PARTE 2
El Conde von Humboldt robó del jardín de América
cientos de flores llamadas orquídeas,
abiertas como vaginas.
Miles de mujeres robadas del jardín de América.
Una mano temblorosa sobre un papel
las trazó para la ciencia:
pétalos,
sépalos,
labeolos,
lóbulos,
androceno.
Apículo del ginostemo:
terminaciones nerviosas que se sienten en las yemas de los dedos.
Para el hombre: la exuberancia del mundo;
para la mujer: los invernaderos, los encierros.
Apenas una flor en una caja de cristal,
como un regalo.
Apenas asomarse al cristal, abrir, oler.
Apenas sangrar, parir, amamantar.
Apenas languidecer.
Miles de flores llamadas orquídeas,
abiertas como vaginas,
fueron robadas, como las mujeres, del Jardín de América.
Las liberaron de la selva, en el continente salvaje, dicen.
Pero tampoco consta que
esas mujeres se hayan visto al espejo desnudas alguna vez.
Marie Rosalie Bonheur tal vez
se atrevió a mirarse al espejo desnuda.
Tal vez, vestida de muchacho,
Georgesandista,
con chistera y tabaco, cada noche en los bares,
se atrevió a pintar desnuda a una mujer.
Había pintado tantos caballos,
salvajes embestidas,
grandes llanuras,
Bisontes a traviesa,
bestias preciosas y sagradas.
Había visto tantas flores,
seductores pistilos,
apículos de ginostemo,
ginospermas ingenuas,
que nada le sorprendía del tremor de un clítoris.
Otras,
divorciadas y perdidas,
las faldas hundidas en el lodazal,
decidieron cruzar el mar y conocer su propia América.
Buscaron el sentido de la vida en las selvas:
orugas, gusanos y mosquitos,
flores de tierras altas y húmedas.
Más de mil mujeres viajaron a América para saber
que el jardín no era más que una selva sin cristales.
Marianne North,
aunque era cantante,
decidió cundir su piel de picaduras de mosquitos en la selva.
Conoció a los pericos [Psittacula wardi],
saetas verdes que rompían el aire al atardecer en busca de sus árboles,
y los pintó sobre las ramas de un árbol de fuego.
El árbol de fuego [Delonix regia]
crece en toda la carretera del litoral,
bajo el sol de Sonsonate,
que quizá no sea sol, sino piedra incandescente.
Por todo el litoral,
bajo las flores rojas de la delonix,
se observan cruces:
de colores, pintura de aceite,
maderas podridas y honestas.
Son las cruces de los asesinados en el camino.
De los arrollados, de los abandonados en la carretera
como quien se deshace de algo, lo que no importa.
Son las cruces de los que al menos fueron encontrados.
Alguna vez yo,
soprano frustrada como Marianne North,
también canté a los nombres desconocidos de esas cruces.
Rosa Luxemburgo coleccionó flores en la cárcel:
Un herbario
donde guardó pensamientos salvajes
[viola tricolor]
pensamientos comunes
[viola cornuta]
flores tempranas de otoño.
Porque el invierno
quién sabe
si ocurrirá
algún día.
Por favor, dile a las esposas de los generales
que Rosa Luxemburgo coleccionó anémonas,
como sus abuelas,
y usó un sombrero de paja,
también como ellas,
en las tardes del viento lacustre
de Coatepeque.
Las tías de Coatepeque y sus esposos los generales
no perdonaron
a las muchachas como Rosa Luxemburgo.
No hay semilla que valga
ni anotación del tiempo de floración
de las margaritas
cuando vienen los anticomunistas,
las manos negras,
los escuadrones,
y no hay posibilidad de tener flores en las manos
como habíamos tenido antes,
sin amarnos.
Nota de autora: Este poema está dedicado a mi abuela Rosa Elena Martínez (1931-2017) y a la memoria de Roque Dalton (1935-1975), asesinado por sus propios compañeros del ERP y cuyo crimen sigue impune. Está basado en las investigaciones científicas de los arqueólogos Payson Sheets, Robert Dull, Paul Amaroli, Paul Daugherty; el biólogo Pablo Galán en la revista Pankia; el grupo de historiadoras reunidas en el libro Historia de las mujeres, dirigidos por George Duby y Michelle Perrot; y la investigación sobre mujeres viajeras de Miriam Lifchitz Moreira Leite. La referencia al herbario de Rosa Luxemburgo es sobre las páginas del herbario que han sido publicadas en distintos medios en internet. La alusión al pez ciego centroamericano es de Ricardo Lindo en su libro Lo que dice el río Lempa. El resto del conocimiento vegetal viene de mi abuelita, Rosa Elena Martínez, quien me enseñó, muy niña, los nombres de las flores, y quien también me enseñó a guardar flores prensadas en libros. Toda nuestra vida juntas recolectamos flores y hojas de los jardines de todas nuestras casas: la de la guerra, la de después de la guerra, y la definitiva, donde ella murió el 31 de noviembre de 2017. Amar es hacer jardín.
De Incognita flora cuscatlanica,
Ganador de XXVI Premio Juegos Florales de Sensuntepeque, El Salvador
Elena Salamanca (El Salvador). Historiadora y escritora. Ha publicado libros de poesía y ficción en El Salvador y México. Ha sido traducida al inglés, francés, alemán y sueco y ha sido publicada en antologías en Hispanoamérica, Estados Unidos, Francia, Alemania e Inglaterra. Su obra vincula literatura, performance, memoria, género y política en el espacio público. En 2021 investigó y curó la exposición Urdir la trama rota. Tejiendo un siglo de mujeres en la cultura visual de El Salvador 1921-2021 y dirigió la Escuela Generos.A, encaminada a un curso de metodologías feministas para la investigación; ambos proyectos del Centro Cultural de España. Actualmente coordina y escribe los proyectos: Siemprevivas. Historias extraordinarias de mujeres en El Salvador, siglos XVIII-XX y Constelaciones de mujeres en la cultura visual centroamericana, siglos XX-XXI.