AUGURIO
El agua florecía en el corazón del muerto
y anunciaba la próxima derrota.
Nos habituamos a contar profetas abatidos en combate.
Las mil estaciones de la lluvia se expandían
por el alojamiento de la Compañía Ayacucho y,
en medio de una quietud solapada,
jugaban una ruleta rusa
que medía la delgadez de cada soldado.
Padilla se pegó un tiro en la garita Cuatro Vientos,
mirando la fotografía de una mujer
de quien no recordaba el nombre.
En cambio Jiménez murió de un navajazo en el cuello
por gritar el nombre de una prostituta
en un burdel del barrio Siete de Agosto.
Arévalo, jugando a imitar a Sylvester Stallone,
soltando balas de cañón como semillas de trigo en la siega,
le disparó sin querer al lanza Gutiérrez del que sólo quedó
un par de audífonos que tronaban
el Imaginations from the Other Side de la agrupación
Blind Guardian.
Luego del estallido de una bala de salva
en el rostro del soldado Martínez,
lo que le dejó un ojo inservible, comprendimos
el arte de las cartas puestas sobre la mesa,
la quiromántica lectura del universo que bailaba
sobre nuestros cascos de guerra.
La noche mostró sus dientes
y un lienzo de tierra
nos bautizó con un aire leproso
de polainas incendiadas.
Entonces,
nos acomodamos cada uno en su catre
e intercambiábamos guijarros, migajas de pan, silencios.
Todo, para no estar solos.
De La noche apenas respiraba (2018)
GAS MOSTAZA
Un cielo tejido por la lepra
llenó el canal que había en la falda de la montaña
y nos rodeó de punta a punta.
El teniente Rojas disparó varias veces su lanzagranadas
como quien clausura las puertas de un laberinto
donde la hiedra ha perdido el camino.
Las granadas incendiaron la prisión
y la soga del humo nos apretó el cuello
hasta dejarnos desechos los pulmones.
Incluso el aguacero se colaba
debajo de nuestros cascos de guerra
e intentaba encontrar un pequeño orificio
por dónde respirar.
El infierno tiró al suelo el armamento.
El soldado Orozco le pidió a gritos
a la Virgen María
que le atara el cordón de su bota militar.
El sudor de los fusiles, por primera vez,
me expropiaba del aire
y me cosía los huesos uno por uno
a la risa astuta de la guerra.
Nada quedó a salvo,
ni siquiera las uñas aferradas a las paredes de cal.
—Han dejado de ser reclutas —nos gritó
el teniente Rojas—, se acaban de graduar como miembros
activos de las Fuerzas Militares de Colombia —replicó.
Despertamos con el uniforme lleno de odio,
viejos,
como niños expulsados del paraíso,
con una constelación de sombras rotas detrás de las orejas.
Existe en el mundo
un alto riesgo de caer en las cadenas
que nos ofrece la victoria.
Las cosas iban perdiendo su color natural.
De La noche apenas respiraba (2018)
CATACUMBAS
Luego de una tacada de veintidós carambolas
en el rústico billar del casino
descendemos al “sótano” de la Compañía Ayacucho.
A través de un pasillo subterráneo
que se cuela de extremo a extremo del edificio,
y por una grieta,
abierta por algún temblor de tierra,
violamos la puerta secreta que lleva al inframundo.
Una vasta red de túneles
nos muestra las alucinadas formas de la noche,
su oculto galope por entre las guardas del tiempo.
—Atrás está el Bronx
y adelante los túneles que llegan al Congreso —dice Rojas,
mientras suelta en una hoja de papel
unos gramos de marihuana.
Las pátinas de sombra
y las pequeñas luces se bifurcan
hacia cada lado creando un extraño laberinto
que haría enloquecer a Teseo.
—Fue en la época de la persecución
a los jesuitas —agrega Martínez—, ellos construyeron
estos pasadizos para ocultarse o escabullirse. Tienen
cientos de kilómetros, unos van hasta el Palacio de Justicia,
otros hasta la Casa de Nariño.
De soldados pasamos a ser espeleólogos,
artesanos de la locura
o escribanos en los largos conjuros
de la mitología urbana y vamos de galería en galería,
entre los estrechos pasillos que no van a ninguna parte,
y oímos una música más allá de las volutas de tierra.
—Son los cuerpos del 9 de abril
que descansan en sus muros —se oye otra voz desde el umbral,
atizada por un walkman que huele demasiado a AC/DC.
Un ruido de muertos, una tormenta de máquinas,
un carbón de voces
que nos trepa por las piernas hasta dejarnos los pensamientos
llenos de fantasmas.
—Por acá sacaban los cuerpos
los usurpadores de cadáveres —dice Duarte,
y su rostro brilla como una antorcha
detrás de una ligera máscara de plomo.
De La noche apenas respiraba (2018)
LOS 40 LADRONES
El largo bastón que traigo de la guerra
sostiene el arte milenario del hurto calificado.
Cada cosa era usurpada en el ejército:
las toallas, las colchas, las cucardas, la munición;
hasta robábamos el aire que llenaba nuestras bocas,
luego de las patrullas nocturnas.
Aprendimos, desde el primer día,
a dormir con los setenta y cinco cartuchos como almohada,
con el Galil anudado al brazo del sueño,
para nunca perder la costumbre de ser víctima
y asesino.
Nacimos, como François Villon, para guardar el mal
en nuestras tiendas de campaña,
para usurparle a Alí Babá cada una de sus sortijas de oro.
No podía ser de otra forma,
vivimos con la certeza de caminar
por el filo de la orilla,
sin ataduras,
o, por lo menos,
con la promesa de robar siempre en el patio donde
Dios habilita todos los comercios.
Corsarios, piratas, bandidos, lobos de asalto,
somos igual que el mal ladrón crucificado
y condenado por Jesucristo,
a imagen y semejanza de Bonnie y Clyde,
de la raza ladina de Lex Luthor.
No fue Vincenzo Peruggia quien robó la Mona Lisa,
fuimos nosotros, los soldados de Colombia,
que siempre andamos con la sed guardada en los bolsillos,
con una tercera mano
para llegar a donde no nos alcanza la suerte.
Hay verdades que simplemente no son nuestras,
pensamientos
semejantes a una gradería de piedra
en la que se asciende al bajar los peldaños:
igual que la guerra: pequeña metáfora
que le hurta los ronquidos a Dios.
De La noche apenas respiraba (2018)
DE PATRULLA
Las mujeres
venían desde cualquier rincón
y nos saludaban
con sus pañolones caídos. Fundaban
todo un continente en nuestras vísceras.
—Yo le pago la que quiera,
soldado Gómez —decía el capitán—,
usted sólo escoja.
El Escalón Rojo era un vendaval de frutas ácidas
moviéndose a lo Héctor Lavoe. Las extrañas
genealogías del amor
crecían desde la barra del bar al lanzagranadas
terciado a mis espaldas.
El humo escarlata
de los cigarrillos se acomodaba en los sillones
donde cada soldado urdía la geometría simple
de los mundos inacabados.
—Vengo desde atrás de la lluvia —me decía
Maritza y su rímel se propagaba por el aire
hasta llenar de estrellas
cada puesto de guardia en el batallón.
De Diabolus in musica (2014)
BESSIE SMITH
Sumerjo la cabeza en el agua y una lágrima de música abandona mi cuerpo. Tajar el vacío. Delinear con el dedo la trayectoria de una hoja que se quiebra en el viento.
¿Es en la herida de la piedra donde ascienden las formas del sueño?
De Diabolus in musica (2014).
BILLIE HOLIDAY
Bebe únicamente de la sombra del ángel, embriágate con la savia negra de árboles muertos.
Un cardumen de pájaros de agua abraza el canto de tus alas, los vientos del sur incendian toda tu escritura. Escucha: el latido del sol es de hierro.
El pregón de la ceniza sobre los párpados de la noche me dirá dónde encontrarte.
De Diabolus in musica (2014).
RONNIE VAN ZANT
Al amanecer, algún extraño viajero señala con el dedo un pájaro que guarda el nombre de todos los pájaros.
Su vuelo ha dibujado, en el corazón abierto del alba, cada hilo de acero con los que un niño ovilla el paraíso de mis alas.
De Diabolus in musica (2014)
JOHN BONHAM
En el grito del árbol encontrarás la semilla. Mi escritura viaja al galope del viento entre los cascos del caballo. Esta tierra se adelgaza ante el trueno del agua en el pecho de un pájaro.
He dejado al granizo sin aliento.
De Diabolus in musica (2014)
STEVIE RAY VAUGHAN
Este es mi evangelio:
La soledad del universo se reduce a seis élitros de acero; pesan como el calibre de la araña en el corazón de una rosa, zumban como un crujir de huesos de pájaros salvajes.
Mi voz es clavicordio de agua, pentagrama de fuego, el gesto de todo y de nadie.
La lluvia en el tejado afina el blues-rock de mi guitarra: tormenta de hierro, piedra pluvial que inunda el refugio donde el tiempo pliega sus doce alas.
Mi credo es la ausencia de Dios, el bostezo del cielo.
De Diabolus in musica (2014)
Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Magister en Creación Literaria y Licenciado en Ciencias Sociales. Director del Festival de Literatura “Ojo en la tinta”. Ha recibido diferentes distinciones, entre ellas, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y el Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz de España por el libro Tratado del alba (2016). Otros publicaciones: Memorial del árbol (2013); Diabolus in música (2014), Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía; Georg Trakl en el ocaso (2018); La noche apenas respiraba (2018) Mención Honorífica Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz y Finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura. En el 2021 recibió el Premio Internacional de Cuento “Juan Ruiz de Torres” por el libro Cuentos para hundir un submarino. Es cofundador y editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida.