19 Abr 2024

40. POESÍA ESPAÑOLA. JOSÉ ANTONIO SANTANO

-19 Dic 2021

  

PLAZA MAYOR

 

II

                                    a Antonio de Nebrija 

 

La Plaza duerme

al compás de la lluvia,

en su cuadratura se adivina la calma

que a poco muda a niebla;

es la hora exacta del lenguaje,

de las sílabas contenidas,

de las palabras hacedoras:

aquí certero el verbo, allá el adjetivo claro,

majestuoso en el paisaje el sustantivo,

luego el adverbio, interjecciones y pronombres,

preposiciones y determinativos,

todos a una, hacia la perfección,

como la música de Mozart o Beethoven.

 

Del sur de Andalucía a Salamanca,

de un cielo a otro, a esta Plaza,

en su nombre el fruto de los sueños,

el dolor y la felicidad posible,

el tiempo que escarba en los silencios

y nunca más regresa a este lado del muro,

a esta patria digna y libre, cenital

en el saber.

La Plaza es silencio,

plenitud de formas y signos,

bellos volúmenes,

el corazón del hombre, morada última

para quien sabe

cada vez que una voz

repite como un eco

el nombre de todos los nombres

que fueron, son y serán

himno y patria, 

palabras solo,

el oro de la vida.   

 

 

XV

                                                 a María Ángeles Pérez López

 

Te regreso al silencio

que late en la piedra

en la uña afilada del tiempo

bautizando la noche

con los cuerpos que mudan el llanto

por risas en el último instante;

            viva luz

que te alcanza y seduce

solo sombras que caen

como hojas vencidas.

 

Te regreso a los signos,

al eco del himno más puro,

a los nombres que fueron

en las aulas leyenda:

Juan de Yepes, Góngora,

Teresa de Cepeda, Garcilaso

Cervantes y  Manrique,  

Neruda, Mistral, Quevedo,

Paz, Borges, Fray Luis,

Cardenal,  Bolaño, García Márquez,

Martí, Allende, Nicanor,

Machado, Hernández, Cortázar, Fuentes, 

Onetti, Amado, Asturias, García Lorca, Juan Ramón

y tantos otros que tú habitas

y te habitan cada día,

hondos y atlánticos

en los claustros y el mármol

de vasta soledad,

en la desnudez del cielo

que nos devuelve al principio del fin

y en todo ser viviente

se muestra primitiva.

 

Te regreso a la palabra y la lluvia

que anuncia la vida en cada esquina

y en ella te forjas y te creces,

caes y levantas

hasta saberte aire en la llanura,

materia solo

cegadora luz.

 

Me regresas al verso

y un temblor misterioso

se te adueña

mientras duerme el invierno en las flores

y un sonido de luces revela

los nombres que fueron

corazón de la lengua,

hacedores de almas.

 

                        De Alta luciérnaga, 2021.

 

 

MADRE LLUVIA TU NOMBRE

 

entre gotas de lluvia

golpeando ventanas

corazones ausentes

cuando mudos los ojos

acarician las nubes

que la tarde dibuja

en el ángulo oscuro

de una sala silencio

y un sillón de orejeras

los cabellos nevados

la sonrisa en el aire

de los dedos la artrosis

una herida profunda

en la rosa marchita

los recuerdos que sangran

y en la hora más negra

los cuchillos se clavan

como música antigua

y la casa es infierno

en la ausencia y la carne

de ese vuelo infinito

al abismo nutriente 

de la muerte y la nada

que al abrigo del tiempo

a la tierra enardece

en la impía frontera

de un eterno sollozo

que al sueño despierta.

Madre lluvia tu nombre

cada día como el pan

alimento de lluvia

de un otoño infecundo

cuando solas las aguas

en la mar son herida      

que los años invocan

pero ya no hay salida

que nos lleve al edén

de las risas primeras

cuando todo era luz

en los campos de olivos

y en los ojos el agua

avivando la tarde

repicar de campanas

y en la sala el vacío

invisible a la lluvia

a su tacto de diosa    

a su muerte imposible

por la puerta cerrada   

de su nombre la espera

el perfume de rosas

que la tierra sea leve

un enorme silencio

una lágrima inmensa

en los labios del aire

que me trae sus aromas

de mujer madre lluvia

y el sillón de orejeras

que en la sala no existe,

la cabeza caída

sobre el filo del sueño

una siesta profunda

en las venas ya mustias    

por venir el desierto

de los pasos a golpes

en negror del asfalto

de las horas urgentes

en la voz del silencio

atrapado a los muros

de una casa encalada

en la esquina del tiempo

cuando fueron las lluvias   

en la calle humedal

de una senda secreta

conjurada en su nombre.

Sin embargo es ahora

cuando todo es neblina

y los versos guadaña

que vacía la sala    

y el retrato una sombra

muy adentro en la sangre

y su voz todavía

una luz infinita

que se agolpa en las sienes

y me nombra los nombres

de otro tiempo aviejado

en las gotas de lluvia

que incesantes destilan    

soledad en el rostro,    

la cabeza caída

moribunda la tarde

en otoño de lágrimas

poco a poco cayendo

sobre las blancas manos

de la tierra al abrigo

en un día cualquiera.  

Para siempre el silencio

la invisible mirada

esa música sorda  

de las gotas de lluvia

que monótonas caen

en los ojos cansados

y en la luz de los labios

madre lluvia la vida.  

 

                        De Madre lluvia, 2021

 

 

CHESED

                                                             Pero a ti, que no estás

                                                            ni sé quién eres:

                                                            misericordia.

                                                                            JOSÉ ÁNGEL VALENTE

 

                                                 A Pablo García Baena, poeta

 

Dispón de nuevo aquí tu mano

doliente en luz de auroras y arcoíris,

alma sea en lienzo diamantino,

resonante silencio que recorre

los ángulos celestes del planeta

en vértigo perpetuo,

fuego redentor,

un hilo de aire o brisa

en el abismo de la nada,

en la profunda y tenebrosa caverna

de los ojos,

aquellos que un día vinieron a posarse

sobre el mundo, este absurdo

mundo en óleo de vivos magenta

y tenues amarillos en vuelo

de vaporosa nube, apocalíptico

temblor de cuerpos y de espadas

bajo la tierra toda oscurecida,

en nombres toda derramada,

sonoro soliloquio de invierno

adentro en la retina, muy adentro,

en su espesura misma, nervada

lucerna alma en los orígenes,

más allá del atávico silencio

de la espera aquella en Pío Monte,

huido y secreto

en la densa niebla y los cipreses,

explosión en feroces claroscuros

y alas gigantescas de ángeles

en sobrevuelo de humanas miserias

que lucen diagonales su fulgor

en grito pincel de sombras:

desnudo pecho que amamanta

la vieja, inane y cautiva soledad,

mas el cuerpo sobre el suelo es hielo

que se adentra hasta las venas,

febril vacío, enferma llama,

noche primera del cosmos,

ajeno manto que envuelve,

cubre y abriga

todos los silencios,

piadosamente,

y así la carne toda, cadáver ya

en blanco sudario escruta

la tierra en fosa abierta,

centelleo de labios en agónico

llanto,

solo ya la madrugada refugio,

posada abierta al indigente o peregrino,

agua sueño para el sediento

en ácida penumbra.     

Dispón de nuevo aquí tu mano,

Michelangelo Merisi de Caravaggio,

sean tus ojos en los míos ardiente

luz que ciega y pacifica,

socórreme en esta hora turbia

que el hombre ha decretado en felonía,

asísteme ahora, en este mismo instante

que la honda herida

sangra a borbotones,

alíviame de esta clausura irrespirable,

alimenta en óleo de claroscuros

mi espíritu famélico,

en la quietud refúgiame,

en el cielo gloria

de alados ángeles acógeme,

apaga mi sed de espejos y amapolas,

sáname de la tristeza, del desarraigo

violento y humillante,

jirón de carne humana en la alambrada,

sean tus ojos en ansia de locura

el universo entero

en su consumación.

Dispón tu mano aquí,

junto a la mía, y enterremos

a los muertos, a todos los muertos

que aún mueren adentro en la caverna

de los ojos, que son sombras,

purísima negrura insepulta,

enterremos sus huesos

uno a uno,

escribamos sus nombres

con el pincel grito de tu mano.

 

Devuélveme la fe

brasa de olvido,

descúbreme la luz de la palabra,

el horizonte y sus silencios,

demuéleme,

oh tú,

cruel misericordia.            

                                               

                        De Tierra madre, Premio Nacional Poesía José Antonio Ochaíta, 2019

 

 

DE LOS ASOMBROS

 

                                                            al poeta Julio Alfredo Egea

In memoriam

 

Sé de tus manos hacedoras

cabalgando el silencio de la noche

que habita la palabra y es memoria

en los ojos del bosque y la sabina,

señal de lo que fue en otro tiempo

y otra vida

hermandad con la tierra y el agua.

 

Sé del corazón del viento

alojado en los asombros de la tarde

y de los sones que la hojarasca deja

sobre los campos y paredes de la casa

mientras blandes en tus dedos la pluma heredada

del abuelo

y dibujas en el blanco pliego de papel

los signos de la rosa,

los nombres de las aves y los ríos

que anuncian ya otra luz y otro silbo

en las ventanas de la vieja estancia,

aquella que miraba al sur de los almendros

y tú quisiste siempre para ti desde el origen

y en ti aún se perpetúa después de muerto.

 

Sé de la oscuridad y los abismos 

reclamando las horas y los días de aventura,

intuyo la amarga ceremonia de la ausencia

que invade esa comarca

y en el sólido mármol se amplifica 

para ya nunca volver a las raíces

y desvelar así la luz de las cenizas,

la incertidumbre que sustenta el miedo

o el frío que habita la sombra de aquel ciprés

altísimo y enorme

olvidado en el centro de la nada

y que tú sentías tan cerca y tan humano.

 

Sabrás de cierto este viaje al infinito:

sobre la cama dispuestas las maletas

esperan tu mano abarcadora y cálida,

y tus pasos humildes y seguros

que florecen con la luz del mediodía;

allá el horizonte abierto como un fruto,

la voz de la memoria en tus pupilas

y el fuego de los años envuelto en el abrazo;

aquí la cima prendida de las nubes

y un cielo azul de infancia,

aquella que jugaba entre los álamos

y al albur,

aquella que bebió del arroyo los asombros

y plantó junto a la casa los anhelos.  

 

Ya sé que aquí y en esta hora

la vida se asemeja a una tormenta

y poco tiene ya sentido,

pero habremos de seguir a las estrellas

cada noche y en tiempo de amapolas

volar hasta su luz incandescente,

crecer al abrigo de su aliento 

mientras dure este tiempo de agonías.

 

Porque fuimos hoja y viento,

alud de la palabra en los inviernos

me invitas a tu mesa cada día,

juntos abrimos la despensa del recuerdo,

juntos comprendimos la efímera existencia,

el tiempo que se escapa por las rendijas de las puertas,

también de la rutina.

 

Por qué nos empeñamos en torcer

la dirección de lo absoluto y lo primario,

por qué no desnudar todo principio

de la oscura presencia del miedo y de la inquina,

por qué no hablar de las cosas sencillas y pequeñas

que nos viven,

por qué nos conducimos como seres obtusos

y alienados,

y nos duele la calma de la mar en los oídos.

 

La vida se nos va en un segundo

y nada queda sino el alma de unos versos

escritos al son incesante de la lluvia

que cae musical sobre la hierba 

y hermanados al aire bienhechor

renacen para siempre en los caminos. 

 

La casa habita hoy los silencios,

a ella regreso

            te vivo en ella. 

 

                                    De Cielo y Chanca, 2019.

 

 

CUANDO TODO ES SILENCIO

regreso a la casa

tu casa

la de todos

descarno las sombras que la habitan

abrazo sus paredes

azules y agrietadas

el gris de su esqueleto

descorro soledades

paseo por el vacío

creciente del salón entarimado

la estela de los óleos

también de las ventanas

desgastadas

y vencida la luz

advierto en la cocina

blanquísimos fogones

un salvaje silencio

que transita pasillos

el más crudo invierno

del azul en sus ojos

ya cansados y exhaustos

en la estancia dormida

visitante invisible

ángel solo su nombre

en las manos abrigo

de una noche segura

manifiesto preciso

de otras sombras voraces

ascendidas al cielo

cuando todo ya es calma

anidando el olvido.   

 

De Marparaíso, XXIV Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro, 2019.

 

 

DUELE ESTE SILENCIO

su espesa sangre inoculada

duelen los días y las noches

de arrebato y muerte en los caminos

la tinta derramada

sobre el viejo pupitre

los verbos escritos

en la piedra

el sonido del agua duele

duele el olvido

cuando abril naciente

nos deja su lluvia

de amarga letanía.

Duelen las cuencas de los ojos

las manos

la luz del verso duele

duelen los recuerdos

las muertes duelen

eternas en las sienes

duele el silencio

este inmenso silencio

de tu muerte

                        duelo.      

 

            De Marparaíso, 2019.

 

 

V

 

Hasta después de muerto, más allá

de la abisal mirada de la muerte

vives en mí, te siento en esta casa

que no es aquella casa de la infancia,

te veo en la oficina y en las calles

y un hórrido dolor se clava fijo

en las pupilas cóncavas del sueño

que levita en el aire de otros días

tan lejanos y amargos como ausencias

repetidas al son de las campanas

a la hora del rosario y la oración

con paso de beatas y de luto

abriéndose caminos de crepúsculo

y de olvido, de ofrendas que retornan

a los labios azules de esa triste

fragancia que no acaba sometiéndose

al tirano dictado del temor

sentido a cada instante, a cada hora

abrasado en la llama y el gemido

de la embriaguez cansina de la noche,

del tormento y la angustia, del aullido

insomne, refugiado en el dintel

de la puerta, perpetuo en la memoria.

Hasta después de muerto, solo sombra

y trueno de palabras sobre el filo

de auroras celestiales, y del tiempo

que arremete feroz contra la carne

hasta elevarse lívido a la cúpula

adornada de sangre y llanto, y fuego;

de muerto te apareces y entre sombras

que nacen del abismo y al abismo

vuelven, aún pervives y me alzas

la voz como la noche ahora, giras

el pomo de la puerta y en tus ojos,

de nuevo, la mordaz mirada atisbo,

la misma soledad de siempre late

entonces en la estancia y todo vuelve

a ser tristeza solo y se repiten

ofensas y amenazas, las palabras

son astas y rejones en los labios

que buscan otros labios y mejillas,

la desnudez del vientre, los costados 

sangrando por la herida dolorosa

del desamor ungido por un aire

gélido, poblador de los desmanes,

cuando ya no se salvan ni las almas

que anidan en las nubes, en las llamas

de un tiempo fugaz, vivo en la memoria

de las manos que fueron seda y beso

en el origen casi de los tiempos.

Hasta después de muerto se prolonga

su sombra, feroz siempre, irreductible,

y nada queda, nada es lo que fuimos

cuando la fresca brisa del verano

teñía las palabras de colores

y la hueca sandía iluminaba

de lunas y de estrellas los deseos,

y aromaba la calle el jazminero,

y maullaban los gatos de alegría

sobre las grises tejas de la casa.

Después de muerto, padre, los recuerdos

se agolpan en las sienes, los ojos

de una noche cualquiera, y se silencian

las mentiras y el miedo en cada esquina;

no hay vuelta atrás, la vida sigue, toda

eternidad devora, y calcinada

su luz la muerte surge luminosa,

convertida en crisálida y espejo

de otras muertes, señal anunciadora

del origen del tiempo y sus silencios

en la negra espesura de los días.

 

                                    De La voz ausente,  2017.

 

José Antonio Santano Serrano (España). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de 20 libros, entre los que vale destacar: Profecía de Otoño, Premio Internacional de Poesía «Barro» (1994); Exilio en Caridemo, Premio Ciudad de El Ejido de Poesía (1995); Íntima heredad, Accésit Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro» (1998); La piedra escrita, finalista Premio Nacional de la Crítica (2000); Suerte de alquimia, finalista del Premio Andalucía de la Crítica (2003); Trasmar,de narrativa, Premio Andalucía de la Crítica «Ópera Prima» (2005); Las edades de arcilla (2005); Razón de ser, X Premio Internacional de Poesía «Luis Feria» (2008); Caleidoscopio (2010); Estación Sur (2012); Tiempo gris de cosmos, Premio Gremio de Libreros de Almería al mejor libro de poesía (2014); Memorial de silencios (2014); Los silencios de La Cava (2015); La voz ausente (2017); Lunas de oriente (2018); Cielo y Chanca (2019); Tierra madre, Premio Nacional de Poesía José Antonio Ochaíta (2017) y Marparaíso, Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro 2019.

 



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