24 Abr 2024

360. POESÍA SALVADOREÑA. JORGE LÓPEZ

-19 Dic 2021

 

TESTAMENTO DE LA SANGRE

 

Madre, recuerdo estas paredes repletas de fotografías, y escucho el susurro de la sangre de esos rostros arrojar su dolor sobre mis venas. Y es mi mano a través de otras manos que crece como raíz hambrienta de ojos. Madre, he aquí el hombre que utiliza como ventrílocuo a la muerte y que retrata la siniestra fotografía de un tótem, construido con los restos de nuestros cuerpos, al dorso de los naufragios. Madre, he aquí el rito de mi desnudez en la patria de los mares.

No, no son las heridas ni su dolor el origen de nuestra miseria. Es no aprender el idioma de la vida que deja su memoria en el lenguaje de nuestras cicatrices.

No es la manzana el pecado original: la serpiente tan sólo es el brazo que Dios extiende para ofrecer a la humanidad el corazón de su hijo.

Silencio, silencio, que Dios rompe las puertas de la madrugada, solo para ver terribles arcángeles tapar mi sexo con su verdad.

 

***

 

Mi sangre habla la lengua de los mares. Lluvia escucha la gente cuando digo lágrima. Ciudades en ruinas, catedral de putrefacciones, cuando casa. ¿Quién es el que se esconde detrás de los símbolos y viene a injertar voces horribles en mi garganta, mientras bebe de la luz sedienta de mis huesos? Quién sino aquél que reconoce mis heridas en su cuerpo. El mismo que espera al otro lado de mis palabras abismales. Hermanos, aquello que se pierde en el bosque es mi alma. La palabra en la frente de la bestia es el nombre de la patria, para aquel que desciende por la vida, cumpliendo su papel exacto, con los siete sellos de la desgracia. (Rojo quise decir al escribir negro. Familiar este camino donde otros se han extraviado). Esa mujer en los brazos de aquel hombre tuvo que ser mi novia pero es mi madre; las palabras dulces que pronuncia el niño en los sueños de la niña, fueron mis palabras. Pobre de aquel que cree desdoblar sus manos en alas, de aquel que busca el sur por el norte. Si el hombre: distintas vidas y el mismo desastre. Ay, del pobre niño con su don maldito de ver el cráneo antes que la máscara. Padre, primera mentira del cielo, única verdad en el rostro desfigurado de mi madre, letra como ventana en los abecedarios del madero, ¿de quiénes los cuerpos que deja el rastro de mi voz? (otras las cosas que quise decir, otras las imágenes soñadas. Otro discurso menos fragmentado). Pero qué del reptil aéreo en la lengua del hombre. Si mi palabra: incendio de ojos. Si mis manos: imágenes del ave en el cuerno de los días; y mi sombra: lugar donde Dios orina su fracaso.

 

***

 

Madre, la lluvia de cenizas comienza detrás de mis huesos. Detrás del cuerpo desmembrado de mi hermana, el testimonio de la angustia. Detrás del velo de tu rostro, en los equinoccios de la niebla, la pregunta: ¿acaso la vida habrá de terminar con este invierno?

 

***

 

Palpa mi rostro y mira la niña que se columpia en las vísceras de la mujer que enseñó a cocinar mi corazón para darlo de comer a los hombres; escucha cómo las palabras de esa mujer estallan en navajas bajo mi carne. Pon tus manos entre mis piernas y siente cómo la sombra de otras extiende la sed de sus dedos entre el hueco de mi pubis. Padre, ¿quién es la mujer que escapa de los sueños, que viste con mis lágrimas y que injerta su hambre bajo mis uñas? ¿Adónde la niña que desgranó su sombra bajo tus lágrimas y sembró la semilla de niebla que impide encontrar tus palabras bajo la lluvia? La que muere bajo el arco de flores donde brotan niños desfigurados, en su larga viudez de lilas, te lo pregunta. La misma que pone tu mano en mi pubis (como lo hacías cuando niña), para que sientas la humedad que no tendrás en tu garganta, cuando crucificado en la edad de tu crepúsculo, grites al cielo, y en tus ojos agonice mi perdón sobre tu nombre. Padre, madre, entre nosotros el silencio siempre será el lugar que se pudre con nuestras voces en las entrañas del olvido.

 

***

 

ya solo serás, para nosotros, el niño que besó la tiniebla

MIGUEL ÁNGEL ESPINO

 

Hijo, a qué hora perdiste el rumbo en el laberinto de tu sangre, si mis palabras siempre estuvieron a la orilla de la lluvia. ¿En qué momento erraron tus ojos en la oscuridad: ese río de puertas/espejos que atraviesa el hombre para reconocer sus heridas en los pozos de sus lágrimas? ¿A qué círculo de tu infancia descendiste, para odiar la sombra sedienta del hombre de muchos rostros, tras mis pasos? ¿A qué círculo para recordar el nombre de todos tus padres, hijo legítimo de mi desgracia? ¿En la cima de qué aullido levantarás la serpiente que observarán tus hijos, cuando sean mordidos por las raíces del árbol que está al centro de la vida? ¿Con qué mentiras vestirás sus sueños; qué ídolos construirás con los huesos de tu familia?  Hijo, no puedes escapar de tu propia sombra. De la mano que atraviesa el pecho de tu abuelo y toca como arpa las cuerdas vocales de tus nietos: esas pequeñas criaturas que llevan girasoles podridos por las noches: como si tu boca fuera una lápida. Hijo hay un eco en mi voz y no lo intuyes. Escucha el tren que cambia su plumaje pero no la dirección de sus rieles. En este viaje hacia uno mismo, en este viaje por la geografía de mi sangre. Solo para encontrar en la oscuridad de tu propio nombre: ese río de puertas/espejos donde la muerte espera para darte mi mensaje: «hijo, solo serás para nosotros, el hombre enamorado de las tinieblas».

 

***

 

¿Quién reconocerá tu sombra en el valle de la muerte? ¿Quién te escuchará?, si tus labios tienen el tamaño del silencio. ¿Quién reconocerá tu rostro?, si tu rostro es el vacío. Oh, pequeño niño, nadie lo sabe. Y aun así mantienes la fe en tu trabajo contra la vida. Pero nada puedes hacer, habitante de la oscuridad: si esa larva de luz, que es tu única estrella, ha herido los sueños de Dios, y Dios al despertar, ha olvidado tu nombre.

 

***

 

Siento espacios que se abren dentro de mí como un edificio con habitaciones que nunca he explorado

WESTWORLD

 

Todo sitio en la caverna es el mismo sitio

Y en ella nada existe; todo está muerto.

Mira las enormes catedrales de esta cueva. Escucha los cánticos dulces y dolorosos de los

monjes de la sombra

ROLANDO COSTA

 

«Recibe las sombras de estas imágenes», me dice el hombre de vestiduras blancas. Mientras toca mi rostro y las sombras entran a los huecos de mi sangre.

Las sombras tienen la piel de los mares

Sus palabras son aves hacia la lluvia.

 

Y soy yo, creciendo por las escaleras; mi sangre escalando por las paredes. Mi voz tocando los rostros de  quienes habitaron la casa.

«Observa las arquitecturas del sueño. Recoge las estrellas de mis lágrimas y limpia con el filo de sus picos, los huesos de tus cadáveres», me dice una niña con voz de anciana.

Su rostro, el silencio más profundo.

Sus manos, besos de luz a la orilla de otras lluvias. 

«Toca mi boca y escucha el derrumbe de los muros que tienes dentro de los huesos, siente cómo el ojo de Dios se abre en tu sangre, cómo mis hermanos extienden las manos a través de tu rostro», me dice la mujer, parada bajo la sombra de los naufragios. 

Su voz, arrecife de labios.

Su ombligo, el origen del universo. 

«Hija, ¿qué sol beberá la sed de tus pasos? ¿En qué lugar del desierto despedazarán tus sueños? ¿En qué esquina del viento extraviarás mis palabras?», lamenta un hombre con su pecho lleno de abismos. 

Cenizas. Cenizas. Detrás de mis párpados. Detrás de mis huesos.

«Niño sin idioma, tu nombre será 1932, y se pronunciará con las bocas de treinta mil muertos», grita el anciano que tiene la oscuridad del sonido en sus dedos. Dedos que respiran por las escamas de la memoria.

«Hijo único de las cenizas, Babel crece en tu interior. Babel es tu patria. Lo dice la geografía de tus heridas. Lo dicen los niños decapitados que brotan de tu sangre.

Setenta veces siete lo repiten los abuelos con su lengua cercenada en 1975, en 1833, en 1981.

«A nadie le importa la bandera de tus vísceras. Ninguna antorcha encenderá en la luz de tus lágrimas, al interrogar a los muertos», dice la anciana que mañana tendrá rostro de pájaro y que a la mañana siguiente será mi novia o mi madre.

 

Inédito

 

Jorge López. (El Salvador). Ha participado en varios eventos de poesía en Centroamérica. Es miembro del comité del Festival Internacional del Poesía Amada Libertad (FIPAL). Compilador de: «Siete voces para retratar el rostro detrás del silencio. Muestra de poesía salvadoreña que aborda el tema de pandillas» (Imago ediciones, Santa Ana, 2020). Ha publicado los plaquettes de poesía: Historia de un espantapájaros (2016), Para invocar a los pájaros (2016 y 2019), Doppelgänger (2018) e Idioma reptil (2021).

 



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