10 Dic 2024

415. POESÍA PERUANA. CÉSAR VALLEJO

-16 Mar 2022
Poesía

 

 

CÉSAR VALLEJO

por 

Miguel Ángel Zapata

 

La poesía de César Vallejo (1892-1938), desde Los heraldos negros (1918) hasta España aparta de mi este cáliz (1939) está marcada por una catarsis emotiva y verbal. En Vallejo hay un solo camino a seguir, una corriente interna que aparece en su primer libro y ocurre también en sus libros posteriores incluyendo sus poemas póstumos. El poeta escribe sobre la madre, el padre, el hermano ausente, la ciudad, y a cerca de los estados emocionales de la niñez y los adultos.  Su obra poética es una unidad, un todo que no culmina, y que a través de sus temas recurrentes va cuajando profundo una poética original. De Vallejo no solo debe hablarse de sus aparentes “quiebres” en el lenguaje de Trilce. Su poesía va más allá de estas aparentes fracturas. El fracturado en suma es el corazón de la poesía y la vida misma.  Su poesía es a veces un bosque umbrío o un campo pleno de luz. Esa dualidad hace de la poesía de Vallejo una obra de arte compleja, un cuadro donde se configuran diferentes tensiones emocionales. Pienso en Rembrandt y sus tensiones con la sombra y la luz. Vallejo, como Rembrandt, diseña los más abruptos y violentos contrastes en relación a la vida humana. El poeta peruano no es ajeno a su tradición inmediata, y reconoce sus apegos e influencias. Al mismo tiempo crea una nueva voz, una expresión distinta, una manera sentir, un modo Vallejo. En tal medida a Vallejo hay que conectarlo con la literatura de la modernidad que asume una serie de posibilidades en el texto poético, según las prácticas de Mallarmé, Baudelaire, Dickinson, Celan y Pessoa.  Desde su primer libro, Los heraldos negros (1918) Vallejo descubre un paisaje interior y otro exterior a través de la materialización de la memoria. Como lo ha enunciado Américo Ferrari, “el tema indigenista y telúrico es, de todos modos, en Los heraldos negros, secundario; la vocación del verdadero Vallejo es rumiar obsesiones más que describir paisajes o cantar a la raza”. Vallejo no es un poeta que solo se preocupa por la forma o los movimientos zigzagueantes de la palabra. Él va más allá de estas meras experimentaciones: su poesía es radical porque combina el paisaje del cuerpo, la planicie desnivelada del lenguaje, sus fisuras y dolores, con la vida terrenal y el universo. Su poesía es transgresora porque practica diversos tipos de escritura que van contra la corriente: el verso largo, el soneto, y un tratamiento único del poema en prosa que funciona como un desencuentro. Al igual que Pessoa, el poeta peruano entiende que la poesía es la vida galopante, y que aparte de vivirla hasta las últimas consecuencias hay que saber expresar el dolor y la ironía con un lenguaje elevado. Vallejo no es un poeta concretista porque no se queda en el símbolo o la imagen frustrada. Su palabra poética va más allá de esa montaña repleta de un sinsentido irrecuperable. Cada tema en la poesía de Vallejo es transfigurado hasta volverlo inusual.

 

LXVII

 

Canta cerca el verano, y ambos

diversos erramos, al hombro

recodos, cedros, compases unípedos,

espatarrados en la sola recta inevitable.

 

Canta el verano, y en aquellas paredes

endulzadas de marzo,

lloriquea, gusanea la arácnida acuarela

de la melancolía.

 

Cuadro enmarcado de trisado anélido, cuadro

que faltó en ese sitio para donde

pensamos que vendría el gran espejo ausente.

Amor, éste es el cuadro que faltó.

 

Mas, para qué me esforzaría

por dorar pajilla para tal encantada aurícula,

si, a espaldas de astros queridos,

se consiente el vacío, a pesar de todo.

 

Cuánta madre quedábase adentrada

siempre, en tenaz atavío de carbón, cuando

el cuadro faltaba, y para lo que crecería

al pie de ardua quebrada de mujer.

 

Así yo me decía: Si vendrá aquel espejo

que de tan esperado, ya pasa de cristal.

Me acababa la vida, ¿para qué?

Me acababa la vida, para alzarnos

 

       sólo de espejo a espejo.

 

De Trilce, 1922

 



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