CASTEL DELL’OVO
Cuando te enseñaron que la creación
era posible, que aquellas ingeniosas
ficciones de los libros rivalizaban
con las fabulaciones de un dios ausente,
encontraste en la preparación minuciosa
de los hilos el supremo placer del eremita.
Con absoluta destreza imaginaste
las posibilidades múltiples y tendiste
en la urdidera los hilos sueltos,
la meticulosa reconstrucción inversa
de las cronologías. La ansiedad
que acompañaba tu cotidianidad
se disipaba ante la certeza del ritmo
autóctono: esa prepotencia extraordinaria
del todopoderoso eliminaba los errores
y en retrospectiva forjaba el perfecto
desenlace, el nudo de la urdimbre,
el desarrollo a contracorriente
de obstáculos, unidad y fábula,
de peripecias y anagnórisis,
de los móviles y distintos mundos
de los diversos personajes
hasta remontarte al principio:
ese momento exacto del acto
que instiga el conflicto hacia
la mitad de las cosas. Ahora
desenvuelves el pergamino
y limas asperezas, recorriendo
tu propia cadena enajenado,
esa sutil y frágil concatenación
de los acontecimientos. La agonía
del final se proyecta a los inicios,
a la perspectiva del estambre,
y, concluida tu obra, descansas:
el huevo de Virgilio sostiene
en equilibrio tu mágico castillo.
FUGA DE CRUCEROS
Las luces de la tarde se atenúan, el crucero
pasa silencioso en la lejanía por un río
ancho y tranquilo, como la planicie dorada
de la infancia. Las calles desiertas en la tarde,
donde los primeros capullos de la primavera
florecen bajo las vías aéreas, presagian
los decesos, el absoluto caos de la incertidumbre.
El hombre en andrajos camina por el parque
con el fardo de raciones recogidas, el frío
abandona los rincones y la crisálida es motivo
de regocijo, pues no todo está perdido, piensa.
¿Qué hacen los galeristas apiñados
en el ángulo, cuando ahora deberían
mantenerse las distancias? ¿Qué función
tenemos, especulan, ahora que nuestras
palabras se han vuelto irrelevantes?
Las partículas microscópicas flotan
y se posan en los rostros de los escasos
transeúntes. En la lejanía surca el velero
y las figuras diminutas de los hombres
perfilan los cirros en el muelle. ¿Son
conscientes de la austera orden?
Los graznidos de las gaviotas componen
un concierto disonante. Las luces
mortecinas del ocaso cubren de arreboles
la abadía en la otra orilla. La razón
de los desvelos persiste en perseguirnos.
No será placentera la noche. El zumbido
de un abejorro presagia el desenlace;
se posa sobre el balaústre, como ideando
su estrategia. Hacia el sur, se vislumbra
la antorcha de la libertad en medio
de las luces rojas de la urbe. ¿El temple
de un sabio acaso satisfará las expectativas?
Solamente el futuro anda en juego.
IL CAVALIERE IN ROSA
Desde el balcón observas los arreboles
sobre el Hudson: las tonalidades rosas,
los trazos sinuosos de las nubes muestran
el desasosiego de la ciudad silenciosa.
La noche cubre las calles sin vehículos,
las plantas respiran sosegadas en medio
de la incertidumbre.
Regresas a la sala
y un cuadro de Moroni en un nicho
de libros te lleva a aquella tarde en Bérgamo
cuando en su oblicuidad el caballero
rosado establecía un diálogo de fuego.
Entonces, como ahora, tus muertos
crecían día a día en medio de la tortuosa
certeza de los días aciagos, de la impotencia
de una voluntad sin límites. El sol
golpeaba implacable el verano azulado
del desorden. Todo había comenzado
en una isla o en un hammam, nadie puede
decirlo con certeza, aunque ya poco importa,
la total libertad había conducido a aquello.
Un decenio después la muerte tocó
tus cofradías y el dolor creció
paulatinamente.
Il cavaliere in rosa
empuña su espada con la mano izquierda
y te preguntas qué hubiera sucedido,
qué compasiva mano te guio por la vía
de los desencuentros. Al regreso de París
la muerte sorprendió a Manuel inopinadamente
y las preguntas sin respuesta poblaron
los monólogos. ¿Acaso era posible?
Entonces comenzó tu descenso al infierno.
Giovanni Gerolamo Grumelli mira
de soslayo hacia la izquierda y te conduce
al ser ausente. ¿A quién observa el caballero?
La mano derecha ofrece un gesto impreciso,
que no una jarra, más bien sostiene un sombrero
negro que termina en una pluma rosa. Las
noticias del frente eran inciertas. ¿Cómo
exactamente se reproducía el contagio?
La vida continuaba, las tardes se teñían
de nostalgia y poco a poco vinieron
los suicidios. Rafael había renunciado
a la lasitud. ¿Merecía la pena continuar
pintando cuando todo llegaba a su fin?
Alberto debatía a sus demonios, la teoría
del color no tenía sentido. ¿Cómo
explicar las noches del deseo, la absurda
necesidad del verbo, la angustia
de la obra inconclusa? La bañera
acogió su sangre en la indolencia.
Con qué exquisita paciencia Moroni
había pintado los motivos de plantas
y flores plateadas en el bordado
del vestido rosado. ¿Presumía
Giovanni Gerolamo de su linaje?
¿Isotta Brembati, su mujer, le observaba
desde una distancia prudente? El rubor
en sus mejillas se propaga por todas
sus vestiduras: está plenamente consciente
de su absoluta y magistral importancia.
Hugo y Ron batallaron hasta el fin
con las infecciones del cerebro.
¿Acaso los animales domésticos
se convertían en sus peores enemigos?
Hugo se precipitaba contra las paredes
porque el suplicio era insufrible.
Ron custodiaba con diligencia
los barbitúricos para el día infausto.
Ambos sucumbieron ante el dolor inicuo.
¿Pensaba Moroni en Albino? Ciertamente
Giovanni Gerolamo era su paisano. ¿Fue
un homenaje al hombre o a su tierra?
El liguero rosa y gris en la pierna izquierda
sostiene la calceta con precisión categórica.
¿Su postura de tres cuartos con la pierna
derecha semi doblada hacia delante
y el cuerpo esbelto y recto apuntan,
quizá, a su fortuna? El torso antiguo
parece haberse desprendido del pie
que aún se asoma en el nicho. El paso
del tiempo es inexorable y la muerte
acecha en los rincones. La voz
distorsionada de Ludwig en el teléfono
anunciaba el inminente desenlace.
Las multitudes han desaparecido
de la metrópoli. Hoy al igual que ayer
el sol calcina los meandros, el temor
y la rabia nutren la incomunicación.
¿Estamos solos? Los rumores levantinos
invaden los pensamientos, las naves
se deslizan silenciosas en la placidez
del río adormecido. Ya no visitan
las hordas el paseo elevado, las galerías
y museos han clausurado sus puertas.
El falso relieve antiguo encuadra
al caballero de bigote, barbiche y barba
que no descansa con su mirada oblicua.
“Esto también pasará”, pregonan, “no
serán los días postreros.” Sustento
de farsantes, la sombra de la peste
se disemina por la tierra. El espanto
paulatinamente logra enseñorearse
y la impotencia acorrala los sentidos.
Ramiro también se resignó a su muerte,
no por su propia y demente afección sino
por la injusticia de las instituciones.
Uno a uno, fueron demacrándose
y los hospitales y cementerios
se negaron a acogerles. Ésos también
fueron unos días postreros. Sólo
mis recuerdos quedan habitándome
con rigurosa tenacidad de amor
nutridos. Un río también se congeló
un día en Londres y de ello Orlando
rinde cuenta. Daniel mantuvo su diario
con propiedad y precisión. Albert reveló
su narrador al final de los tiempos.
Gabriel reconstruyó un amor desmesurado
entre las paredes carcomidas del mar muerto.
Giovanni Gerolamo Grumelli perdura
en la perfección del arte. Su mirada intensa
y severa, el peinado primorosamente cuidado,
los calzones al estilo castellano. Los bergamascos
continúan con sigilo sus vidas cotidianas
en las calles de la città alta: sus murallas
medievales les aíslan del mundo alucinante.
Los ecos en la terminal desierta repiten
con insistencia los pasos perdidos del miedo.
Las calles de Manhattan reverberan
con el sol que baña a los indigentes:
escarban los basureros con la esperanza
de los náufragos, ensordecidos por el llanto.
La inscripción en español indica
en la pared que Giovanni era “más el
zaguero que el primero”. ¿Se refería entonces
a sus segundas nupcias con Isotta Brembati?
El cuello blanco enmarca el rostro y el rosa
de sus vestimentas supera en hermosura
y permanencia a los avatares del destino.
Veinticinco años antes había finalmente
encontrado la sobriedad. Las arañas
en el lecho desaparecían con el ácido
bórico. ¿Existían en realidad o eran
el producto de mi mente alucinada?
La claridad insólita me condujo
al hospital cercano donde el sosiego
dio a luz a una nueva vida. ¿Cuántos
de mis amigos habían muerto?
El regocijo del comienzo marcó
con seguridad los derroteros.
El falso relieve en la pared
del cuadro muestra a Elías en un torbellino
ascendiendo al cielo en su carro de fuego.
Los farsantes difunden el miedo, la confusión
y la ansiedad con sus argucias. ¿Acaso
recordaba Elías los tiempos de sequía, el agua
del río y los alimentos que le traían los cuervos?
No así Giovanni en su privilegio: ¿el manto
de Eliseo había heredado o era todo
una ficción de Moroni en su cuarentena?
Era preciso crear en el silencio: el abandono
de las huestes trae quietud en la destemplanza.
Tres ancianos hoy se enfrentan con la muerte
en los escaques blanquinegros de la devastación.
Sólo uno conducirá a su pueblo
por los meandros de la certidumbre.
En medio de la desolación, la turbamulta
arruina las últimas trazas de cordura:
las torres y las antiguas pestilencias
plagan los recuerdos de los sobrevivientes.
En la exquisita pintura de Moroni, el reflejo
de un reflejo de Tiziano, la singularidad
e intensidad del color recorre la tela arrojando
una luz rosada de esperanza. En esta página
está la alborada y el signo de los tiempos.
EL RADICALISMO DE UN FUTURO
Dicen que en el garito (que es la vida) y entre hermanos,
la tierra y el agua son de todos y se reparten por igual,
pero no os engañéis, que en el pasado, el presente y el después,
en el ayer que ya no es, en el ahora que sólo existe y en el futuro
que aún no es, las cosas tienen el nombre que el lobo les asigna
en su lucha sin cuartel por poseer, hoy y tú, mañana y yo,
ayer y él, no somos en las circunstancias que nos dais sino
en las que decidamos nominar, el hombre y la mujer,
la garota y el chaval, el lobo, la zorra y el bufón, todos
circulan indefensos y sublimes por los meandros mercuriales
del dolor y del placer, tú y yo somos uno en la miseria
del tener, pero múltiples, unívocos y solidarios
en la cinta infinita y variopinta de Möbius en la que todos
sin temor nos encontramos, hoy y ayer y en el futuro
que aún no es, los hermanos sin revés, la calma ahíta
de la tierra en la que el agua, la suma de las cosas
y el placer, la ternura del momento en que el sinsonte
catapulta la sonrisa tintineante del reconocimiento
unánime y solidario, vibrante en su inocente
madurez, saldremos, tú y yo, los vecinos y el nogal,
la humanidad entera en su sabrosa idoneidad,
adelante dando tumbos y hallando el equilibrio,
la perfecta testarudez de una síntesis mortal,
construyendo el radicalismo de un futuro que es
presente sin fronteras, sin pronombres posesivos
en su turbulenta y engañosa realidad, la vida,
las cosas, la madera del nogal, la cama en la cintura
del huésped que eres tú y la risa que soy yo,
mi angustiosamente resuelta humanidad,
porque hoy, que no es ayer, construimos
la nervuda y musculosa realidad en la fragua
centelleante de la paz, discurriendo en el presente
y no en el futuro que aún no es, sin presiones
verticales ni ansias reprimidas, desenvolviéndonos
como lúdicas serpentinas en la irreductible
consonancia de un yo plural, el hoy en su cálida
presencia de brumas y arreboles, cara al sol,
sin antes ni después, en la elipsis transitoria
del placer y del saber, el hombre y el chaval,
la garota y la mujer, danzando en el círculo
inconcluso y seductor del atardecer, retomando
el día en la noche y el temblor, en las cenizas
del lobo y en el estertor de un nuevo amanecer,
solos, tú y yo y la entera humanidad, en el discurso
sinuoso y convincente de la solidaridad.
De Un fragor de torres desgajadas, Nueva York Poetry Press (2022)
Miguel Falquez-Certain nació en Barranquilla (Colombia). Ha publicado cuentos, poemas, piezas de teatro, ensayos, traducciones y críticas literarias, teatrales y cinematográficas en Europa, Latinoamérica y los EE.UU. Su obra poética, dramática y narrativa ha sido distinguida con numerosos galardones. Mañanayer (compilación de sus primeros seis poemarios) fue publicado en 2010 por Book Press-New York y obtuvo la única mención honorífica en la categoría de “Mejor poemario en español o bilingüe” en el 2011 International Latino Book Awards. Hipótesis del sueño. Antología personal fue publicada por Nueva York Poetry Press en 2019 y obtuvo la única mención honorífica en la categoría de “Best Poetry Anthology Book” en el 2020 International Latino Book Awards. En octubre de 2019, la XIII Feria Hispana/Latina del Libro en Nueva York se celebró en su honor. En 2022, Nueva York Poetry Press publicará sus poemarios Prometeo encadenado y Un fragor de torres desgajadas. Vive en Nueva York desde hace más de cuatro decenios y se desempeña como traductor en cinco idiomas desde 1980.