Luis Ricardo Palma de Jesús
La literatura intertextual o metatextual ha exigido lectores activos, cuya finalidad es llenar esos vacíos de significación. De mis manos caerán las piedras, ópera prima del escritor Diego Montes (Acapulco, 1989), es una de esas revelaciones con claroscuros bien marcados por la nostalgia y el delirio y un claro ejemplo del tipo de literatura intertextual. Es una obra poética que mereció el IV Premio Internacional Bitácora de Vuelos 2021.
El libro, dividido en tres secciones equidistantes entre sí, recrea la vida y obra de Camille Claudel (1864-1943), y se centra en el torbellino de emociones que ella padeció al verse involucrada con su mentor Auguste Rodin. La primera parte, titulada “La Trinidad del olvido”, versa sobre el encierro que padeció Camille. Podemos intuir como lectores que ese encierro se debe a los años que pasó enclaustrada en un hospital psiquiátrico o, en otro sentido, a la atadura que vivió al estar enamorada de un hombre que le trajo problemas de delirio y persecución. La vida de Claudel estuvo marcada por la sombra de dos hombres: su hermano y su amante. Dado el contexto, ella carecía de probabilidad de destacar en la escultura, ya que las mujeres no tenían la misma oportunidad de dedicarse al arte. Por eso, como lo apunta la voz poética: “Guardo una avecilla,/hago una prisión con las manos/y duermo su libertad/desde este encierro”. La voz femenina grita, rompe con las cadenas del olvido, con las grietas que le impiden volar, surcar el cielo y llegar a lo más alto, sin sufrir los estragos de Ícaro. La mujer pájaro busca, desde la trinidad, salir de su jaula (no) de huesos, sino de aquello que la acorrala, como la sombra injusta de la locura. Camille dice “Así/se encuentra/mi jaula/habitada”.
Diego Montes ocupa un recurso místico para evocar el vuelo frustrado: la trinidad aquí funge como un mecanismo poético de significación que nos transporta a las súplicas y al dolor de no poder escapar de la soledad. “En el nombre del hijo/o del camino al vacío”. Al final de este poema el autor remata con toda esa ola de nostalgia que antecede al segundo apartado: “Soy tres veces yo./La santísima trinidad,/la trinidad del olvido”. La voz de Camille se va deteriorando, así como el canto de un ave que está perdiéndose en el horizonte. Cada vez más lejana, como neblina, como humo, como fantasma.
El segundo apartado, “Así romperán las olas”, reflexiona en torno a la obra de Camille titulada “La ola”. Las tres personas representadas pueden reflejar la trinidad que ella padecía: El miedo, el delirio y la nostalgia que sentía al verse abrumada por el peso de su amante. La influencia de este grabado japonés, en donde mimetiza un encuentro fortuito de emociones, representa una clara inspiración para Diego Montes, ya que sus poemas de corte breve, nos narra lo tormentoso que puede ser una ola. “Restauraré el hogar con las palabras/que quedaron después del huracán./Reventaré los cerezos entre tus cabellos/y las formas del mar de tu cuerpo,/con sus islas y miles posibles naufragios”.
La tercera parte juega un papel importante en el poemario. “Vertumno y Pomona” es un vals que se puede leer a tres tiempos. (No es causal que el autor haya elegido estos títulos para hacer referencia al número 3). Tratando de recuperar la mitología, Diego Montes crea un artificio poético en el que concatena perfectamente la vida de Camille con personajes mitológicos y así, de algún modo, dota al libro de un misticismo y de un recurso literario llamado écfrasis, en donde interpreta y lee con sensibilidad lo complicado que puede resultar el amor y sus desenlaces. A lo largo de esta tercera parte el autor pone en marcha una musicalidad propia: escuchamos las olas, el encierro, los pájaros habitados y las casas vacías. “El sol se dispersa y la voz se guarda/adorna el jardín cuando pienso en una casa,/cuando pienso en el vacío de recorrer tu cuerpo, recorrer la ventana;/me desprende,/ me amarra a un retrato de aquel primer jardín de papá sabueso.
De mis manos caerán las piedras es una reflexión en torno a la soledad y la nostalgia. Es una meditación de una voz poética que puede encontrarse como Magdalena, justo antes de ser lapidada: la muerte espiritual siempre será un encuentro necesario para conocernos desde adentro, amaestrar las aves que aletean en nuestro pecho. Los símbolos y los códigos lingüísticos que utiliza Diego no son casualidad: él es un hombre que conoce perfectamente el mar y la soledad de las calles de un Acapulco azotado por la violencia.
La poesía de Diego Montes es un acierto porque todos podemos ser Camille Claudel. Y la literatura funciona de este modo: como un espejo para encontrarnos con nosotros mismos a través de otros, sin importar la fatalidad de la libertad a la que estamos expuestos.
Luis Ricardo Palma de Jesús (1990) es Maestro en Humanidades por la UAGro. Autor de El sueño que no era y Las maneras de conjugar la muerte.