si pudiera suponer en qué te guardas
cuando el silencio es tu beso de la noche,
diría que en las cosas de tu niñez,
en aquel hospital de leprosos
donde jugabas a la felicidad
y era posible compartir la sal de la mesa,
las tristuras y las paredes monótonas.
Si la vida duele, se baila,
se rompe a tacón y a movimiento de cadera,
se renace en cada paso, a hueso y a sudor.
Escucha…
Los metales se elevan
como un caballo negro que tiene la cola blanca,
como el humo en la boca
del macalacachimba,
como el claxon bullicioso de los ruleteros.
Y los tambores suenan profundo:
son la piel de los amantes cuando se aman.
Veo relojes, los días son aspas, manecillas.
Voy en mi dolor.
No soy un rostro, soy el vaho de los espejos.
Me llamo nadie.
Te imagino bailando con seres anónimos,
con aquellas sombras olvidadas
por los vestidos de la compasión.
Me gusta la música de tu hora, Carmen Maya Jiménez,
flor abierta de mi espina,
porque tú me diste sus ritmos, sus formas de antifaces.
Por ti digo: Pérez Prado, El Rey.
Digo: qué rico el mambo,
qué sabroso el contoneo de Lupita
y el de Norma, la de Guadalajara,
qué compases, mujer de 12 hijos.
Ojalá supiera bailar,
para no plañir las edades de tu voz
y desgastar todas
las estatuas de salitre que me habitan.
Mas escribo esto para llegar a tu casa en el otoño.
Te pienso con el corazón, con sus antorchas.
El poema, no es ni la mitad de aquello que tú fuiste.
Acto poético
es consolar, con el baile, al descarnado.
CARTA CON NIÑA Y CON GUSANOS
A Pamela Trejo
Pamela, trata de recordar aquel día,
cuando nos pediste
—a tu hermano y a mí—
que enterráramos tus pies en el arenero del parque.
A veces tu voz es tan agua,
porque cae sigilosa sobre la piedra que cargo
y la parte en dos
para que pueda mirar de nuevo el horizonte.
Cuando me duele pensar en toda despedida
y me perturba imaginar mi polvo,
entonces recuerdo
lo que dijiste sumergida en la arena:
Los gusanos me divierten
porque hacen muchas cosquillas…
Ese día me enseñaste que la muerte
es un motivo más para reír,
porque hemos de terminar horizontales y mudos
con los ojos entreabiertos,
mientras alguien llega a cubrirnos con tierra
y humedad de llanto
para que los gusanos inicien
el juego de mermar, a cosquillas,
el dolor de la existencia.
DIURNO PARA ARGOS
Aquí vienes, Argos,
como una sombra parda,
a pedir el desayuno
y a lamer los dedos de mis pies
—ah, estos pies
que han pateado, con violencia,
el mundo en sus fragmentos—.
Y en tu lengua tan breve
están todos los perros,
igual que todo el amor de un individuo
en su boca que repone
al cuerpo amado.
Perro melancólico, inocuo,
tú renuncias a las leyes humanas,
porque al salir de tu pereza
buscas mi voz
sin conocer los principios del odio
y del afecto
con los que llamo al prójimo.
¿Qué será de mí
cuando te marches a ladrar a otro sitio
más hondo que el patio de la casa?
¿Quién les ladrará, confundido,
a los pájaros que inauguran el día
en el pino más alto de la calle?
¿Qué sería del mundo sin sus perros?
¿Quién vendría a lamer la piel
de los malditos,
sin importar
cuánta rabia contengan sus poros?
Porque seguro besarías mis manos,
siempre, a toda hora,
aunque escriban la desazón
y se manchen de crimen,
aunque destruyan el universo
con la crueldad absoluta
de sus articulaciones.
Argos, tu lengua es la más inocente,
la más amor que lija,
ahora que me reduzco a la angustia
de pensar en tu final
y en tu nombre
que dejo aquí
como un consuelo para otros.
Ay, can de garbo y de terneza,
te puse el nombre
del más legendario de los perros
porque lo superas en lealtad
y porque sé que vas a esperarme
en el silencio, como yo te esperaría,
para cruzar juntos
las aguas de la muerte.
Que suene aquí, animal de mi abrazo,
la escaramuza de las aves, al amanecer,
para que siempre haya ruido
en las jaulas destrozadas
de nuestros corazones.
ARENA DE LAS ISLAS
Me parezco a mi padre, en el aspecto y en el nombre,
tanto como la poesía se parece a la poesía,
sin importar el origen
del poeta y su amargura.
Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987) es poeta, ensayista, investigador y editor. Maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y licenciado en Creación Literaria por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Cofundador y director de Nueva York Poetry Review. Autor de Derrotas. Conversaciones con cuatro poetas del exilio latinoamericano en México (2019), Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018 y 2021 en edición bilingue), Canción de la tijera en el ovillo (2017/2020), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012). Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014), Sumario de los ciegos: Antología personal (2020) y Carta deshecha en el mar del remitente (2021). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017, el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019, el segundo lugar de los International Latino Book Awards 2020 y el Premio de Poesía Editorial Praxis 2021.