23 Nov 2024

383. POESÍA URUGUAYA. MELISA MACHADO

-19 Feb 2022
Poesía

 

ALOJABA UN CACHORRO DE HOMBRE

enorme, sediento.

 

El cordón enroscado al cuello,

tres veces vuelto.

 

La bolsa tiró.

Fue botella volcada,

herida sin dolor como golpe que anestesia.

 

Alojaba un dios como pulga escondida:

bicho pequeño,

adorador del pliegue tibio.

 

Se dispersó el líquido por las junturas de las baldosas.

"Se me rompió algo", dije.

 

Y después hubo fiebre, orejas moradas, bocas confusas.

 

Yo reinaba en la tierra:

bruja doméstica sentada a la proa del barco,

con velas blancas como sábanas,

rojas como sangre ida.

 

Y la cabeza del niño tenía plumas,

sedosas como sus pies aún sin uso.

 

Inmenso e inflado

el vientre era fuelle que escondía y lanzaba luz

hacia allá.

 

Una sibila erguida a mis pies tiró de mí,

lo alejó para que fuera.

 

Mordió mi corazón, me dejó insomne.

 

Alimenté la boca escondida del dios,

asperjé leche.

 

Acaso su nombre se hizo perfecto

como la punta de la flecha

o el calor de la piedra al sol.

 

Arropé su cuerpo como entraña.

 

Hice lugar fuera de mí.

 

De El lodo de la estirpe, 1998

 

 

GOTEA EL HOCICO VORAZ

 

Las mandíbulas tajeantes

y la sedosa piel, de lomo y rabo.

 

“Quien desee cautiverio lo tendrá”.

 

  1. El velludo animal dejó simiente.

Hete aquí que tocó las bocas.

 

Víscera fulgúrea,

bestia de gula clara.

 

Voló hacia mí y dijo:

“Será limpio tu pecado”.

 

VII. Zumban los huesos si arropo lenguas,

láminas finísimas, tendón sanguíneo.

 

Truena en mí todo canto.

 

A medio parir la sal de la garganta

como un témpano que estalla.

 

Así tus rostros. Así tu carne.

El retorno al cuerpo abandonado.

 

XVI. Para ti la vasija de la pelvis,

el ámbar macerado de las uñas.

 

Y el viscoso cordón que nadie corta.

 

De Animal, 2008

 

 

CAMINÉ EN LOS OJOS DE LOS HOMBRES

dormí con sus gemelos:

con el de pies de hielo

con el de tendones secos.

Estuve con el de los huecos tibios

con el de pupilas dulces

y con el de lomo y rabo.

Le di placer al vanidoso

le ofrecí verborragia al puro.

Dormí con el niño hambriento,

silbé sobre su corazón perdido.

Intercambié dátiles con el muerto,

mastiqué almendras con el vivo.

Olí la podrida humanidad,

la delicada y justa hipocresía:

furia y pompa en los ojos ciegos.

 

Así me bebí los años, madre, y era joven

pero no sabía.

 

Suprema trituradora de palabras

criatura sin amparo

devoradora locuaz

animal sin dueño

así me llamaban, madre.

 

Y yo inserta en la obscena lucidez,

en la trama trágica y absurda de los días,

tierna y verborrágica

despiadada,

inocente   

            qué creías?

Cruel en el puro devenir

grotesca y desbordada

verduga de la náusea

inserta en el puro placer que degrada y enaltece

perseguidora de la risa,

ésa que sabe que ni la carne ni el espíritu liberan.

Sin clímax ni anticlímax.

La indómita para ser nadie,

nada, madre. 

 

El niño gato tiene la mirada triste, madre.

Si lo ves bien no hay mucha luz en sus ojos.

El morro siempre húmedo 

y da cabezazos.

Busca como quien no busca, 

empujando el hocico contra el filo.

Tiene olor a hombre

a bicho

a animalillo.

Siendo jirafa o hipopótamo

es ardiente y languidece.

 

“Dos arepas para usted”, dice.

Entonces olfatea carne y osamenta

anda desnudo por la casa

se estira al sol como lagarto y los vecinos comentan.

“Este es mi cuerpo”, dice.

Y me lo ofrece.

 

¿A quién remite ese “mi”?

Y si ese “mi” denota propiedad, ¿de qué naturaleza es?

Adoro su cuerpo, madre.

Tanto como a los ojos de los animales,

esa pregunta silenciosa,

esa respuesta muerta.

Me atraganto en ese abismo, madre

en sus ojos de cerdo, de caballo, de gato adormilado.

No puedo acercarme al meollo

a lo blanco brillante de su hueso.

Su padre y su madre son secretos

y cuando pregunto por ellos se me llena la boca de tierra.

 

Te digo que me atraganto, madre

con su plumereo de espuma

con su ajorca de sangre

con sus blonduras y su desove

con ese tapir de terciopelo.

 

El polvo también tiene razones.

Y su hospitalidad.

No diré nada sobre lo que queda por decir. 

Que mi lámpara de aceite pueda arder más de una noche.

Porque las cosas que imagino no existen hasta que las enciendo.

 

De Madre, 2019

 

 

Melisa Machado (Uruguay). Periodista, escritora, analista de arte y terapeuta. Publicaciones: Ritual de las primicias (1994), El lodo de la estirpe (2004), Rituales (2011), El Canto Rojo (2013) traducido al sueco por Magnus William-Olsson (2013) y al inglés por Seth Michellson, India (2019) publicado en Amazon en formato Kindle y paperback, en 2020. En 2019 ganó el Premio Nacional de su país por su libro Madre. Por su obra poética ha recibido varias distinciones desde 1994 hasta la fecha. Prepara el proyecto “Soy todas las mujeres”: poesía, ensayo, performances y reescrituras de poetas mujeres de todas las generaciones. Una entrega de este proyecto se puede ver/oír, en la plataforma “cultura en línea” del sitio web MEC, Uruguay.

 



Compartir