PLAZA MAYOR
II
a Antonio de Nebrija
La Plaza duerme
al compás de la lluvia,
en su cuadratura se adivina la calma
que a poco muda a niebla;
es la hora exacta del lenguaje,
de las sílabas contenidas,
de las palabras hacedoras:
aquí certero el verbo, allá el adjetivo claro,
majestuoso en el paisaje el sustantivo,
luego el adverbio, interjecciones y pronombres,
preposiciones y determinativos,
todos a una, hacia la perfección,
como la música de Mozart o Beethoven.
Del sur de Andalucía a Salamanca,
de un cielo a otro, a esta Plaza,
en su nombre el fruto de los sueños,
el dolor y la felicidad posible,
el tiempo que escarba en los silencios
y nunca más regresa a este lado del muro,
a esta patria digna y libre, cenital
en el saber.
La Plaza es silencio,
plenitud de formas y signos,
bellos volúmenes,
el corazón del hombre, morada última
para quien sabe
cada vez que una voz
repite como un eco
el nombre de todos los nombres
que fueron, son y serán
himno y patria,
palabras solo,
el oro de la vida.
XV
a María Ángeles Pérez López
Te regreso al silencio
que late en la piedra
en la uña afilada del tiempo
bautizando la noche
con los cuerpos que mudan el llanto
por risas en el último instante;
viva luz
que te alcanza y seduce
solo sombras que caen
como hojas vencidas.
Te regreso a los signos,
al eco del himno más puro,
a los nombres que fueron
en las aulas leyenda:
Juan de Yepes, Góngora,
Teresa de Cepeda, Garcilaso
Cervantes y Manrique,
Neruda, Mistral, Quevedo,
Paz, Borges, Fray Luis,
Cardenal, Bolaño, García Márquez,
Martí, Allende, Nicanor,
Machado, Hernández, Cortázar, Fuentes,
Onetti, Amado, Asturias, García Lorca, Juan Ramón
y tantos otros que tú habitas
y te habitan cada día,
hondos y atlánticos
en los claustros y el mármol
de vasta soledad,
en la desnudez del cielo
que nos devuelve al principio del fin
y en todo ser viviente
se muestra primitiva.
Te regreso a la palabra y la lluvia
que anuncia la vida en cada esquina
y en ella te forjas y te creces,
caes y levantas
hasta saberte aire en la llanura,
materia solo
cegadora luz.
Me regresas al verso
y un temblor misterioso
se te adueña
mientras duerme el invierno en las flores
y un sonido de luces revela
los nombres que fueron
corazón de la lengua,
hacedores de almas.
De Alta luciérnaga, 2021.
MADRE LLUVIA TU NOMBRE
entre gotas de lluvia
golpeando ventanas
corazones ausentes
cuando mudos los ojos
acarician las nubes
que la tarde dibuja
en el ángulo oscuro
de una sala silencio
y un sillón de orejeras
los cabellos nevados
la sonrisa en el aire
de los dedos la artrosis
una herida profunda
en la rosa marchita
los recuerdos que sangran
y en la hora más negra
los cuchillos se clavan
como música antigua
y la casa es infierno
en la ausencia y la carne
de ese vuelo infinito
al abismo nutriente
de la muerte y la nada
que al abrigo del tiempo
a la tierra enardece
en la impía frontera
de un eterno sollozo
que al sueño despierta.
Madre lluvia tu nombre
cada día como el pan
alimento de lluvia
de un otoño infecundo
cuando solas las aguas
en la mar son herida
que los años invocan
pero ya no hay salida
que nos lleve al edén
de las risas primeras
cuando todo era luz
en los campos de olivos
y en los ojos el agua
avivando la tarde
repicar de campanas
y en la sala el vacío
invisible a la lluvia
a su tacto de diosa
a su muerte imposible
por la puerta cerrada
de su nombre la espera
el perfume de rosas
que la tierra sea leve
un enorme silencio
una lágrima inmensa
en los labios del aire
que me trae sus aromas
de mujer madre lluvia
y el sillón de orejeras
que en la sala no existe,
la cabeza caída
sobre el filo del sueño
una siesta profunda
en las venas ya mustias
por venir el desierto
de los pasos a golpes
en negror del asfalto
de las horas urgentes
en la voz del silencio
atrapado a los muros
de una casa encalada
en la esquina del tiempo
cuando fueron las lluvias
en la calle humedal
de una senda secreta
conjurada en su nombre.
Sin embargo es ahora
cuando todo es neblina
y los versos guadaña
que vacía la sala
y el retrato una sombra
muy adentro en la sangre
y su voz todavía
una luz infinita
que se agolpa en las sienes
y me nombra los nombres
de otro tiempo aviejado
en las gotas de lluvia
que incesantes destilan
soledad en el rostro,
la cabeza caída
moribunda la tarde
en otoño de lágrimas
poco a poco cayendo
sobre las blancas manos
de la tierra al abrigo
en un día cualquiera.
Para siempre el silencio
la invisible mirada
esa música sorda
de las gotas de lluvia
que monótonas caen
en los ojos cansados
y en la luz de los labios
madre lluvia la vida.
De Madre lluvia, 2021
CHESED
Pero a ti, que no estás
ni sé quién eres:
misericordia.
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
A Pablo García Baena, poeta
Dispón de nuevo aquí tu mano
doliente en luz de auroras y arcoíris,
alma sea en lienzo diamantino,
resonante silencio que recorre
los ángulos celestes del planeta
en vértigo perpetuo,
fuego redentor,
un hilo de aire o brisa
en el abismo de la nada,
en la profunda y tenebrosa caverna
de los ojos,
aquellos que un día vinieron a posarse
sobre el mundo, este absurdo
mundo en óleo de vivos magenta
y tenues amarillos en vuelo
de vaporosa nube, apocalíptico
temblor de cuerpos y de espadas
bajo la tierra toda oscurecida,
en nombres toda derramada,
sonoro soliloquio de invierno
adentro en la retina, muy adentro,
en su espesura misma, nervada
lucerna alma en los orígenes,
más allá del atávico silencio
de la espera aquella en Pío Monte,
huido y secreto
en la densa niebla y los cipreses,
explosión en feroces claroscuros
y alas gigantescas de ángeles
en sobrevuelo de humanas miserias
que lucen diagonales su fulgor
en grito pincel de sombras:
desnudo pecho que amamanta
la vieja, inane y cautiva soledad,
mas el cuerpo sobre el suelo es hielo
que se adentra hasta las venas,
febril vacío, enferma llama,
noche primera del cosmos,
ajeno manto que envuelve,
cubre y abriga
todos los silencios,
piadosamente,
y así la carne toda, cadáver ya
en blanco sudario escruta
la tierra en fosa abierta,
centelleo de labios en agónico
llanto,
solo ya la madrugada refugio,
posada abierta al indigente o peregrino,
agua sueño para el sediento
en ácida penumbra.
Dispón de nuevo aquí tu mano,
Michelangelo Merisi de Caravaggio,
sean tus ojos en los míos ardiente
luz que ciega y pacifica,
socórreme en esta hora turbia
que el hombre ha decretado en felonía,
asísteme ahora, en este mismo instante
que la honda herida
sangra a borbotones,
alíviame de esta clausura irrespirable,
alimenta en óleo de claroscuros
mi espíritu famélico,
en la quietud refúgiame,
en el cielo gloria
de alados ángeles acógeme,
apaga mi sed de espejos y amapolas,
sáname de la tristeza, del desarraigo
violento y humillante,
jirón de carne humana en la alambrada,
sean tus ojos en ansia de locura
el universo entero
en su consumación.
Dispón tu mano aquí,
junto a la mía, y enterremos
a los muertos, a todos los muertos
que aún mueren adentro en la caverna
de los ojos, que son sombras,
purísima negrura insepulta,
enterremos sus huesos
uno a uno,
escribamos sus nombres
con el pincel grito de tu mano.
Devuélveme la fe
brasa de olvido,
descúbreme la luz de la palabra,
el horizonte y sus silencios,
demuéleme,
oh tú,
cruel misericordia.
De Tierra madre, Premio Nacional Poesía José Antonio Ochaíta, 2019
DE LOS ASOMBROS
al poeta Julio Alfredo Egea
In memoriam
Sé de tus manos hacedoras
cabalgando el silencio de la noche
que habita la palabra y es memoria
en los ojos del bosque y la sabina,
señal de lo que fue en otro tiempo
y otra vida
hermandad con la tierra y el agua.
Sé del corazón del viento
alojado en los asombros de la tarde
y de los sones que la hojarasca deja
sobre los campos y paredes de la casa
mientras blandes en tus dedos la pluma heredada
del abuelo
y dibujas en el blanco pliego de papel
los signos de la rosa,
los nombres de las aves y los ríos
que anuncian ya otra luz y otro silbo
en las ventanas de la vieja estancia,
aquella que miraba al sur de los almendros
y tú quisiste siempre para ti desde el origen
y en ti aún se perpetúa después de muerto.
Sé de la oscuridad y los abismos
reclamando las horas y los días de aventura,
intuyo la amarga ceremonia de la ausencia
que invade esa comarca
y en el sólido mármol se amplifica
para ya nunca volver a las raíces
y desvelar así la luz de las cenizas,
la incertidumbre que sustenta el miedo
o el frío que habita la sombra de aquel ciprés
altísimo y enorme
olvidado en el centro de la nada
y que tú sentías tan cerca y tan humano.
Sabrás de cierto este viaje al infinito:
sobre la cama dispuestas las maletas
esperan tu mano abarcadora y cálida,
y tus pasos humildes y seguros
que florecen con la luz del mediodía;
allá el horizonte abierto como un fruto,
la voz de la memoria en tus pupilas
y el fuego de los años envuelto en el abrazo;
aquí la cima prendida de las nubes
y un cielo azul de infancia,
aquella que jugaba entre los álamos
y al albur,
aquella que bebió del arroyo los asombros
y plantó junto a la casa los anhelos.
Ya sé que aquí y en esta hora
la vida se asemeja a una tormenta
y poco tiene ya sentido,
pero habremos de seguir a las estrellas
cada noche y en tiempo de amapolas
volar hasta su luz incandescente,
crecer al abrigo de su aliento
mientras dure este tiempo de agonías.
Porque fuimos hoja y viento,
alud de la palabra en los inviernos
me invitas a tu mesa cada día,
juntos abrimos la despensa del recuerdo,
juntos comprendimos la efímera existencia,
el tiempo que se escapa por las rendijas de las puertas,
también de la rutina.
Por qué nos empeñamos en torcer
la dirección de lo absoluto y lo primario,
por qué no desnudar todo principio
de la oscura presencia del miedo y de la inquina,
por qué no hablar de las cosas sencillas y pequeñas
que nos viven,
por qué nos conducimos como seres obtusos
y alienados,
y nos duele la calma de la mar en los oídos.
La vida se nos va en un segundo
y nada queda sino el alma de unos versos
escritos al son incesante de la lluvia
que cae musical sobre la hierba
y hermanados al aire bienhechor
renacen para siempre en los caminos.
La casa habita hoy los silencios,
a ella regreso
te vivo en ella.
De Cielo y Chanca, 2019.
CUANDO TODO ES SILENCIO
regreso a la casa
tu casa
la de todos
descarno las sombras que la habitan
abrazo sus paredes
azules y agrietadas
el gris de su esqueleto
descorro soledades
paseo por el vacío
creciente del salón entarimado
la estela de los óleos
también de las ventanas
desgastadas
y vencida la luz
advierto en la cocina
blanquísimos fogones
un salvaje silencio
que transita pasillos
el más crudo invierno
del azul en sus ojos
ya cansados y exhaustos
en la estancia dormida
visitante invisible
ángel solo su nombre
en las manos abrigo
de una noche segura
manifiesto preciso
de otras sombras voraces
ascendidas al cielo
cuando todo ya es calma
anidando el olvido.
De Marparaíso, XXIV Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro, 2019.
DUELE ESTE SILENCIO
su espesa sangre inoculada
duelen los días y las noches
de arrebato y muerte en los caminos
la tinta derramada
sobre el viejo pupitre
los verbos escritos
en la piedra
el sonido del agua duele
duele el olvido
cuando abril naciente
nos deja su lluvia
de amarga letanía.
Duelen las cuencas de los ojos
las manos
la luz del verso duele
duelen los recuerdos
las muertes duelen
eternas en las sienes
duele el silencio
este inmenso silencio
de tu muerte
duelo.
De Marparaíso, 2019.
V
Hasta después de muerto, más allá
de la abisal mirada de la muerte
vives en mí, te siento en esta casa
que no es aquella casa de la infancia,
te veo en la oficina y en las calles
y un hórrido dolor se clava fijo
en las pupilas cóncavas del sueño
que levita en el aire de otros días
tan lejanos y amargos como ausencias
repetidas al son de las campanas
a la hora del rosario y la oración
con paso de beatas y de luto
abriéndose caminos de crepúsculo
y de olvido, de ofrendas que retornan
a los labios azules de esa triste
fragancia que no acaba sometiéndose
al tirano dictado del temor
sentido a cada instante, a cada hora
abrasado en la llama y el gemido
de la embriaguez cansina de la noche,
del tormento y la angustia, del aullido
insomne, refugiado en el dintel
de la puerta, perpetuo en la memoria.
Hasta después de muerto, solo sombra
y trueno de palabras sobre el filo
de auroras celestiales, y del tiempo
que arremete feroz contra la carne
hasta elevarse lívido a la cúpula
adornada de sangre y llanto, y fuego;
de muerto te apareces y entre sombras
que nacen del abismo y al abismo
vuelven, aún pervives y me alzas
la voz como la noche ahora, giras
el pomo de la puerta y en tus ojos,
de nuevo, la mordaz mirada atisbo,
la misma soledad de siempre late
entonces en la estancia y todo vuelve
a ser tristeza solo y se repiten
ofensas y amenazas, las palabras
son astas y rejones en los labios
que buscan otros labios y mejillas,
la desnudez del vientre, los costados
sangrando por la herida dolorosa
del desamor ungido por un aire
gélido, poblador de los desmanes,
cuando ya no se salvan ni las almas
que anidan en las nubes, en las llamas
de un tiempo fugaz, vivo en la memoria
de las manos que fueron seda y beso
en el origen casi de los tiempos.
Hasta después de muerto se prolonga
su sombra, feroz siempre, irreductible,
y nada queda, nada es lo que fuimos
cuando la fresca brisa del verano
teñía las palabras de colores
y la hueca sandía iluminaba
de lunas y de estrellas los deseos,
y aromaba la calle el jazminero,
y maullaban los gatos de alegría
sobre las grises tejas de la casa.
Después de muerto, padre, los recuerdos
se agolpan en las sienes, los ojos
de una noche cualquiera, y se silencian
las mentiras y el miedo en cada esquina;
no hay vuelta atrás, la vida sigue, toda
eternidad devora, y calcinada
su luz la muerte surge luminosa,
convertida en crisálida y espejo
de otras muertes, señal anunciadora
del origen del tiempo y sus silencios
en la negra espesura de los días.
De La voz ausente, 2017.
José Antonio Santano Serrano (España). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de 20 libros, entre los que vale destacar: Profecía de Otoño, Premio Internacional de Poesía «Barro» (1994); Exilio en Caridemo, Premio Ciudad de El Ejido de Poesía (1995); Íntima heredad, Accésit Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro» (1998); La piedra escrita, finalista Premio Nacional de la Crítica (2000); Suerte de alquimia, finalista del Premio Andalucía de la Crítica (2003); Trasmar,de narrativa, Premio Andalucía de la Crítica «Ópera Prima» (2005); Las edades de arcilla (2005); Razón de ser, X Premio Internacional de Poesía «Luis Feria» (2008); Caleidoscopio (2010); Estación Sur (2012); Tiempo gris de cosmos, Premio Gremio de Libreros de Almería al mejor libro de poesía (2014); Memorial de silencios (2014); Los silencios de La Cava (2015); La voz ausente (2017); Lunas de oriente (2018); Cielo y Chanca (2019); Tierra madre, Premio Nacional de Poesía José Antonio Ochaíta (2017) y Marparaíso, Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro 2019.