LA BALADA DE LOS SUICIDAS
Hermanos suicidas de todo el mundo, vengan.
Necesitamos disparar algunas verdades a los nuevos Herodes y Calígulas de nuestro siglo, que ya nos esperan con el plato en la mano y miran con sorpresa y malicia nuestras cabezas, a nuestros hijos y sus caballos de palo.
Necesitamos enfierar los perros domésticos de nuestra infancia. Es tiempo de garras y de colmillos. Es preciso rebobinar la cinta de la vida y salvajizarlo todo: gatos, cerdos, caballos y monos que no son otra cosa que nuestra juventud.
Hermanos suicidas: no desperdicien su muerte. No malgasten su hastío. No inutilicen su último aliento en amores imposibles o desdichas privadas. Ya nada es personal ni inconexo. Ya ningún peso es del tamaño del individuo, hoy más que nunca debemos acorazarnos de más especie, más jauría, más cardumen.
Hermanos suicidas, vengan. Necesitamos seguir a las sirenas para que no mueran de desencanto. Necesitamos liberar un enjaulado rayo de luz. Quién mejor para estallar esta caja de dinamita en el puente de los eufemismos internacionales.
Necesitamos un chivo expiatorio cada día, una carnada para las improvisaciones, alguien que toque el timbre de la puerta del futuro y no salga corriendo. Necesitamos apoyarnos sobre dos columnas para derribar el templo
y un torbellino de arqueros concentrados solo en los talones de los invulnerables. Vengan, hermanos suicidas, yo los amo y los adoro.
Yo los necesito más que a Dios.
UN GUARDIA
encierra el amanecer
en una celda
CON UNA PIEDRA ROMPÍ UN VIDRIO
y mis padres, avergonzados
pagaron los daños.
Con una piedra blanca y redonda
le hundí la cabeza
a un bravucón en la escuela
(gracias a Dios no lo supieron mis padres).
Hasta el corazón de mamá llegó
la piedra que arrojé a sus materas.
Como una piedra sintió mis labios
la primera mujer que besé.
Abatí a pedradas el jardín de mis amigos.
Con una piedra destrocé los cuadernos
de mi mujer, los juguetes de mis hijos.
Para mí la felicidad fue una piedra
que arrojé a muchos lagos
rebotando como un sapo.
Una piedra lanzada
a los pájaros fue la memoria
la lealtad, las ideas y las cosas.
Y ahora que mi mano ha perdido su fuerza
las oigo caer sobre mi ataúd
todas, una por una
como una lluvia interminable.
SOMOS RICOS
dice uno de los presos
Y dividen en partes iguales
el túnel recién descubierto
LOS DIOSES
Los dioses
se reciben con ofrendas
con sacrificios
con humildad se reciben
los reyes
se reciben con dádivas
con tesoros
con monumentos
los ejércitos
se reciben con euforia
con honores
con los puños cerrados
los hijos
se reciben con el pecho abierto
se esconden detrás
del muro de las costillas
evitamos que los vean
los dioses
los reyes
los ejércitos
LOS JARDINES COLGANTES
Un enjambre de abejas se detiene en el aire
A mitad de camino entre la rama y el suelo
unas sobre otras las abejas parecen
adherirse a algo en el espacio
Poco a poco dibujan en el aire
la figura de los dos amantes
ahorcados en la ceiba
En el vacío aún el polen de su ausencia
CARTA A KANT
Nunca dejamos de ser niños, me doy cuenta.
Y lo peor de todo: la frase parece cierta.
¡Pobre Kant!
Crece el cuerpo, quizá el individuo,
no la especie.
ERRÓNEAS CONCLUSIONES
II
El poeta sale libre y ansía montar en globo. Convence a sus familiares y amigos para que lo acompañen. Todos viajan con él hacia la colina. Cuando llegan, el guardaglobos no los deja subir. Les explica que primero deben pasar a la báscula, ahí enseguida. Todos se suben y el guardaglobos mira los números que aparecen en el tablero digital y arruga la frente. Es mucho peso, afirma, y hace bajar a las tías, a los primos y a los amigos del poeta.
Mira otra vez los números y hace mala cara. Aún es mucho, afirma. Descienden los padres y los hermanos del poeta. Sigue siendo demasiado. Entonces se apean la mujer y los hijos del poeta, que, al sentirse solo, se ablanda de nostalgia y afirma que él también bajará, que ya no quiere montar, que mejor pueden ir a otro lugar, buscar un circo o algo así, pero sus familiares y amigos lo animan a continuar, le dicen que suba para que mire el paisaje. Sí, ratifica, el guardaglobos, el paisaje nunca se olvida ni la sensación.
Y acto seguido niega con la cabeza. No, dice, aún es mucho peso, debo quitarle una pierna. Resignado, el poeta acepta. El guardaglobos vuelve a revisar los números y se rasca la cabeza. Debo quitarle un brazo. El dolor no deja hablar al poeta y solo mueve la cabeza afirmativamente.
El guardaglobos mira los números en el tablero. Ya casi, falta muy poco. Debo quitarle un riñón y la mitad del corazón. Escarba en el cuerpo del poeta, hala, remueve, estira y al final logra su cometido. Examina otra vez los números. Perfecto, dice. Bienvenido, señor. Siga por aquí. Y guía al poeta hacia el globo.
Muy pronto el globo alcanza altura y desde abajo todos saludan y alaban al poeta, que mira hacia abajo sin sonreír. Poco a poco aparece el paisaje, fabuloso, mítico. El poeta se recuesta en su silla, cierra los ojos y se deja llevar por el viento.
CARTA A JEFFERSON
Veo alambres, presidente.
Entre un árbol y otro
veo alambres tensados.
Entre un puerto y otro
solo veo alambres.
Entre una casa y otra,
entre una granja y otra.
Entre una ciudad
y un campo de maíz
tensos hilos de metal.
En ellos cuelgan los cuerpos
de millones de niños
mujeres y hombres negros
como si fueran la ropa sucia
de los Estados Unidos.
Daniel Mauricio Montoya Álvarez (Colombia). poeta, docente y narrador. Ganador del XLI Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, España (2021). Finalista en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (2020). Ganador del IX Premio Internacional de Poesía Granajoven, Granada, España (2018). Y finalista en el 34° Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, Colombia (2016). Ha escrito los poemarios El libro de los errores (2018), Políptico del aire (2018) y Manual de Paternidad (2019), Los apuntes de Humboldt (2021).