03 Dic 2024

412. POESÍA MEXICANA. ADRIANA VENTURA

-16 Mar 2022
Poesía

 

NIÑO VACA

 

Hablo de niños

cuando escribo de vacas.

Es decir, de leche.

Había un niño

al que le faltaba un hermano.

La gente le decía a la madre:

a este niño, le falta un hermano.

Le decían al padre:

a este niño, le falta un compañero.

 

La familia va al campo,

encuentra una vaca silvestre

con un bebé pegado a la ubre.

La familia toma al bebé.

La vaca se queda en el campo.

La familia regresa a casa.

Siempre hay un roto para un descosido.

El bebé llora al principio,

luego se acostumbra.

La mamá, después de muchos intentos,

logra amantarlo.

Cuando ella se va al trabajo

el papá le da biberón.

Todos se acostumbran a este hijo de vaca

que crece y crece

como si fuera hijo de humanos.

Pero siempre pide leche.

Leche, leche, más leche.

Crece y crece el bebé vaca.

Se vuelve niño grande

y sigue pidiendo leche,

leche,

más leche.

La mamá se cansa.

El papá se cansa.

La leche no basta.  

La mamá se cansa.

 

No eres mi hijo,

tú eres hijo de una vaca, le dice.

Llevémoslo al campo, dice el papá.

El hermano se pone triste,

ama al bebé,

es su hermano,

aunque sea hijo de vaca. 

 

 

DESCUBRIMIENTO DE LOS SUEÑOS

 

-Mamá, cuando duermes

puedes ver cosas

con los ojos cerrados.

 

 

PAPÁ CANGREJO

 

Papá es un cangrejo

lo delata su gesto de martes,

es el día que descansa.

Siempre incómodo, molesto.

Le nace el odio.

Hablo, digo ocurrencias

y mis palabras se despeñan por sus tenazas.

Es la sal, me digo,

la crisma que nos hunde en la vida ordinaria.

Nos prometimos alegría,

no envilecer.

Laberintos y bosques

nos prometimos.

En esto pienso cuando lo busco

los miércoles

y entonces la molestia del día lo oscurece.

 

Salgamos de la hoguera, amor,

repito muy quedito

para que no pueda escucharme.

Quizá se burlaría o se haría el sordo.

 

Toda la amargura

cabe en nuestra cama matrimonial,

caben, además, nuestros hijos,

sus juguetes,

nuestros libros.

 

Los jueves viajamos a la noche

de nuestras sombras,

se enredan nuestros corazones, 

se alistan y van cínicos 

insultándose, agrediéndose.

 

Llega el viernes,

fin de semana. 

Lo agrio marina un poco,

está cansado...

Retrocede.

 

Los sábados pienso

que podría amarme mejor que él

y salgo para reírme con otros crustáceos,

me trago las bromas

que en casa no nos hacemos.

Duermo sobre las rocas

cada domingo.

 

El lunes, cuando vuelve al trabajo

pienso en los juegos, el orden

y el odio

con los que nos queremos.

 

 

ABUELA CAMALEÓN

1

Abuela deseaba tener el cabello blanco

como su vecina Andrea

de la calle Guty Cárdenas.

Cumplía años, se hacía vieja.

Las canas no llegaron.

 

Abuela soñaba un pelo albo.

 

Las canas no nacen, abuela.

Debí decirle:

es culpa de la melanina, un pigmento.

Su acumulación en la piel

da los colores del cuerpo.

Lo avellana, lechoso, achocolatado

de nuestros brazos

depende de ella,

la melanina

del cuerpo.

 

Nada nos pertenece, abuela.

 

Los lunares

son acumulación

de melanina.

 

El color del cabello

es resultado

de la melanina.

 

A veces se tiene

demasiado negro,

a veces muy claro

el futuro

y el cabello.

 

Abuela se rindió.

Lo blanco no envolvían sus hebras.

Se venció al Colleston

y fue pelirroja,

media castaña,

rubia.

En treinta años

nunca vi su cabello suelto.

Usaba una diadema,

una trenza,

solía llevarlo corto

tipo Pixie

en los últimos años.

 

Abuela murió

con el cabello corto

y mal teñido.

 

La melanina

está formada

de melanocitos

que inyectan keratina al cabello.

Los melanocitos dejan de crecer,

el cabello pierde su color,

es cuando surgen nebulosas

en lugar de cabellos.

 

Tu cuerpo estaba repleto

de melanocitos, abuela

y al decirlo se me endulza la voz,

porque es como decir que tu cuerpo

era un camaleón, repleto de amor.

 

El cuerpo envejece

se vuelve blanco,

navega en la neblina de los años

y arrugado

muere.

Pero nada de eso

pasa en el corazón.

 

Abuela deseaba

que a su cuerpo,

después de ocho hijos,

también le nacieran canas.

 

Le dije adiós, abuela.

Ella lucía un caoba marroquí,

aquel septiembre.

Su cuerpo ya estaba cerrado:

no respondió.

 

2

Sueño que sueño

y despierto al lado de una pesadilla.

En el sueño, salgo de casa,

voy de prisa, tarde, despeinada.

Hay neblina en las calles,

un galope nebuloso

que descubre algunas puertas.

No llevo trenzas, ni diadema.

Mis hebras sueltas

como caballos salvajes

por la nuca.

En la calle muchos ojos

reprueban mi descuido.

Mi cabeza va expuesta

y no puedo más

que dejarme acribillar por las miradas.

Y en la mano siento su mano

como cuando caminamos a la escuela.

Sueño a mi abuela

cayendo al vacío,

veo su trenza despeñada,

coronada de muerte.

 

Hace dos años que abuela

yace bajo la tierra

es posible que su cabello

haya extendido sus ramas

hacia un árbol blanco

que algunas noches

toca mi sueño.

 

 

Adriana Ventura (México). Publicaciones: Boceto de una vida sin casa (Praxis, 2018), Geografía negra (Verso Destierro, 2013), La rueca de Gabrielle (Editorial de otro tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de otro tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Su obra ha merecido algunos premios como el estatal de poesía María Luisa Ocampo. Es profesora de literatura a nivel bachillerato. Fue becaria del programa Jóvenes creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones.

 



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