NIÑO VACA
Hablo de niños
cuando escribo de vacas.
Es decir, de leche.
Había un niño
al que le faltaba un hermano.
La gente le decía a la madre:
a este niño, le falta un hermano.
Le decían al padre:
a este niño, le falta un compañero.
La familia va al campo,
encuentra una vaca silvestre
con un bebé pegado a la ubre.
La familia toma al bebé.
La vaca se queda en el campo.
La familia regresa a casa.
Siempre hay un roto para un descosido.
El bebé llora al principio,
luego se acostumbra.
La mamá, después de muchos intentos,
logra amantarlo.
Cuando ella se va al trabajo
el papá le da biberón.
Todos se acostumbran a este hijo de vaca
que crece y crece
como si fuera hijo de humanos.
Pero siempre pide leche.
Leche, leche, más leche.
Crece y crece el bebé vaca.
Se vuelve niño grande
y sigue pidiendo leche,
leche,
más leche.
La mamá se cansa.
El papá se cansa.
La leche no basta.
La mamá se cansa.
No eres mi hijo,
tú eres hijo de una vaca, le dice.
Llevémoslo al campo, dice el papá.
El hermano se pone triste,
ama al bebé,
es su hermano,
aunque sea hijo de vaca.
DESCUBRIMIENTO DE LOS SUEÑOS
-Mamá, cuando duermes
puedes ver cosas
con los ojos cerrados.
PAPÁ CANGREJO
Papá es un cangrejo
lo delata su gesto de martes,
es el día que descansa.
Siempre incómodo, molesto.
Le nace el odio.
Hablo, digo ocurrencias
y mis palabras se despeñan por sus tenazas.
Es la sal, me digo,
la crisma que nos hunde en la vida ordinaria.
Nos prometimos alegría,
no envilecer.
Laberintos y bosques
nos prometimos.
En esto pienso cuando lo busco
los miércoles
y entonces la molestia del día lo oscurece.
Salgamos de la hoguera, amor,
repito muy quedito
para que no pueda escucharme.
Quizá se burlaría o se haría el sordo.
Toda la amargura
cabe en nuestra cama matrimonial,
caben, además, nuestros hijos,
sus juguetes,
nuestros libros.
Los jueves viajamos a la noche
de nuestras sombras,
se enredan nuestros corazones,
se alistan y van cínicos
insultándose, agrediéndose.
Llega el viernes,
fin de semana.
Lo agrio marina un poco,
está cansado...
Retrocede.
Los sábados pienso
que podría amarme mejor que él
y salgo para reírme con otros crustáceos,
me trago las bromas
que en casa no nos hacemos.
Duermo sobre las rocas
cada domingo.
El lunes, cuando vuelve al trabajo
pienso en los juegos, el orden
y el odio
con los que nos queremos.
ABUELA CAMALEÓN
1
Abuela deseaba tener el cabello blanco
como su vecina Andrea
de la calle Guty Cárdenas.
Cumplía años, se hacía vieja.
Las canas no llegaron.
Abuela soñaba un pelo albo.
Las canas no nacen, abuela.
Debí decirle:
es culpa de la melanina, un pigmento.
Su acumulación en la piel
da los colores del cuerpo.
Lo avellana, lechoso, achocolatado
de nuestros brazos
depende de ella,
la melanina
del cuerpo.
Nada nos pertenece, abuela.
Los lunares
son acumulación
de melanina.
El color del cabello
es resultado
de la melanina.
A veces se tiene
demasiado negro,
a veces muy claro
el futuro
y el cabello.
Abuela se rindió.
Lo blanco no envolvían sus hebras.
Se venció al Colleston
y fue pelirroja,
media castaña,
rubia.
En treinta años
nunca vi su cabello suelto.
Usaba una diadema,
una trenza,
solía llevarlo corto
tipo Pixie
en los últimos años.
Abuela murió
con el cabello corto
y mal teñido.
La melanina
está formada
de melanocitos
que inyectan keratina al cabello.
Los melanocitos dejan de crecer,
el cabello pierde su color,
es cuando surgen nebulosas
en lugar de cabellos.
Tu cuerpo estaba repleto
de melanocitos, abuela
y al decirlo se me endulza la voz,
porque es como decir que tu cuerpo
era un camaleón, repleto de amor.
El cuerpo envejece
se vuelve blanco,
navega en la neblina de los años
y arrugado
muere.
Pero nada de eso
pasa en el corazón.
Abuela deseaba
que a su cuerpo,
después de ocho hijos,
también le nacieran canas.
Le dije adiós, abuela.
Ella lucía un caoba marroquí,
aquel septiembre.
Su cuerpo ya estaba cerrado:
no respondió.
2
Sueño que sueño
y despierto al lado de una pesadilla.
En el sueño, salgo de casa,
voy de prisa, tarde, despeinada.
Hay neblina en las calles,
un galope nebuloso
que descubre algunas puertas.
No llevo trenzas, ni diadema.
Mis hebras sueltas
como caballos salvajes
por la nuca.
En la calle muchos ojos
reprueban mi descuido.
Mi cabeza va expuesta
y no puedo más
que dejarme acribillar por las miradas.
Y en la mano siento su mano
como cuando caminamos a la escuela.
Sueño a mi abuela
cayendo al vacío,
veo su trenza despeñada,
coronada de muerte.
Hace dos años que abuela
yace bajo la tierra
es posible que su cabello
haya extendido sus ramas
hacia un árbol blanco
que algunas noches
toca mi sueño.
Adriana Ventura (México). Publicaciones: Boceto de una vida sin casa (Praxis, 2018), Geografía negra (Verso Destierro, 2013), La rueca de Gabrielle (Editorial de otro tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de otro tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Su obra ha merecido algunos premios como el estatal de poesía María Luisa Ocampo. Es profesora de literatura a nivel bachillerato. Fue becaria del programa Jóvenes creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones.