El cuerpo entero del poeta ama y hace parte de sí una imagen de infinitos instantes, paleta de colores, secuenciada en la emotividad donde la ciudad se erige musa. El canto oficia su honda experiencia en la intimidad del susurro, casi una oración, entrañada en la conciencia y el secreto de la palabra. Desde esa reverencia, la poesía de José Amador Martín, nos revela las calles de Salamanca.
Comienza la melodía de versos en un acorde especial donde el amor fraterno teje sus recuerdos. El amigo entrega en la palabra una ofrenda de inmensa ternura a la dama iluminada por el sol de la espiga que ha volado a la altura de los cielos, convirtiendo la soledad en primavera. Este hermoso poema dedicado a la memoria de Jacqueline Alencar, titulado “En la meseta, alta”, nos acerca a un espejo de agua clara que sostiene el reflejo de los astros, donde el alma añorada revuela con las aves de la tarde:
Bajo el alero de la tarde se apagó la sombra
y, de tus alas, el día recibió toda la luz
que en tu ser gravita.
Después de conmover nuestra emoción hasta la médula, nos llevan los poemas a ese paisaje de instantáneas que no perderá jamás la profundidad que atesora. Como si besara la tierra con sus pasos, el poeta, teje en cada verso una caricia, una alabanza a la adorada ciudad de sus amores.
Habitada por la magia que captura, en imagen y palabra José Amador Martín; es Salamanca tierra de asombros. Allí en sus horizontes podemos sentir un universo entero abriéndose paso entre metáforas y luces, contándose al mundo en las memorias de cada habitante. Así entona como un conmovido ruiseñor el ser sensible de este caballero que nos invita a caminar en la lumbre de su poesía.
Amarú Vanegas
EN LA MESETA, ALTA
Jacqueline, con tu mirada profunda
diste la mejor imagen de nosotros mismos
Veo la claridad como un espejo de tu nieve,
de la nieve blanca de tus risas,
mirada cautivadora que, del silencio, escalaba hasta las almas.
Ojos como lirios de primavera
revoloteaban los pájaros a la altura de tus ojos,
y un espíritu de luz cabalgaba en tus abrazos.
Una paz humilde
era el resplandor de tu hermosura,
hermosa de corazón, de alma hermosa.
En la caricia del crepúsculo los soles de la tarde te dibujan
y aunque tus labios ya no hablen, los recuerdos
son una fiesta que lo cambia todo.
En esta meseta, alta
has encontrado las alas
con las que has volado a la altura de los cielos,
de los sueños,
y, con ellas, asciendes
y conviertes la soledad en primavera.
Bajo el alero de la tarde se apagó la sombra
y, de tus alas, el día recibió toda la luz
que en tu ser gravita.
Por eso, hoy, tu vuelo es un aroma
de jardines y flores cuando amanece el día
CIUDAD
Tú me conduces, ciudad, entre tus luces
hasta el velado trazo de mi sueño:
yo soy tu sombra,
mi bella ciudad, cuando despiertas,
cuando arrancas en los fragmentos de luces
la mirada y la luz
sobre las calles vacías
del volver a empezar de cada día,
sobre la isla solitaria en la que el amanecer
es cúpula y encanto.
Eres la sinfonía perfecta de mis pasos,
notas de la cadencia armónica del día,
perfecto acontecer de días hermosos
que conviven conmigo
en los paisajes amados en que te tengo.
Te amo, ciudad, y moriré amándote
para vivir en tus piedras aprendidas
cada atardecer, abrazado a la tierra,
y sorprendido
con la noche más oscura.
Para que no me olvides
grabo sobre tus piedras cada día una historia
a base de fuego y de miradas
y no quiero morir porque no mueres,
sino permanecer en tus brazos para siempre.
Cuando sea nota perdida en la memoria,
guarda en ese recuerdo de tus calles
mi caminar de luz en los mundos ocultos
de los sueños.
LA TARDE TIENE VENTANAS
ABIERTAS A LA CIUDAD
La tarde tiene ventanas abiertas a la ciudad;
desde ellas nos mira el volar de las aves
y entra el sol hasta los espacios soñados.
La luz surca el cielo azul y barcos de papel
navegan con una estela de pájaros que han vuelto.
Es esta ciudad un mar de arenisca;
sus torres, atalayas de un sentir de campanas.
La palabra es el grito
y el grito
es el lamento melancólico que añora soledades.
Sus torres y sus arcos me reclaman
a un paseo dorado bajo el sol de poniente
por los laberintos de luces y sombras,
de silencios y ecos; y son los versos cantos
y los cantos
son sueños de jardines y patios.
Cuando amanece, la ciudad es luz interior;
los vencejos llenan las altas azoteas,
el alma pervive en el fluir de la ausencia.
El sol de Castilla adivina en el hombre
su destino indeleble;
la noche toma los espacios del aire con su melancolía.
En esta ciudad nos volveremos a encontrar
caminando por las plazas vacías de la memoria.
Se volverán a abrir las cancelas y tú estarás allí,
como el árbol, al pie de los palacios, junto al Tormes,
como cualquier tarde de pasados encuentros.
Testimonio es la mirada que dejaste en el espejo,
representada en la alegoría de casas de vidrio
mecidas por el viento, de un sueño en perspectiva.
Altiva y bella es la ciudad
que aparece en el papel como arquetipo de lo eterno:
luz y luces
en la pluralidad del entorno en que se justifica
seguir el sonido de tu voz en medio de las sombras.
Hoy siento la melancolía de la noche
en los muros de la ciudad hermosa,
bajo los arcos por donde el viento silente
fluye y susurra tu nombre.
Observo las ventanas encendidas
en una caminata sosegada:
una calle me enseña otra,
y en cada una
reconozco el camino
que me lleva hasta ti
LA VERDAD DEL DÍA
A Antonio Salvado
Cercados por la esperanza, traspasados
por el quejido, tenemos la certeza
de la Hora en el día a día, del límite
del muro edificado en nuestro espíritu
(La Hora Sagrada) ANTONIO SALVADO
Siento ríos de silencio
sobre los muros,
cuando llega la noche
de soledad y olvido.
Acuno una esperanza
en cada sueño,
un mar que se desborda,
de pasión extendida,
sobre la ciudad
melancólica y nocturna.
Luego cae la luz y callan los ecos
mientras dura el milagro
que enciende al alba el primer sol.
Luz silenciosa que desciende
hasta las calles,
cauce de luz
pausado en el tiempo.
Luz que me encuentra buscando,
entre restos de naufragio
horas olvidadas,
fragmentos
que nunca fueron,
ni serán,
memoria viva
ni historia.
Entre las sombras
se oculta la verdad del día.
Ellas
establecen el límite real
de lo que nunca fue:
cristal de espacios
donde encontrar las horas.
Hay muros de sombra,
muros de silencio,
muros edificados al borde de los sueños,
muros de indiferencia,
en la verdad del día.
Posiblemente
mi esperanza
no será más
nuestra esperanza,
cuando,
traspasado el corazón
con el filo de la nada,
navegue el espíritu por áridos mares
cubierto con el salitre y la herrumbre
del tiempo fugitivo
del espacio, perdido, de mis sueños.
ISLA SIN MAR
La ciudad es la isla, tras la ventana la mar.
Bitácora de un náufrago de la memoria.
Abrir la ventana es soñar con la mar,
la ciudad es una isla rodeada de sueños,
construida en las rocas, hacia arriba los valles,
hacia abajo las nieblas de torres y cúpulas.
La ciudad es abrazo de la acción de abrazar,
el azul infinito de cielos extensos,
si te miras en ellos verás flotar los sueños,
la vuelta de los barcos al puerto de los nácares.
La ciudad es un canto de areniscas doradas
en ella están los fósiles de tiempos antiguos,
de montañas y águilas y de peces dorados
que duermen en el tiempo pasado y los recuerdos.
Por la tarde las torres, las casas y las aves
bajan a los paseos de luces y de sombras,
se bañan en las playas y vuelan en las olas,
después el sol se extiende en un paisaje único
y las nubes ascienden para contar aquello
que supieron de siempre de atardeceres mágicos.
La ciudad tiene un mar, es barco y atalaya,
única y sin fronteras, compacta de planicies
que comienzan en ella y en ella terminan,
de horizontes extensos que no se pierden nunca.
El aire trasvasado por la fuga del agua
es errante destierro de nácares y sueños,
hincados en los valles y en espejos de luz,
en recorridos mudos de miradas intensas.
Esta noche soñaba con la mar,
mi ventana cerrada acunaba la duda
de una caracola de rumores y vientos.
Mi ciudad, paraíso, se hace puerta de sueños,
en medio de mi sueño, mi ciudad es la isla,
palacio de sal deshecho entre mis dedos.
el agua que la baña es la pasión que habita,
las estancias son a mi amanecer de niño.
Con la mano de sal sé que las estrellas
volverán del naufragio a las playas tranquilas
del día que amanece, mientras recobramos
la memoria y la brisa, la ventana y su mar.
LA CIUDAD, MORADA DE LUZ
“Esta morada es mundo…”
(Morada de la Luz) ANTONIO COLINAS
La luz desciende sobre las cúpulas sagradas de nuestra ciudad
y los muros son testigos, sueño sosegado en las miradas,
música que recorre la morada oculta de las almas, su silencio,
que es luz en las islas solitarias del tiempo tendido en los relojes.
Lleno mi soledad de amaneceres, de esperanzas que fluyen
sobre los desvanes de mis pensamientos en la azotea de mi cuerpo,
en ellos estoy cuando la luz llena mis ojos y la mañana asciende
cautiva en la quietud de los aconteceres cotidianos.
Con ella voy, cada vez que soy regreso a cada sitio, sin marcharme,
y vuelvo a mis goces, y reservo el aliento de aquellos días hermosos
de la ciudad que se hizo morada en cada encuentro, en el trasiego
de aquellas palabras que se hicieron visión y luz en mis adentros.
El corazón retorna para encontrar en sí mismo que siempre estás ahí,
y siempre estás para acallarme porque eres estancia del amor,
sombra y luz, muerte y vida cuando las piedras escriben el dorado
silencio de la tarde, en torno a los árboles donde los pájaros anidan
y llevan en su vuelo la tristeza del tiempo que ya no será nuestro
Y LUEGO LA NOCHE…
Y luego la noche... tal vez esa historia
de nuevo repetida, sus paseantes, sus silencios,
y la lluvia por las fachadas, los árboles,
los pasos... La noche de soledad al parque
y el taconeo incesante de estatuas, de amantes
que se abrazan en los rincones del aire, la noche
que arranca de mí mis estrellas, mis sueños
y asemejan un vértice de vida, un elemento
singular, sutil, un paisaje de avenidas...
tan solitarias, tan grises, tan ocultas como el espacio
donde todo confluye, abismo de vocablos
horizonte de espera, noche, al fin, de silencios.
Y más tarde el equilibrio de la oscuridad completa,
el café humeante y la mirada a través del cristal
el viento de los árboles, el frío, el paseante
que gabardina a los hombros cruza solitario
y quizás tararea la última melodía de amor...
De mármol, de acrisolado y blanco esmalte
de párpados hundidos, de rostro dulce como miel
de un desierto, viene una vez más la noche,
una victoria más, un día más, a la ciudad
y resurge un concierto de ríos plateados, un murmullo
de músicas y silencios, sobre las ventanas
encendidas, donde algún sueño viaja...
Noche que sabe a melodía de piano de café,
a llanto, a cicatriz dolorida, a pasto de olvido
a dominio que se recrea por los años, como
la madreselva por los claustros y las fachadas
de los palacios y torres, crisol para soñar,
yunque de platero, péndulo de eterno giro sobre sí mismo.
Celestial y única noche, amante perfecta,
acudiendo a la cita viajera del tiempo y, sometida,
al engranaje perfecto del reloj del tiempo.
Noche redonda y única, tan distinta, tú,
a las demás porque ya han sido y a las que han de venir.
Y luego la noche... que aprendió a llegar y a quedarse
como un viajero más, pasajero del tiempo...
También la falsa y larga noche de los sin esperanza,
pero noche al fin sin adornos ni músicas,
sin péndulos ni horas, sin vocablos ni signos,
callada noche de alturas y nieves, de alcobas
y lunas. Noche, al fin, del alma, oscura y fría.
José Amador Martín. Poeta y fotógrafo salmantino nacido en Elgoibar, País Vasco, el año de 1951. Desde la infancia vive en la capital del Tormes, donde dirige la prestigiosa revista ‘Crear en Salamanca’, plataforma de difusión para multitud de poetas de España, Portugal e Iberoamérica, además de dedicarse a la enseñanza y al mundo de la imagen. Su poesía, por la que obtuvo varios reconocimientos, ha sido publicada en antologías y revistas de España y América, además de traducida al rumano, croata e italiano. Actualmente es miembro del Consejo Asesor de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, en los cuales previamente participó como poeta invitado. Entre sus realizaciones de Video están: ‘Salamanca, Ciudad Interior’, ‘Las Batuecas, literatura y mito de un nuevo mundo en Castilla’ o ‘Casa Baja, momentos’. También figura como director, guionista y responsable de fotografía del documental ‘Horas serenas del ocaso breve. Miguel de Unamuno’, así como director y realizador del documental ‘Unamuno en Alto Soto de Torres’. Entre sus libros publicados están: ‘Salamanca, ciudad interior’ (fotografía); ‘Salamanca, Amor a primera vista’ (fotografía y poesía) o ‘Elogio de la Luz’ (fotografía y poesía), entre otros.