LOS CENTROS
Fumábamos la risa
que antes soltaban nuestros pies,
la mirada buscaba sobre el polvo
el rastro de los pies que todos fuimos
cuando el balón giraba hecha un ave
por un cielo de manos y cabezas
parecidas a los trigos.
Le dije a Mario:
—¿Te das cuenta? Nunca nadie podrá jugar más centros.
—Ni centros ni otra cosa. No lo evitamos. No lo vimos —respondió detrás del humo.
Del pie al muro custodiado
el balón dibujaba sobre el aire
la humilde estela de su paso.
El golpe contra los tabiques
resonaba en los cuerpos que corrían
como un tambor de guerra.
Aquí te plantas, firme;
tienes que patear duro la victoria.
Si sacas el balón
más allá de ese poste que da toques
acaba el turno; si lo meten suman
un punto.
Un turno por persona; somos cuatro.
Se juegan cuatro goles.
Teníamos la prisa
cicatrizando en costras,
ésa era la oblea
que compartíamos.
Jugábamos pensando
en el refresco y en las papas,
en gritar gol sintiendo las burbujas
bajar por nuestra boca;
la comunión se daba
al acabar el juego:
aquí está el vaso, aquí la sangre
efervescente y dulce.
No había otra iglesia,
sólo un balón
bajando
a nuestros pies.
LO QUE QUEDÓ BAJO EL CONCRETO
¿De qué manera se detiene
el globo que se aleja
de las manos de un niño
que ya no existe?
Quiero hablar de las piedras
que lancé a las ventanas
hace diez años;
quiero decir
que allí están, que los vidrios
se encuentran entre restos de otros vidrios
quiero decir
que me falta un amigo,
que hace semanas rompieron su cráneo,
no sus vidrios, su risa,
y todo lo que había
debajo de sus pies;
sus piedras, sus cristales
aquí siguen creciendo
como cebollas al sol del recuerdo.
Quiero decir
que no me crecen flores
en las grietas,
que los huecos se ahondan
para llenarse de voces, de risas,
de todo lo que el aire
a martillazos evapora;
quiero decir
que lo que arraiga queda
sepultado en el cielo,
lo que quedó bajo el concreto
no es nada, nada
más que flores:
no saben de la sangre,
de los cuerpos
que las nutren.
CANCIÓN DE SOLEDAD PARA NO ESTAR TAN SOLO
Abierto a media noche como un cuerpo
rajado por un rayo
que no termina de caer,
te busco en el librero,
porque tu voz me anega
y en la noche se arrecia
este querer romperse la madera
y ahogarse en una ardiente brasa.
Hablo a tu voz de agua,
desierto incontenible,
tierra y polvo, raíces
de soledad oreada al sol;
como la carne seca
de los muertos
te llevo al paladar:
ceniza de la oblea;
aquí donde tu nombre sabe a pan
haremos comunión ante tu fe
de perros pobres que murieron pobres
a la intemperie brusca de la flor.
Escucha los aullidos
de esta soledad seca,
de esto que fue la yerba
y que ahora quema:
aquí donde la sombra
dirá que estuve
habrá una costra,
y debajo otra.
Escucha este zacate
trepar en mis palabras rumbo a ti.
El viento, ¿es tu oído, Abigael?
Tus manos, ¿son las mantas de cartón
que cubren soledades al cuadrado?
Esparzo tus semillas hacia la noche fértil
donde se alza la ortiga solitaria de tu cuerpo,
aquí, entre las grietas,
deposito tu nombre, Abigael,
junto a alacranes
que trazan signos de pregunta
hacia las nubes.
De Lo que quedó bajo el concreto.
Este conjunto de poemas fue merecedor del Primer lugar del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2021 en la categoría poesía “José Emilio Pacheco”, convocado por la Universidad Veracruzana.
Miguel Á. M. Hernández (Puebla, 1996). Escritor y fotógrafo. Premios: Segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento Corto "Las lunas de Octubre 2018", de Cuautla, Morelos, por su cuento "Fue en una primavera". Segundo lugar en la categoría Poesía, del Undécimo Concurso "Caminos de la Libertad para Jóvenes" de Grupo Salinas 2020, por su poema “Aquí pongo el candado”. Primer lugar en categoría Poesía “José Emilio Pacheco” del Premio al Estudiante Universitario 2021 de la Universidad Veracruzana, por su obra poética “Lo que quedó bajo el concreto”. Egresado de la Licenciatura en Escritura Creativa del Centro Morelense de las Artes .