21 Nov 2024

69. OLVIDO GARCÍA VALDÉS OBTUVO EL XXXI PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA

-27 May 2022
Prensa

 

OLVIDO GARCÍA VALDÉS

ESA POLILLA QUE DELANTE DE MÍ REVOLOTEA O EL IMPOSIBLE OLVIDO

 

Olvido es un sustantivo muy singular. Pueda que en él esté destinado todo lo que va a desaparecer. Más curioso es entonces que se designe como un nombre; el nombre de una gran poeta española:  Olvido García Valdés y no creo que en ella esté el designio de la desmemoria, al contrario, es y será permanencia. El jueves 26 de mayo se asomó la noticia de la Concesión del XXXI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de  a otra mujer creadora, tras la grandiosa Ana Luísa Amaral de Portugal. Según el fallo unánime del jurado:

 

“dueña de una sintaxis enteramente personal, que busca el despojamiento, la desnudez y el esencialismo”

 

El año pasado; se le otorgó el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda:

 

“no sólo una trayectoria [literaria], sino también una forma de leer y de decir el mundo”.

 

Tenía conocimiento de su escritura a través del ciberespacio; pero gracias a un viaje a España y de ir a la asombrosa Cuesta de Moyano, uno de los oasis de libros usados más excitantes y maravillosos; pude hacerme de su antología Esa polilla que delante de mí revolotea, publicada por Galaxia Gutenberg y al leerla detenidamente es curioso, que ante el oficio de tantos años, se tenga la certeza de estar ante un gran poema continuo o que todos los poemas tengan el hilo conductor en una singular cadencia, depuración, musicalidad y un tono acompasado.  Una sinfonía pensada, trabajada y traspasada por la claridad y la inquietud de la belleza:

 

escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares

 

Todo en ella puede estar próximo: la lejanía, las pérdidas, los familiares, la quietud y los deslaves.  Su poética y su particular sintaxis en los valles y las calles de lo anímico:

 

Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.

 

No habrá olvido para Olvido.  Salud a su poesía!

 

Javier Alvarado

Los Andes 2, 26 de mayo de 2022

 

  

ÉSTE ES UN EJEMPLO: SE TRATA DE UNA IMAGEN...

 

Éste es un ejemplo: se trata de una imagen

del XIII (el XIII con su cúpula), una Virgen

sentada en el jardín, altiva y sola (la única

que yo conozca en su especie). Observen

en el prado las flores esmaltadas,

las hojas, el azul ultramar y el rojo

extraño como un incendio. Observen

su rostro, se llama féretro luminoso

de su puro; a la izquierda, el halcón

anuncia que el alma emprende el vuelo,

al fondo el río, casi un hilo,

se pierde. Es forma la pintura.

 

Ella hacía ganchillo, puntillas para sábanas, le resultaban difíciles los gestos por la artrosis, sus largos dedos agudos. -Éstas de arañas son las más guapas -dice-, son las que más me gustan, aunque tengo una pena muy grande por el nenín. Un día, antes de caer enfermo, tenía una araña
roja en la espalda, muy grande, así -y señala con el puño el tamaño-, casi no podía arrancársela, y después le salieron aquellas ronchas rojas. Pensé si se habría muerto por eso, pero no, tenía endocarditis aguda, el médico lo
dijo, como si el corazón se fuera haciendo más grande cada vez y no cupiera en la caja. Era por la miseria. Yo traía brazadas de habas a la cocina para deshacerlas allí y con ellas venían arañas. Todo era trabajar y trabajar-. Se calla, sigue con la aguja y el larguísimo hilo, -¿no te gustan a
ti?-. Es morena, tiene ojos oscuros de pájaro desarbolado. El amor, arañas bajo los ojos, féretro de su puro, decía.

Si falla

la memoria, todo quiebra;

Si es escasa, empero,

significa: aquel valle

tan dulce y tan sombrío.

 

 

RECORDAR ESTE SÁBADO...

 

Recordar este sábado:

las tumbas excavadas en la roca,

en semicírculos, mirando

hacia el este,

y la puerta de la muralla abierta

a campos roturados, al silencio

y la luz del oeste. Necesito

los ojos de los lobos

para ver. O el amor y su contacto

extremo, ese filo,

una intimidad sólo formulable

con distancia, con una despiedad

cargada de cuidado.

Así, aquella nota, reconocer en ella

la costumbre antropófaga, un hombre come

una mujer, reconocer

también la carne en carne

viva, los ojos y su atención extrema,

el tiempo y lo que ocurrió.

Alguien lo dijo de otro modo: creí

que éramos infelices muchas veces; ahora

la miseria parece que era sólo un aspecto

de nuestra felicidad. La dicha

no eleva sino cae

como una lluvia mansa. Recordar

aquel sábado en febrero

tan semejante a éste de noviembre.

Cerrar los ojos. Fatigarse subiendo,

tú sin voz,

con un cuaderno en el que anotas

lo que quieres decir.

La no materialidad de las palabras

nos da calor y extrañeza, mano

que aprieta el hombro,

aliento cálido sobre el jersey.

Para el resecamiento un aljibe de agua,

los ojos de los lobos

para ver. El contexto

es todo, transparente

aire frío. Aproximadamente así:

campesinos del Tíbet

sentados en el suelo, en semicírculos,

aprendiendo a leer al final del invierno,

cuando el trabajo es poco, se trata

de una foto reciente, están

muy abrigados; o una paliza

de una violencia extrema

a un muchacho, y que el tiempo

pase, que cure, como una foto antigua.

Tres mariposas, a la luz de la lámpara,

han venido al cristal.

 

 

LA CAÍDA DEL ÍCARO

 

1

Los atardeceres se suceden,

hace frío

y las casas de adobe en las afueras

se reflejan sobre charcos quietos.

Tierra removida.

Los atardeceres se suceden,

 

Cézanne elevó la «nature morte»

a una altura

en que las cosas exteriormente muertas

cobran vida, dice Kandinsky.

Vida es emoción.

Pero quedará de vosotros

lo que ha quedado de los hombres

que vivieron antes, previene Lucrecio.

Es poco: polvo, alguna imagen tópica

y restos de edificios.

El alma muere con el cuerpo.

El alma es el cuerpo. O tres fotografías

quedan, si alguien muere.

 

También un gesto inexplicable,

discolo para los ojos, desafío,

erizado. Cuerpo es lo otro.

Irreconocible. Dolor.

Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.

No yo.

 

Lo quieto de las cosas

en el atardecer. La quietud,

por ejemplo, de los edificios.

El ensombrecimiento

mudo y apagado.

 

Como ojos,

dos piedras azules me miran

desde un anillo.

Los anillos

cuidadosamente extraídos

al final.

Como aquél de azabache y plata

o este otro de un pálido, pálido rosa.

Rostros y luces

nítidamente se reflejan en él.

 

En la noche corro por un campo

que desciende, corro entre arbustos

y choco con algo vivo

que trata de ovillarse, de encogerse.

Es un niño pequeño, le pregunto

quién es y contesta que nadie.

 

Esta respiración honda

y este nudo en la pelvis

que se deshace y fluye. Esto soy yo

y al mismo tiempo

dolor en la nuca y en los ojos.

 

Terminada la juventud,

se está a merced del miedo.

 

2

Verde. Verde. Agua. Marrón.

Todo mojado, embarrado.

Es invierno. Es perceptible

en el silencio y en brillosvcomo del aire.

Yo soy muy pequeña.

Un cuerpo caminando.

Un cuerpo solo;

lo enfermo en la piel, en la mirada.

El asombro, la dureza absoluta

en los ojos. Lo impenetrable.

La descompensación

entre lo interno y lo externo.

Un cuerpo enfermo que avanza.

 

Desde un interior de cristales muy amplios

contemplo los árboles.

Hay un viento ligero, un movimiento

silencioso de hojas y ramas.

Como algo desconocido

y en suspenso. Más allá.

Como una luz

sesgada y quieta. Lo verde

que hiere o acaricia. Brisa

verde. Y si yo hubiera muerto

eso sería también así.

 

 

MUDA Y HOSCA, SE NIEGA...

 

Muda y hosca, se niega

a entrar en casa, a pesar

de la noche, a pesar del buen sentido.

Él le habla

con paciencia o la empuja y golpea

con el puño. La insensata materia

que el alma es, su obstinación eficaz

o, contigua y exenta,

esta vibración azul del azul

luminoso y oscuro. Sólo

me m interesa e vacío.

Ocurrió el mismo año

en que frascos y líquidos

se arrojaban contra la pared,

a oscuras, en aquella alcoba

italiana. Eran innumerables

los huesos del cuerpo, incomprensibles

sus nombres. Sincronizado

estrictamente, rápido

y melancólico, con este azul,

aquel salto, olor de carbonilla,

adherido a la piel.

 

 

HUNDIR LOS DEDOS ENTRE SUS CABELLOS

 

Hundir los dedos entre sus cabellos

o pájaros jugando,

muy despacio, a caerse de un cable

de la luz,

muy despacio, abanico

de mirlos.

Cerca hay una charca y un árbol

en el centro.

Reverbera la fiebre,

el amarillo hiere sobre el agua.

 

 

AL SALIR A LA CALLE, SOBRE LOS PLÁTANOS

 

Al salir a la calle, sobre los plátanos,

muy por encima y por detrás de sus hojas

doradas y crujientes, el cielo, muy por encima

azul, intenso y transparente de la helada.

A cuatro bajo cero se respira

el aire como si fuera el cielo

que es el aire lo que se respirara.

Corta y se expande y un instante

rebrota antes de herir. Ritmos

de la respiración y el cielo, uno

lugar del otro, volumen

que quien respira retrajera, puro

estar del mundo en el frío,

de un color azul que nadie viera, intenso,

que nadie desde ningún lugar mirara,

aire o cielo no para respirar.

 

 

CONOZCO UNA PAREJA DE CUERVOS

 

Conozco una pareja de cuervos, sé que tienen

un tiempo semejante al de los hombres

para vivir; podría visitarlos,

pasear juntos

hasta los sauces de la orilla.

Hoy he hablado con alguien por quien sentí afecto,

le encontré satisfecho y próspero;

su enemigo murió. La muerte

siempre es de frío.

 

 

ENTRE LO LITERAL DE LO QUE VE

 

Entre lo literal de lo que ve

y escucha, y otro lugar no evidente

abre su ojo la inquietud. Al lado,

mano pálida de quien convive

con la muerte, cráneo hirsuto. Atendemos

a la oquedad, máscaras que una boca

elabora; distanciada y carnal,

mueve el discurso, lo expande

y desordena, lo concentra, lo apacienta

o dispersa como el lobo a sus corderos.

El sonido de un gong. Es literal

la muerte y las palabras, las bromas

luego de hombres solos, broma y risa

literal. Todo sentido visible, todo

lo visible produce y niega su sentido.

Si respiras en la madrugada, si ves

cómo vuelven imágenes, contémplalas

venir, apaciéntalas, deja que estalle

la inquietud como corderos.

 

 

MIGUEL

 

Te habías quedado todo el día

allí, de pie, mirando las montañas,

y era, dijiste, alimento

para los ojos, corazón

quebrantado. Yo pasaba, parece,

en el atardecer,

andando en bicicleta por un sendero.

Lo cuentas y quedo contemplándolo

con esperanza, una buena esperanza

nodriza de la vejez. Yo lo llamo

dulzura, la música dulzura que conforta

o hidrata la aspereza. Algunos niños

cercanos al autismo, cuando crecen,

imprimen o padecen movimiento

constante, un ritmo de hombros

ajeno a cualquier música, latido,

circulatoria sangre propia, sin contacto.

Sólo a veces sus ojos buscan

engañosamente; no hay dulzura

ni aspereza, un sonido

interior los envuelve, sangre roja.

Contemplo las montañas de tu sueño,

busco en ellas tus ojos.

Y escruto, sin embargo, el corazón,

las junturas y médula, los sentimientos

y pensamientos del corazón. Nada hidrata.

Nada amortigua. Escrutar es áspero

y no lame. Las horas últimas

de la vigilia: sabia

la disciplina monacal que impone

levantarse a maitines. Enjugar,

sostener, confortar: mirar la noche.

Volver al corazón. Entonces ya la música

es azul, azul es la dulzura. Pedir.

 

 

EL MUNDO YA NO HABLA

 

El mundo ya no habla. Como pueblos

de abandonadas minas, la memoria; como chabolas

próximas a cercas. Forman red

los olivos y circula

el tractor entre ellos. Hace falta

dulzura para ser. ¿Se desatan

los nudos? Todo es ahora plano,

tiene blandos los ojos y manchas

en la piel. Hay muertos diminutos,

una escala de ángeles que alertan

al durmiente, y el pozo, las arcadas,

los jazmines. Duele de no sentir.

 

El alma es por la muerte y de la muerte,

pequeño ser que oficia

desde la imprecación. La parca

del pasado lo advertía: cuerpo,

aquí comienza

otro ciclo, eres tú y eres nada.

 

Afectos de la memoria, húmedo

verde limón, azuladas

hortensias. Y la oscura figura:

la mano de los anillos y la mano

quemada son ya la misma mano, arenques

con su luz. ¿Cómo arraiga el olivo? Quieto

fulgor, mira la arena negra.

 

 

Olvido García Valdés. Poeta española nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950. Licenciada en Filología Románica y en Filosofía, co-dirige la revista Los Infolios, es directora del Instituto Cervantes  de Toulouse, y es miembro del consejo editor de El signo del gorrión creada en 1992. Sus poemas han sido traducidos al francés, inglés y alemán y han sido recogidos en importantes antologías. La revista francesa Noir et Blanche y la revista inglesa Agenda le dedicaron un número monográfico. En 1990 ganó el Premio Ícaro de Literatura por su libro «Exposición», en 1993 el Premio Leonor de Poesía por «Ella, los pájaros» y en 2007 el Premio Nacional de Poesía por su obra «Y todos estábamos vivos». Mereció en 2021 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda de Chile y en 2022, el XXXI Premio Iberoamericano de Poesía Reina Sofía.

 



Compartir