DAOUDA
Después de cuatro mil
kilómetros de viento desolado,
tus oídos aún debieron soportar
el estruendo que escupe un fuelle miserable.
Dicen que ya sabías, acaso qué esperabas.
Como hienas mascullan
que nadie allí te obligaba a saltar.
Como si fueran ésas las preguntas.
El papel verde es ácido en sus rostros:
no querrán descubrir
por qué existe esa valla,
por qué las concertinas
desgarran tantas pieles inocentes
en lugar de abatir el corazón
de la desigualdad.
Como si aquéllas fueran las preguntas.
No les escuches: ellos están ensimismados
por idénticos cantos de sirena.
Pero han tenido suerte.
Nacieron en el lado más cómodo del muro,
donde las sanguijuelas juegan a camaleones,
donde la libertad es eso que se emite
en pantallas de plasma.
Tienes veintidós años,
veintidós años y el brillo de un filo
clavado entre los ojos.
No puedes olvidar, ojalá nunca olvides.
La cicatriz será
una segunda piel que te proteja.
Como el recuerdo indigno
de tan digno lugar de donde vienes.
LÍNEA YAMANOTE
Un sonido feliz de videojuego
atraviesa el andén,
al mismo tiempo que
Mei apoya la palma
de su mano en el cristal de la puerta,
pide auxilio aunque nadie
creerá que esté siendo interpelado,
Ken duerme sin dormir en el asiento,
otro sonido alegre irrumpe,
mientras
Yuri corre para coger el tren,
no llega a tiempo, siente la mínima fatiga
que supone el sprint
frente a las cuatro horas
que dormita de media cada noche,
Shinji saca un pañuelo
y se limpia el sudor de la camisa, falla
a la hora de limpiarse la angustia y el cansancio,
y una nueva canción
además de la voz por megafonía,
entonces
Kōhei tropieza, está a punto de caerse,
de que la multitud lo trague pues las flechas
señalan una pauta irrebatible,
Saki da media vuelta,
no puede más, entrecierra los ojos
y sueña como única quietud
realizable el vacío, la ventana de su casa,
entretanto la música persiste,
suena a magia de un juego
al que nadie allí ha escogido jugar,
máscaras hacinadas a hora punta,
mordidas en sigilo,
ajenas al volumen
alto que corresponde
a los sonidos de celebración,
nadie sonríe, es mucho
esfuerzo y todos están agotados,
nadie atiende a la música macabra,
con tanto ruido dentro,
personas que ya no recuerdan nunca
cómo era aquella canción de vivir.
El silencio imposible de volver a sí mismas.
COMEDIA EN EL HADES
Tú te adentras hacia el último viaje.
Yo, disfrazada de Caronte, remo
y te escucho. Me esfuerzo por grabar
en la madera el timbre de tus frases
y silencios, intento que tus ojos
desnuden muy despacio el Aqueronte,
pero Cronos tampoco aquí se acuerda
de interceder por mí.
Sigo remando.
Llegamos a la orilla
y con educación y un frío óbolo
sin dolor te despides de mí ya para siempre.
TARDE DE DOMINGO EN LA ISLA DE LA GRANDE JATTE [Georges Seurat]
Creo que no me has visto
pero me encuentro aquí
bajo un cerezo y su ilusoria nieve.
Y en la sombra
puedo mirarte y soñarte y ver cómo
ahora te acercas despacio a la orilla
y dibujas estrellas en el agua.
Sonríes a las niñas y se te ve feliz.
Y te diviertes bajo los manzanos
con juegos que escondías detrás del horizonte
mientras te arroja al ensueño una flor
que nació para ser sostenida en tu mano.
Sin embargo, mis dedos acarician
un vacío infinito e irreparable
así que me levanto
antes de que en la hierba
florezcan alfileres a partir de mis lágrimas.
INTÉRPRETE DE SILENCIOS
El mundo habla de ti, aunque aún no lo sepas.
Aunque aún todos estemos aprendiendo
a conjugar los pájaros,
a deletrear una luz temblorosa
pero que al fin se decide a mirar,
se decide a decir y da las gracias.
El mundo habla de ti,
tal vez aún en silencio, pero acaso
sólo con discreción se forje lo imborrable.
Y eso está sucediendo.
No te esperan cristales, no habrá ningún cuchillo,
el único metal es convertir
la incerteza en espera,
imitar al funámbulo en desdeñar la calma.
Hay sólo una verdad amable allá en el fondo:
apenas necesita
tiempo para llegar y despojarse
de su capa de máscaras, equívocos y nieblas.
El mundo habla de ti
aunque no sepa decirte; tampoco
aciertan estas líneas:
sólo un trino extraviado entre la lluvia
que no evocará el mar.
Pero que al menos siempre intentará cantarlo.
No habrá nunca un cielo tan inmenso
como el abrazo que no puedo darte.
SUMMER SUNSET
Veintiséis grados,
mar.
El cielo es una goma que se derrite y sangra.
Lejos
pero en algún lugar la nieve existe.
También contigo me aferro a esa nieve.
Y el sol se pone y no
se lleva esta esperanza.
Raquel Vázquez (España). Filóloga e informática. Su último libro, Aunque los mapas (Visor, 2020), ha recibido el Premio Loewe a la Creación Joven y El Ojo Crítico de RNE de Poesía. También ha publicado, entre otros, los poemarios Lenguaje ensamblador (Renacimiento, Premio Orizzonte Atlantico, 2019), El hilo del invierno (Hiperión, Premio València Nova, 2016) o Luna turbia (Torremozas, Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes, 2013); la novela Chomolangma (La Isla de Siltolá, 2017) y los libros de cuentos La ocarina del tiempo (Trifolium, 2016) y Paralelo 36 (Talentura, 2019). Fue residente de la XIII promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores.